/ viernes 12 de noviembre de 2021

Bio-informando | El ‘burn-out’ científico

“Si estamos libres de enfermedades médicamente, eso no es salud. Si nos sentimos como un ser humano completo en nuestro cuerpo, mente y espíritu, es entonces cuando estamos realmente sanos” (Sadhguru).

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), el término “burn-out” o “síndrome del trabajador quemado” es “un síndrome conceptualizado como resultado de un estrés laboral crónico que no ha sido satisfactoriamente manejado y lo caracteriza bajo tres dimensiones: a) sentimientos de baja energía o agotamiento, b) mayor distancia mental del trabajo, sentimientos de negativismo o cinismo y c) reducida eficacia profesional”.

El “burn-out” es un fenómeno que se ha manifestado en todas las profesiones y por lo tanto en ciencia no es la excepción. Personalmente, he llegado a ese punto en varias ocasiones de mi vida y aunque no ha sido sencillo, he ido aprendiendo poco a poco a manejarlo porque firmemente creo que en el momento en el que la mente se satura, los efectos negativos se reflejan en el desempeño profesional, la creatividad es limitada o nula y puede manifestarse también en nuestra salud física y emocional.

Las profesiones del área de ciencias biológicas y de la salud están expuestas constantemente a condiciones de estrés abrumadoras y en ocasiones somos los mismos educadores quienes llevamos a los tutorados a extremos que, desde mi punto de vista, considero exagerados.

Claro, un punto que también considero importante poner en la mesa es que sin temor a equivocarme, cada vez a las generaciones nuevas de estudiantes se les complica el seguimiento de instrucciones, el desarrollo de la pasión y compromiso por su profesión y en el temor de ser unos tiranos, nos volvemos laxos en el incentivar en ellos el desarrollo del criterio y del sentido común así como de la práctica de valores humanos y el forjamiento de su carácter.

Hay experiencias que he vivido en mi formación que reconozco fueron duras pero, ya viéndolas desde otra perspectiva, entiendo que eran necesarias para mi crecimiento integral y para identificar aquellas que debían preservarse por sus buenos resultados y cuáles debían ser desechadas para no transmitirse a nuevas generaciones.

Hay un artículo buenísimo publicado en línea en la revista PLos One por Fernando T. Maestre con fecha del 2019 titulado: “Ten simple rules towards healthier research lab” (“Diez reglas sencillas para un laboratorio de investigación más saludable), que si lo teclean en cualquier buscador de Internet, lo encontrarán de forma gratuita para su lectura y que considero que de aplicarse las recomendaciones hechas en ese manuscrito, el estrés que viven los estudiantes (así como el de los asesores) disminuiría considerablemente sin afectar el rendimiento. Dentro de los puntos que Maestre señala y considero que reducirían el estrés se encuentran: a) La promoción de un ambiente colaborativo en el laboratorio, b) permitir que los estudiantes establezcan sus horarios y c) el respeto de horarios, festividades y vacaciones. El primer punto es importante porque todos necesitamos de todos, la ciencia no la hace una sola persona y como individuos tenemos diferentes habilidades que al complementarse pueden lograrse resultados interesantes y no todo el trabajo recae en una sola persona; todos deben involucrarse como equipo para llegar juntos a la meta.

Finalmente, los dos últimos puntos pueden resumirse en el respeto a la vida privada que tienen cada uno de los miembros del laboratorio y a sus espacios de descanso; claro, habrá ocasiones que será necesario invertir un poco más de tiempo para cumplir en tiempo con los objetivos planteados pero si hay una buena planeación y cada miembro cumple con lo pactado, no hay porque agobiarnos unos a otros.

Más vale paso firme que trote que canse. Bástale a cada día su propio afán. No por tanto madrugar amanece más temprano.

Excelente fin de semana largo.

“Si estamos libres de enfermedades médicamente, eso no es salud. Si nos sentimos como un ser humano completo en nuestro cuerpo, mente y espíritu, es entonces cuando estamos realmente sanos” (Sadhguru).

De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud (OMS), el término “burn-out” o “síndrome del trabajador quemado” es “un síndrome conceptualizado como resultado de un estrés laboral crónico que no ha sido satisfactoriamente manejado y lo caracteriza bajo tres dimensiones: a) sentimientos de baja energía o agotamiento, b) mayor distancia mental del trabajo, sentimientos de negativismo o cinismo y c) reducida eficacia profesional”.

El “burn-out” es un fenómeno que se ha manifestado en todas las profesiones y por lo tanto en ciencia no es la excepción. Personalmente, he llegado a ese punto en varias ocasiones de mi vida y aunque no ha sido sencillo, he ido aprendiendo poco a poco a manejarlo porque firmemente creo que en el momento en el que la mente se satura, los efectos negativos se reflejan en el desempeño profesional, la creatividad es limitada o nula y puede manifestarse también en nuestra salud física y emocional.

Las profesiones del área de ciencias biológicas y de la salud están expuestas constantemente a condiciones de estrés abrumadoras y en ocasiones somos los mismos educadores quienes llevamos a los tutorados a extremos que, desde mi punto de vista, considero exagerados.

Claro, un punto que también considero importante poner en la mesa es que sin temor a equivocarme, cada vez a las generaciones nuevas de estudiantes se les complica el seguimiento de instrucciones, el desarrollo de la pasión y compromiso por su profesión y en el temor de ser unos tiranos, nos volvemos laxos en el incentivar en ellos el desarrollo del criterio y del sentido común así como de la práctica de valores humanos y el forjamiento de su carácter.

Hay experiencias que he vivido en mi formación que reconozco fueron duras pero, ya viéndolas desde otra perspectiva, entiendo que eran necesarias para mi crecimiento integral y para identificar aquellas que debían preservarse por sus buenos resultados y cuáles debían ser desechadas para no transmitirse a nuevas generaciones.

Hay un artículo buenísimo publicado en línea en la revista PLos One por Fernando T. Maestre con fecha del 2019 titulado: “Ten simple rules towards healthier research lab” (“Diez reglas sencillas para un laboratorio de investigación más saludable), que si lo teclean en cualquier buscador de Internet, lo encontrarán de forma gratuita para su lectura y que considero que de aplicarse las recomendaciones hechas en ese manuscrito, el estrés que viven los estudiantes (así como el de los asesores) disminuiría considerablemente sin afectar el rendimiento. Dentro de los puntos que Maestre señala y considero que reducirían el estrés se encuentran: a) La promoción de un ambiente colaborativo en el laboratorio, b) permitir que los estudiantes establezcan sus horarios y c) el respeto de horarios, festividades y vacaciones. El primer punto es importante porque todos necesitamos de todos, la ciencia no la hace una sola persona y como individuos tenemos diferentes habilidades que al complementarse pueden lograrse resultados interesantes y no todo el trabajo recae en una sola persona; todos deben involucrarse como equipo para llegar juntos a la meta.

Finalmente, los dos últimos puntos pueden resumirse en el respeto a la vida privada que tienen cada uno de los miembros del laboratorio y a sus espacios de descanso; claro, habrá ocasiones que será necesario invertir un poco más de tiempo para cumplir en tiempo con los objetivos planteados pero si hay una buena planeación y cada miembro cumple con lo pactado, no hay porque agobiarnos unos a otros.

Más vale paso firme que trote que canse. Bástale a cada día su propio afán. No por tanto madrugar amanece más temprano.

Excelente fin de semana largo.