/ viernes 27 de diciembre de 2019

Casa de las ideas | En el ocaso de 2019

A medida que diciembre avanza hacia su conclusión, y las temperaturas ambientales bajan cada día más, helando las serranías, enfriando los llanos, las ciudades y poblados, las casas, los lugares de trabajo y los cuerpos de las personas; también se cubre de hielo el ánimo de los ciudadanos que habitamos en Hermosillo, en Sonora, y en general en todo México.

Frío afuera, en las calles y rincones de esta ciudad, de este Estado y de este país, víctima de contrastes lacerantes, de inequidades brutales y de incontables dramas humanos; y frío dentro, en los huesos, en la sangre y en las almas que desfallecen ante una realidad que golpea, que apalea, que desgarra y solivianta. Una realidad contra la que se estrellan todos los buenos deseos y las promesas de paz y amor, que por estos días se escuchan por doquier… aunque expresadas sin gran convicción.

Podemos decir, con humor un tanto cuanto tétrico, que para efectos prácticos este 2019 “ya colgó los tenis”, o “ya fumó Faros”, significando que ya le queda poca cuerda al reloj, y que cada tic-tac nos acerca cada vez más a un 2020 que pinta de lo más sombrío, desde todo punto de vista. Está claro y es inocultable: pinta horrible por donde usted lo vea, aunque para la inmensa mayoría de los mexicanos mucho peor que para una minoría privilegiada que desde su zona de confort contempla la pobreza y las necesidades de las masas humanas que habitan este país convulso y atormentado, como si los compatriotas en situación paupérrima fueran ratas de laboratorio, o simples cobayas para experimentación… “Más fácil será que un camello pase por el ojo de una aguja…”

Y lejos, muy lejos de la expectativa de iniciar el nuevo año bajo perspectivas promisorias, lo hacemos bajo la sombra ominosa de un panorama que se presenta oscuro y lleno de señales negativas en la mayoría de los sentidos. Lo dicen los analistas expertos, y lo confirman los índices y las cifras oficiales. En estas condiciones, el deseo que más sentido tiene, dentro de los que se expresan con motivo de la Navidad y el Año Nuevo, es el de la salud, porque vaya que necesitaremos estar al cien por ciento para hacerle frente a lo que se nos viene encima, rápido, furioso e incontenible como un tren de carga a toda marcha.

Luego de concluido el primer año del sexenio recortado, y casi por terminar el primer mes del segundo año, la “cuarta transformación” que el presidente López utilizó como señuelo, y que muy pocos, o nadie visualiza ni entiende, seguramente porque se trata de un mito. Aunque, en honor a la verdad, se podría afirmar que el país efectivamente se ha transformado, aunque no en la tierra de leche y miel prometida por el mega demagogo tabasqueño, sino en una Torre de Babel en la que prevalece el desconcierto, el desorden, la inseguridad, la desunión, el nulo crecimiento económico y la ausencia de rumbo en la gobernación. Es un desastre monumental, pero no se puede negar que se trata de una transformación… aunque sea en sentido negativo.

Dentro de los principales renglones en que se sustenta la mitomanía de la 4T, destacan en forma importante 1) el combate contra la corrupción, 2) la pacificación del país, y 3) la erradicación de la pobreza. La principal bandera de López Obrador ha sido y es, sin lugar a duda, la erradicación de los actos de corrupción en todos los rincones del país, y a poco más de un año de haber asumido el poder en plenitud, podemos constatar que la corrupción campea a sus anchas, y ensucia la gran mayoría de los actos y prácticas del gobierno obradoriano.

Prácticamente ningún programa escapa al veredicto condenatorio del análisis más somero. Los programas más importantes del gobierno populista despiden un tufo clientelar que sofoca la imaginación, “Sembrando Vida”, “Jóvenes Construyendo Futuro” y el resto de los programas que forman el corazón de la utopía denominada “Bienestar” muestran a las claras que la corrupción ha fincado bien hondo sus raíces en ellos.

Las licitaciones han sido prácticamente erradicadas de las prácticas de gobierno, y la transparencia brilla por su ausencia, ante el desparpajo y la desvergüenza presidencial, que cínicamente sigue hablando desde el púlpito de honestidad y decencia en los actos de gobierno. La Secretaría de la Función Pública se ha revelado como la gran tapadera de la corrupción y de los corruptos que infestan tanto al gabinete presidencial como a las principales estructuras de las dependencias federales. Los ejemplos son abundantes, contundentes, abrumadores y no mienten: los intestinos de la 4T están irremediablemente afectados por el cáncer de la corrupción.

La Secretaría de Seguridad y Participación Ciudadana camina dando tumbos como un borracho perdido. El país sigue hundido en un profundo abismo de violencia y sangre, al grado de que 2019 ha sido catalogado como el año más sangriento en la historia del país. Sin estrategias claras que ofrezcan posibilidades de éxito, aunque sea relativo, sin un mando efectivo que muestre conocimientos e idea precisa de lo que se debe hacer ante el enorme, y al parecer insoluble problema, el futuro cercano luce profundamente ominoso y descorazonador. La tarea no es sencilla y el reto es descomunal, todos lo sabemos, pero hasta el momento no se perciben posibilidades de mejoría… y eso es terrible, de cara al nuevo año que se avecina.

Los índices nacionales de pobreza permanecen e incluso tienden a profundizarse, sin importar cuántos miles de millones se hayan dilapidado en becas y dádivas cuya finalidad no es la de abatir las situaciones de pobreza que siguen presentes en más de la mitad de las familias mexicanas. Sin productividad y con nulo crecimiento económico, es imposible pensar en que 60 millones de mexicanos puedan abandonar las condiciones de pobreza y marginación en que viven. Y las políticas de castigo a los sectores productivos que aún muestran vestigios de dinamismo, indican que el plan maestro de la 4T es igualar a todos los mexicanos, convirtiéndonos a todos en menesterosos, en carne de cañón a modo para los engañosos y perversos programas de “bienestar social”.

Y así por el estilo, de arriba hacia abajo y de un lado a otro en el amplio espectro de necesidades prioritarias del país: inmovilismo, precariedad, descontrol, decisiones y acciones equivocadas, torpezas, mentiras y engaños, perversidades y ausencia de rumbo, vamos encaminados hacia un nuevo año durante el cual se presume que todos los indicadores principales irán a la baja. Incluso hay analistas que predicen que para el tercer trimestre de 2020 la escasez de recursos será ya evidente, y la bancarrota financiera será inocultable y tendiente a lo irreparable.

No es algo inusual que, al menos desde hace cuarenta o cincuenta años, al aproximarse un nuevo año los augurios sean poco promisorios, o francamente pesimistas, pero al finalizar 2019 y sentirse la proximidad de 2020 los augurios son negativos como nunca antes, en ningún otro momento del pasado, que yo recuerde.

La suerte de la gran mayoría de los 126 millones de mexicanos que somos en la actualidad, se encuentra en la cuerda floja. A medida que se disipan paulatinamente la magia y el embrujo de las promesas del gran populista, y se hace patente su aterradora ignorancia, su incapacidad de tomar decisiones lúcidas y con sentido, y se percibe con mayor claridad su empeño de seguir por el camino equivocado que emprendió desde el primer instante de su gobierno, crecen y se profundizan la alarma y la intranquilidad, la desesperanza y el desconcierto, y las primeras señales de pánico asoman su feo hocico desde los barrios y rincones de todos los poblados y ciudades del país.

Las cosas definitivamente no marcharon nada bien en nuestro país en este año 2019 que pronto se irá. Pero lo que es peor, lo que nos deja con el alma en vilo y con un regusto a ceniza en los labios y un peso de angustia en el ánimo, es la convicción de que lo que nos espera en 2020, será mil veces peor. Y ese sentimiento que se vuelve universal, está permeando incluso en el reducto privilegiado de los grandes sacerdotes y sacerdotisas de la 4T, que ponen buena cara ante la debacle y fingen ánimo y entusiasmo ante lo que viene, y se derrama como cascada ácida en el amplio mundo de la masa humana que, delirante y babeante, ha convertido el apoyo al mesías de Macuspana en un verdadero culto a la insensatez y la barbaridad.

Así estamos cerrando este año que fue aciago en muchos sentidos, y cuyo balance principal corre por cuenta de cada mexicano, de acuerdo a su situación personal y a su percepción particular. Ese balance es el que finalmente determinará y definirá las expectativas de cada quien, de cara a lo que nos espera en el nuevo año que se encuentra apenas a unas cuantas horas de hacer su arribo.

A medida que diciembre avanza hacia su conclusión, y las temperaturas ambientales bajan cada día más, helando las serranías, enfriando los llanos, las ciudades y poblados, las casas, los lugares de trabajo y los cuerpos de las personas; también se cubre de hielo el ánimo de los ciudadanos que habitamos en Hermosillo, en Sonora, y en general en todo México.

Frío afuera, en las calles y rincones de esta ciudad, de este Estado y de este país, víctima de contrastes lacerantes, de inequidades brutales y de incontables dramas humanos; y frío dentro, en los huesos, en la sangre y en las almas que desfallecen ante una realidad que golpea, que apalea, que desgarra y solivianta. Una realidad contra la que se estrellan todos los buenos deseos y las promesas de paz y amor, que por estos días se escuchan por doquier… aunque expresadas sin gran convicción.

Podemos decir, con humor un tanto cuanto tétrico, que para efectos prácticos este 2019 “ya colgó los tenis”, o “ya fumó Faros”, significando que ya le queda poca cuerda al reloj, y que cada tic-tac nos acerca cada vez más a un 2020 que pinta de lo más sombrío, desde todo punto de vista. Está claro y es inocultable: pinta horrible por donde usted lo vea, aunque para la inmensa mayoría de los mexicanos mucho peor que para una minoría privilegiada que desde su zona de confort contempla la pobreza y las necesidades de las masas humanas que habitan este país convulso y atormentado, como si los compatriotas en situación paupérrima fueran ratas de laboratorio, o simples cobayas para experimentación… “Más fácil será que un camello pase por el ojo de una aguja…”

Y lejos, muy lejos de la expectativa de iniciar el nuevo año bajo perspectivas promisorias, lo hacemos bajo la sombra ominosa de un panorama que se presenta oscuro y lleno de señales negativas en la mayoría de los sentidos. Lo dicen los analistas expertos, y lo confirman los índices y las cifras oficiales. En estas condiciones, el deseo que más sentido tiene, dentro de los que se expresan con motivo de la Navidad y el Año Nuevo, es el de la salud, porque vaya que necesitaremos estar al cien por ciento para hacerle frente a lo que se nos viene encima, rápido, furioso e incontenible como un tren de carga a toda marcha.

Luego de concluido el primer año del sexenio recortado, y casi por terminar el primer mes del segundo año, la “cuarta transformación” que el presidente López utilizó como señuelo, y que muy pocos, o nadie visualiza ni entiende, seguramente porque se trata de un mito. Aunque, en honor a la verdad, se podría afirmar que el país efectivamente se ha transformado, aunque no en la tierra de leche y miel prometida por el mega demagogo tabasqueño, sino en una Torre de Babel en la que prevalece el desconcierto, el desorden, la inseguridad, la desunión, el nulo crecimiento económico y la ausencia de rumbo en la gobernación. Es un desastre monumental, pero no se puede negar que se trata de una transformación… aunque sea en sentido negativo.

Dentro de los principales renglones en que se sustenta la mitomanía de la 4T, destacan en forma importante 1) el combate contra la corrupción, 2) la pacificación del país, y 3) la erradicación de la pobreza. La principal bandera de López Obrador ha sido y es, sin lugar a duda, la erradicación de los actos de corrupción en todos los rincones del país, y a poco más de un año de haber asumido el poder en plenitud, podemos constatar que la corrupción campea a sus anchas, y ensucia la gran mayoría de los actos y prácticas del gobierno obradoriano.

Prácticamente ningún programa escapa al veredicto condenatorio del análisis más somero. Los programas más importantes del gobierno populista despiden un tufo clientelar que sofoca la imaginación, “Sembrando Vida”, “Jóvenes Construyendo Futuro” y el resto de los programas que forman el corazón de la utopía denominada “Bienestar” muestran a las claras que la corrupción ha fincado bien hondo sus raíces en ellos.

Las licitaciones han sido prácticamente erradicadas de las prácticas de gobierno, y la transparencia brilla por su ausencia, ante el desparpajo y la desvergüenza presidencial, que cínicamente sigue hablando desde el púlpito de honestidad y decencia en los actos de gobierno. La Secretaría de la Función Pública se ha revelado como la gran tapadera de la corrupción y de los corruptos que infestan tanto al gabinete presidencial como a las principales estructuras de las dependencias federales. Los ejemplos son abundantes, contundentes, abrumadores y no mienten: los intestinos de la 4T están irremediablemente afectados por el cáncer de la corrupción.

La Secretaría de Seguridad y Participación Ciudadana camina dando tumbos como un borracho perdido. El país sigue hundido en un profundo abismo de violencia y sangre, al grado de que 2019 ha sido catalogado como el año más sangriento en la historia del país. Sin estrategias claras que ofrezcan posibilidades de éxito, aunque sea relativo, sin un mando efectivo que muestre conocimientos e idea precisa de lo que se debe hacer ante el enorme, y al parecer insoluble problema, el futuro cercano luce profundamente ominoso y descorazonador. La tarea no es sencilla y el reto es descomunal, todos lo sabemos, pero hasta el momento no se perciben posibilidades de mejoría… y eso es terrible, de cara al nuevo año que se avecina.

Los índices nacionales de pobreza permanecen e incluso tienden a profundizarse, sin importar cuántos miles de millones se hayan dilapidado en becas y dádivas cuya finalidad no es la de abatir las situaciones de pobreza que siguen presentes en más de la mitad de las familias mexicanas. Sin productividad y con nulo crecimiento económico, es imposible pensar en que 60 millones de mexicanos puedan abandonar las condiciones de pobreza y marginación en que viven. Y las políticas de castigo a los sectores productivos que aún muestran vestigios de dinamismo, indican que el plan maestro de la 4T es igualar a todos los mexicanos, convirtiéndonos a todos en menesterosos, en carne de cañón a modo para los engañosos y perversos programas de “bienestar social”.

Y así por el estilo, de arriba hacia abajo y de un lado a otro en el amplio espectro de necesidades prioritarias del país: inmovilismo, precariedad, descontrol, decisiones y acciones equivocadas, torpezas, mentiras y engaños, perversidades y ausencia de rumbo, vamos encaminados hacia un nuevo año durante el cual se presume que todos los indicadores principales irán a la baja. Incluso hay analistas que predicen que para el tercer trimestre de 2020 la escasez de recursos será ya evidente, y la bancarrota financiera será inocultable y tendiente a lo irreparable.

No es algo inusual que, al menos desde hace cuarenta o cincuenta años, al aproximarse un nuevo año los augurios sean poco promisorios, o francamente pesimistas, pero al finalizar 2019 y sentirse la proximidad de 2020 los augurios son negativos como nunca antes, en ningún otro momento del pasado, que yo recuerde.

La suerte de la gran mayoría de los 126 millones de mexicanos que somos en la actualidad, se encuentra en la cuerda floja. A medida que se disipan paulatinamente la magia y el embrujo de las promesas del gran populista, y se hace patente su aterradora ignorancia, su incapacidad de tomar decisiones lúcidas y con sentido, y se percibe con mayor claridad su empeño de seguir por el camino equivocado que emprendió desde el primer instante de su gobierno, crecen y se profundizan la alarma y la intranquilidad, la desesperanza y el desconcierto, y las primeras señales de pánico asoman su feo hocico desde los barrios y rincones de todos los poblados y ciudades del país.

Las cosas definitivamente no marcharon nada bien en nuestro país en este año 2019 que pronto se irá. Pero lo que es peor, lo que nos deja con el alma en vilo y con un regusto a ceniza en los labios y un peso de angustia en el ánimo, es la convicción de que lo que nos espera en 2020, será mil veces peor. Y ese sentimiento que se vuelve universal, está permeando incluso en el reducto privilegiado de los grandes sacerdotes y sacerdotisas de la 4T, que ponen buena cara ante la debacle y fingen ánimo y entusiasmo ante lo que viene, y se derrama como cascada ácida en el amplio mundo de la masa humana que, delirante y babeante, ha convertido el apoyo al mesías de Macuspana en un verdadero culto a la insensatez y la barbaridad.

Así estamos cerrando este año que fue aciago en muchos sentidos, y cuyo balance principal corre por cuenta de cada mexicano, de acuerdo a su situación personal y a su percepción particular. Ese balance es el que finalmente determinará y definirá las expectativas de cada quien, de cara a lo que nos espera en el nuevo año que se encuentra apenas a unas cuantas horas de hacer su arribo.