/ viernes 1 de abril de 2022

Bio-informando | Persistir

A veces se gana y en otras se aprende, no obstante, si el enfoque está bien encauzado, ambas experiencias se disfrutan y son enriquecedoras. Dentro de la labor como científico, como ya hemos tratado en publicaciones anteriores, el trabajo de laboratorio no es sencillo; el grado de complejidad de los experimentos definen el tiempo que hay que dedicarle, tanto en lo que se refiere al contacto con el objeto de estudio (organismo, evento, fenómeno o circunstancia) como en la interpretación de los resultados.

Por otra parte, no se puede dejar del lado el manejo de las emociones y las relaciones interpersonales, ya que de ello dependen el que anímica, técnica, burocrática, diplomática y económicamente los proyectos puedan ser realizados.

En esta ocasión quiero centrarme en lo que se refiere a la perseverancia en el cumplimiento de los objetivos planteados de un proyecto de investigación y la interpretación de los resultados. El experimentar, como la palabra lo señala, es el percibir ‘en carne propia’ el contacto con el objeto de estudio; más específico en el caso de nosotros como científicos, es el implementar distintas estrategias para descubrir, innovar, implementar, aplicar y explicar el mundo que nos rodea.

Es raro (más no imposible) que al primer intento se logre descifrar algún fenómeno; generalmente, se requieren de muchos intentos para poder obtener un resultado (que también puede no ser el esperado) y su interpretación exige el documentarse ampliamente, el desarrollar la capacidad de enlazar ideas y seguir nuestra intuición.

Remontando a mis vivencias de mi formación científica, varios de mis asesores y maestros me dijeron: “En ocasiones el no tener resultados es un resultado”. Y cuánta razón tienen. Sin duda alguna, es una sensación increíble observar los resultados esperados, pero una vez que comprendes el rol del científico, cada intento fallido es una oportunidad de aprender e identificar qué estrategias nos alejan o no son adecuadas para lograr los objetivos planteados. De ahí que el dejar precedente también de las acciones que no funcionan es igual de valioso que cuando se descubre “el hilo negro” porque así, miembros de nuestro equipo de investigación de trabajo (incluyéndonos a nosotros mismos) u otros colegas de otros centros o instituciones interesados en la misma línea de investigación se ahorran todo ese tiempo, energía y recursos invertidos para hacer lo suyo propio e ir construyendo la ciencia. Se lee fácil pero sí llega en ocasiones ser frustrante, estresante y a veces se piensa en desistir.

Sin embargo, está comprobado que, cuando estamos tan ensimismados en cualquier cosa, comenzamos a pasar por alto detalles o simplemente estamos tan estresados que es mejor soltar, alejarse y despejarse un poco y retomar para que las cosas vuelvan a fluir. De hecho, Thomas Alva Edison dijo una vez: “"Muchos de los fracasos de la vida son personas que no se dieron cuenta de lo cerca que estaban del éxito cuando se rindieron"; cabe señalar que para que él pudiera obtener la primera bombilla, tuvo que realizar ¡mil intentos! Y no es el único ejemplo; hay muchos más dentro de la ciencia así como también en cualquier profesión o aspecto cotidiano de la persistencia. La moraleja es, no desesperarse, tomar en cuenta el aprendizaje que cada “tropezón” o “error” nos muestra para no volverlos a cometer e insistir una y otra vez hasta que alcancemos nuestros sueños.

Cierro esta entrega con un fragmento de la canción “El valor que no se ve” popularmente conocida en la voz de Laura Pausini en 1994 y de autoría de Alfredo Rapetti, Angelo Valsiglio, Ignacio Ballesteros Diaz, Ignacio Diaz Ballesteros y Marco Marati que menciona lo siguiente: “Equivocarse nunca importa, vuélvelo a intentar. Si una puerta se te cierra, otra puerta se abrirá. Lo que en realidad importa es no renunciar jamás pues tal vez estés a un solo paso”.

Un abrazo enorme. Buen fin de semana.


A veces se gana y en otras se aprende, no obstante, si el enfoque está bien encauzado, ambas experiencias se disfrutan y son enriquecedoras. Dentro de la labor como científico, como ya hemos tratado en publicaciones anteriores, el trabajo de laboratorio no es sencillo; el grado de complejidad de los experimentos definen el tiempo que hay que dedicarle, tanto en lo que se refiere al contacto con el objeto de estudio (organismo, evento, fenómeno o circunstancia) como en la interpretación de los resultados.

Por otra parte, no se puede dejar del lado el manejo de las emociones y las relaciones interpersonales, ya que de ello dependen el que anímica, técnica, burocrática, diplomática y económicamente los proyectos puedan ser realizados.

En esta ocasión quiero centrarme en lo que se refiere a la perseverancia en el cumplimiento de los objetivos planteados de un proyecto de investigación y la interpretación de los resultados. El experimentar, como la palabra lo señala, es el percibir ‘en carne propia’ el contacto con el objeto de estudio; más específico en el caso de nosotros como científicos, es el implementar distintas estrategias para descubrir, innovar, implementar, aplicar y explicar el mundo que nos rodea.

Es raro (más no imposible) que al primer intento se logre descifrar algún fenómeno; generalmente, se requieren de muchos intentos para poder obtener un resultado (que también puede no ser el esperado) y su interpretación exige el documentarse ampliamente, el desarrollar la capacidad de enlazar ideas y seguir nuestra intuición.

Remontando a mis vivencias de mi formación científica, varios de mis asesores y maestros me dijeron: “En ocasiones el no tener resultados es un resultado”. Y cuánta razón tienen. Sin duda alguna, es una sensación increíble observar los resultados esperados, pero una vez que comprendes el rol del científico, cada intento fallido es una oportunidad de aprender e identificar qué estrategias nos alejan o no son adecuadas para lograr los objetivos planteados. De ahí que el dejar precedente también de las acciones que no funcionan es igual de valioso que cuando se descubre “el hilo negro” porque así, miembros de nuestro equipo de investigación de trabajo (incluyéndonos a nosotros mismos) u otros colegas de otros centros o instituciones interesados en la misma línea de investigación se ahorran todo ese tiempo, energía y recursos invertidos para hacer lo suyo propio e ir construyendo la ciencia. Se lee fácil pero sí llega en ocasiones ser frustrante, estresante y a veces se piensa en desistir.

Sin embargo, está comprobado que, cuando estamos tan ensimismados en cualquier cosa, comenzamos a pasar por alto detalles o simplemente estamos tan estresados que es mejor soltar, alejarse y despejarse un poco y retomar para que las cosas vuelvan a fluir. De hecho, Thomas Alva Edison dijo una vez: “"Muchos de los fracasos de la vida son personas que no se dieron cuenta de lo cerca que estaban del éxito cuando se rindieron"; cabe señalar que para que él pudiera obtener la primera bombilla, tuvo que realizar ¡mil intentos! Y no es el único ejemplo; hay muchos más dentro de la ciencia así como también en cualquier profesión o aspecto cotidiano de la persistencia. La moraleja es, no desesperarse, tomar en cuenta el aprendizaje que cada “tropezón” o “error” nos muestra para no volverlos a cometer e insistir una y otra vez hasta que alcancemos nuestros sueños.

Cierro esta entrega con un fragmento de la canción “El valor que no se ve” popularmente conocida en la voz de Laura Pausini en 1994 y de autoría de Alfredo Rapetti, Angelo Valsiglio, Ignacio Ballesteros Diaz, Ignacio Diaz Ballesteros y Marco Marati que menciona lo siguiente: “Equivocarse nunca importa, vuélvelo a intentar. Si una puerta se te cierra, otra puerta se abrirá. Lo que en realidad importa es no renunciar jamás pues tal vez estés a un solo paso”.

Un abrazo enorme. Buen fin de semana.