/ sábado 7 de diciembre de 2019

Casa de las ideas | En nuestro propio patio

Hará cosa de un mes, tal vez un poco más, que concluyó la etapa del año en que los gobernantes se ven obligados a enfrentar la dura prueba de presentar sus informes a sus gobernados. El presidente López ha presentado ya dos, o tres. Por mandato de ley los han presentado también algunos legisladores locales y federales, que supuestamente son los representantes del pueblo al que se informa, y que en la práctica son puro cuento, si no todos, cuando menos la mayoría, dicho lo cual no faltará quien piense que representan a un pueblo que, en sus exigencias y demandas, también se ha convertido en puro cuento.

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Y así, entre cuento y cuento, y entre te digo y te platico, llegan y pasan los tristemente famosos “informes” sin que a ningún árbol se le agite el follaje, así de intrascendentes e insignificantes son esas obligaciones impuestas por la ley en vigor, a la que poco a poco se le hace para que vaya cambiando, minimizándose paulatinamente hasta desaparecer del todo. Porque esa es la tendencia, y si usted no se ha dado cuenta, pronto lo verá claro.

La verdad sea dicha, ni falta que hacen los dichosos “informes”, porque los gobernantes no hacen otra cosa, a lo largo del año de cacarear cada huevo que ponen, así sea de chuparrosa, aunque sus manipuladoras áreas de difusión lo presentan como si fuera de avestruz.

Pero mientras la ley lo establezca y disponga, tendremos informes, y los medios voraces una fuente prodigiosa de ingresos, ya sea por los espacios contratados por los gobiernos, o por los espacios propagandistas profesionales que cobran, y cobran muy bien, por convertir sus columnas periodísticas, y sus comentarios en radio y televisión, en los escaparates donde exhiben las vanidades y las ambiciones de la corte del soberano en turno, y por debajo de él, de los funcionarios de niveles menores. Sucedía antes y sucede hoy: cada vez es más evidente que la lisonja abyecta es incapaz de ocultar la incapacidad de los gobiernos que se hunden, cada vez más profundamente, en la más absoluta y completa mediocridad.

Pero el pueblo no es tontejo. Que le guste hacerse es una cosa, que lo sea es algo muy diferente. La raza sabe muy bien que —aunque muchos insistan en lo contrario— no está en sus manos corregir el estado que guardan las cosas en este país en el que rige una Constitución que establece que el poder es del pueblo y que de él emana toda autoridad. El lío es que, al delegar esa autoridad suprema y ponerla en manos indignas, ha (hemos) cavado una tumba tan profunda que resulta imposible salir de ella… y ahí nos encontramos.

Dirá usted que en todas partes del mundo sucede lo mismo, y en verdad me resulta imposible contradecirle. Quizá por eso el mundo anda patas arriba, y en los cinco continentes se advierten brotes de violencia e inconformidad, resultados naturales de modelos sociales y económicos que no terminan de cumplir o satisfacer los anhelos de los seres humanos. Son los modelos o son los hombres, el caso es que el problema es universal aunque, claro está, en unos lugares es mucho peor que en otros.

En lo que sí estoy seguro que coincidiremos es en aquello de “mal de muchos, consuelo de tontejos”, de manera que olvidemos lo que pasa en otras partes y pongamos toda nuestra atención en lo que sucede aquí el patio de nuestra propia casa. Si usted vive en Huachinera, su casa es Huachinera. Si vive en Yécora, es Yécora. Si radica en Cajeme, su casa es Cajeme y así sucesivamente. Para los que vivimos en Hermosillo, nuestra casa es Hermosillo, y a querer y no tenemos la obligación de levantar la orilla del tapete para descubrir la suciedad y la basura que la alcaldesa actual, y los sucesivos alcaldes de esta y otras ciudades y poblados, han barrido debajo y que, se lo aseguro, es impresionante.

El problema se agudiza porque en estos momentos en muchos municipios sonorenses están alineados, para mal o para peor, dos de los tres niveles de gobierno, de manera que la basura que se está barriendo debajo del tapete es el doble. Y mire usted que no desconozco ni pretendo ignorar el hecho de que durante mucho tiempo esa alineación existió cuando otro partido era el usufructuante del poder. Para nada. Si existe alguna diferencia entre el antes y el ahora reside probablemente en los estilos y las formas, que en este caso no constituyen el fondo, sino la regla.

Entrados ya en el segundo año de los gobiernos municipales y el quinto del Gobierno estatal, y en vista de lo que hicieron o dejaron de hacer los 72 alcaldes de Sonora en su primer año ¿cuáles son sus expectativas para 2020, y de una vez para 2021? ¿Piensa usted que las cosas mejorarán, seguirán igual o que empeorarán? En un gobierno municipal el segundo año solía ser el mejor, o al menos el menos malo. Se suponía que ya habían pagado “el noviciado”, mientras aprendían echando a perder, aunque en realidad los que pagan los platos rotos no son ellos sino nosotros. A estas alturas se supone que ya tienen más o menos una idea aproximada de lo que hay que hacer, y cómo hay que hacerlo. Sin embargo en esta, como en muchas otras cosas, del dicho al hecho hay mucho trecho.

En el equipo de Célida López no se esperan nuevos cambios —al menos la alcaldesa no ha dicho nada en ese sentido— así que seguirá de frente con el que tiene actualmente, hasta donde tope, y de ahí podemos derivar nuestras expectativas hacia los siguientes doce meses. Aunque oficialmente no se ha dicho nada, se sabe que las finanzas municipales se encuentran en bancarrota virtual, lo cual es —o debe ser— una situación realmente catastrófica porque se deriva de la falta de ingresos, ya sea por baja voluntad de pago de los causantes, o por efectos de la asfixiante austeridad financiera impuesta por el Gobierno federal que, lejos de amainar y de ceder, sigue apretando más y más.

Por otro lado, el equipo que armó la munícipe, considerando los últimos movimientos realizados, en general no ha dado el ancho, con la honrosa excepción de Norberto Barraza Almazán, que sigue mostrando su consabida capacidad en la complicada área de Servicios Públicos. El resto del equipo, en los hechos, ha dejado mucho qué desear. La ciudad lo está gritando por los cuatro costados, y no será suficiente el control mediático que ha estado tratando de desplegar el Gobierno municipal para ocultar su falta de realizaciones. Llegará inevitablemente el momento en que la señora Célida, no le basten sus berrinches y sus lágrimas para que los hermosillenses le retiren el poco apoyo que le queda. Esta ciudad es cruel en sus respuestas y sus juicios, y no perdona. Y que conste que no es deseo, sino premonición.

Si doña Célida está apostando al apoyo del presidente López Obrador, más vale que le empiece a encender veladoras a otro santito, porque incluso entre las filas de sus correligionarios de Morena no es bien vista, y ya no tardan en voltearle abiertamente la espalda, ya sea por sus desmedidas ambiciones electorales, por los desamores, las traiciones, los desencuentros, o por simple canibalismo, deporte que el partido en el poder practica con singular maestría. Pase lo que pase en la renovación de los cuadros directivos de Morena, la situación seguirá igual… o tal vez peor, porque los reemplazos van a surgir de la misma caballada flaca de la que surgieron los que han llevado las riendas hasta el momento.

Y yo no sé a usted, amigo lector, pero a mí me preocupan, y mucho, los constantes olores de corrupción que empieza a despedir el actual Ayuntamiento local. Cuando se descompone un pedazo de carne en un refrigerador la peste cunde apenas la puerta se entreabre un milímetro. Cuando se trata de una vaca entera, el hedor es imposible de contener. Lo mismo pasa con la corrupción, sobre todo cuando se convierte en el deporte favorito de cualquier gobierno, sea municipal, estatal o federal, y mil veces peor si es de los tres, como tantas veces ha sucedido en el pasado.

Desde el punto de vista de la moral pública de la 4T la responsabilidad es enorme, porque llegaron enarbolando la bandera de una decencia que hasta el momento resulta escasamente perceptible por cualquier lado que se mire.

Malo si no cumplen con sus promesas y compromisos a cabalidad, pero incluso mucho más malo si lo poco que hacen lo hacen mal, y además en forma sucia, y además con perversidad. El tráfico de influencias y el nepotismo son reyes, hoy más que nunca, y la transparencia y la rendición de cuentas brillan por su ausencia en los gobiernos de Morena, igual como en su momento sucedió en los gobiernos del PRI y del PAN.

Me llama poderosamente la atención el hecho de que los adalides de la lucha contra la corrupción, y de la renovación moral del “nuevo México”, estén mostrando cada vez más abiertamente los vicios y defectos que le acarreó la mezcolanza de carroña que recogieron aquí y allá, en su camino hacia el poder absoluto que ciega y estúpidamente les fue entregado.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

Hará cosa de un mes, tal vez un poco más, que concluyó la etapa del año en que los gobernantes se ven obligados a enfrentar la dura prueba de presentar sus informes a sus gobernados. El presidente López ha presentado ya dos, o tres. Por mandato de ley los han presentado también algunos legisladores locales y federales, que supuestamente son los representantes del pueblo al que se informa, y que en la práctica son puro cuento, si no todos, cuando menos la mayoría, dicho lo cual no faltará quien piense que representan a un pueblo que, en sus exigencias y demandas, también se ha convertido en puro cuento.

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Y así, entre cuento y cuento, y entre te digo y te platico, llegan y pasan los tristemente famosos “informes” sin que a ningún árbol se le agite el follaje, así de intrascendentes e insignificantes son esas obligaciones impuestas por la ley en vigor, a la que poco a poco se le hace para que vaya cambiando, minimizándose paulatinamente hasta desaparecer del todo. Porque esa es la tendencia, y si usted no se ha dado cuenta, pronto lo verá claro.

La verdad sea dicha, ni falta que hacen los dichosos “informes”, porque los gobernantes no hacen otra cosa, a lo largo del año de cacarear cada huevo que ponen, así sea de chuparrosa, aunque sus manipuladoras áreas de difusión lo presentan como si fuera de avestruz.

Pero mientras la ley lo establezca y disponga, tendremos informes, y los medios voraces una fuente prodigiosa de ingresos, ya sea por los espacios contratados por los gobiernos, o por los espacios propagandistas profesionales que cobran, y cobran muy bien, por convertir sus columnas periodísticas, y sus comentarios en radio y televisión, en los escaparates donde exhiben las vanidades y las ambiciones de la corte del soberano en turno, y por debajo de él, de los funcionarios de niveles menores. Sucedía antes y sucede hoy: cada vez es más evidente que la lisonja abyecta es incapaz de ocultar la incapacidad de los gobiernos que se hunden, cada vez más profundamente, en la más absoluta y completa mediocridad.

Pero el pueblo no es tontejo. Que le guste hacerse es una cosa, que lo sea es algo muy diferente. La raza sabe muy bien que —aunque muchos insistan en lo contrario— no está en sus manos corregir el estado que guardan las cosas en este país en el que rige una Constitución que establece que el poder es del pueblo y que de él emana toda autoridad. El lío es que, al delegar esa autoridad suprema y ponerla en manos indignas, ha (hemos) cavado una tumba tan profunda que resulta imposible salir de ella… y ahí nos encontramos.

Dirá usted que en todas partes del mundo sucede lo mismo, y en verdad me resulta imposible contradecirle. Quizá por eso el mundo anda patas arriba, y en los cinco continentes se advierten brotes de violencia e inconformidad, resultados naturales de modelos sociales y económicos que no terminan de cumplir o satisfacer los anhelos de los seres humanos. Son los modelos o son los hombres, el caso es que el problema es universal aunque, claro está, en unos lugares es mucho peor que en otros.

En lo que sí estoy seguro que coincidiremos es en aquello de “mal de muchos, consuelo de tontejos”, de manera que olvidemos lo que pasa en otras partes y pongamos toda nuestra atención en lo que sucede aquí el patio de nuestra propia casa. Si usted vive en Huachinera, su casa es Huachinera. Si vive en Yécora, es Yécora. Si radica en Cajeme, su casa es Cajeme y así sucesivamente. Para los que vivimos en Hermosillo, nuestra casa es Hermosillo, y a querer y no tenemos la obligación de levantar la orilla del tapete para descubrir la suciedad y la basura que la alcaldesa actual, y los sucesivos alcaldes de esta y otras ciudades y poblados, han barrido debajo y que, se lo aseguro, es impresionante.

El problema se agudiza porque en estos momentos en muchos municipios sonorenses están alineados, para mal o para peor, dos de los tres niveles de gobierno, de manera que la basura que se está barriendo debajo del tapete es el doble. Y mire usted que no desconozco ni pretendo ignorar el hecho de que durante mucho tiempo esa alineación existió cuando otro partido era el usufructuante del poder. Para nada. Si existe alguna diferencia entre el antes y el ahora reside probablemente en los estilos y las formas, que en este caso no constituyen el fondo, sino la regla.

Entrados ya en el segundo año de los gobiernos municipales y el quinto del Gobierno estatal, y en vista de lo que hicieron o dejaron de hacer los 72 alcaldes de Sonora en su primer año ¿cuáles son sus expectativas para 2020, y de una vez para 2021? ¿Piensa usted que las cosas mejorarán, seguirán igual o que empeorarán? En un gobierno municipal el segundo año solía ser el mejor, o al menos el menos malo. Se suponía que ya habían pagado “el noviciado”, mientras aprendían echando a perder, aunque en realidad los que pagan los platos rotos no son ellos sino nosotros. A estas alturas se supone que ya tienen más o menos una idea aproximada de lo que hay que hacer, y cómo hay que hacerlo. Sin embargo en esta, como en muchas otras cosas, del dicho al hecho hay mucho trecho.

En el equipo de Célida López no se esperan nuevos cambios —al menos la alcaldesa no ha dicho nada en ese sentido— así que seguirá de frente con el que tiene actualmente, hasta donde tope, y de ahí podemos derivar nuestras expectativas hacia los siguientes doce meses. Aunque oficialmente no se ha dicho nada, se sabe que las finanzas municipales se encuentran en bancarrota virtual, lo cual es —o debe ser— una situación realmente catastrófica porque se deriva de la falta de ingresos, ya sea por baja voluntad de pago de los causantes, o por efectos de la asfixiante austeridad financiera impuesta por el Gobierno federal que, lejos de amainar y de ceder, sigue apretando más y más.

Por otro lado, el equipo que armó la munícipe, considerando los últimos movimientos realizados, en general no ha dado el ancho, con la honrosa excepción de Norberto Barraza Almazán, que sigue mostrando su consabida capacidad en la complicada área de Servicios Públicos. El resto del equipo, en los hechos, ha dejado mucho qué desear. La ciudad lo está gritando por los cuatro costados, y no será suficiente el control mediático que ha estado tratando de desplegar el Gobierno municipal para ocultar su falta de realizaciones. Llegará inevitablemente el momento en que la señora Célida, no le basten sus berrinches y sus lágrimas para que los hermosillenses le retiren el poco apoyo que le queda. Esta ciudad es cruel en sus respuestas y sus juicios, y no perdona. Y que conste que no es deseo, sino premonición.

Si doña Célida está apostando al apoyo del presidente López Obrador, más vale que le empiece a encender veladoras a otro santito, porque incluso entre las filas de sus correligionarios de Morena no es bien vista, y ya no tardan en voltearle abiertamente la espalda, ya sea por sus desmedidas ambiciones electorales, por los desamores, las traiciones, los desencuentros, o por simple canibalismo, deporte que el partido en el poder practica con singular maestría. Pase lo que pase en la renovación de los cuadros directivos de Morena, la situación seguirá igual… o tal vez peor, porque los reemplazos van a surgir de la misma caballada flaca de la que surgieron los que han llevado las riendas hasta el momento.

Y yo no sé a usted, amigo lector, pero a mí me preocupan, y mucho, los constantes olores de corrupción que empieza a despedir el actual Ayuntamiento local. Cuando se descompone un pedazo de carne en un refrigerador la peste cunde apenas la puerta se entreabre un milímetro. Cuando se trata de una vaca entera, el hedor es imposible de contener. Lo mismo pasa con la corrupción, sobre todo cuando se convierte en el deporte favorito de cualquier gobierno, sea municipal, estatal o federal, y mil veces peor si es de los tres, como tantas veces ha sucedido en el pasado.

Desde el punto de vista de la moral pública de la 4T la responsabilidad es enorme, porque llegaron enarbolando la bandera de una decencia que hasta el momento resulta escasamente perceptible por cualquier lado que se mire.

Malo si no cumplen con sus promesas y compromisos a cabalidad, pero incluso mucho más malo si lo poco que hacen lo hacen mal, y además en forma sucia, y además con perversidad. El tráfico de influencias y el nepotismo son reyes, hoy más que nunca, y la transparencia y la rendición de cuentas brillan por su ausencia en los gobiernos de Morena, igual como en su momento sucedió en los gobiernos del PRI y del PAN.

Me llama poderosamente la atención el hecho de que los adalides de la lucha contra la corrupción, y de la renovación moral del “nuevo México”, estén mostrando cada vez más abiertamente los vicios y defectos que le acarreó la mezcolanza de carroña que recogieron aquí y allá, en su camino hacia el poder absoluto que ciega y estúpidamente les fue entregado.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com