/ lunes 17 de enero de 2022

Al bat | Don Vicente Carranza Corral

Hace un instante recibí la triste y sensible noticia del deceso de don Vicente Carranza Corral (91) en su Magdalena de Kino.

Don Vicente, padre de “Mi Sangre”, doctor Vicente Arturo Carranza Fernández, a quien desde este espacio le expresamos a él, hermanos, a su querida madre Lolita y toda la estimada familia, nuestra solidaridad.

Descanse en paz.

Vivencias imposibles de olvidar

Al instante de recibir por el móvil la inesperada noticia del fallecimiento de don Vicente Carranza, desde Ensenada de parte del profesor Héctor Barrios Fernández —y dos-tres minutos después de Julio Maquinay, aquí en Hermosillo, — estaba empezando a escribir Al Bat con un tema por demás especial pensando en una fecha muy significativa, Dios Mediante, en marzo próximo.

Es también una historia de vida.

Se la comparto.

Representa un grato contenido que forma parte de un documento que ya concluí en diciembre pasado y qué está en proceso de edición.

Se trata de manera específica —este capítulo— de cómo comencé a hacer “mis pininos” en mi profesión como periodista-comunicador.

Vale:

¿Cómo llegué a El Imparcial?

En 1972 era un joven entusiasta y entregado jugador del seleccionado de beisbol Búhos de la Universidad de Sonora —alumno del segundo año de preparatoria—, cuando un buen día el compañero de equipo, Enrique Efrén Mayorga Martínez, me preguntó que si quería sustituirlo como reportero deportivo.

Más que pronto le contesté afirmativamente; después de todo, me gustaba escribir y si se trataba de deportes, consideré en ese instante que de ninguna manera se me iba a complicar trabajar en esa área y con mayor razón siendo pelotero y practicante de otras disciplinas deportivas.

Así, al siguiente día me presentó a Eduardo Gómez Torres, editor deportivo de El Imparcial, quien, con toda amabilidad, su característica, me dijo “ve a aquella máquina y con estos datos escribe la nota”.

Nervioso, comencé a redactar la información y al término la entregué teniendo como respuesta “mira, hay que ponerle sangría a cada párrafo y las líneas deben ser a doble espacio… pero está bien… adelante”.

Pronto, comencé a andar por todos los escenarios deportivos cubriendo actividades como beisbol infantil y juvenil, natación, tiro con arco, tenis, frontenis, atletismo, basquetbol, lucha libre…

Dentro de las coberturas en lucha libre, imposible olvidar, la entrevista que le hice a “Mil Máscaras” y luego a la siguiente mañana encontrándome con él en el Hotel San Alberto, de civil, ¡y sin uno de sus famosos antifaces!

Nueva experiencia de aprendizaje

En aquellos primeros meses de trabajo reporteril, llenos de emoción por la nueva experiencia y aprendizaje, como suele suceder con los reporteros novatos, mis notas aparecían publicadas sin mi crédito.

Pero eso era lo de menos; al menos yo sabía que eran de mi autoría y pues ni quién me quitara ese orgullo en lo que ya eran mis “pininos” en el periodismo.

Incluso —¡ya si no!—, imposible dejar a un lado mi primera cobertura en el nuevo estadio “El Coloso de El Choyal”, hoy “Héctor Espino”, para “codeándome” con la crema y nata del periodismo especializado en beisbol profesional de la Liga Mexicana del Pacífico.

No me pregunten cómo me sentía en mi interior al estar en el terreno de juego, en los dogouts entrevistando a los jugadores y luego dentro de la caseta de prensa, olvídense.

Los Amigos y primera columna

Por fortuna, ganada la confianza, Eduardo Gómez Torres comenzó a publicarlas ya con el crédito correspondiente e incluso abrió un espacio para lo que fue mi primera columna en el periodismo deportivo: “Beisbol Verde”.

Ya estábamos hablando de agosto-septiembre del 72 luego de retornar de un campamento de servicio social comunitario de seis semanas en San Felipe Hidalgo, Tlaxcala, realizado por el grupo internacional Los Amigos y para el cual solicité permiso a manera de “mi primera vacación imparcialera”.

Inolvidable época.

Eran los días en que José Antonio Fonseca figuraba como gerente general; Rodolfo Barraza estaba a punto de ser subdirector y, pronto, comencé a relacionarme con gente de la talla de Federico Coker, en Deportes; con Pancho Ávalos Baeza, Francisco Santacruz, quien tenía la sección Aeropuerto; con don Jorge Orozco y Girón; Alejandro Olais, Luis Enrique Gallardo, Luis Farman; Moisés “El Cuervito” Zamora, María Cristina León de Aldrete, encargada de la sección Sociales, donde la también entonces la última reina preparatoriana de la Unison, Betty Estrada, escribía con gran tino su columna “Bettyps”.

Meses después, José Alberto Healy, presidente del Consejo de Administrador, nos iba a presentar como director a Jesús Blancornelas, aunque ya faltaban horas para que en enero de 1974 me trasladara al puerto de Veracruz para incorporarme a la licenciatura de Comunicación en la Universidad Veracruzana.

Tras concluir en junio la preparatoria universitaria y en espera del ciclo escolar lectivo, en enero de 1974, también había finalizado en diciembre un semestre en la Licenciatura de Letras en la entonces llamada Escuela de Altos Estudios, ya que el gran interés era seguir aprendiendo a escribir.

El prestigio de la institución universitaria; el nuevo modelo académico de la Facultad; el forjarme como estudiante lo más lejos posible de hogar y, animado por la buena gente jarocha, su historia, costumbres, tradiciones… ¡El Águila y su beisbol!... me hizo llegar ilusionado y muy motivado al solar sotavento que tan bien me acogió.

José Alberto Healy y Jorge Malpica

A mi arribo al heroico puerto, además de inscribirme en la facultad, también me presenté con Jorge Malpica Martínez, director de El Dictamen, entregándole una carta de recomendación de José Alberto Healy, y más que de inmediato me incorporó a la Sección de Deportes.

Ya inscrito en el primer año de la carrera, conocí a quienes me acompañarían los cuatro años de la licenciatura, además de establecer positiva relación con alumnos y semestres avanzados, con quienes me unió e identificó una nueva amistad y coincidencias en nuestras aspiraciones como jóvenes universitarios.

Cuando venía de vacaciones a Hermosillo, pronto me presentaba en el periódico y reporteaba para Deportes bajo la dirección de Eduardo Gómez Torres, a quien siempre he considerado mi primer maestro de Periodismo a mi ingreso a la empresa en 1972.

Ya para mi retorno a Veracruz, en el tren tradicional a Guadalajara y de ahí en autobús a la Ciudad de México, iba a la oficina de José Alberto Healy Noriega, para despedirme y ¿qué creen….?: ¡me apoyaba para el viaje ¡con dólares y pues ya se imaginarán lo encantado que me iba en el viaje!

Nunca olvido cuando José Alberto me hablaba por teléfono al periódico El Dictamen de Veracruz, donde compartía mis estudios con el trabajo reporteril, y siempre me decía “aquí te estamos esperando; no descuides tus estudios y termínalos bien…”.

Por supuesto, no faltaba el momento en que también me comunicaba con él desde la Redacción del matutino veracruzano, precisamente desde donde colaboraba con El Imparcial como corresponsal, especialmente para la revista “Ases” y la sección deportiva al mando de Gómez Torres.

Qué recuerdos, ¿no?

Hace un instante recibí la triste y sensible noticia del deceso de don Vicente Carranza Corral (91) en su Magdalena de Kino.

Don Vicente, padre de “Mi Sangre”, doctor Vicente Arturo Carranza Fernández, a quien desde este espacio le expresamos a él, hermanos, a su querida madre Lolita y toda la estimada familia, nuestra solidaridad.

Descanse en paz.

Vivencias imposibles de olvidar

Al instante de recibir por el móvil la inesperada noticia del fallecimiento de don Vicente Carranza, desde Ensenada de parte del profesor Héctor Barrios Fernández —y dos-tres minutos después de Julio Maquinay, aquí en Hermosillo, — estaba empezando a escribir Al Bat con un tema por demás especial pensando en una fecha muy significativa, Dios Mediante, en marzo próximo.

Es también una historia de vida.

Se la comparto.

Representa un grato contenido que forma parte de un documento que ya concluí en diciembre pasado y qué está en proceso de edición.

Se trata de manera específica —este capítulo— de cómo comencé a hacer “mis pininos” en mi profesión como periodista-comunicador.

Vale:

¿Cómo llegué a El Imparcial?

En 1972 era un joven entusiasta y entregado jugador del seleccionado de beisbol Búhos de la Universidad de Sonora —alumno del segundo año de preparatoria—, cuando un buen día el compañero de equipo, Enrique Efrén Mayorga Martínez, me preguntó que si quería sustituirlo como reportero deportivo.

Más que pronto le contesté afirmativamente; después de todo, me gustaba escribir y si se trataba de deportes, consideré en ese instante que de ninguna manera se me iba a complicar trabajar en esa área y con mayor razón siendo pelotero y practicante de otras disciplinas deportivas.

Así, al siguiente día me presentó a Eduardo Gómez Torres, editor deportivo de El Imparcial, quien, con toda amabilidad, su característica, me dijo “ve a aquella máquina y con estos datos escribe la nota”.

Nervioso, comencé a redactar la información y al término la entregué teniendo como respuesta “mira, hay que ponerle sangría a cada párrafo y las líneas deben ser a doble espacio… pero está bien… adelante”.

Pronto, comencé a andar por todos los escenarios deportivos cubriendo actividades como beisbol infantil y juvenil, natación, tiro con arco, tenis, frontenis, atletismo, basquetbol, lucha libre…

Dentro de las coberturas en lucha libre, imposible olvidar, la entrevista que le hice a “Mil Máscaras” y luego a la siguiente mañana encontrándome con él en el Hotel San Alberto, de civil, ¡y sin uno de sus famosos antifaces!

Nueva experiencia de aprendizaje

En aquellos primeros meses de trabajo reporteril, llenos de emoción por la nueva experiencia y aprendizaje, como suele suceder con los reporteros novatos, mis notas aparecían publicadas sin mi crédito.

Pero eso era lo de menos; al menos yo sabía que eran de mi autoría y pues ni quién me quitara ese orgullo en lo que ya eran mis “pininos” en el periodismo.

Incluso —¡ya si no!—, imposible dejar a un lado mi primera cobertura en el nuevo estadio “El Coloso de El Choyal”, hoy “Héctor Espino”, para “codeándome” con la crema y nata del periodismo especializado en beisbol profesional de la Liga Mexicana del Pacífico.

No me pregunten cómo me sentía en mi interior al estar en el terreno de juego, en los dogouts entrevistando a los jugadores y luego dentro de la caseta de prensa, olvídense.

Los Amigos y primera columna

Por fortuna, ganada la confianza, Eduardo Gómez Torres comenzó a publicarlas ya con el crédito correspondiente e incluso abrió un espacio para lo que fue mi primera columna en el periodismo deportivo: “Beisbol Verde”.

Ya estábamos hablando de agosto-septiembre del 72 luego de retornar de un campamento de servicio social comunitario de seis semanas en San Felipe Hidalgo, Tlaxcala, realizado por el grupo internacional Los Amigos y para el cual solicité permiso a manera de “mi primera vacación imparcialera”.

Inolvidable época.

Eran los días en que José Antonio Fonseca figuraba como gerente general; Rodolfo Barraza estaba a punto de ser subdirector y, pronto, comencé a relacionarme con gente de la talla de Federico Coker, en Deportes; con Pancho Ávalos Baeza, Francisco Santacruz, quien tenía la sección Aeropuerto; con don Jorge Orozco y Girón; Alejandro Olais, Luis Enrique Gallardo, Luis Farman; Moisés “El Cuervito” Zamora, María Cristina León de Aldrete, encargada de la sección Sociales, donde la también entonces la última reina preparatoriana de la Unison, Betty Estrada, escribía con gran tino su columna “Bettyps”.

Meses después, José Alberto Healy, presidente del Consejo de Administrador, nos iba a presentar como director a Jesús Blancornelas, aunque ya faltaban horas para que en enero de 1974 me trasladara al puerto de Veracruz para incorporarme a la licenciatura de Comunicación en la Universidad Veracruzana.

Tras concluir en junio la preparatoria universitaria y en espera del ciclo escolar lectivo, en enero de 1974, también había finalizado en diciembre un semestre en la Licenciatura de Letras en la entonces llamada Escuela de Altos Estudios, ya que el gran interés era seguir aprendiendo a escribir.

El prestigio de la institución universitaria; el nuevo modelo académico de la Facultad; el forjarme como estudiante lo más lejos posible de hogar y, animado por la buena gente jarocha, su historia, costumbres, tradiciones… ¡El Águila y su beisbol!... me hizo llegar ilusionado y muy motivado al solar sotavento que tan bien me acogió.

José Alberto Healy y Jorge Malpica

A mi arribo al heroico puerto, además de inscribirme en la facultad, también me presenté con Jorge Malpica Martínez, director de El Dictamen, entregándole una carta de recomendación de José Alberto Healy, y más que de inmediato me incorporó a la Sección de Deportes.

Ya inscrito en el primer año de la carrera, conocí a quienes me acompañarían los cuatro años de la licenciatura, además de establecer positiva relación con alumnos y semestres avanzados, con quienes me unió e identificó una nueva amistad y coincidencias en nuestras aspiraciones como jóvenes universitarios.

Cuando venía de vacaciones a Hermosillo, pronto me presentaba en el periódico y reporteaba para Deportes bajo la dirección de Eduardo Gómez Torres, a quien siempre he considerado mi primer maestro de Periodismo a mi ingreso a la empresa en 1972.

Ya para mi retorno a Veracruz, en el tren tradicional a Guadalajara y de ahí en autobús a la Ciudad de México, iba a la oficina de José Alberto Healy Noriega, para despedirme y ¿qué creen….?: ¡me apoyaba para el viaje ¡con dólares y pues ya se imaginarán lo encantado que me iba en el viaje!

Nunca olvido cuando José Alberto me hablaba por teléfono al periódico El Dictamen de Veracruz, donde compartía mis estudios con el trabajo reporteril, y siempre me decía “aquí te estamos esperando; no descuides tus estudios y termínalos bien…”.

Por supuesto, no faltaba el momento en que también me comunicaba con él desde la Redacción del matutino veracruzano, precisamente desde donde colaboraba con El Imparcial como corresponsal, especialmente para la revista “Ases” y la sección deportiva al mando de Gómez Torres.

Qué recuerdos, ¿no?