/ lunes 30 de diciembre de 2019

Casa de las ideas | Cierres y aperturas

Cerrar un año de vida resulta siempre un proceso que implica una serie de situaciones que tienen que ver con sentimientos intangibles y confusos, con hechos duros y descarnados, con revisiones y evaluaciones, con sucesos felices o dolorosos, con éxitos y fracasos, y con pérdidas y ganancias de índole material o anímico.

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Este tipo de cierres son temibles por los efectos colaterales que generan en quien los realiza. Procesos que requieren valentía, honestidad y, hasta donde sea posible, objetividad y sobre todo serenidad para enfocar las cosas de manera correcta, de manera que el resultado satisfaga las expectativas que conlleva inevitablemente el revisar lo que hemos hecho, las decisiones que hemos tomado y, sobre todo, los resultados que obtuvimos, sean buenos o malos.

Abrir un nuevo año, por el contrario, implica un enfrentamiento con lo desconocido, un asomarnos a un amenazante hoyo negro sin forma o sustancia, y por lo tanto toparnos cara a cara con posibilidades y probabilidades especulativas e imaginarias, con planes y proyectos que hemos diseñado y que, lo queramos o no, tienen todo o mucho que ver con lo que hayamos hecho o dejado de hacer en el año que se fue. Es el momento crucial de asumir los eventos y las decisiones, y los resultados que hemos de poner en la contabilidad de nuestra existencia dentro de las columnas del debe y el haber, del activo o el pasivo de nuestra vida.

El proceso de apertura de un nuevo capítulo de nuestra vida resulta tan temible o más que el de cierre, por muchos y muy diversos motivos, entre los que destaca la tendencia —por lo demás muy humana— de tratar de controlar lo desconocido, en vez de atenernos a lo que sabemos que es real, o a lo que conocemos por experiencia, y lo que por lo tanto podemos determinar con relativa certeza, en cuanto a los efectos esperados.

Lo que vendrá en el año 2020 para cada uno de nosotros en lo individual, y desde luego en lo familiar y en lo colectivo, en buena medida tiene su origen en lo que hemos hecho, o dejado de hacer, tanto en 2019 como en los años anteriores. Es absurdo tratar de archivar la vida en compartimientos estancos, como si no formaran parte de una reacción en cadena cuyo principio podemos determinar, pero cuyo desenlace queda fuera de nuestro alcance controlar. Decisiones y consecuencias, y ahí está el meollo del asunto.

A lo largo de la última mitad del tremendo año que está por concluir, ya se habían empezado a esbozar y definir las características que se pronostican para este año que pronto va a empezar, las dificultades y los grandes escollos que tendremos que enfrentar, los dolores de cabeza, las frustraciones, los enfrentamientos y los odios provocados por una estrategia de ruptura nunca antes vista en nuestro país.

Desde luego, el entorno global es y representa un factor muy real, aunque haya quien absurdamente pretenda minimizar o ignorar sus impactos y efectos. Pero de igual manera el entorno nacional, y desde luego el regional, el local, el familiar y finalmente el personal, son los escenarios donde se llevarán a cabo las siguientes batallas. Todos esos ambientes, excepto el personal, quedan de alguna manera fuera de nuestro control como individuos: nosotros sí podemos establecer y determinar el curso de nuestra vida mediante la planeación cuidadosa de las acciones. Es lo único que queda bajo nuestro absoluto y total control. Fuera de eso, nada… o bien poco.

Juzgando desde mi óptica personal, 2019 finalmente resultó un año mucho peor de lo que se pronosticaba al finalizar 2018. Es natural: 2018 representó para México el inicio formal de un periodo de destrucción como nunca antes se había conocido en la historia de este país, y las perspectivas para 2019 lucían francamente desconsoladoras. El nuevo gobierno que debutaba presentaba serias interrogantes en cuanto a la calidad y capacidad de algunos de sus integrantes claves, empezando por el titular del Ejecutivo. La enorme tarea de transformación prometida parecía superior a sus fuerzas y pocos, si es que alguien, en los albores de 2019 se atrevía a pronosticar los pésimos resultados que finalmente se obtuvieron, gracias al deplorable trabajo de López, y de la totalidad del equipo que lo acompaña, que simplemente representó una carga inútil y un peso muerto. Por las acciones del cabecilla principal, y por las de sus funcionarios de cuarta, el balance general es franca y definitivamente negativo.

Observo el terrible impacto anímico que ha tenido el anuncio de las brutales medidas que se han tomado, y las que vienen, los nuevos incrementos a los combustibles, las obras carentes de sustentación cuyos beneficios no se visualizan, los programas clientelares que nada resuelven pero que consumen recursos con voracidad inaudita, pero subsiste la tenue ilusión de que no por ello se acabará nuestro país, y que logrará soportar el terremoto. Resulta más que evidente la forma como los desorganizados y titubeantes grupos políticos opositores al devastador régimen obradorista han estado aprovechando las oportunidades que el régimen de la 4T les ha ofrecido en bandeja de plata o de petróleo, por decirlo de manera figurada.

Opositores serios (parte del sector empresarial, ciertos medios de comunicación y algunas organizaciones cívicas), partidos políticos, cazadores indefinibles de oportunidades y devoradores de carroña política, en confusa y hasta el momento inefectiva maraña, se valen de la imperiosa necesidad que tiene el Ejecutivo federal de contrarrestar los efectos negativos del derrumbe financiero nacional, la demolición de la estructura institucional nacional, la colonización descarada de los otros dos poderes, la pérdida total de confianza y de prestigio dentro y fuera del país.

Dígase lo que se diga, nadie, o muy pocos, esperaban que un gobierno proveniente del movimiento/partido que se creó a toda prisa con los peores residuos humanos extraídos de los partidos adversarios, actuara de manera diferente a como lo ha hecho. Es evidente, y nadie lo niega, que la difícil situación que enfrentamos en parte tiene relación directa con las acciones u omisiones de los gobiernos pasados que surgieron tanto del PAN como del PRI. Por más gritos y protestas que profieran sus culpas y responsabilidades están ahí, y esa pesada carga nada ni nadie se las podrá quitar de encima. Pero por grandes que sean las culpas y las responsabilidades, no sirven como pretexto para justificar los errores terribles que se han cometido y se siguen cometiendo.

Sin embargo la gente, el pueblo bueno y sabio, sujeto a los efectos de una manipulación brutal y víctima de una carga emotiva hasta cierto punto natural, tiende a dar salida a sus frustraciones aceptando como válidos los argumentos de un predicador de barriada, de un mercachifle promotor de la desdicha, del odio y la ruptura. Una parte importante del pueblo, influido por las campañas que promueven los artífices del apocalipsis nacional, pierde de vista que las condiciones internas, sumadas a las externas, imponen la urgente toma de medidas drásticas para impedir que el país se colapse. Pero como no hay liderazgo, ni hay cabeza, ni hay idea ni voluntad, todo se está yendo al carajo.

A lo largo de los muchos años de vida que cargo sobre mis espaldas me ha tocado vivir tiempos terribles, pero ninguno que se le parezca a este. Momentos en los que México parecía haber llegado al borde mismo del precipicio, para luego recuperarse de manera casi milagrosa. Las actuales generaciones no tienen conocimiento de aquellas épocas que no son tan lejanas, y no les interesa lo que pasó ayer, aunque gravite en forma definitiva sobre lo que está sucediendo ahora. Los pecados que cometieron sus padres como ciudadanos, y de los gobiernos anteriores como ejecutores, marcan inevitablemente sus existencias y determinan sus posibilidades de cara al futuro. Pero el pasado es nuestro y el futuro se supone ser de ellos, y por lo tanto a ellos les corresponde, o debería corresponderles, tomar las medidas para enfrentar esta nueva crisis que se monta sobre las muchas crisis acumuladas.

La realidad nos dice que tanto ellos —los jóvenes— como nosotros —los adultos y los viejos— viajamos en el mismo barco, y que por consiguiente si el barco naufraga nos iremos a pique todos, sin importar la edad ni la condición social.

Al dar la vuelta de la última página del año que se nos va, no estamos borrando nada, ni nos estamos desembarazando de la carga muerta que representan los errores cometidos y las deficiencias habidas. De hecho, son elementos que gravitan de forma definitiva en lo que vendrá en este nuevo año que presenta el rostro horripilante de un monstruo devorador de vidas y porvenires, de sueños y proyectos armados con la esencia misma de una desfalleciente esperanza, que no obstante y a pesar de los pesares, se mantiene.

Vamos cerrando unas puertas y vamos abriendo otras. Vamos viendo el vaso medio lleno, en vez de verlo medio vacío. No estamos nada bien, es cierto, pero es un hecho que podemos estar todavía peor. En nuestras manos está el que nuestro entorno mejore. No caigamos bajo el influjo de quienes promueven quimeras e ilusiones de paraísos inexistentes. Aunque de momento lo veamos todo oscuro, las oportunidades aún están ahí, aunque no todos las veamos con claridad. Nuestro Dios aprieta, pero no ahorca, como decían nuestras abuelas y bisabuelas, y somos un pueblo que ha demostrado ser capaz de sobreponerse a las peores adversidades. Tenemos la fuerza y tenemos el temple, sólo necesitamos recuperar la fe y la confianza que los agoreros del desastre pretenden arrebatarnos.

A todos ustedes que me honran leyendo lo que escribo, les deseo un año 2020 de salud y de paz, sin los cuales es imposible entrar en el campo de batalla, y también un año pleno de éxitos y realizaciones, en este entorno que luce complicado, mas no invencible. Seamos optimistas y confiemos en nuestra capacidad de vencer los tétricos escenarios que se nos presentan.

Adiós 2019 y bienvenido 2020… Que Dios los bendiga y proteja.

Cerrar un año de vida resulta siempre un proceso que implica una serie de situaciones que tienen que ver con sentimientos intangibles y confusos, con hechos duros y descarnados, con revisiones y evaluaciones, con sucesos felices o dolorosos, con éxitos y fracasos, y con pérdidas y ganancias de índole material o anímico.

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Este tipo de cierres son temibles por los efectos colaterales que generan en quien los realiza. Procesos que requieren valentía, honestidad y, hasta donde sea posible, objetividad y sobre todo serenidad para enfocar las cosas de manera correcta, de manera que el resultado satisfaga las expectativas que conlleva inevitablemente el revisar lo que hemos hecho, las decisiones que hemos tomado y, sobre todo, los resultados que obtuvimos, sean buenos o malos.

Abrir un nuevo año, por el contrario, implica un enfrentamiento con lo desconocido, un asomarnos a un amenazante hoyo negro sin forma o sustancia, y por lo tanto toparnos cara a cara con posibilidades y probabilidades especulativas e imaginarias, con planes y proyectos que hemos diseñado y que, lo queramos o no, tienen todo o mucho que ver con lo que hayamos hecho o dejado de hacer en el año que se fue. Es el momento crucial de asumir los eventos y las decisiones, y los resultados que hemos de poner en la contabilidad de nuestra existencia dentro de las columnas del debe y el haber, del activo o el pasivo de nuestra vida.

El proceso de apertura de un nuevo capítulo de nuestra vida resulta tan temible o más que el de cierre, por muchos y muy diversos motivos, entre los que destaca la tendencia —por lo demás muy humana— de tratar de controlar lo desconocido, en vez de atenernos a lo que sabemos que es real, o a lo que conocemos por experiencia, y lo que por lo tanto podemos determinar con relativa certeza, en cuanto a los efectos esperados.

Lo que vendrá en el año 2020 para cada uno de nosotros en lo individual, y desde luego en lo familiar y en lo colectivo, en buena medida tiene su origen en lo que hemos hecho, o dejado de hacer, tanto en 2019 como en los años anteriores. Es absurdo tratar de archivar la vida en compartimientos estancos, como si no formaran parte de una reacción en cadena cuyo principio podemos determinar, pero cuyo desenlace queda fuera de nuestro alcance controlar. Decisiones y consecuencias, y ahí está el meollo del asunto.

A lo largo de la última mitad del tremendo año que está por concluir, ya se habían empezado a esbozar y definir las características que se pronostican para este año que pronto va a empezar, las dificultades y los grandes escollos que tendremos que enfrentar, los dolores de cabeza, las frustraciones, los enfrentamientos y los odios provocados por una estrategia de ruptura nunca antes vista en nuestro país.

Desde luego, el entorno global es y representa un factor muy real, aunque haya quien absurdamente pretenda minimizar o ignorar sus impactos y efectos. Pero de igual manera el entorno nacional, y desde luego el regional, el local, el familiar y finalmente el personal, son los escenarios donde se llevarán a cabo las siguientes batallas. Todos esos ambientes, excepto el personal, quedan de alguna manera fuera de nuestro control como individuos: nosotros sí podemos establecer y determinar el curso de nuestra vida mediante la planeación cuidadosa de las acciones. Es lo único que queda bajo nuestro absoluto y total control. Fuera de eso, nada… o bien poco.

Juzgando desde mi óptica personal, 2019 finalmente resultó un año mucho peor de lo que se pronosticaba al finalizar 2018. Es natural: 2018 representó para México el inicio formal de un periodo de destrucción como nunca antes se había conocido en la historia de este país, y las perspectivas para 2019 lucían francamente desconsoladoras. El nuevo gobierno que debutaba presentaba serias interrogantes en cuanto a la calidad y capacidad de algunos de sus integrantes claves, empezando por el titular del Ejecutivo. La enorme tarea de transformación prometida parecía superior a sus fuerzas y pocos, si es que alguien, en los albores de 2019 se atrevía a pronosticar los pésimos resultados que finalmente se obtuvieron, gracias al deplorable trabajo de López, y de la totalidad del equipo que lo acompaña, que simplemente representó una carga inútil y un peso muerto. Por las acciones del cabecilla principal, y por las de sus funcionarios de cuarta, el balance general es franca y definitivamente negativo.

Observo el terrible impacto anímico que ha tenido el anuncio de las brutales medidas que se han tomado, y las que vienen, los nuevos incrementos a los combustibles, las obras carentes de sustentación cuyos beneficios no se visualizan, los programas clientelares que nada resuelven pero que consumen recursos con voracidad inaudita, pero subsiste la tenue ilusión de que no por ello se acabará nuestro país, y que logrará soportar el terremoto. Resulta más que evidente la forma como los desorganizados y titubeantes grupos políticos opositores al devastador régimen obradorista han estado aprovechando las oportunidades que el régimen de la 4T les ha ofrecido en bandeja de plata o de petróleo, por decirlo de manera figurada.

Opositores serios (parte del sector empresarial, ciertos medios de comunicación y algunas organizaciones cívicas), partidos políticos, cazadores indefinibles de oportunidades y devoradores de carroña política, en confusa y hasta el momento inefectiva maraña, se valen de la imperiosa necesidad que tiene el Ejecutivo federal de contrarrestar los efectos negativos del derrumbe financiero nacional, la demolición de la estructura institucional nacional, la colonización descarada de los otros dos poderes, la pérdida total de confianza y de prestigio dentro y fuera del país.

Dígase lo que se diga, nadie, o muy pocos, esperaban que un gobierno proveniente del movimiento/partido que se creó a toda prisa con los peores residuos humanos extraídos de los partidos adversarios, actuara de manera diferente a como lo ha hecho. Es evidente, y nadie lo niega, que la difícil situación que enfrentamos en parte tiene relación directa con las acciones u omisiones de los gobiernos pasados que surgieron tanto del PAN como del PRI. Por más gritos y protestas que profieran sus culpas y responsabilidades están ahí, y esa pesada carga nada ni nadie se las podrá quitar de encima. Pero por grandes que sean las culpas y las responsabilidades, no sirven como pretexto para justificar los errores terribles que se han cometido y se siguen cometiendo.

Sin embargo la gente, el pueblo bueno y sabio, sujeto a los efectos de una manipulación brutal y víctima de una carga emotiva hasta cierto punto natural, tiende a dar salida a sus frustraciones aceptando como válidos los argumentos de un predicador de barriada, de un mercachifle promotor de la desdicha, del odio y la ruptura. Una parte importante del pueblo, influido por las campañas que promueven los artífices del apocalipsis nacional, pierde de vista que las condiciones internas, sumadas a las externas, imponen la urgente toma de medidas drásticas para impedir que el país se colapse. Pero como no hay liderazgo, ni hay cabeza, ni hay idea ni voluntad, todo se está yendo al carajo.

A lo largo de los muchos años de vida que cargo sobre mis espaldas me ha tocado vivir tiempos terribles, pero ninguno que se le parezca a este. Momentos en los que México parecía haber llegado al borde mismo del precipicio, para luego recuperarse de manera casi milagrosa. Las actuales generaciones no tienen conocimiento de aquellas épocas que no son tan lejanas, y no les interesa lo que pasó ayer, aunque gravite en forma definitiva sobre lo que está sucediendo ahora. Los pecados que cometieron sus padres como ciudadanos, y de los gobiernos anteriores como ejecutores, marcan inevitablemente sus existencias y determinan sus posibilidades de cara al futuro. Pero el pasado es nuestro y el futuro se supone ser de ellos, y por lo tanto a ellos les corresponde, o debería corresponderles, tomar las medidas para enfrentar esta nueva crisis que se monta sobre las muchas crisis acumuladas.

La realidad nos dice que tanto ellos —los jóvenes— como nosotros —los adultos y los viejos— viajamos en el mismo barco, y que por consiguiente si el barco naufraga nos iremos a pique todos, sin importar la edad ni la condición social.

Al dar la vuelta de la última página del año que se nos va, no estamos borrando nada, ni nos estamos desembarazando de la carga muerta que representan los errores cometidos y las deficiencias habidas. De hecho, son elementos que gravitan de forma definitiva en lo que vendrá en este nuevo año que presenta el rostro horripilante de un monstruo devorador de vidas y porvenires, de sueños y proyectos armados con la esencia misma de una desfalleciente esperanza, que no obstante y a pesar de los pesares, se mantiene.

Vamos cerrando unas puertas y vamos abriendo otras. Vamos viendo el vaso medio lleno, en vez de verlo medio vacío. No estamos nada bien, es cierto, pero es un hecho que podemos estar todavía peor. En nuestras manos está el que nuestro entorno mejore. No caigamos bajo el influjo de quienes promueven quimeras e ilusiones de paraísos inexistentes. Aunque de momento lo veamos todo oscuro, las oportunidades aún están ahí, aunque no todos las veamos con claridad. Nuestro Dios aprieta, pero no ahorca, como decían nuestras abuelas y bisabuelas, y somos un pueblo que ha demostrado ser capaz de sobreponerse a las peores adversidades. Tenemos la fuerza y tenemos el temple, sólo necesitamos recuperar la fe y la confianza que los agoreros del desastre pretenden arrebatarnos.

A todos ustedes que me honran leyendo lo que escribo, les deseo un año 2020 de salud y de paz, sin los cuales es imposible entrar en el campo de batalla, y también un año pleno de éxitos y realizaciones, en este entorno que luce complicado, mas no invencible. Seamos optimistas y confiemos en nuestra capacidad de vencer los tétricos escenarios que se nos presentan.

Adiós 2019 y bienvenido 2020… Que Dios los bendiga y proteja.