/ lunes 10 de febrero de 2020

Casa de las ideas | Esta tristeza mía

Luego del triunfo de Morena en las elecciones de 2018, y a partir de la entronización de López, el día 1º de diciembre de ese mismo año, durante algún tiempo anduve molesto, enojado, “enmuinado” y, lo confieso, desconcertado ante la magnitud del arrasamiento electoral que hubo primero, y de las consecuencias posteriores de una decisión que, aunque fue clara e inobjetable, hasta la fecha no ha podido ser explicada a cabalidad, al menos para mi satisfacción. Por superficiales e insuficientes, las argumentaciones de hartazgo y repudio al PRI y al PAN, no me convencen del todo. Pero en fin…

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La molestia y el enojo poco a poco fueron siendo sustituidos por una mezcla imprecisa de alarma, incredulidad y tristeza, a medida que se iban sucediendo las demenciales decisiones presidenciales, los dislates ininterrumpidos, y las evidencias contundentes e incontrovertibles de que el despapaye nacional no era un fenómeno pasajero o fortuito, sino que, para todo fin práctico, era y es el futuro que se nos viene encima, cuando menos durante el término del sexenio 2018-2024.

Después de casi 14 meses del arribo de López a la Presidencia, ya no queda ninguna duda: nos encontramos ante el peor gobierno que ha tenido nuestro país desde la época post-revolucionaria, incluso mil veces peor y más peligroso que los más nefastos gobiernos emergidos del PRI, y en su momento del PAN. Una valoración desapasionada y objetiva de los hechos lo confirman, y el paulatino desmantelamiento de las instituciones funcionales y de las estructuras democráticas fundamentales, lo ratifican.

El sentimiento de profunda tristeza que me embarga desde hace unos meses, proviene del espectáculo denigrante que he(mos) estado presenciando día con día, todos los días desde hace poco más de un año. La forma tan increíble cómo una sola persona, limitada, desquiciada y profundamente ignorante, se ha ido apoderando de la voluntad de muchos millones de mexicanos, y ha sido capaz de enfrentar a una oposición creciente y decidida, mediante el recurso de pararse todos los días ante un micrófono para decir una sarta de sandeces aderezadas con chistoretes, medias verdades y mentiras completas. Y nadie, o muy pocos, le oponen resistencia… hasta el momento.

¿Cómo no ceder a la tristeza y cómo no caer en una profunda depresión ante escenas tan aterradoras? ¿Qué ha pasado con la inteligencia y el más elemental sentido común de un pueblo que, a pesar de las manipulaciones y los condicionamientos de que ha sido objeto durante decenas de años, jamás había perdido su esencia íntima de rebeldía y su espíritu esencial de lucha, hasta ahora, en estos tiempos aciagos y turbulentos que estamos viviendo? ¿Cómo pueden desaparecer como por ensalmo unas cualidades tan vitales y trascenentes en un pueblo que, hoy más que nunca, debe de ponerse en pie para luchar?

Y lo más terrible es todo eso ha ocurrido en tan sólo un año y poco menos de dos meses, ante la mirada atónita de quienes aún tenemos ojos para ver, oídos para escuchar, y cerebro para entender. Aterrador ¿no le parece a usted?

En el Evangelio de San Mateo correspondiente a ayer domingo, encuento una enseñanza que me parece muy útil y aplicable a la situación que vive el país en estos momentos: Estamos llamados a ser la sal que le da sabor a la tierra, y a servir como la luz que ilumine al mundo. Jesús les habla a sus apóstoles, pero también nos habla a nosotros, a todos los hombres, y su voz viaja y se deja escuchar a lo largo de los siglos y de las épocas de la humanidad.

Y de inmediato mi mente se apodera de ese mensaje evangélico que, más allá de las connotaciones religiosas específicas, nos ubica en el aquí y en el ahora. En lo particular, siento que La Palabra va dirigida directamente a nosotros, los periodistas, comentaristas, analistas y comunicadores que en la actualidad nos desempeñamos en el amplio y complejo mundo de la comunicación.

“Sean la sal y la luz que este mundo necesita” nos exige El Señor a todos, y en especial a los comunicadores. Y me pregunto si estamos escuchando Su voz, y atendiendo Su exigencia. Me pregunto, con el corazón en un puño, si en lo personal estoy escuchando Su voz y atendiendo de manera adecuada Su mandato. Me pregunto ¿vale la pena lo que estoy haciendo en lo personal, en la lucha que estamos sosteniendo multitud de compañeros y compañeras que nos oponemos al nuevo régimen, y que no estamos de acuerdo con lo que está haciendo? Y en determinados momentos la respuesta es descorazonadora y desalentadora, aunque por el contrario, en otros es vivificante y estimulante.

Que la oposición existe es un hecho irrefutable. Y que esa oposición por el momento luce desperdigada, desvinculada y desorganizada, también lo es. Pero tampoco se puede negar que el nuevo régimen que llegó es presa de un marasmo terrible, y se encuentra en el caos más espantoso. Morena es una entidad cavernaria en la que todos pelean contra todos. El régimen actual cuelga de un hilo sumamente delgado, y el extremo de ese hilo está en las manos de un individuo evidentemente inestable, mentalmente hablando, y extremadamente limitado en todos los demás sentidos. De ahí los errores, de ahí los dislates y de ahí las decisiones erróneas que, una tras otra, se han venido tomando, y que mantienen al país entero derrumbado por los suelos.

En esas condiciones es evidente que el régimen no tiene salvación, y que el único camino que le queda es hacia abajo, en virtud de la persistente negativa presidencial de reconocer los errores y de enmendar el rumbo. Por otro lado, el equipo de gobierno armado por López es un adefesio inoperante, puesto que está integrado por un grupo de mediocres, inservibles y serviles, que funcionan como simples comparsas del gran payaso que radica en Palacio Nacional. El punto central, la gran pregunta, es ¿qué tanta cuerda le queda al gran líder de la 4T? ¿Podrá seguir manteniendo en un puño a 126 millones de mexicanos, a base de funciones de circo, rifas fraudulentas, ataques e insultos a sus opositores y detractores, y chistoretes de mal gusto?

En cambio la oposición poco a poco va tomando forma y cohesión, y constantemente está dando pruebas de crecimiento, a medida de que diversos sectores de la iniciativa privada, diferentes organizaciones cívicas y un creciente número de medios y de comunicadores se van identificando en los propósitos, y sumando a la lucha. Es obvio que falta todavía tiempo para que la oposición madure y llegue a su plenitud, pero las perspectivas son muy alentadoras, y la esperanza renace en el ánimo de los mexicanos.

Pero ser la sal de nuestra tierra y la luz de nuestro país no significa salir con piedras y palos en las manos para emprenderla a pedradas y garrotazos contra los apoyadores de López y su proyecto. Así no se va a resolver la situación, ni se va componer lo que está descompuesto. Por mucho odio que se haya esparcido, y por mucha división que hayan sembrado entre nosotros los mexicanos, no podemos, no debemos caer en el error de creer que la recuperación del país tiene que ser necesariamente por las malas.

Tenemos en nuestras manos el elemento exacto y preciso para lograr la victoria en esta lucha, aparentemente tan dispareja. Ese elemento es nuestro voto. Y el voto es la piedra y el palo que necesitamos para demostrar nuestro repudio al régimen que se ha propuesto acabar con el país. Y la primera batalla que nos toca librar a quienes creemos en la democracia y las instituciones, después de la aplastante derrota que sufrimos en 2018, está a la vuelta de la esquina, en 2021.

Al ritmo de desplome que lleva la cuarteada transformación existen fundadas esperanzas de que para cuando llegue el mes de julio de 2021, habrá cambiado la marea y podremos empezar a arrebatarle a López, palmo a palmo, el enorme poder que insensatamente le entregaron en 2018 las masas hartas —justificadamente o no— que sucumbieron al embrujo de un maestro en el perverso arte del engaño.

Así pues, la primera gran prueba la tendremos que enfrentar y superar el próximo año, y dependiendo de los resultados que se obtengan en las próximas elecciones, podremos determinar si nuestro país tiene todavía salvación, o por el contrario, está sentenciado irremediablemente a sucumbir.

Luego del triunfo de Morena en las elecciones de 2018, y a partir de la entronización de López, el día 1º de diciembre de ese mismo año, durante algún tiempo anduve molesto, enojado, “enmuinado” y, lo confieso, desconcertado ante la magnitud del arrasamiento electoral que hubo primero, y de las consecuencias posteriores de una decisión que, aunque fue clara e inobjetable, hasta la fecha no ha podido ser explicada a cabalidad, al menos para mi satisfacción. Por superficiales e insuficientes, las argumentaciones de hartazgo y repudio al PRI y al PAN, no me convencen del todo. Pero en fin…

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La molestia y el enojo poco a poco fueron siendo sustituidos por una mezcla imprecisa de alarma, incredulidad y tristeza, a medida que se iban sucediendo las demenciales decisiones presidenciales, los dislates ininterrumpidos, y las evidencias contundentes e incontrovertibles de que el despapaye nacional no era un fenómeno pasajero o fortuito, sino que, para todo fin práctico, era y es el futuro que se nos viene encima, cuando menos durante el término del sexenio 2018-2024.

Después de casi 14 meses del arribo de López a la Presidencia, ya no queda ninguna duda: nos encontramos ante el peor gobierno que ha tenido nuestro país desde la época post-revolucionaria, incluso mil veces peor y más peligroso que los más nefastos gobiernos emergidos del PRI, y en su momento del PAN. Una valoración desapasionada y objetiva de los hechos lo confirman, y el paulatino desmantelamiento de las instituciones funcionales y de las estructuras democráticas fundamentales, lo ratifican.

El sentimiento de profunda tristeza que me embarga desde hace unos meses, proviene del espectáculo denigrante que he(mos) estado presenciando día con día, todos los días desde hace poco más de un año. La forma tan increíble cómo una sola persona, limitada, desquiciada y profundamente ignorante, se ha ido apoderando de la voluntad de muchos millones de mexicanos, y ha sido capaz de enfrentar a una oposición creciente y decidida, mediante el recurso de pararse todos los días ante un micrófono para decir una sarta de sandeces aderezadas con chistoretes, medias verdades y mentiras completas. Y nadie, o muy pocos, le oponen resistencia… hasta el momento.

¿Cómo no ceder a la tristeza y cómo no caer en una profunda depresión ante escenas tan aterradoras? ¿Qué ha pasado con la inteligencia y el más elemental sentido común de un pueblo que, a pesar de las manipulaciones y los condicionamientos de que ha sido objeto durante decenas de años, jamás había perdido su esencia íntima de rebeldía y su espíritu esencial de lucha, hasta ahora, en estos tiempos aciagos y turbulentos que estamos viviendo? ¿Cómo pueden desaparecer como por ensalmo unas cualidades tan vitales y trascenentes en un pueblo que, hoy más que nunca, debe de ponerse en pie para luchar?

Y lo más terrible es todo eso ha ocurrido en tan sólo un año y poco menos de dos meses, ante la mirada atónita de quienes aún tenemos ojos para ver, oídos para escuchar, y cerebro para entender. Aterrador ¿no le parece a usted?

En el Evangelio de San Mateo correspondiente a ayer domingo, encuento una enseñanza que me parece muy útil y aplicable a la situación que vive el país en estos momentos: Estamos llamados a ser la sal que le da sabor a la tierra, y a servir como la luz que ilumine al mundo. Jesús les habla a sus apóstoles, pero también nos habla a nosotros, a todos los hombres, y su voz viaja y se deja escuchar a lo largo de los siglos y de las épocas de la humanidad.

Y de inmediato mi mente se apodera de ese mensaje evangélico que, más allá de las connotaciones religiosas específicas, nos ubica en el aquí y en el ahora. En lo particular, siento que La Palabra va dirigida directamente a nosotros, los periodistas, comentaristas, analistas y comunicadores que en la actualidad nos desempeñamos en el amplio y complejo mundo de la comunicación.

“Sean la sal y la luz que este mundo necesita” nos exige El Señor a todos, y en especial a los comunicadores. Y me pregunto si estamos escuchando Su voz, y atendiendo Su exigencia. Me pregunto, con el corazón en un puño, si en lo personal estoy escuchando Su voz y atendiendo de manera adecuada Su mandato. Me pregunto ¿vale la pena lo que estoy haciendo en lo personal, en la lucha que estamos sosteniendo multitud de compañeros y compañeras que nos oponemos al nuevo régimen, y que no estamos de acuerdo con lo que está haciendo? Y en determinados momentos la respuesta es descorazonadora y desalentadora, aunque por el contrario, en otros es vivificante y estimulante.

Que la oposición existe es un hecho irrefutable. Y que esa oposición por el momento luce desperdigada, desvinculada y desorganizada, también lo es. Pero tampoco se puede negar que el nuevo régimen que llegó es presa de un marasmo terrible, y se encuentra en el caos más espantoso. Morena es una entidad cavernaria en la que todos pelean contra todos. El régimen actual cuelga de un hilo sumamente delgado, y el extremo de ese hilo está en las manos de un individuo evidentemente inestable, mentalmente hablando, y extremadamente limitado en todos los demás sentidos. De ahí los errores, de ahí los dislates y de ahí las decisiones erróneas que, una tras otra, se han venido tomando, y que mantienen al país entero derrumbado por los suelos.

En esas condiciones es evidente que el régimen no tiene salvación, y que el único camino que le queda es hacia abajo, en virtud de la persistente negativa presidencial de reconocer los errores y de enmendar el rumbo. Por otro lado, el equipo de gobierno armado por López es un adefesio inoperante, puesto que está integrado por un grupo de mediocres, inservibles y serviles, que funcionan como simples comparsas del gran payaso que radica en Palacio Nacional. El punto central, la gran pregunta, es ¿qué tanta cuerda le queda al gran líder de la 4T? ¿Podrá seguir manteniendo en un puño a 126 millones de mexicanos, a base de funciones de circo, rifas fraudulentas, ataques e insultos a sus opositores y detractores, y chistoretes de mal gusto?

En cambio la oposición poco a poco va tomando forma y cohesión, y constantemente está dando pruebas de crecimiento, a medida de que diversos sectores de la iniciativa privada, diferentes organizaciones cívicas y un creciente número de medios y de comunicadores se van identificando en los propósitos, y sumando a la lucha. Es obvio que falta todavía tiempo para que la oposición madure y llegue a su plenitud, pero las perspectivas son muy alentadoras, y la esperanza renace en el ánimo de los mexicanos.

Pero ser la sal de nuestra tierra y la luz de nuestro país no significa salir con piedras y palos en las manos para emprenderla a pedradas y garrotazos contra los apoyadores de López y su proyecto. Así no se va a resolver la situación, ni se va componer lo que está descompuesto. Por mucho odio que se haya esparcido, y por mucha división que hayan sembrado entre nosotros los mexicanos, no podemos, no debemos caer en el error de creer que la recuperación del país tiene que ser necesariamente por las malas.

Tenemos en nuestras manos el elemento exacto y preciso para lograr la victoria en esta lucha, aparentemente tan dispareja. Ese elemento es nuestro voto. Y el voto es la piedra y el palo que necesitamos para demostrar nuestro repudio al régimen que se ha propuesto acabar con el país. Y la primera batalla que nos toca librar a quienes creemos en la democracia y las instituciones, después de la aplastante derrota que sufrimos en 2018, está a la vuelta de la esquina, en 2021.

Al ritmo de desplome que lleva la cuarteada transformación existen fundadas esperanzas de que para cuando llegue el mes de julio de 2021, habrá cambiado la marea y podremos empezar a arrebatarle a López, palmo a palmo, el enorme poder que insensatamente le entregaron en 2018 las masas hartas —justificadamente o no— que sucumbieron al embrujo de un maestro en el perverso arte del engaño.

Así pues, la primera gran prueba la tendremos que enfrentar y superar el próximo año, y dependiendo de los resultados que se obtengan en las próximas elecciones, podremos determinar si nuestro país tiene todavía salvación, o por el contrario, está sentenciado irremediablemente a sucumbir.