/ martes 13 de octubre de 2020

Casa de las ideas | Juegos, juguetes y pasatiempos

Mi esposa y yo, ambos en edad más que avanzada, mientras tomamos el desayuno acostumbramos escuchar el Evangelio de cada día, que nos envía una amiga muy querida que radica en Guadalajara. Lo hemos venido haciendo desde hace cuando menos dos años, sin fallar un solo día. Se ha convertido en una hermosa y refrescante costumbre, y más aún que gran frecuencia nos quedamos un buen rato en la sobremesa matutina, comentando sobre el contenido del Evangelio del día, o bien sobre cualquier otro tema relacionado con los tiempos pasados, que constantemente salen a colación en nuestras conversaciones. Recordar es volver a vivir, dicen por ahí.

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Quienes nos conocen dicen que somos “una pareja bien avenida”, tal vez porque mantenemos una fluida comunicación, a pesar de que este diciembre, si Dios nos lo concede, cumpliremos ya 57 años de feliz matrimonio… y esperamos cumplir muchos más.

Siempre lo he dicho, y lo sostengo aquí y donde quiera: el silencio y la falta de comunicación, junto con la indiferencia y la costumbre, la intolerancia y la incomprensión, son los grandes asesinos de las relaciones matrimoniales. El amor, la identificación y el compañerismo en las parejas, sucumben irremediablemente ante tan poderosos enemigos.

Hace unos días, después de terminar de desayunar, nos quedamos mi esposa y yo platicando un largo rato sobre el tema de nuestras respectivas infancias, la de ella en Nacozari de donde es originaria, y la mía en Hermosillo, donde vi la primera luz, hace ya un titipuchal de años.

Y entre muchas otras cosas, salieron a relucir los juegos de nuestras respectivas infancias, y la forma como nos entreteníamos en aquellas épocas tan felices y risueñas, que hoy nos parecen remotas y pertenecientes a cuantos de fantasía que parecen ser parte de unos tiempos perdidos para siempre.

No se imaginan ustedes lo que nos reímos y lo que disfrutamos platicando sobre aquellos juegos sencillos e inocentes que jugábamos en los hermosos tiempos de nuestras ya muy lejanas infancias… la bebeleche, los yex, los trompos, las catotas, los baleros, el salto de la cuerda con “chile, tomate y cebolla”, las tentadas y las encantadas, el escondite, la roña, el pan y queso, el ronchiflón, la borriquita, la esconde-la-cuarta, el carro, la patada del bote, la gallinita ciega, y el chapete, aquel juego muy curioso y muy popular en los pueblos donde predominaba la actividad minera (como Cananea y Nacozari), y que se jugaba con una bolsita hecha con un calcetín lleno de piedritas y cosido en la punta, a la que se golpeaba con el dedo gordo del pie enganchado en la orilla del pantalón.

Buena parte de esos juegos eran acompañados con canciones cuyos estribillos sigo escuchando en mi mente, tan claramente como si los estuviera escuchando en este mismo instante... “agua, té, matarile rile rile, qué quiere usted, matarile rile rón…” “doña Blanca está cubierta de pilares de oro y plata…” “a la víbora víbora de la mar, de la mar, por aquí no han de pasar…”. ¿Alguno de ustedes recuerda esos juegos y esas canciones que menciono?

Juegos infantiles cuyo sello predominante eran la generación de una sana convivencia y el fomento del compañerismo entre los participantes. Juegos inolvidables que se jugaban en los corredores de las casas, o en las calles de los viejos pueblos y ciudades que, desde luego, eran mucho más tranquilas y seguras de lo que son hoy en día, en que han dejado de ser calles para convertirse en senderos o brechas dentro de una selva infernal donde pululan los animales salvajes sedientos de sangre.

Se fueron para nunca más volver aquellos trastecitos con que las niñas jugaban a “las comiditas” y fabricaban pastelillos de lodo; y rara vez se ven las muñecas que hablaban y cerraban los ojos cuando se recostaban. Nunca más volveremos a ver los carritos de lanza, los caballitos con ruedas fabricados con madera, los carritos de juguete hechos de hojalata, o los soldaditos de plomo o plástico. Ni aquellos trompos pico de garza o pico-de-bolita, o las catotas cristalinas y los caliches, o los baleros fabricados con madera dura. Hoy en día es prácticamente imposible encontrar aquellas pelotas de esponja con las que se jugaba al carro, en las plazuelas o en plena calle.

Todos esos juegos y juguetes forman parte de un mundo que ya no existe, y de una vida que se ha transformado por completo, llevándose consigo en esa transformación la personalidad y la esencia misma de los niños y niñas que hubo en aquellas viejas e inolvidables épocas, y que hoy son algo completamente diferente. No digo mejores ni peores, simplemente diferentes.

Al recordar mi esposa y yo todos esos juegos y esos juguetes, no pudimos evitar que nos invadiera la nostalgia, e incluso que las lágrimas nos empañaran ojos al evocar los viejos tiempos, lo cual es comprensible dada la edad que tenemos.

Y como un inevitable ramalazo, se nos vino encima un diluvio de remembranzas sobre la forma como nos divertíamos y nos entreteníamos nosotros en nuestros tiempos de infancia y juventud, y los que posteriormente vivieron nuestros propios hijos, y finalmente los hijos de nuestros hijos. Las comparaciones son odiosas, en cualquier caso, según dicen, pero son igualmente inevitables.

Juegos, juguetes y pasatiempos diferentes de acuerdo con las épocas, que van desde lo más sencillo y elemental de principios de los años 40 del siglo XX, hasta lo tremendamente complicado y sofisticado de la segunda década del siglo XXI. Nada que ver unos tiempos con los otros. Por eso tal vez es que, por más esfuerzo que hacemos, nos cuesta tanto trabajo establecer comunicación con nuestros dos nietos más pequeños, de 10 y 14 años de edad. Está el amor, de eso no hay ninguna duda, pero nos falta el elemento vital de la comunicación, que permite el acercamiento personal y la íntima identificación.

Si los juegos y los juguetes de aquellos tiempos fueron completamente diferentes a los de hoy, los pasatiempos y entretenimientos no les van a la zaga. Simplemente no logro imaginar a un niño actual, digamos de ocho o diez años de edad, sentado a la orilla de la banqueta en el mes de agosto a eso de las 5 de la tarde chupando un canuto de caña. O ese mismo niño “apeando” roscas de guamúchil con un carrizo y un gancho de alambre en la punta. O yendo a bañarse bichi en las aguas de La Sauceda o El Guamuchilón. Y mucho menos metiéndose en la Cueva de Santa Marta en plena temporada de lluvias, cuando las lagunas interiores se llenaban y había que sumergirse para cruzarlas.

Imposible de imaginar, aún suponiendo que esos lugares estuvieran disponibles todavía para ser utilizados como diversión. No lo están, desde luego, ya han desaparecido y sólo quedan sus recuerdos en la memoria de que fuimos niños y jovencitos en aquellas remotas épocas que, dígase lo que se diga y aún considerando su gran sencillez y simplicidad, fueron sin lugar a duda sumamente felices y dignos de ser vividos y recordados.

¿Cómo comparar los tiempos en que los grandes entretenimientos de la gente eran escuchar las radionovelas radiofónicas y los programas musicales en las viejas radiodifusoras que transmitían en AM, o escuchar cada otoño los juegos de la Serie Mundial de béisbol en un radio de bulbos, o ir a ver un programa doble de películas en blanco y negro en cualquiera de las viejas salas de cine que había en esta ciudad, ya sea bajo techo o a cielo abierto? ¿O ir a las funciones de box los viernes por la noche en la Arena Juárez o la Arena Sonora? ¿O a los juegos de beisbol que se realizaban en el viejo estadio de la Casa del Pueblo los domingos por la mañana, entre los equipos Queliteros de Hermosillo y Ostioneros de Guaymas, o cualquiera de los otros los equipos que participaban en la antigua Liga de Sonora, y que posteriormente diera lugar a la creación de la Liga de la Costa del Pacífico?

Nada de lo de entonces guarda el menor parecido con lo de hoy en día. No solo los juegos, los juguetes y los pasatiempos han cambiado radicalmente. También han cambiado las normas y los códigos éticos y morales que estuvieron vigentes durante decenas de años. La música y la forma de bailar también son completamente diferentes, y me van ustedes a perdonar, pero hoy en día la música no parece música y da la impresión de que las parejas de bailarines en vez de bailar estuvieran copulando descaradamente.

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Así pues ¡Cuán diferentes fueron las juventudes de las décadas de los años 50 y 60, e incluso todavía de los años 70, de las juventudes actuales! Nada que ver unas con las otras, no sólo en cuanto a la forma de divertirse y de relacionarse, sino también en la forma de comportarse públicamente, de vestirse, de arreglarse, de pensar y de actuar. Los cambios que trajeron los nuevos tiempos fueron como los vientos de un huracán que se llevó todo lo que había, y dejó un enorme campo abierto a las formas actuales de ser, de pensar y de vivir.



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Mi esposa y yo, ambos en edad más que avanzada, mientras tomamos el desayuno acostumbramos escuchar el Evangelio de cada día, que nos envía una amiga muy querida que radica en Guadalajara. Lo hemos venido haciendo desde hace cuando menos dos años, sin fallar un solo día. Se ha convertido en una hermosa y refrescante costumbre, y más aún que gran frecuencia nos quedamos un buen rato en la sobremesa matutina, comentando sobre el contenido del Evangelio del día, o bien sobre cualquier otro tema relacionado con los tiempos pasados, que constantemente salen a colación en nuestras conversaciones. Recordar es volver a vivir, dicen por ahí.

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Quienes nos conocen dicen que somos “una pareja bien avenida”, tal vez porque mantenemos una fluida comunicación, a pesar de que este diciembre, si Dios nos lo concede, cumpliremos ya 57 años de feliz matrimonio… y esperamos cumplir muchos más.

Siempre lo he dicho, y lo sostengo aquí y donde quiera: el silencio y la falta de comunicación, junto con la indiferencia y la costumbre, la intolerancia y la incomprensión, son los grandes asesinos de las relaciones matrimoniales. El amor, la identificación y el compañerismo en las parejas, sucumben irremediablemente ante tan poderosos enemigos.

Hace unos días, después de terminar de desayunar, nos quedamos mi esposa y yo platicando un largo rato sobre el tema de nuestras respectivas infancias, la de ella en Nacozari de donde es originaria, y la mía en Hermosillo, donde vi la primera luz, hace ya un titipuchal de años.

Y entre muchas otras cosas, salieron a relucir los juegos de nuestras respectivas infancias, y la forma como nos entreteníamos en aquellas épocas tan felices y risueñas, que hoy nos parecen remotas y pertenecientes a cuantos de fantasía que parecen ser parte de unos tiempos perdidos para siempre.

No se imaginan ustedes lo que nos reímos y lo que disfrutamos platicando sobre aquellos juegos sencillos e inocentes que jugábamos en los hermosos tiempos de nuestras ya muy lejanas infancias… la bebeleche, los yex, los trompos, las catotas, los baleros, el salto de la cuerda con “chile, tomate y cebolla”, las tentadas y las encantadas, el escondite, la roña, el pan y queso, el ronchiflón, la borriquita, la esconde-la-cuarta, el carro, la patada del bote, la gallinita ciega, y el chapete, aquel juego muy curioso y muy popular en los pueblos donde predominaba la actividad minera (como Cananea y Nacozari), y que se jugaba con una bolsita hecha con un calcetín lleno de piedritas y cosido en la punta, a la que se golpeaba con el dedo gordo del pie enganchado en la orilla del pantalón.

Buena parte de esos juegos eran acompañados con canciones cuyos estribillos sigo escuchando en mi mente, tan claramente como si los estuviera escuchando en este mismo instante... “agua, té, matarile rile rile, qué quiere usted, matarile rile rón…” “doña Blanca está cubierta de pilares de oro y plata…” “a la víbora víbora de la mar, de la mar, por aquí no han de pasar…”. ¿Alguno de ustedes recuerda esos juegos y esas canciones que menciono?

Juegos infantiles cuyo sello predominante eran la generación de una sana convivencia y el fomento del compañerismo entre los participantes. Juegos inolvidables que se jugaban en los corredores de las casas, o en las calles de los viejos pueblos y ciudades que, desde luego, eran mucho más tranquilas y seguras de lo que son hoy en día, en que han dejado de ser calles para convertirse en senderos o brechas dentro de una selva infernal donde pululan los animales salvajes sedientos de sangre.

Se fueron para nunca más volver aquellos trastecitos con que las niñas jugaban a “las comiditas” y fabricaban pastelillos de lodo; y rara vez se ven las muñecas que hablaban y cerraban los ojos cuando se recostaban. Nunca más volveremos a ver los carritos de lanza, los caballitos con ruedas fabricados con madera, los carritos de juguete hechos de hojalata, o los soldaditos de plomo o plástico. Ni aquellos trompos pico de garza o pico-de-bolita, o las catotas cristalinas y los caliches, o los baleros fabricados con madera dura. Hoy en día es prácticamente imposible encontrar aquellas pelotas de esponja con las que se jugaba al carro, en las plazuelas o en plena calle.

Todos esos juegos y juguetes forman parte de un mundo que ya no existe, y de una vida que se ha transformado por completo, llevándose consigo en esa transformación la personalidad y la esencia misma de los niños y niñas que hubo en aquellas viejas e inolvidables épocas, y que hoy son algo completamente diferente. No digo mejores ni peores, simplemente diferentes.

Al recordar mi esposa y yo todos esos juegos y esos juguetes, no pudimos evitar que nos invadiera la nostalgia, e incluso que las lágrimas nos empañaran ojos al evocar los viejos tiempos, lo cual es comprensible dada la edad que tenemos.

Y como un inevitable ramalazo, se nos vino encima un diluvio de remembranzas sobre la forma como nos divertíamos y nos entreteníamos nosotros en nuestros tiempos de infancia y juventud, y los que posteriormente vivieron nuestros propios hijos, y finalmente los hijos de nuestros hijos. Las comparaciones son odiosas, en cualquier caso, según dicen, pero son igualmente inevitables.

Juegos, juguetes y pasatiempos diferentes de acuerdo con las épocas, que van desde lo más sencillo y elemental de principios de los años 40 del siglo XX, hasta lo tremendamente complicado y sofisticado de la segunda década del siglo XXI. Nada que ver unos tiempos con los otros. Por eso tal vez es que, por más esfuerzo que hacemos, nos cuesta tanto trabajo establecer comunicación con nuestros dos nietos más pequeños, de 10 y 14 años de edad. Está el amor, de eso no hay ninguna duda, pero nos falta el elemento vital de la comunicación, que permite el acercamiento personal y la íntima identificación.

Si los juegos y los juguetes de aquellos tiempos fueron completamente diferentes a los de hoy, los pasatiempos y entretenimientos no les van a la zaga. Simplemente no logro imaginar a un niño actual, digamos de ocho o diez años de edad, sentado a la orilla de la banqueta en el mes de agosto a eso de las 5 de la tarde chupando un canuto de caña. O ese mismo niño “apeando” roscas de guamúchil con un carrizo y un gancho de alambre en la punta. O yendo a bañarse bichi en las aguas de La Sauceda o El Guamuchilón. Y mucho menos metiéndose en la Cueva de Santa Marta en plena temporada de lluvias, cuando las lagunas interiores se llenaban y había que sumergirse para cruzarlas.

Imposible de imaginar, aún suponiendo que esos lugares estuvieran disponibles todavía para ser utilizados como diversión. No lo están, desde luego, ya han desaparecido y sólo quedan sus recuerdos en la memoria de que fuimos niños y jovencitos en aquellas remotas épocas que, dígase lo que se diga y aún considerando su gran sencillez y simplicidad, fueron sin lugar a duda sumamente felices y dignos de ser vividos y recordados.

¿Cómo comparar los tiempos en que los grandes entretenimientos de la gente eran escuchar las radionovelas radiofónicas y los programas musicales en las viejas radiodifusoras que transmitían en AM, o escuchar cada otoño los juegos de la Serie Mundial de béisbol en un radio de bulbos, o ir a ver un programa doble de películas en blanco y negro en cualquiera de las viejas salas de cine que había en esta ciudad, ya sea bajo techo o a cielo abierto? ¿O ir a las funciones de box los viernes por la noche en la Arena Juárez o la Arena Sonora? ¿O a los juegos de beisbol que se realizaban en el viejo estadio de la Casa del Pueblo los domingos por la mañana, entre los equipos Queliteros de Hermosillo y Ostioneros de Guaymas, o cualquiera de los otros los equipos que participaban en la antigua Liga de Sonora, y que posteriormente diera lugar a la creación de la Liga de la Costa del Pacífico?

Nada de lo de entonces guarda el menor parecido con lo de hoy en día. No solo los juegos, los juguetes y los pasatiempos han cambiado radicalmente. También han cambiado las normas y los códigos éticos y morales que estuvieron vigentes durante decenas de años. La música y la forma de bailar también son completamente diferentes, y me van ustedes a perdonar, pero hoy en día la música no parece música y da la impresión de que las parejas de bailarines en vez de bailar estuvieran copulando descaradamente.

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