Los descubrimientos científicos se presentan a menudo como una serie de momentos eureka, en los que mentes brillantes descifran los secretos del universo a base de puro intelecto e ingenio. Sin embargo, la realidad es más compleja y las historias que rodean estos descubrimientos nos recuerdan que la ciencia no se desarrolla en el vacío sino que está influida por los contextos sociales, culturales, políticos y económicos de su tiempo, así como por las cualidades personales de los individuos implicados en ellos.
Entre ejemplos de lo anterior, tenemos la historia de Charles Darwin y Alfred Wallace quienes a mediados del siglo XIX y de manera independiente, desafiaron las creencias imperantes de su época al presentar sus evidencias sobre el origen de las especies y el concepto de evolución, la cual era una idea radical para su tiempo.
Darwin llevaba más de 20 años desarrollando sus ideas y dudaba en publicar sus descubrimientos debido a las posibles reacciones negativas de las comunidades religiosas y científicas; por su parte, Wallace, formuló sus ideas mientras padecía fiebre en el archipiélago malayo y envió su ensayo a Darwin para que lo comentara reconociendo su prestigio y conocimiento en el tema.
El descubrimiento simultáneo de Darwin y Wallace podría haber desembocado en una rivalidad por tener la exclusiva, no obstante, la decisión de compartir el mérito se debió al respeto mutuo y al reconocimiento de que la búsqueda del conocimiento trascendía la ambición personal.
Años más tarde, en la década de 1950, el descubrimiento de la doble hélice por James Watson y Francis Crick, con la contribución decisiva de Rosalind Franklin y Maurice Wilkins, revolucionó nuestra comprensión de la genética.
Sin embargo, este logro se vio empañado por lagunas éticas y prejuicios de género. Rosalind Franklin, una cristalógrafa de rayos X, obtuvo la emblemática “Foto 51” que reveló la estructura helicoidal del ADN.
Por desgracia, el trabajo de Franklin se compartió con Watson y Crick sin su conocimiento y no se le reconocieron debidamente sus contribuciones. La prematura muerte de Franklin a causa de un cáncer en 1958, le impidió optar al Premio Nobel concedido a Watson, Crick y Wilkins en 1962; este precedente en particular pone de manifiesto el lado más oscuro de los descubrimientos científicos donde la ambición, la competencia y la marginación de género pueden eclipsar las consideraciones éticas y el respeto a los colegas así como distorsionar el proceso científico.
Otra historia apasionante es la del Proyecto Genoma Humano, iniciado en 1990, en donde se vio involucrada una enorme colaboración internacional y una empresa privada quienes se embarcaron en la carrera de cartografiar el genoma humano completo; dicha competencia fue intensa, dado que la exclusiva de los resultados obtenidos por ambos grupos fue presentada con un día de diferencia entre ellos y alzándose como vencedores quienes fueron identificados como el Consorcio Público (la colaboración internacional).
La publicación de los primeros resultados del Genoma Humano derivaron en diversas temáticas de índole ética y de innovación sentando las bases de accesibilidad y modo de uso de la vasta cantidad de información que se había obtenido.
La reflexión en estas historias nos indica que la integridad, la ética, el respeto y la profesionalidad no son meros ideales, sino los cimientos de una ciencia creíble e impactante dado que cada vez nos enfrentamos a nuevos retos como la inteligencia artificial, el cambio climático y las pandemias mundiales, por lo que estos valores serán más importantes que nunca.
De ahí que la comunidad científica debe esforzarse por defender estos principios, garantizando que el verdadero espíritu de la ciencia que es la comprensión del mundo que nos rodea siempre nos conduzca a la búsqueda del bien común de nuestra biosfera.
Excelente fin de semana.