/ lunes 8 de julio de 2019

Casa de las ideas | Hay de virus a virus

Para los científicos investigadores y para los epidemiólogos que se enfrentan a los virus, los más temibles son aquellos que mutan, es decir, que cambian constantemente, haciendo inútil la creación de los antivirus y las vacunas que se elaboran en los laboratorios especializados para combatirlos. Me puse a investigar un poco al respecto, y me entero de que los virus que provocan fiebres hemorrágicas son de los más temibles, tanto por su virulencia como por su mortalidad.

Los diez virus más mortíferos del planeta son los siguientes: 1) Marburgo, cuyo nivel de mortalidad alcanza hasta un 90%. 2) Ébola con sus diversas modalidades entre las cuales el Ébola Zaire es la peor con una mortalidad también del 90%. 3) Hanta. 4) Dengue. 5) Kyasanur. 6) Tifus Negro, Fiebre Boliviana o Virus Machupo. 7) Crimea-Congo. 8) Fiebre de Lassa. 9) Gripe Aviar. 10) El Junin. También están entre los virus más peligrosos el VIH, la Influenza, la Rabia, la Viruela y el Nipah.

A manera de breviario cultural adicional, agregaré que los virus no tienen vida propia, así que se apoderan de partes de las células vivas que infectan para reproducirse. Cada partícula viral consiste en una hebra de ADN o ARN, con una envoltura capaz de fijarse a otras células. Por eso es importante la función de los anticuerpos, producidos por el sistema inmunológico. Estos anticuerpos se fijan en las células sanas, impidiendo que el virus se adhiera a ellas.

ooOoo

En la vida pública, y en especial en el ejercicio del poder, también existen virus que tienen la capacidad de acabar con la vida de las instituciones públicas y de las organizaciones cívicas con inusual eficiencia y gran mortalidad. La diferencia fundamental que existe entre esta clase virus, y los enunciados en la primera parte de este escrito, estiba en que estos virus, llamémosles “virus políticos” por nombrarlos de alguna manera, sí tienen vida propia, por lo cual son comparativamente más peligrosos y mortales incluso que el Marburgo o el Ébola Zaire.

En lo que existe una coincidencia absoluta es en lo que concierne a las mutaciones en ambas clases de virus: en los dos casos los virus mutantes ponen a temblar a los encargados de combatirlos, y muchas veces —de hecho con inusitada frecuencia— hacen inútiles los esfuerzos por erradicarlos, dando lugar a grandes pandemias que pueden diezmar la sociedad de cualquier país, como ha sucedido ya en Cuba, Bolivia, Chile en su momento, Argentina, Venezuela, y como estamos viendo, también empieza a suceder en México.

Los partidos mexicanos constituyen especies diversas de virus, que fueron creados en los laboratorios de la alquimia política, unos hace decenas de años, como es el caso del PRI y el PAN, y otros muchos que fueron apareciendo, unos como cepas originales y otros como derivaciones (y cuya enumeración sería ociosa), hasta llegar finalmente a Morena que es el de más reciente creación, y que aún está por definir si sigue siendo un movimiento o ya es un partido con toda las características y vicios propios del caso, una definición realmente importante y oportuna, porque de ninguna manera son lo mismo.

En estos tiempos y circunstancias que estamos viviendo, existe un amplio consenso en cuanto a que las dos grandes cepas mexicanas de virus, digamos las matrices más importantes, son el PRI y el PAN. El PRI ha sido sin duda un semental más que prolífico, puesto que de una u otra manera, en una u otra medida, y lo acepten o no lo acepten los engendrados, ha procreado a todos los demás partidos que ha habido en las diferentes épocas de nuestra historia política, incluyendo a Morena y exceptuando, claro está, al PAN, con respecto al cual son como el agua y el aceite.

Es tan fuerte la repelencia que existe entre PRI y PAN que no recuerdo un solo panista que se haya trasladado al PRI, y casi ninguno del PRI que se haya refugiado en el PAN. Las contadas excepciones, en este último caso, no hacen sino confirmar la regla.

Lo inusitado en el caso mexicano actual, es que se está dando una situación nunca antes vista: algo se salió de control, o tal vez el plan tuvo el éxito planeado, y ha surgido un virus político caníbal: Morena, un virus partidófago que está dispuesto a asimilar, a absorber, o bien a devorar crudos y con todo y huesos a los demás partidos, en la estrategia glotona e insaciable de instalarse como el único y gran virus reinante, y sin anticuerpo o vacuna que lo amenace. El PRI, por el contrario, en su momento de máxima hegemonía, decidió abrir las puertas para que surgieran otros partidos que dieran la idea de una democracia tolerada, pero controlada. Y permitió generosamente que se crearan las figuras de los legisladores plurinominales para que todos, hijos o entenados, compartieran los platillos en el gran banquete del poder, aunque algunos recibieran solamente los mendrugos.

Y así sucedió lo inevitable: el padre de todos los virus se enamoró de su propia imagen, se engolosinó consigo mismo, se hizo adiposo y fofo, se volvió cada vez más indolente, y se transformó finalmente en un ente deforme cada vez más corrupto e indecente, y la masa domesticada que le había sostenido durante casi 80 años terminó volteándole la cara, y arropó en sus brazos al hijo bastardo del Prinosaurio: Morena, a pesar de ser la encarnación perfecta de lo más odiado, de lo más aborrecido y de lo más rechazado.

Pero en el mundo de los terribles virus políticos hay todavía uno que es todavía más peligroso que los que he mencionado. Es un virus mucho más virulento y mortal que el Marburgo o el Ébola Zaire, que son capaces de matar hasta al 90% de los infectados. Este virus llegó utilizando como portador a un hombre elevado a la categoría de santo infalible por sus adoradores, y que son las armas secretas de su cuarta transformación: Es el virus que se especializa en matar las instituciones que nos brindan funcionalidad, y sentido, y orden, y permanencia como país. Ese es el virus más peligroso que nos está atacando, y contra el cual ni estamos preparados, ni estamos en posibilidad de fabricar un antivirus o una vacuna, antes de que acabe con el andamiaje institucional que nos queda.

Todo se está preparando para convertir a México en un traje a la medida para Andrés Manuel López, y su idea personal de lo que debe ser el país, y de cómo debe ser el país, según su concepción muy particular. Por encima de él y sus intereses, nada, sean Constitución, instituciones, leyes, organizaciones y/o personas. Bajo esa consigna y con ese plan, se está legislando y se está permitiendo que actúen libremente los virus que acabarán con las instituciones nacionales, sin las cuales México ya no será México, sino un membrete más a los pies del despótico sátrapa. Quien no lo vea, o quien actúe para que nadie lo pueda ver, está cometiendo la traición a la patria más grave y más grande que se pueda cometer.

Yo no voté por él, como es evidente, pero si lo hubiera hecho, como lo hicieron 30 millones de mexicanos en un arrebato insano de hartazgo y decepción, mi voto no hubiera representado un cheque en blanco para que el señor hiciera lo que le diera la gana, y jamás aceptaría que se cometiera un ultraje de esta naturaleza y magnitud: que el país se reduzca a un pedazo de trapo recortado con las medidas anatómicas y mentales de un individuo que cada día, todos los días, nos ofrece pruebas irrefutables de sus profundas limitaciones y pavorosas taras psicológicas.

¡No, y mil veces no! Porque aun cuando hayan votado por él 30 millones de mexicanos, desde el momento mismo en que se fajó la Banda Presidencial y asumió el Poder Ejecutivo de la nación, está para ser observado cuidadosamente y enjuiciado con la severidad que el delicado y trascendente cargo requiere, y no para ser obedecido ciegamente y adorado como si fuera una deidad divina, y no un pelado de carne y hueso igual de finito y falible que cualquier otro mexicano, de cualquier posición y condición.

Todo indica que al elegir a un sujeto con las características de López Obrador, sin haber tenido previamente la precaución de crear una vacuna especial para evitar la propagación de un contagio viral, se eligió al mismo tiempo a los portadores de los virus más peligrosos y letales para las instituciones y organizaciones democráticas que, inmaduras e imperfectas, son no obstante la única garantía que tenemos de que nuestro país prevalecerá, por encima de los nefastos caudillismos mesiánicos, y el cacicazgo enfermizo del orate que, por el momento, está sentado en el trono.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

Para los científicos investigadores y para los epidemiólogos que se enfrentan a los virus, los más temibles son aquellos que mutan, es decir, que cambian constantemente, haciendo inútil la creación de los antivirus y las vacunas que se elaboran en los laboratorios especializados para combatirlos. Me puse a investigar un poco al respecto, y me entero de que los virus que provocan fiebres hemorrágicas son de los más temibles, tanto por su virulencia como por su mortalidad.

Los diez virus más mortíferos del planeta son los siguientes: 1) Marburgo, cuyo nivel de mortalidad alcanza hasta un 90%. 2) Ébola con sus diversas modalidades entre las cuales el Ébola Zaire es la peor con una mortalidad también del 90%. 3) Hanta. 4) Dengue. 5) Kyasanur. 6) Tifus Negro, Fiebre Boliviana o Virus Machupo. 7) Crimea-Congo. 8) Fiebre de Lassa. 9) Gripe Aviar. 10) El Junin. También están entre los virus más peligrosos el VIH, la Influenza, la Rabia, la Viruela y el Nipah.

A manera de breviario cultural adicional, agregaré que los virus no tienen vida propia, así que se apoderan de partes de las células vivas que infectan para reproducirse. Cada partícula viral consiste en una hebra de ADN o ARN, con una envoltura capaz de fijarse a otras células. Por eso es importante la función de los anticuerpos, producidos por el sistema inmunológico. Estos anticuerpos se fijan en las células sanas, impidiendo que el virus se adhiera a ellas.

ooOoo

En la vida pública, y en especial en el ejercicio del poder, también existen virus que tienen la capacidad de acabar con la vida de las instituciones públicas y de las organizaciones cívicas con inusual eficiencia y gran mortalidad. La diferencia fundamental que existe entre esta clase virus, y los enunciados en la primera parte de este escrito, estiba en que estos virus, llamémosles “virus políticos” por nombrarlos de alguna manera, sí tienen vida propia, por lo cual son comparativamente más peligrosos y mortales incluso que el Marburgo o el Ébola Zaire.

En lo que existe una coincidencia absoluta es en lo que concierne a las mutaciones en ambas clases de virus: en los dos casos los virus mutantes ponen a temblar a los encargados de combatirlos, y muchas veces —de hecho con inusitada frecuencia— hacen inútiles los esfuerzos por erradicarlos, dando lugar a grandes pandemias que pueden diezmar la sociedad de cualquier país, como ha sucedido ya en Cuba, Bolivia, Chile en su momento, Argentina, Venezuela, y como estamos viendo, también empieza a suceder en México.

Los partidos mexicanos constituyen especies diversas de virus, que fueron creados en los laboratorios de la alquimia política, unos hace decenas de años, como es el caso del PRI y el PAN, y otros muchos que fueron apareciendo, unos como cepas originales y otros como derivaciones (y cuya enumeración sería ociosa), hasta llegar finalmente a Morena que es el de más reciente creación, y que aún está por definir si sigue siendo un movimiento o ya es un partido con toda las características y vicios propios del caso, una definición realmente importante y oportuna, porque de ninguna manera son lo mismo.

En estos tiempos y circunstancias que estamos viviendo, existe un amplio consenso en cuanto a que las dos grandes cepas mexicanas de virus, digamos las matrices más importantes, son el PRI y el PAN. El PRI ha sido sin duda un semental más que prolífico, puesto que de una u otra manera, en una u otra medida, y lo acepten o no lo acepten los engendrados, ha procreado a todos los demás partidos que ha habido en las diferentes épocas de nuestra historia política, incluyendo a Morena y exceptuando, claro está, al PAN, con respecto al cual son como el agua y el aceite.

Es tan fuerte la repelencia que existe entre PRI y PAN que no recuerdo un solo panista que se haya trasladado al PRI, y casi ninguno del PRI que se haya refugiado en el PAN. Las contadas excepciones, en este último caso, no hacen sino confirmar la regla.

Lo inusitado en el caso mexicano actual, es que se está dando una situación nunca antes vista: algo se salió de control, o tal vez el plan tuvo el éxito planeado, y ha surgido un virus político caníbal: Morena, un virus partidófago que está dispuesto a asimilar, a absorber, o bien a devorar crudos y con todo y huesos a los demás partidos, en la estrategia glotona e insaciable de instalarse como el único y gran virus reinante, y sin anticuerpo o vacuna que lo amenace. El PRI, por el contrario, en su momento de máxima hegemonía, decidió abrir las puertas para que surgieran otros partidos que dieran la idea de una democracia tolerada, pero controlada. Y permitió generosamente que se crearan las figuras de los legisladores plurinominales para que todos, hijos o entenados, compartieran los platillos en el gran banquete del poder, aunque algunos recibieran solamente los mendrugos.

Y así sucedió lo inevitable: el padre de todos los virus se enamoró de su propia imagen, se engolosinó consigo mismo, se hizo adiposo y fofo, se volvió cada vez más indolente, y se transformó finalmente en un ente deforme cada vez más corrupto e indecente, y la masa domesticada que le había sostenido durante casi 80 años terminó volteándole la cara, y arropó en sus brazos al hijo bastardo del Prinosaurio: Morena, a pesar de ser la encarnación perfecta de lo más odiado, de lo más aborrecido y de lo más rechazado.

Pero en el mundo de los terribles virus políticos hay todavía uno que es todavía más peligroso que los que he mencionado. Es un virus mucho más virulento y mortal que el Marburgo o el Ébola Zaire, que son capaces de matar hasta al 90% de los infectados. Este virus llegó utilizando como portador a un hombre elevado a la categoría de santo infalible por sus adoradores, y que son las armas secretas de su cuarta transformación: Es el virus que se especializa en matar las instituciones que nos brindan funcionalidad, y sentido, y orden, y permanencia como país. Ese es el virus más peligroso que nos está atacando, y contra el cual ni estamos preparados, ni estamos en posibilidad de fabricar un antivirus o una vacuna, antes de que acabe con el andamiaje institucional que nos queda.

Todo se está preparando para convertir a México en un traje a la medida para Andrés Manuel López, y su idea personal de lo que debe ser el país, y de cómo debe ser el país, según su concepción muy particular. Por encima de él y sus intereses, nada, sean Constitución, instituciones, leyes, organizaciones y/o personas. Bajo esa consigna y con ese plan, se está legislando y se está permitiendo que actúen libremente los virus que acabarán con las instituciones nacionales, sin las cuales México ya no será México, sino un membrete más a los pies del despótico sátrapa. Quien no lo vea, o quien actúe para que nadie lo pueda ver, está cometiendo la traición a la patria más grave y más grande que se pueda cometer.

Yo no voté por él, como es evidente, pero si lo hubiera hecho, como lo hicieron 30 millones de mexicanos en un arrebato insano de hartazgo y decepción, mi voto no hubiera representado un cheque en blanco para que el señor hiciera lo que le diera la gana, y jamás aceptaría que se cometiera un ultraje de esta naturaleza y magnitud: que el país se reduzca a un pedazo de trapo recortado con las medidas anatómicas y mentales de un individuo que cada día, todos los días, nos ofrece pruebas irrefutables de sus profundas limitaciones y pavorosas taras psicológicas.

¡No, y mil veces no! Porque aun cuando hayan votado por él 30 millones de mexicanos, desde el momento mismo en que se fajó la Banda Presidencial y asumió el Poder Ejecutivo de la nación, está para ser observado cuidadosamente y enjuiciado con la severidad que el delicado y trascendente cargo requiere, y no para ser obedecido ciegamente y adorado como si fuera una deidad divina, y no un pelado de carne y hueso igual de finito y falible que cualquier otro mexicano, de cualquier posición y condición.

Todo indica que al elegir a un sujeto con las características de López Obrador, sin haber tenido previamente la precaución de crear una vacuna especial para evitar la propagación de un contagio viral, se eligió al mismo tiempo a los portadores de los virus más peligrosos y letales para las instituciones y organizaciones democráticas que, inmaduras e imperfectas, son no obstante la única garantía que tenemos de que nuestro país prevalecerá, por encima de los nefastos caudillismos mesiánicos, y el cacicazgo enfermizo del orate que, por el momento, está sentado en el trono.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com