/ viernes 5 de junio de 2020

Casa de las ideas | Los rostros de la necesidad

Toc, toc, toc… Riiin, riiin, riiin… Tocan a la puerta, y suena el timbre de la entrada. Insiste el que se encuentra por fuera de la puerta de nuestro hogar. Hay que ir a ver quién está tocando, atisbando primero por el ojillo de seguridad que hay instaladas en casi todas las puertas, para asegurarnos de que se trate de alguien que no represente ningún peligro para nosotros, lo cual ya es algo de consumo diario en estos tiempos que corren.

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Dependiendo de quién sea, lo dejaremos entrar, o no. Si es un vendedor hay que atenderlo, pero desde lejecitos, simplemente para permitirle ofrecernos lo que tiene en venta. Si es un menesteroso, de los cuales cada vez andan más vagando por las calles, con la ropa hecha jirones, con el hambre y la enfermedad marcadas en el semblante, y con todas sus esperanzas hechas pedazos, hay que darle ayuda, hay que echarle la mano, por el más elemental sentido de humanidad, y porque no sabemos si mañana, o pasado mañana, seremos cualquiera de nosotros el que ande tocando las puertas para pedir una moneda o un mendrugo de pan.

De repente y sin previo aviso, el mundo en que vivimos nos jugó cubano, que es equivalente a jugarnos chueco. De sopetón la vida y el mundo se volvieron contra nosotros, dieron una vuelta de 180 grados y se nos pusieron al revés, completamente patas arriba. Como se suele decir en México, con ese sentido del humor tan especial que tenemos los mexicanos, “nos agarraron desprevenidos, como al Tigre de Santa Julia”, aquel famoso y pintoresco criminal al que sorprendieron haciendo popó con los calzones en los tobillos.

Se pronto el mundo quedó inmóvil, aunque haya seguido girando como siempre, desde los inicios de la creación. El globo terráqueo quedó en stand-bye, amozomado y completamente entumecido, como si repentinamente le hubieran aplicado un brutal electroshock.

Hay sospechas, que no pasan de ser eso: sospechas sin confirmación, de que esta espantosa crisis pudiera haber sido generada por alguien, persona o país, con un propósito por el momento imposible de definir. Probablemente buscando el control mundial, total o parcial, por medio del dominio de la economía global, ya que no de las armas. Imposible saber qué tan cierto pueda ser eso. El caso es que, en estos momentos, prácticamente no existe un país en el mundo que no haya sido tocado por el rayo pandémico, en una u otra medida, y de una u otra forma.

Y como es obvio, los países menos desarrollados, las naciones que tercamente se han resistido a incorporarse a la modernidad, a la globalidad y al nuevo ritmo del mundo, son los que más están sufriendo, y los que más van a sufrir. Eso hasta el más bruto de los brutos, lo puede entender. Nuestro país puede servir como ejemplo inmejorable de lo anterior.

Dicen que las grandes desgracias nunca vienen solas, y cuando por cualquier circunstancia llegan a coincidir dos al mismo tiempo, sucede lo que está sucediendo en México. En apenas un año y medio el demente que habita en Palacio Nacional ha destruido lo que se había construido en un siglo. Y en apenas tres meses un virus, de indefinida y desconocida mortalidad, se ha encargado de completar la labor destructiva emprendida por el gobierno de la Cuarta Transformación. Un loco enfermo de poder y un virus enloquecido, fuera de control ambos, son perfectamente capaces de acabar con todo un país… y con la vida y el futuro de sus habitantes.

En estos terribles momentos y circunstancias es cuando hacen su aparición las mejores características que tenemos los seres humanos. En los tiempos de la ira, en los tiempos de la mentira, de los engaños cotidianos, de la perversidad, de la confusión y la desesperanza, brotan el espíritu humano, la nobleza innata que surge ante el embate de las grandes desgracias, y la compasión y la solidaridad para con nuestros hermanos. Y los corazones buenos laten al mismo compás, porque todos estamos sufriendo, de una forma o de otra.

Observo con asombro e incredulidad la forma como se ha venido comportando el gobierno de Morena, que desde sus orígenes se ha ostentado como “la esperanza de México”… ¡No puede ser! Me digo consternado y atónito. No puede caber tanta estupidez, tanta maldad, tanta ineptitud y tanta perversidad en un grupo y en sus líderes visibles, empezando por López, el pastor del desfalleciente rebaño de pobres y empobrecidos que aún creen en sus prédicas, cada vez más absurdas, más erráticas y demenciales. Pero los hechos son contundentes, y me demuestran, nos demuestran a todos, que sí puede ser, y que ha sucedido y sigue sucediendo ante nuestros pasmados ojos.

Pero también observo, con deleite y con una emoción indescriptible, la forma como se han estado entregando hasta el límite de sus capacidades y de sus fuerzas, los médicos, paramédicos, enfermeras y trabajadores que se desempeñan en el Sector Salud, en auxilio de los que sufren. Y también he podido aquilatar el esfuerzo honesto y noble que han desarrollado algunos funcionarios públicos en nuestro Estado. Más allá de los rollos mediáticos acostumbrados, los oportunismos y el agandallamiento que nunca falta, ahí están las demostraciones de voluntad y de responsabilidad en el desempeño de sus responsabilidades.

Y me resulta imposible no comentar la forma como se han desempañado los principales comunicadores, a nivel nacional y a nivel regional Sonora. En los hechos se está demostrando quién es cada quien, cómo es cada quien, y la calidad profesional y humana que cada periodista y comunicador posee. Todos nos hemos despojado de las vestiduras que portamos en tiempos normales, y hoy, en medio de esta pandemia desconcertante y terrible, todos vamos desnudos, completamente bichis hasta el cuello. Unos han enseñado el cobre feamente, y otros han reafirmado con amplitud la imagen de integridad y solvencia moral que los acompaña donde quiera que van.

Uno de los muchos efectos de la pandemia es ese: el habernos desnudado a todos, y el estar exhibiéndonos ante los ojos del mundo y de la sociedad tal cual somos, sin maquillajes, sin máscaras artificiales, y sin ropajes que oculten nuestra auténtica naturaleza. Y esto es válido tanto para el mexicano más pobre e insignificante, como para el más encumbrado y poderoso, política y económicamente hablando. Hay millones de pobres que en su pobreza e indigencia se están revelando como seres humildes, pero sumamente valiosos; y también hay políticos ultrapoderosos, y hombres archimillonarios, poseedores de todas las riquezas que el mundo puede ofrecer, pero que se están exhibiendo públicamente, sin pudor ni vergüenza, como los seres más miserables y pobres de espíritu. Tullidos espirituales.

La pandemia y el confinamiento nos están imponiendo necesidades que nos obligan a adoptar actitudes que en ninguna otra circunstancia adoptaríamos. Y esos rostros diferentes que presenta la necesidad, son en su mayoría desagradables, aunque también haya de los otros. La necesidad está poniendo en evidencia, y haciendo que surja a plenitud lo mejor que tienen unos, y lo peor que tienen otros. Y los efectos de lo anterior son altamente reveladores, y quedarán como evidencias irrefutables de la verdadera naturaleza de todos y cada uno de nosotros.

Después de la pandemia, cuando hayan caído al suelo las caretas y se haya chorreado el maquillaje de todos los rostros, nadie podrá negar su verdadera entraña, y nadie podrá decirse engañado. La pandemia, con la multitud de rostros que nos está presentando, no nos hará mejores ni peores personas, pero si va a acentuar y a exhibir los mejores y los peores rasgos que tiene el carácter de cada uno de nosotros. Y sobre todo, permitirá que todos veamos lo que somos y lo que llevamos dentro.

Cuando todo esto termine, porque habrá de terminar en algún momento, ya no habrá forma de esconder las malas acciones y los comportamientos cuestionables, así como tampoco habrá forma de inventar lo bueno que cada quien pregone haber hecho, en medio de esta terrible prueba de fuego.

Cuando caiga el telón en el gran escenario donde se representa la tragicomedia en la que actúan actores dramáticos, bufones, caballeros, hadas, elfos, demonios infernales, héroes y villanos, no se escucharán aplausos ni vivas, ni se arrojarán ramos de flores al escenario. Ni habrá solicitudes de “encore”, ni gritos de admiración. Nada de eso habrá. Y, en cambio, el público tendrá que guardar un minuto de silencio por cada uno de los caídos en el sangriento combate contra la enfermedad, y entonces el mundo entero se verá envuelto en un periodo de silencio impresionante, espeso y amargo, por su dimensión y profundidad, y sobre todo por su significado.

Días sin huella. Secuencia letal que asesina al ánimo y adormece la voluntad. Monotonía que enferma. Seres humanos convertidos en pájaros enjaulados y aterrados. Pájaros que se asoman a las ventanas de sus jaulas para ver si el enemigo ya se fue, o si aún sigue ahí afuera, acechando. Días que son copias al carbón unos de otros. La vida se detuvo, no siguió adelante. Se ha estancado. Agua fangosa que se ha empantanado y empieza a emitir olores fétidos. Seres humanos que no creen, pero que tampoco saben. Autoridades que no saben, pero que emiten órdenes a diestra y siniestra, y disponen la existencia de millones. Desconcierto, inseguridad, temor, incredulidad, mentiras, ocultamientos, desinformación y más mentiras, mientras los cadáveres se van apilando y forman montañas. Una curva que no se aplana, y un pico que se ha convertido en una lanza de fuego y muerte.

Los rostros de una urgente necesidad que no cambia y que necesitamos satisfacer, sea como sea. Pero… ¿cómo?


Toc, toc, toc… Riiin, riiin, riiin… Tocan a la puerta, y suena el timbre de la entrada. Insiste el que se encuentra por fuera de la puerta de nuestro hogar. Hay que ir a ver quién está tocando, atisbando primero por el ojillo de seguridad que hay instaladas en casi todas las puertas, para asegurarnos de que se trate de alguien que no represente ningún peligro para nosotros, lo cual ya es algo de consumo diario en estos tiempos que corren.

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Dependiendo de quién sea, lo dejaremos entrar, o no. Si es un vendedor hay que atenderlo, pero desde lejecitos, simplemente para permitirle ofrecernos lo que tiene en venta. Si es un menesteroso, de los cuales cada vez andan más vagando por las calles, con la ropa hecha jirones, con el hambre y la enfermedad marcadas en el semblante, y con todas sus esperanzas hechas pedazos, hay que darle ayuda, hay que echarle la mano, por el más elemental sentido de humanidad, y porque no sabemos si mañana, o pasado mañana, seremos cualquiera de nosotros el que ande tocando las puertas para pedir una moneda o un mendrugo de pan.

De repente y sin previo aviso, el mundo en que vivimos nos jugó cubano, que es equivalente a jugarnos chueco. De sopetón la vida y el mundo se volvieron contra nosotros, dieron una vuelta de 180 grados y se nos pusieron al revés, completamente patas arriba. Como se suele decir en México, con ese sentido del humor tan especial que tenemos los mexicanos, “nos agarraron desprevenidos, como al Tigre de Santa Julia”, aquel famoso y pintoresco criminal al que sorprendieron haciendo popó con los calzones en los tobillos.

Se pronto el mundo quedó inmóvil, aunque haya seguido girando como siempre, desde los inicios de la creación. El globo terráqueo quedó en stand-bye, amozomado y completamente entumecido, como si repentinamente le hubieran aplicado un brutal electroshock.

Hay sospechas, que no pasan de ser eso: sospechas sin confirmación, de que esta espantosa crisis pudiera haber sido generada por alguien, persona o país, con un propósito por el momento imposible de definir. Probablemente buscando el control mundial, total o parcial, por medio del dominio de la economía global, ya que no de las armas. Imposible saber qué tan cierto pueda ser eso. El caso es que, en estos momentos, prácticamente no existe un país en el mundo que no haya sido tocado por el rayo pandémico, en una u otra medida, y de una u otra forma.

Y como es obvio, los países menos desarrollados, las naciones que tercamente se han resistido a incorporarse a la modernidad, a la globalidad y al nuevo ritmo del mundo, son los que más están sufriendo, y los que más van a sufrir. Eso hasta el más bruto de los brutos, lo puede entender. Nuestro país puede servir como ejemplo inmejorable de lo anterior.

Dicen que las grandes desgracias nunca vienen solas, y cuando por cualquier circunstancia llegan a coincidir dos al mismo tiempo, sucede lo que está sucediendo en México. En apenas un año y medio el demente que habita en Palacio Nacional ha destruido lo que se había construido en un siglo. Y en apenas tres meses un virus, de indefinida y desconocida mortalidad, se ha encargado de completar la labor destructiva emprendida por el gobierno de la Cuarta Transformación. Un loco enfermo de poder y un virus enloquecido, fuera de control ambos, son perfectamente capaces de acabar con todo un país… y con la vida y el futuro de sus habitantes.

En estos terribles momentos y circunstancias es cuando hacen su aparición las mejores características que tenemos los seres humanos. En los tiempos de la ira, en los tiempos de la mentira, de los engaños cotidianos, de la perversidad, de la confusión y la desesperanza, brotan el espíritu humano, la nobleza innata que surge ante el embate de las grandes desgracias, y la compasión y la solidaridad para con nuestros hermanos. Y los corazones buenos laten al mismo compás, porque todos estamos sufriendo, de una forma o de otra.

Observo con asombro e incredulidad la forma como se ha venido comportando el gobierno de Morena, que desde sus orígenes se ha ostentado como “la esperanza de México”… ¡No puede ser! Me digo consternado y atónito. No puede caber tanta estupidez, tanta maldad, tanta ineptitud y tanta perversidad en un grupo y en sus líderes visibles, empezando por López, el pastor del desfalleciente rebaño de pobres y empobrecidos que aún creen en sus prédicas, cada vez más absurdas, más erráticas y demenciales. Pero los hechos son contundentes, y me demuestran, nos demuestran a todos, que sí puede ser, y que ha sucedido y sigue sucediendo ante nuestros pasmados ojos.

Pero también observo, con deleite y con una emoción indescriptible, la forma como se han estado entregando hasta el límite de sus capacidades y de sus fuerzas, los médicos, paramédicos, enfermeras y trabajadores que se desempeñan en el Sector Salud, en auxilio de los que sufren. Y también he podido aquilatar el esfuerzo honesto y noble que han desarrollado algunos funcionarios públicos en nuestro Estado. Más allá de los rollos mediáticos acostumbrados, los oportunismos y el agandallamiento que nunca falta, ahí están las demostraciones de voluntad y de responsabilidad en el desempeño de sus responsabilidades.

Y me resulta imposible no comentar la forma como se han desempañado los principales comunicadores, a nivel nacional y a nivel regional Sonora. En los hechos se está demostrando quién es cada quien, cómo es cada quien, y la calidad profesional y humana que cada periodista y comunicador posee. Todos nos hemos despojado de las vestiduras que portamos en tiempos normales, y hoy, en medio de esta pandemia desconcertante y terrible, todos vamos desnudos, completamente bichis hasta el cuello. Unos han enseñado el cobre feamente, y otros han reafirmado con amplitud la imagen de integridad y solvencia moral que los acompaña donde quiera que van.

Uno de los muchos efectos de la pandemia es ese: el habernos desnudado a todos, y el estar exhibiéndonos ante los ojos del mundo y de la sociedad tal cual somos, sin maquillajes, sin máscaras artificiales, y sin ropajes que oculten nuestra auténtica naturaleza. Y esto es válido tanto para el mexicano más pobre e insignificante, como para el más encumbrado y poderoso, política y económicamente hablando. Hay millones de pobres que en su pobreza e indigencia se están revelando como seres humildes, pero sumamente valiosos; y también hay políticos ultrapoderosos, y hombres archimillonarios, poseedores de todas las riquezas que el mundo puede ofrecer, pero que se están exhibiendo públicamente, sin pudor ni vergüenza, como los seres más miserables y pobres de espíritu. Tullidos espirituales.

La pandemia y el confinamiento nos están imponiendo necesidades que nos obligan a adoptar actitudes que en ninguna otra circunstancia adoptaríamos. Y esos rostros diferentes que presenta la necesidad, son en su mayoría desagradables, aunque también haya de los otros. La necesidad está poniendo en evidencia, y haciendo que surja a plenitud lo mejor que tienen unos, y lo peor que tienen otros. Y los efectos de lo anterior son altamente reveladores, y quedarán como evidencias irrefutables de la verdadera naturaleza de todos y cada uno de nosotros.

Después de la pandemia, cuando hayan caído al suelo las caretas y se haya chorreado el maquillaje de todos los rostros, nadie podrá negar su verdadera entraña, y nadie podrá decirse engañado. La pandemia, con la multitud de rostros que nos está presentando, no nos hará mejores ni peores personas, pero si va a acentuar y a exhibir los mejores y los peores rasgos que tiene el carácter de cada uno de nosotros. Y sobre todo, permitirá que todos veamos lo que somos y lo que llevamos dentro.

Cuando todo esto termine, porque habrá de terminar en algún momento, ya no habrá forma de esconder las malas acciones y los comportamientos cuestionables, así como tampoco habrá forma de inventar lo bueno que cada quien pregone haber hecho, en medio de esta terrible prueba de fuego.

Cuando caiga el telón en el gran escenario donde se representa la tragicomedia en la que actúan actores dramáticos, bufones, caballeros, hadas, elfos, demonios infernales, héroes y villanos, no se escucharán aplausos ni vivas, ni se arrojarán ramos de flores al escenario. Ni habrá solicitudes de “encore”, ni gritos de admiración. Nada de eso habrá. Y, en cambio, el público tendrá que guardar un minuto de silencio por cada uno de los caídos en el sangriento combate contra la enfermedad, y entonces el mundo entero se verá envuelto en un periodo de silencio impresionante, espeso y amargo, por su dimensión y profundidad, y sobre todo por su significado.

Días sin huella. Secuencia letal que asesina al ánimo y adormece la voluntad. Monotonía que enferma. Seres humanos convertidos en pájaros enjaulados y aterrados. Pájaros que se asoman a las ventanas de sus jaulas para ver si el enemigo ya se fue, o si aún sigue ahí afuera, acechando. Días que son copias al carbón unos de otros. La vida se detuvo, no siguió adelante. Se ha estancado. Agua fangosa que se ha empantanado y empieza a emitir olores fétidos. Seres humanos que no creen, pero que tampoco saben. Autoridades que no saben, pero que emiten órdenes a diestra y siniestra, y disponen la existencia de millones. Desconcierto, inseguridad, temor, incredulidad, mentiras, ocultamientos, desinformación y más mentiras, mientras los cadáveres se van apilando y forman montañas. Una curva que no se aplana, y un pico que se ha convertido en una lanza de fuego y muerte.

Los rostros de una urgente necesidad que no cambia y que necesitamos satisfacer, sea como sea. Pero… ¿cómo?