/ viernes 22 de noviembre de 2019

Casa de las ideas | Diálogos de un cínico con su alma

(Escrito en octubre de 1994, hace 25 años)

“Como un deber de conciencia, y también como un gesto de profundo amor, hoy cedo gustosamente mi lugar a mi hermano Miguel Alfonso, un hombre portentoso en su cultura y en su honestidad intelectual, al que amo y respeto profundamente, por compromiso de sangre, por lo que somos y hemos sido, y a pesar de las sombrías circunstancias de la vida”.

ooOoo

En este momento y en esta hora, estoy derrotado y solo... muy solo.

¿Cómo puedo ser el que creo soy, si durante toda mi vida creí estar siendo otro?

¿Cómo puede ser que ahora me encuentre con que toda mi vida he estado cavando, cuando yo creía estar escalando?

¿De dónde este niño que en realidad soy, y no el hombre que creía estar siendo?

Soy un ladrón de mí mismo. Hoy me desperté, temblando de pavor y sudando frío, con las manos vacías, pues me había robado todo lo que siempre creí ser.

Y dudo en abrigar la esperanza de que mi soledad y cinismo sean —como propone Octavio Paz— “ruptura con un mundo caduco y preparación para el regreso y la lucha final”. Más bien soy, en mi soledad, “un enfermo, una rama muerta que hay que cortar y quemar”.

He vivido toda mi vida creyendo que creía que “el hombre es intrínsecamente bueno”. Hoy me invade avasalladora la duda: ¿el hombre es intrínsecamente malo? ¿O tan sólo, como dice Desmond Morris, “el hombre es intrínsecamente animal”, es un "mono desnudo" que al adquirir nuevos y “elevados” móviles, no perdió ninguno de los más vivos y prosaicos?

Imaginamos que actuamos de cierta manera porque este comportamiento está de acuerdo con algún código abstracto y severo de principios morales, cuando en realidad, lo único que hacemos es someternos a una serie de impresiones puramente imitativas, olvidadas desde hace tiempo. Reminiscencias del animal.

¡Qué extraña sensación! ¿Dónde se me perdió el alma? Me detengo a la orilla del camino y por más que me esfuerzo oteando hacia atrás, hacia delante, hacia los lados, ¡no me encuentro a mí mismo...! Me he dejado solo.

¿Quién me podrá decir ahora? ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

Como el adolescente de Octavio Paz, inclinado sobre el río de mi conciencia, me pregunto si ese rostro que aflora lentamente, deformado por el agua, es el mío.

Junto con Van der Meersch me pregunto: ¿creo que el hombre es susceptible de perfección? ¿A pesar del espectáculo que contemplo todos los días, en todos lados, por todas partes? ¿A pesar de la realidad? Desde el bruto prehistórico, no veo evidencia de que haya cambiado nada en nosotros.

H. G. Wells hace decir a su Gulliver “No pude convencerme de que los hombres y mujeres que veía no fuesen también otro pueblo de bestias. Y hasta me pareció que tampoco yo era una criatura razonable, sino sólo un animal atormentado por algún extraño desorden en su cerebro, que le ordenaba divagar a solas”. Y Freeman Dyson dice: “En el fondo, no somos mejores que las muchedumbres que solían acudir al Coliseo romano, hace mil novecientos años, a ver a los gladiadores hacerse pedazos entre sí”.

¿Será que vamos, como lo pensó Nietzche, hacia el superhombre? ¿Y que para el proyecto finalice lo transcurrido todavía es muy poco? Sólo unos miles de años. Más pronto o más tarde, nos iremos y dejaremos nuestro sitio a algo distinto.

¿Será —como plantea Van der Meersch— que la conciencia, la noción del yo, es simplemente un accidente desgraciado? Imaginemos a una hormiga, que vive, trabaja y sufre… ¿Qué ganaría si se le regalara la conciencia?

Tanta vida desperdiciada. Millones de simientes no prosperadas. La degollina, la mantis devorando al macho mientras copulan.

Aún lo que creía virtudes mías, cuan claro las veo hoy como manifestaciones de orgullo, egoísmo, afán de dominio.

¿Dónde está la verdad? ¿Dónde buscarla? ¿A quién preguntarle?

¿Soy un loco? ¿O soy, por el contrario, más humano que los demás hombres?

Dejarme llevar... vivir, esperar, no cambiar nada... Es la única virtud de que me siento capaz. Deslizarme por la pendiente del menor sufrimiento.

La estructura de mi vida, que cual sólido bronce o cerámica templada yo creía tener, hoy como arena entre los dedos se me escapa.

¿Dónde están mis triunfos, lo que con tanto sudor y trabajo y sufrimiento construí?

¡Pero si yo creía en Dios, en la moral, los valores, en la bondad, en la ambición, en la familia! ¿Por qué ahora se erigen como espectros fabulosos, y se ríen en mi cara?

En las palmas de mis manos sólo quedan fantasmas de lo que fue. Fantasmas de granos de arena.

Vanidad, todo es vanidad, dice Salomón.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

(Escrito en octubre de 1994, hace 25 años)

“Como un deber de conciencia, y también como un gesto de profundo amor, hoy cedo gustosamente mi lugar a mi hermano Miguel Alfonso, un hombre portentoso en su cultura y en su honestidad intelectual, al que amo y respeto profundamente, por compromiso de sangre, por lo que somos y hemos sido, y a pesar de las sombrías circunstancias de la vida”.

ooOoo

En este momento y en esta hora, estoy derrotado y solo... muy solo.

¿Cómo puedo ser el que creo soy, si durante toda mi vida creí estar siendo otro?

¿Cómo puede ser que ahora me encuentre con que toda mi vida he estado cavando, cuando yo creía estar escalando?

¿De dónde este niño que en realidad soy, y no el hombre que creía estar siendo?

Soy un ladrón de mí mismo. Hoy me desperté, temblando de pavor y sudando frío, con las manos vacías, pues me había robado todo lo que siempre creí ser.

Y dudo en abrigar la esperanza de que mi soledad y cinismo sean —como propone Octavio Paz— “ruptura con un mundo caduco y preparación para el regreso y la lucha final”. Más bien soy, en mi soledad, “un enfermo, una rama muerta que hay que cortar y quemar”.

He vivido toda mi vida creyendo que creía que “el hombre es intrínsecamente bueno”. Hoy me invade avasalladora la duda: ¿el hombre es intrínsecamente malo? ¿O tan sólo, como dice Desmond Morris, “el hombre es intrínsecamente animal”, es un "mono desnudo" que al adquirir nuevos y “elevados” móviles, no perdió ninguno de los más vivos y prosaicos?

Imaginamos que actuamos de cierta manera porque este comportamiento está de acuerdo con algún código abstracto y severo de principios morales, cuando en realidad, lo único que hacemos es someternos a una serie de impresiones puramente imitativas, olvidadas desde hace tiempo. Reminiscencias del animal.

¡Qué extraña sensación! ¿Dónde se me perdió el alma? Me detengo a la orilla del camino y por más que me esfuerzo oteando hacia atrás, hacia delante, hacia los lados, ¡no me encuentro a mí mismo...! Me he dejado solo.

¿Quién me podrá decir ahora? ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy?

Como el adolescente de Octavio Paz, inclinado sobre el río de mi conciencia, me pregunto si ese rostro que aflora lentamente, deformado por el agua, es el mío.

Junto con Van der Meersch me pregunto: ¿creo que el hombre es susceptible de perfección? ¿A pesar del espectáculo que contemplo todos los días, en todos lados, por todas partes? ¿A pesar de la realidad? Desde el bruto prehistórico, no veo evidencia de que haya cambiado nada en nosotros.

H. G. Wells hace decir a su Gulliver “No pude convencerme de que los hombres y mujeres que veía no fuesen también otro pueblo de bestias. Y hasta me pareció que tampoco yo era una criatura razonable, sino sólo un animal atormentado por algún extraño desorden en su cerebro, que le ordenaba divagar a solas”. Y Freeman Dyson dice: “En el fondo, no somos mejores que las muchedumbres que solían acudir al Coliseo romano, hace mil novecientos años, a ver a los gladiadores hacerse pedazos entre sí”.

¿Será que vamos, como lo pensó Nietzche, hacia el superhombre? ¿Y que para el proyecto finalice lo transcurrido todavía es muy poco? Sólo unos miles de años. Más pronto o más tarde, nos iremos y dejaremos nuestro sitio a algo distinto.

¿Será —como plantea Van der Meersch— que la conciencia, la noción del yo, es simplemente un accidente desgraciado? Imaginemos a una hormiga, que vive, trabaja y sufre… ¿Qué ganaría si se le regalara la conciencia?

Tanta vida desperdiciada. Millones de simientes no prosperadas. La degollina, la mantis devorando al macho mientras copulan.

Aún lo que creía virtudes mías, cuan claro las veo hoy como manifestaciones de orgullo, egoísmo, afán de dominio.

¿Dónde está la verdad? ¿Dónde buscarla? ¿A quién preguntarle?

¿Soy un loco? ¿O soy, por el contrario, más humano que los demás hombres?

Dejarme llevar... vivir, esperar, no cambiar nada... Es la única virtud de que me siento capaz. Deslizarme por la pendiente del menor sufrimiento.

La estructura de mi vida, que cual sólido bronce o cerámica templada yo creía tener, hoy como arena entre los dedos se me escapa.

¿Dónde están mis triunfos, lo que con tanto sudor y trabajo y sufrimiento construí?

¡Pero si yo creía en Dios, en la moral, los valores, en la bondad, en la ambición, en la familia! ¿Por qué ahora se erigen como espectros fabulosos, y se ríen en mi cara?

En las palmas de mis manos sólo quedan fantasmas de lo que fue. Fantasmas de granos de arena.

Vanidad, todo es vanidad, dice Salomón.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com