/ lunes 2 de diciembre de 2019

Casa de las ideas | El deber de participar

Hace aproximadamente 50 años, más o menos desde que a principios de los años setenta del siglo pasado en que regresamos mi familia y yo a vivir en Hermosillo, después de residir entre 1961 y 1971 en la capital del país, me convertí en un asiduo concurrente a las marchas cívicas que se han realizado con diversos motivos en esta ciudad, a lo largo de los años. La familia de donde provengo (Romo-Salazar) siempre se distinguió por su participación activa en las viejas luchas sociales: contra las tarifas eléctricas, contra las tarifas de agua, contra los impuestos abusivos e impopulares, contra las imposiciones electorales… motivos nunca han faltado, y casi siempre, salvo casos excepcionales, he(mos) estado ahí, presentes y cumplidores.

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Por ello, y precisamente porque tengo los pelos de la burra en la mano, es que puedo decir con pleno conocimiento de causa, que la gente de Hermosillo nunca ha sido muy participativa que digamos, sino más bien apática y abúlica, desde el punto de vista cívico, aunque en lo profundo no del todo indiferente a los problemas que la atañen y lastiman. Como sea, sacar a un hermosillense de la comodidad de su casa para marchar por las calles de la ciudad, enarbolando una pancarta o una manta, o batiendo una cacerola y gritando alguna consigna, resulta sumamente difícil… casi imposible.

Siempre ha sido sumamente frustrante ver las plazas y las calles de Hermosillo semivacías, a pesar de que los motivos para protestar por algo sean plenamente justificables y válidos. La única excepción que yo recuerdo es aquel sorprendente movimiento de “Los Malnacidos” que surgió contra el impuesto de tenencia vehicular. Aquel nefasto “Comun” que le reventamos a Guillermo Padrés, cuando trató de imponerlo y no lo logró, gracias a las marchas y caravanas a las que acudimos miles de ciudadanos que respondimos como nunca antes, en ninguna otra ocasión.

No obstante, y dadas las groseras condiciones de manipulación, y la brutal capacidad de acarreo generada por la pobreza y el hambre de la omnipresente y sojuzgada masa popular, es necesario que pongamos en juego nuestra capacidad de discernimiento en su máxima expresión, para poder distinguir entre las convocatorias que son virtuosas, y las que son viciosas. Y usted, y yo, y aquel señor y aquella señora que van pasando por la banqueta de enfrente, a pesar de nuestra ingenuidad y exceso de buena voluntad, sabemos razonablemente bien cuándo se trata de una cosa, y cuándo se trata de la otra ¿no es así?

Cuando se es ciudadano, lo que realmente significa ser un ciudadano de pies a cabeza, que cumple cabalmente con sus obligaciones y responsabilidades, y que gracias a ello mantiene íntegro e intocable su derecho a exigir y a protestar por cualquier asunto que lesiona sus intereses; se convierte en una obligación moral, en un imperativo de conciencia, salir a la calle cuando es convocado para manifestarse en contra de alguna instancia de poder, alguna legislación injusta, una medida o serie de medidas que son lesivas para la comunidad, e incluso contra un gobierno que de manera sensible no está cumpliendo con sus responsabilidades constitucionales. Así debería ser, y entonces tal vez las cosas fueran diferentes, pero por desgracia no es así.

ooOoo

Interrumpí por momento este escrito que tiene usted ante sus ojos, para ir a hacer acto de presencia en las escalinatas del Museo y Biblioteca de la Unison, un punto de reunión que se ha vuelto tradicional para los ciudadanos que desean expresar cualquier inconformidad o reclamo, aquí en Hermosillo.

Lo que escribí párrafos atrás respecto a la magra participación cívica de los ciudadanos de esta ciudad, fue confirmado casi de inmediato por la escasa asistencia que hubo al lugar de reunión. Trescientas, tal vez quinientas personas, yéndome grande, y pare usted de contar. La gran mayoría personas de edad madura y avanzada, como quien esto escribe. Casi ninguna persona, hombre o mujer, menor de 40 años, con lo cual se abren una serie de preguntas cuya respuesta me causa un profundo temor. No quiero ni pensar en que la ausencia de gente joven se deba a un fenómeno de abandono y renuncia de los principios cívicos que enriquecen a una sociedad madura, y plenamente consciente de las realidades que se viven actualmente en todos los rincones del país, en particular aquí en Sonora, y aquí en Hermosillo.

Dos compañeros tomaron la palabra y pronunciaron unos mensajes que, aunque fueron aplaudidos por los concurrentes, no despertaron el entusiasmo que hubiera sido deseable, en momentos como los que estamos viviendo. Y luego, dio inicio la marcha que partió con rumbo Sur por la avenida Rosales, apenas un arroyuelo humano que, aunque escaso en su caudal, llevaba en alto el estandarte de la inconformidad y el repudio a las políticas que ha venido desarrollando el gobierno de la 4T, desde que asumió el poder.

Confieso a usted que no me consuela lo más mínimo la idea de que se trata de una oposición que apenas empieza a dar los primeros pasos, y que por eso todavía no toma forma ni fuerza. Sí veo fuerza y energía, y voluntad y decisión en muchos otros lugares del país ¿por qué en Sonora no?

Ningún partido de oposición a la 4T hizo acto de presencia en un evento en el que era necesario dar una demostración clara y contundente de unidad entre los diversos partidos políticos y los ciudadanos. En este caso específico, y desde mi particular punto de vista, no es válido el argumento de que los partidos no hicieron acto de presencia para no contaminar el carácter ciudadano del evento. En otras circunstancias y en otros momentos, sin duda hubiera sido correcta una actitud respetuosa así, pero estos no son momentos de hacerse a un lado, por los motivos que sea.

Tampoco vi por ahí algún “influencer” con miles de seguidores en redes sociales, ni sombra de algún afamado columnista de esos que presumen de saber todo y de estar en todas partes; ni se asomó por el evento, siquiera por curiosidad, un solo conductor de programas de radio y televisión de renombre y prosapia. Los que estuvimos ahí fuimos únicamente ciudadanos comunes y corrientes, viejos participantes en este tipo de eventos que nos negamos a arriar banderas, por más años, dolencias y enfermedades que traigamos cargando en las espaldas.

Asimismo, brillaron por su ausencia los ricos y poderosos líderes de las cámaras y organizaciones empresariales de la localidad que a diario hablan y dicen; y de las asociaciones de agricultores y ganaderos que tanto se quejan de haber sido golpeadas sin misericordia por la 4T. Igualmente brillaron por su ausencia los líderes sindicales, que también traen tantos fierros en la lumbre. De todos ellos ni sus luces.

Y tampoco acudieron los integrantes de las organizaciones no gubernamentales locales, que parecen haberse extinguido y pasado a mejor vida; y ausentes también estuvieron los miembros de los escasos grupos de participación política sin ligas partidistas. El entramado completo de las fuerzas cívicas de la comunidad hermosillenses, se mantuvo lejos de esta marcha de protesta… ¿Por qué motivos? Cada quien tendrá sus razones y seguramente les parecerán muy válidas, aunque en un juicio un tanto apasionado, la conclusión a la que llego es que no se vale dejar en el abandono las trincheras, cuando el enemigo se está lanzando al ataque con el enorme caudal de recursos que tiene a su disposición.

Y el resto de los hermosillenses, la gran masa conformada por esos miles de ciudadanos que diariamente se quejan del pésimo estado en que se encuentra la ciudad, que reniegan por la inseguridad, la violencia, los baches, las fugas, el caos y el deterioro general de la ciudad ¿dónde estuvieron ayer domingo? ¿Acaso el Gobierno de esta ciudad capital no forma parte también de la deplorable 4T? ¿Dónde termina la exigencia a lo que tenemos legítimo derecho, y dónde empiezan la renuncia y la cobardía que se visten de apatía? Entre el millón de habitantes que tiene esta ciudad, solamente 500 tuvimos el valor civil de acudir al llamado de la conciencia. Al llamado del deber de participar… ¡Qué enorme tristeza, verdad de Dios!

Tal vez estarían guardando sus fuerzas para acudir más tarde al desfile navideño que se realizó. Para la fiesta y el jolgorio todo, para el deber cívico, ni una migaja.

Nosotros, los que sí acudimos a cumplir con nuestro deber cívico, al contrario del equipo que le organiza a AMLO esos faraónicos espectáculos, y no siendo de los que siguen a López como ovejas obedientes y sumisas, no tenemos a nuestra disposición la fuerza del Estado, ni los recursos ilimitados que se pueden extraer a voluntad de las arcas públicas, para acarrear contingentes de todos los rincones del país hacia el Zócalo capitalino.

Nosotros no tenemos nada de eso. No tenemos otra cosa que convicciones y amor por la patria, pero eso, por importante y poderoso que sea, no parece ser suficiente ante la dimensión del adversario. Sólo tenemos la fuerza de los principios cívicos que nos fueron inculcados por nuestros padres y nuestros abuelos. Y por ello necesitamos con urgente desesperación el soporte vital que brinda la unidad y el apoyo mutuo. Sin esos elementos no somos nada, insignificantes motas de polvo flotando en el aire, o minúsculas briznas de paja en el vendaval de los acontecimientos nacionales. Sólo mediante la unidad, y sólo con la unidad podremos lograr primero detener, y después revertir, la clara tendencia destructiva de que hace gala la 4T.

Ayer fue un domingo que marcará el derrotero que seguirá el país. Y si, como se dice, por las vísperas se saca el día, entonces mucho me temo que el futuro que nos espera será mil veces peor de lo que yo haya podido imaginar en mis más terribles pesadillas.

Hace aproximadamente 50 años, más o menos desde que a principios de los años setenta del siglo pasado en que regresamos mi familia y yo a vivir en Hermosillo, después de residir entre 1961 y 1971 en la capital del país, me convertí en un asiduo concurrente a las marchas cívicas que se han realizado con diversos motivos en esta ciudad, a lo largo de los años. La familia de donde provengo (Romo-Salazar) siempre se distinguió por su participación activa en las viejas luchas sociales: contra las tarifas eléctricas, contra las tarifas de agua, contra los impuestos abusivos e impopulares, contra las imposiciones electorales… motivos nunca han faltado, y casi siempre, salvo casos excepcionales, he(mos) estado ahí, presentes y cumplidores.

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Por ello, y precisamente porque tengo los pelos de la burra en la mano, es que puedo decir con pleno conocimiento de causa, que la gente de Hermosillo nunca ha sido muy participativa que digamos, sino más bien apática y abúlica, desde el punto de vista cívico, aunque en lo profundo no del todo indiferente a los problemas que la atañen y lastiman. Como sea, sacar a un hermosillense de la comodidad de su casa para marchar por las calles de la ciudad, enarbolando una pancarta o una manta, o batiendo una cacerola y gritando alguna consigna, resulta sumamente difícil… casi imposible.

Siempre ha sido sumamente frustrante ver las plazas y las calles de Hermosillo semivacías, a pesar de que los motivos para protestar por algo sean plenamente justificables y válidos. La única excepción que yo recuerdo es aquel sorprendente movimiento de “Los Malnacidos” que surgió contra el impuesto de tenencia vehicular. Aquel nefasto “Comun” que le reventamos a Guillermo Padrés, cuando trató de imponerlo y no lo logró, gracias a las marchas y caravanas a las que acudimos miles de ciudadanos que respondimos como nunca antes, en ninguna otra ocasión.

No obstante, y dadas las groseras condiciones de manipulación, y la brutal capacidad de acarreo generada por la pobreza y el hambre de la omnipresente y sojuzgada masa popular, es necesario que pongamos en juego nuestra capacidad de discernimiento en su máxima expresión, para poder distinguir entre las convocatorias que son virtuosas, y las que son viciosas. Y usted, y yo, y aquel señor y aquella señora que van pasando por la banqueta de enfrente, a pesar de nuestra ingenuidad y exceso de buena voluntad, sabemos razonablemente bien cuándo se trata de una cosa, y cuándo se trata de la otra ¿no es así?

Cuando se es ciudadano, lo que realmente significa ser un ciudadano de pies a cabeza, que cumple cabalmente con sus obligaciones y responsabilidades, y que gracias a ello mantiene íntegro e intocable su derecho a exigir y a protestar por cualquier asunto que lesiona sus intereses; se convierte en una obligación moral, en un imperativo de conciencia, salir a la calle cuando es convocado para manifestarse en contra de alguna instancia de poder, alguna legislación injusta, una medida o serie de medidas que son lesivas para la comunidad, e incluso contra un gobierno que de manera sensible no está cumpliendo con sus responsabilidades constitucionales. Así debería ser, y entonces tal vez las cosas fueran diferentes, pero por desgracia no es así.

ooOoo

Interrumpí por momento este escrito que tiene usted ante sus ojos, para ir a hacer acto de presencia en las escalinatas del Museo y Biblioteca de la Unison, un punto de reunión que se ha vuelto tradicional para los ciudadanos que desean expresar cualquier inconformidad o reclamo, aquí en Hermosillo.

Lo que escribí párrafos atrás respecto a la magra participación cívica de los ciudadanos de esta ciudad, fue confirmado casi de inmediato por la escasa asistencia que hubo al lugar de reunión. Trescientas, tal vez quinientas personas, yéndome grande, y pare usted de contar. La gran mayoría personas de edad madura y avanzada, como quien esto escribe. Casi ninguna persona, hombre o mujer, menor de 40 años, con lo cual se abren una serie de preguntas cuya respuesta me causa un profundo temor. No quiero ni pensar en que la ausencia de gente joven se deba a un fenómeno de abandono y renuncia de los principios cívicos que enriquecen a una sociedad madura, y plenamente consciente de las realidades que se viven actualmente en todos los rincones del país, en particular aquí en Sonora, y aquí en Hermosillo.

Dos compañeros tomaron la palabra y pronunciaron unos mensajes que, aunque fueron aplaudidos por los concurrentes, no despertaron el entusiasmo que hubiera sido deseable, en momentos como los que estamos viviendo. Y luego, dio inicio la marcha que partió con rumbo Sur por la avenida Rosales, apenas un arroyuelo humano que, aunque escaso en su caudal, llevaba en alto el estandarte de la inconformidad y el repudio a las políticas que ha venido desarrollando el gobierno de la 4T, desde que asumió el poder.

Confieso a usted que no me consuela lo más mínimo la idea de que se trata de una oposición que apenas empieza a dar los primeros pasos, y que por eso todavía no toma forma ni fuerza. Sí veo fuerza y energía, y voluntad y decisión en muchos otros lugares del país ¿por qué en Sonora no?

Ningún partido de oposición a la 4T hizo acto de presencia en un evento en el que era necesario dar una demostración clara y contundente de unidad entre los diversos partidos políticos y los ciudadanos. En este caso específico, y desde mi particular punto de vista, no es válido el argumento de que los partidos no hicieron acto de presencia para no contaminar el carácter ciudadano del evento. En otras circunstancias y en otros momentos, sin duda hubiera sido correcta una actitud respetuosa así, pero estos no son momentos de hacerse a un lado, por los motivos que sea.

Tampoco vi por ahí algún “influencer” con miles de seguidores en redes sociales, ni sombra de algún afamado columnista de esos que presumen de saber todo y de estar en todas partes; ni se asomó por el evento, siquiera por curiosidad, un solo conductor de programas de radio y televisión de renombre y prosapia. Los que estuvimos ahí fuimos únicamente ciudadanos comunes y corrientes, viejos participantes en este tipo de eventos que nos negamos a arriar banderas, por más años, dolencias y enfermedades que traigamos cargando en las espaldas.

Asimismo, brillaron por su ausencia los ricos y poderosos líderes de las cámaras y organizaciones empresariales de la localidad que a diario hablan y dicen; y de las asociaciones de agricultores y ganaderos que tanto se quejan de haber sido golpeadas sin misericordia por la 4T. Igualmente brillaron por su ausencia los líderes sindicales, que también traen tantos fierros en la lumbre. De todos ellos ni sus luces.

Y tampoco acudieron los integrantes de las organizaciones no gubernamentales locales, que parecen haberse extinguido y pasado a mejor vida; y ausentes también estuvieron los miembros de los escasos grupos de participación política sin ligas partidistas. El entramado completo de las fuerzas cívicas de la comunidad hermosillenses, se mantuvo lejos de esta marcha de protesta… ¿Por qué motivos? Cada quien tendrá sus razones y seguramente les parecerán muy válidas, aunque en un juicio un tanto apasionado, la conclusión a la que llego es que no se vale dejar en el abandono las trincheras, cuando el enemigo se está lanzando al ataque con el enorme caudal de recursos que tiene a su disposición.

Y el resto de los hermosillenses, la gran masa conformada por esos miles de ciudadanos que diariamente se quejan del pésimo estado en que se encuentra la ciudad, que reniegan por la inseguridad, la violencia, los baches, las fugas, el caos y el deterioro general de la ciudad ¿dónde estuvieron ayer domingo? ¿Acaso el Gobierno de esta ciudad capital no forma parte también de la deplorable 4T? ¿Dónde termina la exigencia a lo que tenemos legítimo derecho, y dónde empiezan la renuncia y la cobardía que se visten de apatía? Entre el millón de habitantes que tiene esta ciudad, solamente 500 tuvimos el valor civil de acudir al llamado de la conciencia. Al llamado del deber de participar… ¡Qué enorme tristeza, verdad de Dios!

Tal vez estarían guardando sus fuerzas para acudir más tarde al desfile navideño que se realizó. Para la fiesta y el jolgorio todo, para el deber cívico, ni una migaja.

Nosotros, los que sí acudimos a cumplir con nuestro deber cívico, al contrario del equipo que le organiza a AMLO esos faraónicos espectáculos, y no siendo de los que siguen a López como ovejas obedientes y sumisas, no tenemos a nuestra disposición la fuerza del Estado, ni los recursos ilimitados que se pueden extraer a voluntad de las arcas públicas, para acarrear contingentes de todos los rincones del país hacia el Zócalo capitalino.

Nosotros no tenemos nada de eso. No tenemos otra cosa que convicciones y amor por la patria, pero eso, por importante y poderoso que sea, no parece ser suficiente ante la dimensión del adversario. Sólo tenemos la fuerza de los principios cívicos que nos fueron inculcados por nuestros padres y nuestros abuelos. Y por ello necesitamos con urgente desesperación el soporte vital que brinda la unidad y el apoyo mutuo. Sin esos elementos no somos nada, insignificantes motas de polvo flotando en el aire, o minúsculas briznas de paja en el vendaval de los acontecimientos nacionales. Sólo mediante la unidad, y sólo con la unidad podremos lograr primero detener, y después revertir, la clara tendencia destructiva de que hace gala la 4T.

Ayer fue un domingo que marcará el derrotero que seguirá el país. Y si, como se dice, por las vísperas se saca el día, entonces mucho me temo que el futuro que nos espera será mil veces peor de lo que yo haya podido imaginar en mis más terribles pesadillas.