/ lunes 14 de octubre de 2019

Casa de las ideas || El estruendoso sonido del silencio

El 20 de septiembre del año en curso, el Pleno del Senado de la República aprobó y envió al Ejecutivo federal para su publicación, las tres leyes secundarias de la reforma educativa impulsada por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, a saber: La Ley General de Educación, la Ley Reglamentaria sobre Mejora Contínua de la Educación y la Ley General del Sistema de Carrera de las Maestras y Maestros. En ese escenario, fueron públicas y notorias las expresiones de complacencia -algunas bastante ruidosas e indecorosas, —por cierto— de ciertos legisladores, que hasta bailaron zapateados de contento por haber conseguido borrar hasta la última letra de la Reforma Educativa de Peña Nieto.

Al margen de esas payasadas y excesos personales, con este ajusticiamiento legislativo quedó efectivamente obliterada y erradicada la Reforma Educativa promovida por Enrique Peña Nieto, y que formó parte de los cinco grandes acuerdos que contemplaba el extinto “Pacto por México” cuyo gran objetivo, según se dijo, era la creación de una sociedad de derechos y libertades. Dicho Pacto fue firmado por el entonces presidente Peña Nieto, Gustavo Madero (PAN), Cristina Díaz (PRI) y Jesús Zambrano (PRD) el 2 de diciembre de 2012 en el Castillo de Chapultepec.

Momentos que han quedado registrados en la historia política de nuestro país, para ser analizados en los tiempos por venir, a la luz de los acontecimientos que aún se siguen desarrollando en el día a día actual, por lo que resulta materialmente imposible justipreciar adecuadamente las virtudes y defectos de estas leyes trascendentales, y los impactos que tendrán posteriormente sobre una sociedad que cada día luce más manipulada, más confundida y desorientada.

A raíz de la aprobación de la contrarreforma educativa obradoriana, y consciente de su importancia y de la trascendencia que tendrá sobre el futuro del país y de su niñez y juventudes, estuve aguardando a que surgieran las reacciones en contra de estas nuevas leyes que, después de someterlas a un análisis crítico inicial, no auguran nada bueno, de cara al porvenir.

Ha transcurrido ya un mes de haber sido aprobadas por el Senado mexicano las nuevas leyes educativas, y la esperada reacción de los actores sociales involucrados no se ha dado (salvo algunas esporádicas y deshilvanadas demostraciones y comentarios), ni por parte de los expertos en la materia, ni por parte de los líderes de opinión, ni por parte de los organismos de la iniciativa privada, ni por parte de las organizaciones de padres de familia, que son los directamente afectados, y eso me sorprende, me confunde y llena de inquietud.

Incomprensible como es esta situación, mucho me temo que en su trasfondo oscuro y siniestro existen influencias y factores no visibles, o poco perceptibles, que han impedido que se manifiesten con toda su potencia y resonancia las reacciones que, más allá de las filias y las fobias naturales que ensombrecen y espesan el ambiente político y social del país desde la llegada de la 4T, son absolutamente naturales, y yo diría que hasta obligadas, dados los efectos que presumiblemente tendrán estas leyes en el desarrollo, la formación y la capacitación de lo más importante que tenemos en el país: sus niños y jóvenes.

Si como es de esperar, después de hurgar y escudriñar en las motivaciones profundas de las leyes de contrarreforma, la calidad de la educación básica y media superior sigue cayendo y afectando con ello en sentido negativo a millones de niños y de jóvenes, se seguirá ampliando y profundizando la brecha que desde siempre ha existido entre los afortunados mexicanos que han recibido una educación de mejor calidad, principalmente en las escuelas privadas, y los desafortunados que han salido mal o insuficientemente preparados de las escuelas del sistema de educación pública del país, sin que ello signifique que no existan como excepción buenas escuelas y hasta de excelencia, en ese sistema que tradicionalmente ha sido defectuoso a más no poder.

Sin embargo, y a pesar de la enorme importancia que tienen estas nuevas leyes recientemente aprobadas, el sonido del silencio que han generado resulta estruendoso, dentro de una sociedad que muda, ciega y sorda, va dando tumbos con rumbo a una nueva edad de oscurantismo y mediocridad educativa. Y, de nueva cuenta, debemos insistir en que en medio de todo este gigantesco desatino, están nuestros niños y jóvenes, sin duda alguna la materia prima con que se construye el futuro de este, y de cualquier otro país.

El ominoso incremento en la presencia de los sindicatos magisteriales, específicamente la CNTE y sus hordas de anarquistas, aunque desde luego sin descartar al SNTE que acecha un tanto cuanto apartado, aunque no mucho, en la implementación de las nuevas leyes y sus derivaciones, nos coloca de cara a otro factor que nos debe poner a temblar. Entiéndase bien: no estoy sugiriendo que el magisterio (hablo del que es profesional, serio y responsable) no debe participar en la toma de decisiones en materia educativa. Lo que estoy diciendo es que por ningún motivo se le debe entregar a la chusma la chapa, el candado y el barril (o sea el sistema completo) para que hagan y deshagan con él a su antojo y capricho, que es lo que abierta y descaradamente está haciendo el gobierno de López Obrador.

Y no lo digo yo, lo dicen y demuestran fehacientemente los hechos crudos y descarnados que hemos visto con alarmante frecuencia, y que nos hablan de la promoción de estos grupos beligerantes, y de la cobarde y siniestra entrega de todo lo que piden, por parte de un gobierno cómplice, permisivo, complaciente y entreguista que todo les consiente y permite. Ahí están las escenas de violencia y destrucción filmadas, los oportunos videos tomados por los ciudadanos con sus celulares personales, los reportajes periodísticos y las columnas que reportan lo que sucede en las calles y los espacios públicos, cuando las fieras salen de sus jaulas para atacar a diestra y siniestra, sedientas de fuego y si se puede de sangre.

Escudados en la “no represión” y en nombre de una tolerancia perfectamente mal entendida, la autoridad no se ejerce, dejando a los ciudadanos, a los comerciantes y a la propiedad pública y privada a merced de los vándalos que ejercen presión en las calles para conseguir lo que quieren, a sabiendas de que lo van a conseguir.

Así fue como la CNTE, ese abominable ejército de choque creado por las fuerzas desestabilizadoras más oscuras, y que ha sido auspiciado y aprovechado perfectamente por la pseudo izquierda “progresista” que gobierna en la actualidad, se fue instalando poco a poco como el heredero de aquellas guerrillas urbanas que tan eficazmente funcionaron en los años aciagos de las revueltas de mediados del siglo pasado. Con banderas diferentes, bajo ideologías diabólicas modernizadas, pero con intenciones iguales o similares a las de aquellos peligrosos grupos rebeldes que dejaron huella en los anales negros de la historia de nuestro país. A esta CNTE le ha sido entregado el manejo operativo de la contrarreforma educativa, otorgándosele el poder de mover la educación de nuestros niños y jóvenes en el sentido que les dé la gana.

Y dentro del absurdo contrasentido que pueda implicar un silencio estruendoso, el sonido del silencio ha sido ensordecedor, lo suficientemente estruendoso como para romperle los tímpanos a una sociedad que oye, pero que no escucha, y que permanece ajena, insensible, impávida e inmóvil, mientras los coyotes a plena luz del día se meten en el gallinero, y se roban con absoluta y total impunidad todas las gallinas.

La amenaza que se cierne sobre los niños mexicanos es real. Es terrible en sus alcances, y es inminente. Y representa un garrotazo en la nuca que ni nuestro Dios, que todo lo puede, es capaz de evitarnos.

Y hace poco menos de 30 días que nos lo dieron, y muy bien dado por cierto, y nadie, o casi nadie, ha dicho ni pío. Como si no hubiera pasado nada, cuando en realidad ha pasado todo. Ante nuestras narices y sin disimulos. Lo hicieron los diputados y lo hicieron los senadores, que supuestamente representan al pueblo bueno, sabio, apendejado y dejado, y que en realidad son esbirros del poder supremo que malignamente se ha concentrado en un solo hombre, el señor omnipotente que todo lo decide y todo lo impone desde su santuario en Palacio Nacional.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

El 20 de septiembre del año en curso, el Pleno del Senado de la República aprobó y envió al Ejecutivo federal para su publicación, las tres leyes secundarias de la reforma educativa impulsada por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, a saber: La Ley General de Educación, la Ley Reglamentaria sobre Mejora Contínua de la Educación y la Ley General del Sistema de Carrera de las Maestras y Maestros. En ese escenario, fueron públicas y notorias las expresiones de complacencia -algunas bastante ruidosas e indecorosas, —por cierto— de ciertos legisladores, que hasta bailaron zapateados de contento por haber conseguido borrar hasta la última letra de la Reforma Educativa de Peña Nieto.

Al margen de esas payasadas y excesos personales, con este ajusticiamiento legislativo quedó efectivamente obliterada y erradicada la Reforma Educativa promovida por Enrique Peña Nieto, y que formó parte de los cinco grandes acuerdos que contemplaba el extinto “Pacto por México” cuyo gran objetivo, según se dijo, era la creación de una sociedad de derechos y libertades. Dicho Pacto fue firmado por el entonces presidente Peña Nieto, Gustavo Madero (PAN), Cristina Díaz (PRI) y Jesús Zambrano (PRD) el 2 de diciembre de 2012 en el Castillo de Chapultepec.

Momentos que han quedado registrados en la historia política de nuestro país, para ser analizados en los tiempos por venir, a la luz de los acontecimientos que aún se siguen desarrollando en el día a día actual, por lo que resulta materialmente imposible justipreciar adecuadamente las virtudes y defectos de estas leyes trascendentales, y los impactos que tendrán posteriormente sobre una sociedad que cada día luce más manipulada, más confundida y desorientada.

A raíz de la aprobación de la contrarreforma educativa obradoriana, y consciente de su importancia y de la trascendencia que tendrá sobre el futuro del país y de su niñez y juventudes, estuve aguardando a que surgieran las reacciones en contra de estas nuevas leyes que, después de someterlas a un análisis crítico inicial, no auguran nada bueno, de cara al porvenir.

Ha transcurrido ya un mes de haber sido aprobadas por el Senado mexicano las nuevas leyes educativas, y la esperada reacción de los actores sociales involucrados no se ha dado (salvo algunas esporádicas y deshilvanadas demostraciones y comentarios), ni por parte de los expertos en la materia, ni por parte de los líderes de opinión, ni por parte de los organismos de la iniciativa privada, ni por parte de las organizaciones de padres de familia, que son los directamente afectados, y eso me sorprende, me confunde y llena de inquietud.

Incomprensible como es esta situación, mucho me temo que en su trasfondo oscuro y siniestro existen influencias y factores no visibles, o poco perceptibles, que han impedido que se manifiesten con toda su potencia y resonancia las reacciones que, más allá de las filias y las fobias naturales que ensombrecen y espesan el ambiente político y social del país desde la llegada de la 4T, son absolutamente naturales, y yo diría que hasta obligadas, dados los efectos que presumiblemente tendrán estas leyes en el desarrollo, la formación y la capacitación de lo más importante que tenemos en el país: sus niños y jóvenes.

Si como es de esperar, después de hurgar y escudriñar en las motivaciones profundas de las leyes de contrarreforma, la calidad de la educación básica y media superior sigue cayendo y afectando con ello en sentido negativo a millones de niños y de jóvenes, se seguirá ampliando y profundizando la brecha que desde siempre ha existido entre los afortunados mexicanos que han recibido una educación de mejor calidad, principalmente en las escuelas privadas, y los desafortunados que han salido mal o insuficientemente preparados de las escuelas del sistema de educación pública del país, sin que ello signifique que no existan como excepción buenas escuelas y hasta de excelencia, en ese sistema que tradicionalmente ha sido defectuoso a más no poder.

Sin embargo, y a pesar de la enorme importancia que tienen estas nuevas leyes recientemente aprobadas, el sonido del silencio que han generado resulta estruendoso, dentro de una sociedad que muda, ciega y sorda, va dando tumbos con rumbo a una nueva edad de oscurantismo y mediocridad educativa. Y, de nueva cuenta, debemos insistir en que en medio de todo este gigantesco desatino, están nuestros niños y jóvenes, sin duda alguna la materia prima con que se construye el futuro de este, y de cualquier otro país.

El ominoso incremento en la presencia de los sindicatos magisteriales, específicamente la CNTE y sus hordas de anarquistas, aunque desde luego sin descartar al SNTE que acecha un tanto cuanto apartado, aunque no mucho, en la implementación de las nuevas leyes y sus derivaciones, nos coloca de cara a otro factor que nos debe poner a temblar. Entiéndase bien: no estoy sugiriendo que el magisterio (hablo del que es profesional, serio y responsable) no debe participar en la toma de decisiones en materia educativa. Lo que estoy diciendo es que por ningún motivo se le debe entregar a la chusma la chapa, el candado y el barril (o sea el sistema completo) para que hagan y deshagan con él a su antojo y capricho, que es lo que abierta y descaradamente está haciendo el gobierno de López Obrador.

Y no lo digo yo, lo dicen y demuestran fehacientemente los hechos crudos y descarnados que hemos visto con alarmante frecuencia, y que nos hablan de la promoción de estos grupos beligerantes, y de la cobarde y siniestra entrega de todo lo que piden, por parte de un gobierno cómplice, permisivo, complaciente y entreguista que todo les consiente y permite. Ahí están las escenas de violencia y destrucción filmadas, los oportunos videos tomados por los ciudadanos con sus celulares personales, los reportajes periodísticos y las columnas que reportan lo que sucede en las calles y los espacios públicos, cuando las fieras salen de sus jaulas para atacar a diestra y siniestra, sedientas de fuego y si se puede de sangre.

Escudados en la “no represión” y en nombre de una tolerancia perfectamente mal entendida, la autoridad no se ejerce, dejando a los ciudadanos, a los comerciantes y a la propiedad pública y privada a merced de los vándalos que ejercen presión en las calles para conseguir lo que quieren, a sabiendas de que lo van a conseguir.

Así fue como la CNTE, ese abominable ejército de choque creado por las fuerzas desestabilizadoras más oscuras, y que ha sido auspiciado y aprovechado perfectamente por la pseudo izquierda “progresista” que gobierna en la actualidad, se fue instalando poco a poco como el heredero de aquellas guerrillas urbanas que tan eficazmente funcionaron en los años aciagos de las revueltas de mediados del siglo pasado. Con banderas diferentes, bajo ideologías diabólicas modernizadas, pero con intenciones iguales o similares a las de aquellos peligrosos grupos rebeldes que dejaron huella en los anales negros de la historia de nuestro país. A esta CNTE le ha sido entregado el manejo operativo de la contrarreforma educativa, otorgándosele el poder de mover la educación de nuestros niños y jóvenes en el sentido que les dé la gana.

Y dentro del absurdo contrasentido que pueda implicar un silencio estruendoso, el sonido del silencio ha sido ensordecedor, lo suficientemente estruendoso como para romperle los tímpanos a una sociedad que oye, pero que no escucha, y que permanece ajena, insensible, impávida e inmóvil, mientras los coyotes a plena luz del día se meten en el gallinero, y se roban con absoluta y total impunidad todas las gallinas.

La amenaza que se cierne sobre los niños mexicanos es real. Es terrible en sus alcances, y es inminente. Y representa un garrotazo en la nuca que ni nuestro Dios, que todo lo puede, es capaz de evitarnos.

Y hace poco menos de 30 días que nos lo dieron, y muy bien dado por cierto, y nadie, o casi nadie, ha dicho ni pío. Como si no hubiera pasado nada, cuando en realidad ha pasado todo. Ante nuestras narices y sin disimulos. Lo hicieron los diputados y lo hicieron los senadores, que supuestamente representan al pueblo bueno, sabio, apendejado y dejado, y que en realidad son esbirros del poder supremo que malignamente se ha concentrado en un solo hombre, el señor omnipotente que todo lo decide y todo lo impone desde su santuario en Palacio Nacional.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com