/ viernes 1 de noviembre de 2019

Casa de las ideas | La letra ‘Y’ vs. la letra ‘O’

En este escrito que hoy someto a la consideración de mis escasos lectores, me voy a poner en plan un tanto cuanto filosófico y meditativo (mamfléis, en el argot moderno). Por ello les ofrezco una disculpa anticipada, confiando plenamente en su benevolencia y comprensión. Y es que en ocasiones, para quienes nos dedicamos a escribir con regularidad y constancia, resulta necesario y hasta terapéutico apartarnos un poco y tomar distancia de los acontecimientos cotidianos que agobian y saturan nuestro ánimo.

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De tiempo en tiempo resulta de lo más saludable alejarnos y dejar un espacio prudente y suficiente, que nos permita observar y tomar perspectiva para tener una percepción más amplia y menos ardiente sobre los eventos que surgen, y que muchas veces nos golpean con la fuerza de una pedrada en pleno rostro, o la contundencia y peligrosidad de un disparo de arma de fuego en medio del pecho.

En nuestro país, en nuestro Estado y en nuestras ciudades, e incluso en muchas de nuestras familias, el ambiente social y político se pone cada día más candente. El desencuentro, la intolerancia y la agresividad campean a sus anchas por doquier, inundando cada rincón, cada lugar de este país convulsionado y enfermo en que se ha convertido nuestro México. No hay respeto, no hay la mínima buena voluntad, no se pide ni se concede cuartel, en la batalla campal de los odios y las confrontaciones, entablada entre personas que supuestamente formamos parte del mismo pueblo, aunque tengamos diferentes ideologías y costumbres.

Unos contra otros y todos contra todos, es la consigna que nos ha traído la promesa de una transformación nacional que permanece entre las brumas oscuras del misterio más profundo, luego de haber transcurrido 16 meses desde que azotó la tsunami que sobrevino en 2018, y casi un año de entrar en acción la tercer alternancia en México.

Tomemos un breve respiro entonces, reforcemos nuestro ánimo y hagamos un esfuerzo por fortalecer nuestra voluntad, para luego continuar con rumbo hacia el destino que nos espera, y que nadie acierta a visualizar. La situación no está fácil, y la percepción de la gran mayoría del pueblo mexicano es de que se va a poner todavía peor. Así concluiremos 2019 y entraremos al año 2020, un año que se avizora aún más complicado que el actual.

Cuando los periodistas y comunicadores hablamos, o cuando escribimos ¿para quién lo hacemos? ¿Lo hacemos para establecer un puente de comunicación con los demás, o lo hacemos para escucharnos a nosotros mismos, en un monólogo absurdo, improductivo y sin sentido? ¿Lo hacemos para dar a conocer nuestras ideas y puntos de vista, o lo hacemos para satisfacer esa vanidad y ese apetito de vanagloria que siempre están latentes, subyaciendo apenas ligeramente debajo de nuestra consciencia?

Haga usted la prueba, amigo lector, y trate de sustituir la letra “O” con la letra “Y” en sus expresiones orales y escritas, y verá cómo cambia el sentido de todo, cómo se abre el espacio de expresión y se vuelve incluyente, en vez de excluyente. Un experimento indoloro y gratuito que todos, sin excepción, deberíamos intentar en estos tiempos tormentosos que estamos viviendo en la actualidad. Tiempos de exclusión y cerrazón, de división y enfrentamiento, de convertir nuestras comunidades, nuestras entidades y nuestro país en auténticos ghettos de odio, cercados con alambradas de púas.

La letra “O” representa un círculo cerrado al que resulta sumamente difícil encontrar una rendija de acceso, en cambio la letra “Y” es como la figura estilizada de un hombre puesto de pie y con los brazos abiertos hacia el espacio infinito, la imagen de alguien que abraza, en vez de repudiar o excluir.

Esto o lo otro, este o el otro, ese o aquel, lo mío o lo tuyo, tú o yo, mi idea o la tuya, mis intereses o los tuyos, mis creencias o las tuyas… vea usted la forma como estas expresiones tan comunes y usuales contienen el germen de la separación, de la exclusión, en la letra “O”. Sustituya usted la “O” por una “Y” y verá cómo cambia el sentido por completo, y se abre y se expande y crece como por arte de magia.

¿No se le hace a usted que vale la pena cuando menos intentar cambiar nuestras intenciones y nuestras expresiones en la vida diaria, buscando ser más incluyentes y menos excluyentes? ¿Qué sucedería si lo hacemos y qué sucedería si lo logramos? ¿No cree usted que nuestro entorno cambiaría totalmente, a la par que nosotros mismos?

Desde luego, a simple vista la tarea parece fácil, pero de ninguna manera lo es. Implica un cambio radical en nuestros hábitos y costumbres más arraigados. Implica un desprendimiento de nosotros mismos, y de nuestras tendencias egocéntricas, de nuestros egoísmos, de nuestras autocomplacencias y deleites más íntimos, de nuestro inveterado afán de aceptación y de reconocimiento, el empeño de colocarnos siempre y en todo momento nosotros antes que los demás, antes que cualquiera. Primero yo, después yo, y siempre yo: el síndrome de la propia importancia. Romper esas ataduras y esos lastres resulta algo sumamente complicado de conseguir, pero digo y sostengo que vale la pena intentarlo.

Me resulta más que evidente que los enemigos a los que deberemos enfrentar para lograr un cambio tan radical son formidables, e incluso a primera vista, invencibles. Ahí nos esperan, alineados ante nosotros en el frente de batalla y con sus armas en las manos, la soberbia (madre engendradora de todos los otros pecados), la arrogancia, el orgullo, la vanidad, el egoísmo, la envidia y los celos… y un poco más atrás, aunque no muy alejados, los demás pecados que, sumados a los anteriores, conforman la pesada rueda de molino que por voluntad propia, y nuestras flaquezas humanas, hemos aceptado colgarnos del cuello, y que nos impide levantar el vuelo hacia mejores y más dignas formas de convivencia, de vida y de conducta, dentro de nuestras comunidades.

¿Cuántos años llevamos escuchando decir a los políticos de lengua fácil y saliva venenosa, una vez que han llegado al poder, que su principal preocupación y propósito es buscar el beneficio de las grandes mayorías rezagadas, empobrecidas, depauperadas y desilusionadas? ¿Cuántas promesas, cuántos buenos propósitos, cuántos simulacros, cuántos programas fallidos y sueños no realizados hemos visto cruzar por el firmamento nacional como nubes pasajeras que se esfuman, dejándonos cada vez un poco más tristes y decepcionados, y cada vez más insatisfechos y encabronados?

Y seguimos empeñados, tanto nuestros gobernantes actuales como los del pasado, y nosotros mismos, en seguir utilizando la letra “O”, en vez de convertirnos en adictos a la letra “Y”. En las garras implacables de la exclusión, en vez de adoptar la figura triunfal de la inclusión. Que en nuestras comunidades, se encuentren donde se encuentren, prevalezca finalmente y para siempre la “Y” que suma, en vez de la “O” que divide y separa.

Así ha llegado la Cuarta Transformación en medio de grandes expectativas, y hasta el momento es y ha sido la cuarta desilusión, la cuarta frustración y la cuarta patraña. Después de casi un año el delirio persiste en una gran cantidad de mexicanos. Permanece el embrujo, y el pueblo bueno, sabio y crédulo sigue como hipnotizado ante el indudable magnetismo que ejerce sobre la masa el maestro supremo del engaño, el sumo sacerdote de la mentira y promotor del odio y los enfrentamientos.

Hasta el momento su fórmula favorita ha sido la exclusión de unos mexicanos, de echarlos fuera o colocarlos abajo, para que entren o suban otros, bajo el pretexto de que unos no tienen nada y otros tienen de sobra. De que unos han tenido éxito mientras que otros han experimentado siempre el fracaso, y con ello han sido clientes eternos del empobrecimiento, la marginación y la indignidad permanente. Entonces, vamos a buscar la igualdad volviendo pobres también a los que han podido disfrutar de una vida de relativa calidad, gracias a su trabajo y esfuerzo. Y de esta manera el éxito, el bienestar y la prosperidad se han vuelto sinónimos de culpa, y por ello son objeto de anatema, de acusación, de repudio y finalmente de penalización.

Paso a pasito y poco a poco vayamos sustituyendo la “O” por la “Y” en nuestros criterios y definiciones, y encontraremos cambios que nos sorprenderán gratamente, tanto en nuestra vida personal, como en la vida familiar y comunitaria… Total ¿qué podemos perder en el intento?

En este escrito que hoy someto a la consideración de mis escasos lectores, me voy a poner en plan un tanto cuanto filosófico y meditativo (mamfléis, en el argot moderno). Por ello les ofrezco una disculpa anticipada, confiando plenamente en su benevolencia y comprensión. Y es que en ocasiones, para quienes nos dedicamos a escribir con regularidad y constancia, resulta necesario y hasta terapéutico apartarnos un poco y tomar distancia de los acontecimientos cotidianos que agobian y saturan nuestro ánimo.

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De tiempo en tiempo resulta de lo más saludable alejarnos y dejar un espacio prudente y suficiente, que nos permita observar y tomar perspectiva para tener una percepción más amplia y menos ardiente sobre los eventos que surgen, y que muchas veces nos golpean con la fuerza de una pedrada en pleno rostro, o la contundencia y peligrosidad de un disparo de arma de fuego en medio del pecho.

En nuestro país, en nuestro Estado y en nuestras ciudades, e incluso en muchas de nuestras familias, el ambiente social y político se pone cada día más candente. El desencuentro, la intolerancia y la agresividad campean a sus anchas por doquier, inundando cada rincón, cada lugar de este país convulsionado y enfermo en que se ha convertido nuestro México. No hay respeto, no hay la mínima buena voluntad, no se pide ni se concede cuartel, en la batalla campal de los odios y las confrontaciones, entablada entre personas que supuestamente formamos parte del mismo pueblo, aunque tengamos diferentes ideologías y costumbres.

Unos contra otros y todos contra todos, es la consigna que nos ha traído la promesa de una transformación nacional que permanece entre las brumas oscuras del misterio más profundo, luego de haber transcurrido 16 meses desde que azotó la tsunami que sobrevino en 2018, y casi un año de entrar en acción la tercer alternancia en México.

Tomemos un breve respiro entonces, reforcemos nuestro ánimo y hagamos un esfuerzo por fortalecer nuestra voluntad, para luego continuar con rumbo hacia el destino que nos espera, y que nadie acierta a visualizar. La situación no está fácil, y la percepción de la gran mayoría del pueblo mexicano es de que se va a poner todavía peor. Así concluiremos 2019 y entraremos al año 2020, un año que se avizora aún más complicado que el actual.

Cuando los periodistas y comunicadores hablamos, o cuando escribimos ¿para quién lo hacemos? ¿Lo hacemos para establecer un puente de comunicación con los demás, o lo hacemos para escucharnos a nosotros mismos, en un monólogo absurdo, improductivo y sin sentido? ¿Lo hacemos para dar a conocer nuestras ideas y puntos de vista, o lo hacemos para satisfacer esa vanidad y ese apetito de vanagloria que siempre están latentes, subyaciendo apenas ligeramente debajo de nuestra consciencia?

Haga usted la prueba, amigo lector, y trate de sustituir la letra “O” con la letra “Y” en sus expresiones orales y escritas, y verá cómo cambia el sentido de todo, cómo se abre el espacio de expresión y se vuelve incluyente, en vez de excluyente. Un experimento indoloro y gratuito que todos, sin excepción, deberíamos intentar en estos tiempos tormentosos que estamos viviendo en la actualidad. Tiempos de exclusión y cerrazón, de división y enfrentamiento, de convertir nuestras comunidades, nuestras entidades y nuestro país en auténticos ghettos de odio, cercados con alambradas de púas.

La letra “O” representa un círculo cerrado al que resulta sumamente difícil encontrar una rendija de acceso, en cambio la letra “Y” es como la figura estilizada de un hombre puesto de pie y con los brazos abiertos hacia el espacio infinito, la imagen de alguien que abraza, en vez de repudiar o excluir.

Esto o lo otro, este o el otro, ese o aquel, lo mío o lo tuyo, tú o yo, mi idea o la tuya, mis intereses o los tuyos, mis creencias o las tuyas… vea usted la forma como estas expresiones tan comunes y usuales contienen el germen de la separación, de la exclusión, en la letra “O”. Sustituya usted la “O” por una “Y” y verá cómo cambia el sentido por completo, y se abre y se expande y crece como por arte de magia.

¿No se le hace a usted que vale la pena cuando menos intentar cambiar nuestras intenciones y nuestras expresiones en la vida diaria, buscando ser más incluyentes y menos excluyentes? ¿Qué sucedería si lo hacemos y qué sucedería si lo logramos? ¿No cree usted que nuestro entorno cambiaría totalmente, a la par que nosotros mismos?

Desde luego, a simple vista la tarea parece fácil, pero de ninguna manera lo es. Implica un cambio radical en nuestros hábitos y costumbres más arraigados. Implica un desprendimiento de nosotros mismos, y de nuestras tendencias egocéntricas, de nuestros egoísmos, de nuestras autocomplacencias y deleites más íntimos, de nuestro inveterado afán de aceptación y de reconocimiento, el empeño de colocarnos siempre y en todo momento nosotros antes que los demás, antes que cualquiera. Primero yo, después yo, y siempre yo: el síndrome de la propia importancia. Romper esas ataduras y esos lastres resulta algo sumamente complicado de conseguir, pero digo y sostengo que vale la pena intentarlo.

Me resulta más que evidente que los enemigos a los que deberemos enfrentar para lograr un cambio tan radical son formidables, e incluso a primera vista, invencibles. Ahí nos esperan, alineados ante nosotros en el frente de batalla y con sus armas en las manos, la soberbia (madre engendradora de todos los otros pecados), la arrogancia, el orgullo, la vanidad, el egoísmo, la envidia y los celos… y un poco más atrás, aunque no muy alejados, los demás pecados que, sumados a los anteriores, conforman la pesada rueda de molino que por voluntad propia, y nuestras flaquezas humanas, hemos aceptado colgarnos del cuello, y que nos impide levantar el vuelo hacia mejores y más dignas formas de convivencia, de vida y de conducta, dentro de nuestras comunidades.

¿Cuántos años llevamos escuchando decir a los políticos de lengua fácil y saliva venenosa, una vez que han llegado al poder, que su principal preocupación y propósito es buscar el beneficio de las grandes mayorías rezagadas, empobrecidas, depauperadas y desilusionadas? ¿Cuántas promesas, cuántos buenos propósitos, cuántos simulacros, cuántos programas fallidos y sueños no realizados hemos visto cruzar por el firmamento nacional como nubes pasajeras que se esfuman, dejándonos cada vez un poco más tristes y decepcionados, y cada vez más insatisfechos y encabronados?

Y seguimos empeñados, tanto nuestros gobernantes actuales como los del pasado, y nosotros mismos, en seguir utilizando la letra “O”, en vez de convertirnos en adictos a la letra “Y”. En las garras implacables de la exclusión, en vez de adoptar la figura triunfal de la inclusión. Que en nuestras comunidades, se encuentren donde se encuentren, prevalezca finalmente y para siempre la “Y” que suma, en vez de la “O” que divide y separa.

Así ha llegado la Cuarta Transformación en medio de grandes expectativas, y hasta el momento es y ha sido la cuarta desilusión, la cuarta frustración y la cuarta patraña. Después de casi un año el delirio persiste en una gran cantidad de mexicanos. Permanece el embrujo, y el pueblo bueno, sabio y crédulo sigue como hipnotizado ante el indudable magnetismo que ejerce sobre la masa el maestro supremo del engaño, el sumo sacerdote de la mentira y promotor del odio y los enfrentamientos.

Hasta el momento su fórmula favorita ha sido la exclusión de unos mexicanos, de echarlos fuera o colocarlos abajo, para que entren o suban otros, bajo el pretexto de que unos no tienen nada y otros tienen de sobra. De que unos han tenido éxito mientras que otros han experimentado siempre el fracaso, y con ello han sido clientes eternos del empobrecimiento, la marginación y la indignidad permanente. Entonces, vamos a buscar la igualdad volviendo pobres también a los que han podido disfrutar de una vida de relativa calidad, gracias a su trabajo y esfuerzo. Y de esta manera el éxito, el bienestar y la prosperidad se han vuelto sinónimos de culpa, y por ello son objeto de anatema, de acusación, de repudio y finalmente de penalización.

Paso a pasito y poco a poco vayamos sustituyendo la “O” por la “Y” en nuestros criterios y definiciones, y encontraremos cambios que nos sorprenderán gratamente, tanto en nuestra vida personal, como en la vida familiar y comunitaria… Total ¿qué podemos perder en el intento?