/ lunes 27 de enero de 2020

Casa de las ideas | Pobreza y miseria no son lo mismo

“No le deseo a nadie ninguna de las dos cosas, pero en nuestro país cualquier compatriota puede caer en ellas en un momento dado… excepto, claro, los políticos y la casta dorada que gobierna”

Empecemos por consignar las definiciones de ambos términos según los diccionarios que, aunque no clarifican totalmente cualquier confusión que pueda existir en un debate, sí ofrecen un punto de arranque que permite partir de una base aceptable. Pobreza es el estado del que carece de lo necesario para vivir. Es el escaso haber de la gente pobre. Conviene dejar asentado que “pobreza no es vileza”. Miseria, por otro lado, es un estado digno de compasión por lo desgraciado o pobre. Es escasez extrema de algo. En términos coloquiales, podríamos decir que la miseria equivale a una “piojez in extremis”.

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Luego entonces, la pobreza y la miseria se parecen, pero no son lo mismo. Ambas se refieren a una situación de penuria, de ruina, de falta parcial o total de… en fin, podemos ver su presencia en cualquier lado de nuestra nación, ya que 50 millones (o más) de pobres tienen que resultar extremadamente visibles, y la masa de miserables dentro de ellos, ni se diga. Ambas, pobreza y miseria son lacerantes y hacen roncha hasta en las conciencias más duras… sin embargo, y a pesar de lo mucho que se dice en la 4T, y de lo poco que en realidad se hace, la tendencia es a incrementarse. Es obvio que el hablar simplemente de ambas situaciones (pobreza y miseria) no resolverá nada, y que lo que se requiere es otro tipo de acciones. Algo así como la consabida caña de pescar en vez del pescado.

Cuando empieza a hablar de la pobreza y la miseria en México, la discusión que se suscita es automática, y lo mismo cuando se discuten las estrategias que los sucesivos gobiernos han utilizado para acabar con ellas. Los estudios socioeconómicos más recientes nos dicen que en la actualidad la situación de pobreza en el país está prácticamente igual que hace 40 años, si acaso ligeramente mejor, pero que en ello hay poco o nada de qué presumir.

Hablando de nuestro Estado, es necesario reconocer y aceptar que en los pueblos de Sonora ha habido y sigue habiendo pobreza, pero sólo en casos muy contados (como por ejemplo algunos pequeños pueblos indígenas de la sierra de Álamos, que efectivamente rayan en la pobreza extrema) se puede hablar de una auténtica miseria. Y me parece que ya quisieran muchos pueblos de otras partes del país tener la calidad de vida de los nuestros que, mostrando aún lamentables signos de atraso y con rezagos ancestrales, en ninguno de ellos sus habitantes se están muriendo realmente de hambre.

La pobreza es, sin lugar a dudas, un tema que lastima la conciencia de la sociedad —es decir, de aquellas personas o sectores que aún la tienen— por los profundos efectos humanos involucrados. El tema se ha vuelto tan recurrente, y se ha manoseado tanto y con tan diversos propósitos, que a pesar de su importancia ha perdido interés y se ha convertido en una suerte de dolor sordo que, no siendo agudo, es posible tolerar simplemente cerrando los ojos del entendimiento para no verlo, y como “ojos que no ven, corazón que no siente”, pues ahí la llevamos, y que los pobres y los miserables le hagan como puedan.

Paradójicamente, México ha sido considerado un país rico por un lado, pero pobre por el otro, de acuerdo con los estándares tradicionales con que se miden y evalúan este tipo de fenómenos. Las décadas pasan y nuestro país nunca ha podido salir de la clasificación de nación en desarrollo, y si no fuera porque el llamado “tercer mundo” ha pasado un tanto de moda, seguiríamos formando parte de él, y me atrevería a decir que en un lugar prominente. Más del 50% de la población en diversos grados de pobreza, tiene que significar para cualquier país un estigma lacerante que cuestiona a los gobernantes que, habiendo tenido el poder en sus manos, han sido incapaces ya no digamos de erradicar, sino simplemente de abatir los índices de pobreza que descalifican cualquier actuación gubernamental.

En este nuevo sexenio de transformación los índices de pobreza se mantienen en niveles ofensivos, y de ahí entonces la confirmación de mi sospecha de que la pobreza en México se ha convertido en un tema de alta rentabilidad política, al margen de la tragedia humana que representa. Las estrategias clientelares de López Obrador lo confirman plenamente.

Dando una breve ojeada a la historia, a partir de la llegada de Luis Echeverría a la Presidencia, el fenómeno del empobrecimiento empezó paulatinamente a insinuarse, si bien apenas con cierta timidez. Había pobreza en México, pero aún no llegaba a niveles que merecieran demasiada atención. Además, todos los indicadores nos ubicaban dentro del llamado peyorativamente “tercer mundo”, así que ¿para qué preocuparse, habiendo otros asuntos más urgentes, como lo era por ejemplo la consolidación de aquel “desarrollo estabilizador” que se manejó en le época de Díaz Ordaz?

Fue en tiempos del gobierno de Carlos Salinas cuando aparece en todo su esplendor el tema de la pobreza, que ya constituía un problema grave y creciente. Y nace “Solidaridad”, aquel programa nacional que formó parte de las políticas de Estado, y cuyo nombre se ha ido modificando periódicamente, aunque sus resultados sigan siendo los mismos, es decir nulos, para cualquier efecto práctico. La pobreza se convirtió en el sello distintivo de México, y los contrastes son tan marcados que nadie, o muy pocos, discuten ya sobre el asunto, a menos que al Gobierno en turno pretenda arrimarle más leña a la hoguera. De 1988 a la fecha ¿Cuántos centenares de miles de millones de pesos se han destinado a los programas asistenciales, y cuáles han sido los resultados reales? Esa evaluación costo-beneficio nunca se ha hecho, y jamás ha aparecido ni aparecerá en los informas de gobierno federales o estatales. La pobreza y el fracaso en su combate son brasas ardientes que nadie se atreve a manejar, ni siquiera con pinzas largas.

En mi opinión la pobreza se encuentra en el vértice más alto de la pirámide de problemas que existen en el país. Para resolverlo habría que borrarlo todo y empezar de nuevo, algo evidentemente imposible. En el arranque de la pirámide está indudablemente la educación, y paulatinamente se van agregando uno a uno los demás factores: la falta de un rumbo consistente, el tipo de modelo económico que se ha establecido, las políticas hacendarias, el sindicalismo que nunca ha dejado de ser charro, un sistema político que todo lo controla, el desorden administrativo, la ausencia de metas nacionales definidas y, en fin, la interminable lista de fallas, errores y negligencias que usted a su mejor entender puede colocar en el orden que mejor le parezca. Pero todo está ahí, y la pobreza ocupa el vértice superior.

Así pues, para acabar realmente con ella, y con sus efectos colaterales, habría que empezar por quitar lo que está debajo, lo que la ocasiona. Dicho en términos descarnados, habría que raspar la podredumbre hasta el hueso. De otra forma el fenómeno seguirá y seguirá, y crecerá y crecerá, hasta que la pobreza nos aprisione a todos y nos hundamos como país. Obviamente, al decir “todos”, no incluyo a la casta política dorada ni al sector de los potentados, que conforman la dualidad que sostiene y da consistencia a la gran pirámide de tragedias mexicanas.

Usted dirá, amigo lector, cuáles son las posibilidades de que el actual Presidente de México, con su estilo rústico, desparpajado y errático, pueda empezar a corregir la gran, enorme anomalía que carcome las fibras de esta nación que, pudiendo ser grande y justa, se ha ido convirtiendo en lo contrario, porque un país donde existe tan grande injusticia social y las desigualdades son tan profundas, no puede albergar demasiadas expectativas, de cara al futuro.

El gran tema está sobre la mesa, y debate sigue y seguirá abierto, como decía mi difunta abuela “hasta que San Juan baje el dedo”.

e- mail: oscar.romo@casadelasideas.com

Twitter: @ChapoRomo

“No le deseo a nadie ninguna de las dos cosas, pero en nuestro país cualquier compatriota puede caer en ellas en un momento dado… excepto, claro, los políticos y la casta dorada que gobierna”

Empecemos por consignar las definiciones de ambos términos según los diccionarios que, aunque no clarifican totalmente cualquier confusión que pueda existir en un debate, sí ofrecen un punto de arranque que permite partir de una base aceptable. Pobreza es el estado del que carece de lo necesario para vivir. Es el escaso haber de la gente pobre. Conviene dejar asentado que “pobreza no es vileza”. Miseria, por otro lado, es un estado digno de compasión por lo desgraciado o pobre. Es escasez extrema de algo. En términos coloquiales, podríamos decir que la miseria equivale a una “piojez in extremis”.

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Luego entonces, la pobreza y la miseria se parecen, pero no son lo mismo. Ambas se refieren a una situación de penuria, de ruina, de falta parcial o total de… en fin, podemos ver su presencia en cualquier lado de nuestra nación, ya que 50 millones (o más) de pobres tienen que resultar extremadamente visibles, y la masa de miserables dentro de ellos, ni se diga. Ambas, pobreza y miseria son lacerantes y hacen roncha hasta en las conciencias más duras… sin embargo, y a pesar de lo mucho que se dice en la 4T, y de lo poco que en realidad se hace, la tendencia es a incrementarse. Es obvio que el hablar simplemente de ambas situaciones (pobreza y miseria) no resolverá nada, y que lo que se requiere es otro tipo de acciones. Algo así como la consabida caña de pescar en vez del pescado.

Cuando empieza a hablar de la pobreza y la miseria en México, la discusión que se suscita es automática, y lo mismo cuando se discuten las estrategias que los sucesivos gobiernos han utilizado para acabar con ellas. Los estudios socioeconómicos más recientes nos dicen que en la actualidad la situación de pobreza en el país está prácticamente igual que hace 40 años, si acaso ligeramente mejor, pero que en ello hay poco o nada de qué presumir.

Hablando de nuestro Estado, es necesario reconocer y aceptar que en los pueblos de Sonora ha habido y sigue habiendo pobreza, pero sólo en casos muy contados (como por ejemplo algunos pequeños pueblos indígenas de la sierra de Álamos, que efectivamente rayan en la pobreza extrema) se puede hablar de una auténtica miseria. Y me parece que ya quisieran muchos pueblos de otras partes del país tener la calidad de vida de los nuestros que, mostrando aún lamentables signos de atraso y con rezagos ancestrales, en ninguno de ellos sus habitantes se están muriendo realmente de hambre.

La pobreza es, sin lugar a dudas, un tema que lastima la conciencia de la sociedad —es decir, de aquellas personas o sectores que aún la tienen— por los profundos efectos humanos involucrados. El tema se ha vuelto tan recurrente, y se ha manoseado tanto y con tan diversos propósitos, que a pesar de su importancia ha perdido interés y se ha convertido en una suerte de dolor sordo que, no siendo agudo, es posible tolerar simplemente cerrando los ojos del entendimiento para no verlo, y como “ojos que no ven, corazón que no siente”, pues ahí la llevamos, y que los pobres y los miserables le hagan como puedan.

Paradójicamente, México ha sido considerado un país rico por un lado, pero pobre por el otro, de acuerdo con los estándares tradicionales con que se miden y evalúan este tipo de fenómenos. Las décadas pasan y nuestro país nunca ha podido salir de la clasificación de nación en desarrollo, y si no fuera porque el llamado “tercer mundo” ha pasado un tanto de moda, seguiríamos formando parte de él, y me atrevería a decir que en un lugar prominente. Más del 50% de la población en diversos grados de pobreza, tiene que significar para cualquier país un estigma lacerante que cuestiona a los gobernantes que, habiendo tenido el poder en sus manos, han sido incapaces ya no digamos de erradicar, sino simplemente de abatir los índices de pobreza que descalifican cualquier actuación gubernamental.

En este nuevo sexenio de transformación los índices de pobreza se mantienen en niveles ofensivos, y de ahí entonces la confirmación de mi sospecha de que la pobreza en México se ha convertido en un tema de alta rentabilidad política, al margen de la tragedia humana que representa. Las estrategias clientelares de López Obrador lo confirman plenamente.

Dando una breve ojeada a la historia, a partir de la llegada de Luis Echeverría a la Presidencia, el fenómeno del empobrecimiento empezó paulatinamente a insinuarse, si bien apenas con cierta timidez. Había pobreza en México, pero aún no llegaba a niveles que merecieran demasiada atención. Además, todos los indicadores nos ubicaban dentro del llamado peyorativamente “tercer mundo”, así que ¿para qué preocuparse, habiendo otros asuntos más urgentes, como lo era por ejemplo la consolidación de aquel “desarrollo estabilizador” que se manejó en le época de Díaz Ordaz?

Fue en tiempos del gobierno de Carlos Salinas cuando aparece en todo su esplendor el tema de la pobreza, que ya constituía un problema grave y creciente. Y nace “Solidaridad”, aquel programa nacional que formó parte de las políticas de Estado, y cuyo nombre se ha ido modificando periódicamente, aunque sus resultados sigan siendo los mismos, es decir nulos, para cualquier efecto práctico. La pobreza se convirtió en el sello distintivo de México, y los contrastes son tan marcados que nadie, o muy pocos, discuten ya sobre el asunto, a menos que al Gobierno en turno pretenda arrimarle más leña a la hoguera. De 1988 a la fecha ¿Cuántos centenares de miles de millones de pesos se han destinado a los programas asistenciales, y cuáles han sido los resultados reales? Esa evaluación costo-beneficio nunca se ha hecho, y jamás ha aparecido ni aparecerá en los informas de gobierno federales o estatales. La pobreza y el fracaso en su combate son brasas ardientes que nadie se atreve a manejar, ni siquiera con pinzas largas.

En mi opinión la pobreza se encuentra en el vértice más alto de la pirámide de problemas que existen en el país. Para resolverlo habría que borrarlo todo y empezar de nuevo, algo evidentemente imposible. En el arranque de la pirámide está indudablemente la educación, y paulatinamente se van agregando uno a uno los demás factores: la falta de un rumbo consistente, el tipo de modelo económico que se ha establecido, las políticas hacendarias, el sindicalismo que nunca ha dejado de ser charro, un sistema político que todo lo controla, el desorden administrativo, la ausencia de metas nacionales definidas y, en fin, la interminable lista de fallas, errores y negligencias que usted a su mejor entender puede colocar en el orden que mejor le parezca. Pero todo está ahí, y la pobreza ocupa el vértice superior.

Así pues, para acabar realmente con ella, y con sus efectos colaterales, habría que empezar por quitar lo que está debajo, lo que la ocasiona. Dicho en términos descarnados, habría que raspar la podredumbre hasta el hueso. De otra forma el fenómeno seguirá y seguirá, y crecerá y crecerá, hasta que la pobreza nos aprisione a todos y nos hundamos como país. Obviamente, al decir “todos”, no incluyo a la casta política dorada ni al sector de los potentados, que conforman la dualidad que sostiene y da consistencia a la gran pirámide de tragedias mexicanas.

Usted dirá, amigo lector, cuáles son las posibilidades de que el actual Presidente de México, con su estilo rústico, desparpajado y errático, pueda empezar a corregir la gran, enorme anomalía que carcome las fibras de esta nación que, pudiendo ser grande y justa, se ha ido convirtiendo en lo contrario, porque un país donde existe tan grande injusticia social y las desigualdades son tan profundas, no puede albergar demasiadas expectativas, de cara al futuro.

El gran tema está sobre la mesa, y debate sigue y seguirá abierto, como decía mi difunta abuela “hasta que San Juan baje el dedo”.

e- mail: oscar.romo@casadelasideas.com

Twitter: @ChapoRomo