Los especialistas y profesionistas dentro del área de ciencias exactas y naturales somos conocidos por nuestras mentes analíticas y descubrimientos revolucionarios, no obstante, en la gran mayoría de la comunidad científica, un área de oportunidad de sus miembros es la expresión de emociones y la capacidad de desarrollar habilidades sociales; esto se debe a una base biológica que afecta la forma en la que nos desenvolvemos en las interacciones sociales y expresamos nuestras emociones.
Las regiones del cerebro responsables del pensamiento analítico, como la corteja prefrontal (ubicada justo detrás de la frente y en la parte anterior de los lóbulos frontales), presentan una actividad alta cuando los científicos se enfrentan a problemas complejos y su activación constante refuerza las vías neuronales que favorecen el razonamiento lógico.
Sin embargo, a la par, la actividad intensa en las regiones cerebrales responsables del pensamiento lógico puede resultar en el detrimento de regiones cerebrales ligadas a las emociones como la amígdala y la ínsula; cuando estas regiones no se activan con regularidad, a las personas les resulta más difícil reconocer o expresar sus propios sentimientos y comprender las emociones de los demás.
En este contexto, surge el término “alexitimia”, un trastorno que dificulta identificar y articular emociones; la actividad constante del cerebro en tareas analíticas puede disminuir la conexión entre el pensamiento lógico y emocional dificultando la expresión emocional.
Aunque no todos los científicos manifiestan alexitimia, algunos estudios sugieren que los individuos altamente analíticos podrían ser más propensos a estos rasgos. La supresión crónica de las emociones no sólo afecta a las relaciones interpersonales, sino que también repercute en la función cerebral; la desconexión entre regiones cerebrales como la corteza prefrontal y la amígdala puede derivar en una disminución de la capacidad para procesar y transmitir emociones conduciendo al individuo al aislamiento social y perpetuar la sensación de incomodidad y torpeza en entornos sociales.
Además, los efectos a largo plazo de la supresión emocional pueden dificultar la colaboración y la innovación en el ámbito científico siendo ambos puntos cruciales para el desarrollo de la ciencia misma.
La buena noticia es que el cerebro tiene una notable capacidad de adaptación, conocida como neuroplasticidad; al igual que pueden reforzarse las vías neuronales del pensamiento analítico, también pueden hacerlo las del procesamiento emocional y la interacción social.
Las actividades que fomentan la inteligencia emocional, como la meditación de atención plena (comúnmente conocida como ‘mindfulness’) o el entrenamiento en empatía, pueden mejorar la función de las regiones cerebrales relacionadas con las emociones. Las investigaciones demuestran que la práctica de estas habilidades puede aumentar la densidad de materia gris en la ínsula y la corteja prefrontal, favoreciendo la conciencia emocional y potenciando las conexiones sociales.
De ahí que es de vital importancia la incorporación de programas de inteligencia emocional en la educación científica y el desarrollo profesional ya que puede beneficiar a la comunidad científica al mejorar la comunicación y colaboración entre colegas; estrategias como talleres y sesiones de formación centrados en la empatía y la expresión emocional pueden proporcionar herramientas para comprender mejor las emociones y conectar con los demás.
Asimismo, las instituciones y organizaciones también deben fomentar entornos que valoren la expresión emocional junto con la excelencia analítica. Los mentores y líderes científicos son clave en modelar la inteligencia emocional y apoyar el desarrollo de habilidades sociales para crear una cultura que valore tanto la destreza técnica como la perspicacia emocional.
Excelente fin de semana.