/ viernes 13 de noviembre de 2020

Casa de las ideas | Cumplir años

"El tiempo corre muy de prisa… pero para unos corre más de prisa que para otros”

Normalmente un cumpleaños es motivo de satisfacción, de felicidad y alegría. Es lo normal. Un cumpleaños es motivo de fiesta, de jolgorio, y muchas veces sirve como pretexto para una tremenda parranda. Esto último ya no es tan normal, o no debería serlo. Los cumpleaños regularmente ofrecen la oportunidad para celebraciones diversas, que varían de acuerdo con la mentalidad y las posibilidades de cada quien. Permite también que los familiares y amigos se acerquen y compartan la felicidad del cumpleañero y le hagan patente su cariño. Sea como sea, un cumpleaños es un evento importante y especial en la vida de cualquier persona.

RECIBE LAS NOTICIAS MÁS IMPORTANTES, ALERTAS, REPORTAJES E HISTORIAS DIRECTO EN TU CELULAR, ¡CON UN SOLO CLICK!

Se entiende y justifica el festejo jubiloso que genera usualmente un cumpleaños. No hay problema con eso. Se vale y se acepta como algo absolutamente normal y natural. Pero cumplir años es más, mucho más que lo anteriormente descrito: fiestas, comilonas y libaciones abundantes, piñatas y música, pasteles y regalos, abrazos y apapachos. Después de la celebración quedan los resabios, los malestares estomacales y la cruda, cuando se ha comido y bebido en exceso, y muchas veces quedan también las deudas, cuando se ha gastado demasiado dinero en la pachanga.

El momento de felicidad que genera un aniversario suele ser efímero y pasa con rapidez, muchas veces sin dejar una huella espiritual realmente significativa. Suele dejar además una especie de vacío emocional que no se puede llenar con ninguna celebración, con ningún abrazo o demostración de afecto, sea de quien sea. Queda por ahí un vago sentimiento de insatisfacción, de búsqueda de explicaciones y de preguntas cuyas respuestas pocas veces se encuentran.

Cumplir años es mucho más que una mera acumulación de hojas de calendarios, de festejos de aniversarios que se van sobreponiendo uno sobre otro, acomodándose lentamente e integrando capa tras capa el hojaldre que conforma la vida de las personas.

Cada año que llega y se va, cada cumpleaños que llega y luego se va, debería dejarnos algo importante, algo significativo, sin embargo, desafortunadamente no siempre es así. El tiempo, que es inclemente e insensible, no actúa de esa manera, ni tiene contemplaciones o compasión con nadie. Como que la vida al pasar nos va arrebatando la sensibilidad, como que los golpes que constantemente nos propina nos entumen la voluntad, y nos quitan un poco cada vez la capacidad de sentir, de comprender, de aprender… con la acumulación de aniversarios ese paulatino deterioro se convierte en una especie de sepulcro, con una lápida sin nombre que día a día se va blanqueando al sol y acumulando polvo y cenizas.

No sé cómo les sucede a ustedes, amigas y amigos, pero a mí me pasa algo así. De verdad espero que en su caso sea diferente, y que el mío sea un fenómeno privado único, porque les juro que no tiene nada de agradable ni de deseable. Abrir los ojos a la realidad, y darse cuenta de que los cumpleaños tienen dos caras… o incluso más. Cuando se llega a la edad que yo tengo, se podría esperar que las experiencias acumuladas a lo largo de tantos años, de tantos días y tantas horas, actuarían como un mullido colchón de amortiguamiento, pero no es así. Cuando menos en mi caso particular no lo es. En teoría debería serlo, pero tristemente no es así.

He caminado mucho, pero no he llegado muy lejos. A estas alturas de mi vida les puedo asegurar que he avanzado poco, casi nada. Aquel ímpetu inicial que tuve alguna vez se fue volviendo cada vez menos perceptible; aquel fuego que parecía arder en mis entrañas se fue apagando, y hoy ya sólo quedan rescoldos mortecinos. No sé qué les ha sucedido a todos esos años que he estado en este mundo, no sé qué ha pasado con todos aquellos sueños, con mis anhelos, con aquellas ilusiones y tantos y tantos proyectos que fui forjando con esmero, y luego abandonando a la vera del camino como flores muertas, como esqueletos sin sepultura.

Yo no sé si ustedes crean en la predestinación, amigas y amigos. Si piensan que de alguna manera cada uno de nosotros tiene un destino preestablecido, y que hagamos lo que hagamos no lograremos modificarlo. El fatalismo llevado al extremo es corrosivo. Desde luego no tiene nada de agradable pensar así, porque nos arrebata la esperanza de que existe la manera de zafarnos de los yugos que nos impone la existencia. La convicción de que en el libre albedrío con que el Creador nos dotó, está la respuesta a las vueltas y revueltas de la vida, y que parecen empujarnos hacia un destino cierto, implacable e ineludible.

Déjenme preguntarles: ¿Alguno de ustedes es capaz de recordar algún cumpleaños que haya resultado realmente especial? ¿Algún aniversario que haya trascendido y les haya dejado combustible suficiente para llegar al final del camino? ¿Algo que les haya preparado para lo que vendría después, para enfrentar los días, las semanas y los meses siguientes hasta la llegada del siguiente aniversario? ¿O simplemente han sido eventos intrascendentes y fugaces, vacíos de significado y contenido real, fiestas que se celebraron con gran alegría, y que luego pasaron sin dejarnos otra cosa que un breve recuerdo, y luego nada?

De no ser por aquellas viejas películas de 8 mm que hace años no vemos, y de los videos tomadas con las cámaras que hoy están arrumbadas en algún cuarto de tilichis dentro de alguna caja de cartón amarrada con una cuerda de cáñamo, y más recientemente con los videos tomados con los teléfonos celulares que actúan como los modernos archivos, nada habría quedado registrado para ser revivido más tarde. Ninguna imagen, ninguna carcajada, ningún momento memorable… ¡Qué triste que para muchos de nosotros, tal vez la mayoría, las cosas sean así, pero es la realidad, una realidad personal e intransferible que no podemos evadir, y de la que resulta imposible escapar!

Este día 12 de noviembre cumplo 83 años de edad física. Y lo digo no para que me feliciten y me transmitan los buenos deseos tradicionales, sino como simple información pertinente. Y dije “edad física” porque la edad mental y emocional es otra cosa completamente diferente. Mi cuerpo me recuerda constantemente el tiempo que llevo en este mundo, y por su lado mi mente traicionera y rebelde insiste en ocultarlo. A mis 83 años tengo los achaques y las dolencias que son naturales en esta edad. Nada grave, simplemente lo usual, pero en cambio Dios me ha dado una mente que no va al parejo con mi cuerpo. A medida que pasan los días mi organismo se va consumiendo, en tanto que mi mente insiste en mantenerse viva y actual. Mientras la vitalidad física paulatinamente se va reduciendo en mí, la actividad mental se mantiene más o menos en un nivel aceptable. Y por ello doy infinitas gracias a Dios N.S.

A pesar de que siento un dolor profundo al recordar la intrascendencia de mis 82 aniversarios pasados, y de voltear los ojos de mi memoria buscando inútilmente algo importante que haya ocurrido en la infinidad de fiestas y celebraciones, doy gracias al Señor porque en mi memoria los demás recuerdos de mi infancia y juventud siguen vivos, palpitantes y frescos como si fueran cosas que hubieran sucedido apenas ayer. Y eso me permite ofrecérselos a ustedes en nuestras charlas, amigas y amigos, como un regalo, como un tributo de agradecimiento por estar en mi vida, por brindarme su compañía y por obsequiarme de cuando en cuando una fracción de su valioso tiempo cada vez que escuchan mis mensajes y reflexiones.

Eso para mí tiene un significado sumamente importante, porque representa un testimonio real de que mi paso por este mundo no ha sido del todo estéril, y que los miles y miles de palabras que he dejado escritas y grabadas a lo largo de los muchos años que he dedicado al noble y sufrido oficio del periodismo, son como minúsculas semillas que he plantado con esperanza en los surcos de mi vida, aunque sin la certeza de poder cosechar los frutos de lo que he sembrado.

Es imposible saber lo que me tiene reservado el Señor. Ignoro cuál sea mi destino final, cuánto tiempo de permanencia me quede en este mundo, ni dónde pueda estar pintada esa famosa raya que nadie ha logrado saltar jamás. No me da miedo morir, y de hecho siempre le tenido más miedo a la vida que a la muerte.

A pesar de que a lo largo del camino la muerte me ha arrancado trozos gruesos del corazón, del cual solo me quedan unos cuantos pedazos, y que he perdido a mi hija Rossy, a mis padres Óscar y Lily, a mis segundos padres don Pancho y doña María Luisa, a dos de mis muy queridas hermanas Leticia y Gloria y a Marco Antonio, uno de mis hermanos, y que más de la mitad de mis entrañables amigos de juventud ya se han marchado de este mundo, yo sigo adelante sin aflojarle, con el alma turbada, herida y entristecida, pero tratando de no perder el ánimo ni la aviada.

Sigue a El Sol de Hermosillo en Google News y mantente informado con las noticias más recientes

Tengo grandes pendientes e ineludibles tareas que debo cumplir a cabalidad, antes de marcharme. Gracias a Dios todavía está a mi lado María Emma, mi amada esposa e inseparable compañera de mi vida, que necesita de mis cuidados, atenciones y cariño. Tengo a mis tres hijos y a una de mis nueras; y me quedan tres nietas y cuatro nietos que aún me necesitan, siquiera como un insignificante motivo de inspiración. Con eso es bastante y más que suficiente para justificar mi presencia en este mundo y en sus vidas, y los esfuerzos que buenamente pueda realizar para aportar algo a sus vidas, que para mí son lo más precioso en este mundo.

Así que: ¡Bienvenido el aniversario 83… y voy por el resto!

"El tiempo corre muy de prisa… pero para unos corre más de prisa que para otros”

Normalmente un cumpleaños es motivo de satisfacción, de felicidad y alegría. Es lo normal. Un cumpleaños es motivo de fiesta, de jolgorio, y muchas veces sirve como pretexto para una tremenda parranda. Esto último ya no es tan normal, o no debería serlo. Los cumpleaños regularmente ofrecen la oportunidad para celebraciones diversas, que varían de acuerdo con la mentalidad y las posibilidades de cada quien. Permite también que los familiares y amigos se acerquen y compartan la felicidad del cumpleañero y le hagan patente su cariño. Sea como sea, un cumpleaños es un evento importante y especial en la vida de cualquier persona.

RECIBE LAS NOTICIAS MÁS IMPORTANTES, ALERTAS, REPORTAJES E HISTORIAS DIRECTO EN TU CELULAR, ¡CON UN SOLO CLICK!

Se entiende y justifica el festejo jubiloso que genera usualmente un cumpleaños. No hay problema con eso. Se vale y se acepta como algo absolutamente normal y natural. Pero cumplir años es más, mucho más que lo anteriormente descrito: fiestas, comilonas y libaciones abundantes, piñatas y música, pasteles y regalos, abrazos y apapachos. Después de la celebración quedan los resabios, los malestares estomacales y la cruda, cuando se ha comido y bebido en exceso, y muchas veces quedan también las deudas, cuando se ha gastado demasiado dinero en la pachanga.

El momento de felicidad que genera un aniversario suele ser efímero y pasa con rapidez, muchas veces sin dejar una huella espiritual realmente significativa. Suele dejar además una especie de vacío emocional que no se puede llenar con ninguna celebración, con ningún abrazo o demostración de afecto, sea de quien sea. Queda por ahí un vago sentimiento de insatisfacción, de búsqueda de explicaciones y de preguntas cuyas respuestas pocas veces se encuentran.

Cumplir años es mucho más que una mera acumulación de hojas de calendarios, de festejos de aniversarios que se van sobreponiendo uno sobre otro, acomodándose lentamente e integrando capa tras capa el hojaldre que conforma la vida de las personas.

Cada año que llega y se va, cada cumpleaños que llega y luego se va, debería dejarnos algo importante, algo significativo, sin embargo, desafortunadamente no siempre es así. El tiempo, que es inclemente e insensible, no actúa de esa manera, ni tiene contemplaciones o compasión con nadie. Como que la vida al pasar nos va arrebatando la sensibilidad, como que los golpes que constantemente nos propina nos entumen la voluntad, y nos quitan un poco cada vez la capacidad de sentir, de comprender, de aprender… con la acumulación de aniversarios ese paulatino deterioro se convierte en una especie de sepulcro, con una lápida sin nombre que día a día se va blanqueando al sol y acumulando polvo y cenizas.

No sé cómo les sucede a ustedes, amigas y amigos, pero a mí me pasa algo así. De verdad espero que en su caso sea diferente, y que el mío sea un fenómeno privado único, porque les juro que no tiene nada de agradable ni de deseable. Abrir los ojos a la realidad, y darse cuenta de que los cumpleaños tienen dos caras… o incluso más. Cuando se llega a la edad que yo tengo, se podría esperar que las experiencias acumuladas a lo largo de tantos años, de tantos días y tantas horas, actuarían como un mullido colchón de amortiguamiento, pero no es así. Cuando menos en mi caso particular no lo es. En teoría debería serlo, pero tristemente no es así.

He caminado mucho, pero no he llegado muy lejos. A estas alturas de mi vida les puedo asegurar que he avanzado poco, casi nada. Aquel ímpetu inicial que tuve alguna vez se fue volviendo cada vez menos perceptible; aquel fuego que parecía arder en mis entrañas se fue apagando, y hoy ya sólo quedan rescoldos mortecinos. No sé qué les ha sucedido a todos esos años que he estado en este mundo, no sé qué ha pasado con todos aquellos sueños, con mis anhelos, con aquellas ilusiones y tantos y tantos proyectos que fui forjando con esmero, y luego abandonando a la vera del camino como flores muertas, como esqueletos sin sepultura.

Yo no sé si ustedes crean en la predestinación, amigas y amigos. Si piensan que de alguna manera cada uno de nosotros tiene un destino preestablecido, y que hagamos lo que hagamos no lograremos modificarlo. El fatalismo llevado al extremo es corrosivo. Desde luego no tiene nada de agradable pensar así, porque nos arrebata la esperanza de que existe la manera de zafarnos de los yugos que nos impone la existencia. La convicción de que en el libre albedrío con que el Creador nos dotó, está la respuesta a las vueltas y revueltas de la vida, y que parecen empujarnos hacia un destino cierto, implacable e ineludible.

Déjenme preguntarles: ¿Alguno de ustedes es capaz de recordar algún cumpleaños que haya resultado realmente especial? ¿Algún aniversario que haya trascendido y les haya dejado combustible suficiente para llegar al final del camino? ¿Algo que les haya preparado para lo que vendría después, para enfrentar los días, las semanas y los meses siguientes hasta la llegada del siguiente aniversario? ¿O simplemente han sido eventos intrascendentes y fugaces, vacíos de significado y contenido real, fiestas que se celebraron con gran alegría, y que luego pasaron sin dejarnos otra cosa que un breve recuerdo, y luego nada?

De no ser por aquellas viejas películas de 8 mm que hace años no vemos, y de los videos tomadas con las cámaras que hoy están arrumbadas en algún cuarto de tilichis dentro de alguna caja de cartón amarrada con una cuerda de cáñamo, y más recientemente con los videos tomados con los teléfonos celulares que actúan como los modernos archivos, nada habría quedado registrado para ser revivido más tarde. Ninguna imagen, ninguna carcajada, ningún momento memorable… ¡Qué triste que para muchos de nosotros, tal vez la mayoría, las cosas sean así, pero es la realidad, una realidad personal e intransferible que no podemos evadir, y de la que resulta imposible escapar!

Este día 12 de noviembre cumplo 83 años de edad física. Y lo digo no para que me feliciten y me transmitan los buenos deseos tradicionales, sino como simple información pertinente. Y dije “edad física” porque la edad mental y emocional es otra cosa completamente diferente. Mi cuerpo me recuerda constantemente el tiempo que llevo en este mundo, y por su lado mi mente traicionera y rebelde insiste en ocultarlo. A mis 83 años tengo los achaques y las dolencias que son naturales en esta edad. Nada grave, simplemente lo usual, pero en cambio Dios me ha dado una mente que no va al parejo con mi cuerpo. A medida que pasan los días mi organismo se va consumiendo, en tanto que mi mente insiste en mantenerse viva y actual. Mientras la vitalidad física paulatinamente se va reduciendo en mí, la actividad mental se mantiene más o menos en un nivel aceptable. Y por ello doy infinitas gracias a Dios N.S.

A pesar de que siento un dolor profundo al recordar la intrascendencia de mis 82 aniversarios pasados, y de voltear los ojos de mi memoria buscando inútilmente algo importante que haya ocurrido en la infinidad de fiestas y celebraciones, doy gracias al Señor porque en mi memoria los demás recuerdos de mi infancia y juventud siguen vivos, palpitantes y frescos como si fueran cosas que hubieran sucedido apenas ayer. Y eso me permite ofrecérselos a ustedes en nuestras charlas, amigas y amigos, como un regalo, como un tributo de agradecimiento por estar en mi vida, por brindarme su compañía y por obsequiarme de cuando en cuando una fracción de su valioso tiempo cada vez que escuchan mis mensajes y reflexiones.

Eso para mí tiene un significado sumamente importante, porque representa un testimonio real de que mi paso por este mundo no ha sido del todo estéril, y que los miles y miles de palabras que he dejado escritas y grabadas a lo largo de los muchos años que he dedicado al noble y sufrido oficio del periodismo, son como minúsculas semillas que he plantado con esperanza en los surcos de mi vida, aunque sin la certeza de poder cosechar los frutos de lo que he sembrado.

Es imposible saber lo que me tiene reservado el Señor. Ignoro cuál sea mi destino final, cuánto tiempo de permanencia me quede en este mundo, ni dónde pueda estar pintada esa famosa raya que nadie ha logrado saltar jamás. No me da miedo morir, y de hecho siempre le tenido más miedo a la vida que a la muerte.

A pesar de que a lo largo del camino la muerte me ha arrancado trozos gruesos del corazón, del cual solo me quedan unos cuantos pedazos, y que he perdido a mi hija Rossy, a mis padres Óscar y Lily, a mis segundos padres don Pancho y doña María Luisa, a dos de mis muy queridas hermanas Leticia y Gloria y a Marco Antonio, uno de mis hermanos, y que más de la mitad de mis entrañables amigos de juventud ya se han marchado de este mundo, yo sigo adelante sin aflojarle, con el alma turbada, herida y entristecida, pero tratando de no perder el ánimo ni la aviada.

Sigue a El Sol de Hermosillo en Google News y mantente informado con las noticias más recientes

Tengo grandes pendientes e ineludibles tareas que debo cumplir a cabalidad, antes de marcharme. Gracias a Dios todavía está a mi lado María Emma, mi amada esposa e inseparable compañera de mi vida, que necesita de mis cuidados, atenciones y cariño. Tengo a mis tres hijos y a una de mis nueras; y me quedan tres nietas y cuatro nietos que aún me necesitan, siquiera como un insignificante motivo de inspiración. Con eso es bastante y más que suficiente para justificar mi presencia en este mundo y en sus vidas, y los esfuerzos que buenamente pueda realizar para aportar algo a sus vidas, que para mí son lo más precioso en este mundo.

Así que: ¡Bienvenido el aniversario 83… y voy por el resto!