/ viernes 25 de octubre de 2019

Casa de las ideas || Pueblo oprimido, pueblo jodido

“En los campos de la República Dominicana crece una hierba que los campesinos llaman ‘junquillo’. Tiene media docena de hojas alargadas. Por debajo de la tierra se van extendiendo sus raíces en todas direcciones, de tal manera que, cuando se arranca una planta, a los pocos días nace otra al lado. Es imposible eliminarla.

Un día vi echar una capa de asfalto en el patio de una casa para acabar con todo el junquillo. Pero, unos días después, unas hojas pequeñas empezaron a sacar sus cabezas verdes a través del asfalto negro.

¿Cómo unas hojas tan frágiles pueden atravesar un asfalto tan duro? ¿Cómo se incuba en el misterio de la tierra esta vida tan fuerte?

Cuando nos insertamos entre los hombres oprimidos por estructuras duras como el asfalto, no sólo encontramos la muerte, sino también una sed de vida, de resistencia, de organización, de solidaridad, que la opresión no ha podido eliminar.

Caminamos hacia el encuentro de los oprimidos, e inseparablemente caminamos, con los mismos pasos, hacia el encuentro con Dios oprimido bajo el asfalto. Dios crea inagotablemente vida y libertad en el secreto de esta tierra fecunda, hasta que llegue la hora y brote la justicia”.

ooOoo

El texto anterior corresponde a la “Parábola del pueblo oprimido” tomada del libro “Bajar al encuentro con Dios” escrito por Benjamín González Buelta, S.J. y publicado por Editorial Sal Terrae en 1988.

Lo reproduzco porque me parece perfectamente aplicable a la situación que estamos viviendo en México en la actualidad. Una vez más se pone a prueba nuestra capacidad de resistencia, nuestro instinto de supervivencia y nuestro espíritu inmortal como pueblo. Parece una parábola escrita especialmente para describirnos a nosotros los mexicanos y la forma como, sometidos una y otra vez a los peores abusos y medidas opresoras a lo largo de nuestra historia, no hemos podido ser eliminados y, como el junquillo de la parábola, siempre sobrevivimos y volvemos a brotar desde el interior de esta tierra que es nuestra, sin importar lo dura y gruesa que sea la capa de injusticias que se nos eche encima.

El actual gobierno, igual que lo hicieron tantos otros en el pasado, sigue empeñado en su tarea destructiva… y nosotros, tercos, indomables e irreductibles, como el junquillo dominicano, nos empeñamos en vivir, en no morir, en sacar la cabeza de debajo del asfalto de la inequidad y la injusticia.

Dentro de un par de semanas (el 12 de noviembre exactamente) cumpliré 82 años de vida, de manera que puedo decir que he vivido lo suficiente como para afirmar que he sido testigo de muchos episodios de la vida nacional, y de infinidad de situaciones buenas, malas y peores, que han puesto a prueba nuestro aguante y reciedumbre.

Tiempos hubo en que, ocupado y preocupado por labrarme un futuro para mí y mi familia, poca o nula atención prestaba a las cosas que ocurrían en mi país. Fueron los años de lucha intensa y a brazo partido, que me permitieron abrirme paso en la vida hasta lograr una cierta estabilidad económica. Y fueron indudablemente los años que me prepararon para lo que, sin siquiera sospecharlo, vendría más tarde.

Y entonces empecé a abrir los ojos a lo que estaba sucediendo en mi derredor. Poco a poco me fui dando cuenta de que había algo más, mucho más, que el simple ganarse la vida y acumular bienes materiales. Que si bien a mí me estaba yendo bien, había muchos hermanos a los que la injusticia, la inequidad y los abusos del Gobierno y de la propia sociedad los estaba sentenciando de por vida.

Y salí un día a combatir mis propios molinos de viento, sin Rocinante ni Sancho Panza, con una Dulcinea que ha sido mi fortaleza e inspiración a lo largo de toda mi vida, y una pluma en la mano en lugar de una lanza. Una pluma que más adelante, una vez que le hube perdido el miedo a la tecnología moderna, habría de convertirse en un teclado de computadora.

A partir de la década de los 70 del siglo pasado empezó a gestarse la situación que habría de convertirse en la nueva forma de vida de los mexicanos. Gustavo Díaz Ordaz fue el último presidente que ofreció a los mexicanos crecimiento, prosperidad y hasta cierta abundancia. Fue también, y así lo consigna la Historia, un individuo sin un ápice de carisma y terriblemente represivo. En su sexenio (1964-1970) se dieron los hechos de Tlatelolco. Y su peor pecado, el error que lo marca y define, a pesar de las cosas buenas que hizo en su gobierno, es el haber impuesto como su sucesor al demente Luís Echeverría Álvarez, a quien el lector seguramente recuerda. Y de ahí pa’l real, como dicen los rancheros.

En 1984 empecé a escribir y a publicar mis escritos en forma constante en el periódico El Imparcial de aquellos años —que no tiene nada que ver con el imparcial de hoy en día— lo cual me obligó a mantenerme al tanto de los sucesos nacionales y locales. Fui testigo y víctima de los desastrosos sexenios de José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña. Y hemos empezado a cruzar por los campos de batalla de López Obrador y su 4T.

En la década de los 80 sufrí en carne propia la serie de pactos económicos con los que supuestamente se corregirían los tremendos líos financieros del país. Me tocó vivir aquellas épocas aciagas del control de cambios, de la nacionalización de la banca y el nacimiento del Fobaproa, que aún pende como guillotina sobre nuestro cuello, aunque ya ni importancia le demos y lo tomemos como una espinilla que nos hubiera salido en la nariz.

Sí, desde hace por lo menos 50 años los gobiernos han hecho todo lo posible por hundirnos como pueblo. No diré que esa haya sido su intención, pero es lo que hemos obtenido como resultado de sus fallidas estrategias populistas y populacheras. Bajo diferentes enunciados, los gobiernos federales, estatales y municipales nos han prometido todo y nos han cumplido poco, casi nada. A medida que se han sofisticado los mecanismos de comunicación y de creación de imagen institucional, ha sido más complicado detectar la realidad entre tanta hojarasca mediática comprada, rentada o regalada.

Y hemos doblado las manos aceptando que, un trienio y un sexenio sí y otro también, nos den atole con el dedo y gato por liebre. Es una fórmula si usted quiere poco digna para sobrellevar las cosas, pero al menos impide que cometamos suicidio colectivo por impotencia. Desde luego, tiene poco que ver con el ejemplo de junquillo dominicano, cuya moraleja es de rebeldía, de terquedad, de dignidad pura. Pero como sea funciona… para un pueblo que en general no aspira a más, y se ha resignado a comer tortillas duras remojadas en agua, siendo su destino el sentarse a la mesa de los grandes banquetes ante deliciosas viandas.

De pronto, se hizo patente que el control y el poder sobre vidas y fortunas había cambiado de manos, y pasado de los omnipotentes presidentes a los omnipresentes partidos políticos y, dentro de ellos, a las camarillas de astutos chupasangre a los que, como sucede con las cucarachas, resulta casi imposible exterminar. Y en esas estamos, en estos momentos de la 4T y su adalid el señor López, que cuando no cae, resbala.

¿Cómo aceptar que los que tienen la responsabilidad superior de velar por nuestro bienestar propongan que para “ayudarnos” a soportar las diferentes crisis de violencia, inseguridad y financieras, tengamos que aceptar las absurdas medidas del perdón universal y el indulto generalizado a los delincuentes más peligrosos y empedernidos, confiar en que con besos y abrazos se combatirán los balazos, y que tendremos que pagar más impuestos y desembolsar más dinero por alimentos y servicios? Me parece estar escuchando de nuevo lo que se nos dijo mil veces en el pasado: “Son medidas dolorosas, pero necesarias”… una frase lapidaria que equivale a echar sal y limón sobre la herida abierta en el pecho del pueblo mexicano.

Y por otro lado, quedó en veremos la descentralización de las secretarías federales, la eliminación del subsidio público a los partidos, que anda en el orden de los miles de millones de pesos anualmente, o la desaparición del INE que ha demostrado en las últimas elecciones ser un espantapájaros inútil y costosísimo, e inclusive la eliminación de las diputaciones plurinominales federales y estatales cuya existencia constituye un anacronismo injustificable y, por consiguiente, representa un gasto inadmisible en cualquier circunstancia, máxime en tiempos de crisis múltiple, como la que estamos viviendo en la actualidad.

Pero nada de esto se menciona, ni en baja ni en alta voz. No es posible tocar lo que ha sido diseñado para ser intocable. Cualquier cosa, menos afectar a la casta política dorada que es, en realidad, la dueña absoluta de este país y del destino de sus ciudadanos.

Lo que quede después de las aberrantes acciones y medidas que está tomando la 4T, y una vez pasada la tormenta destructora encabezada por el Ejecutivo y el Legislativo al alimón, será de todas maneras causa y motivo suficiente para empujarnos un poco más abajo y un poco más atrás, en el perverso (y hasta ahora exitoso) empeño de mantenernos a dieta permanente a base de mentiras, falsedades, cobardías y traiciones, y sujetos por el pescuezo con una trabilla como si fuéramos una nación de perros domesticados, de esos que ladran mucho y muy fuerte, pero no muerden.



En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

“En los campos de la República Dominicana crece una hierba que los campesinos llaman ‘junquillo’. Tiene media docena de hojas alargadas. Por debajo de la tierra se van extendiendo sus raíces en todas direcciones, de tal manera que, cuando se arranca una planta, a los pocos días nace otra al lado. Es imposible eliminarla.

Un día vi echar una capa de asfalto en el patio de una casa para acabar con todo el junquillo. Pero, unos días después, unas hojas pequeñas empezaron a sacar sus cabezas verdes a través del asfalto negro.

¿Cómo unas hojas tan frágiles pueden atravesar un asfalto tan duro? ¿Cómo se incuba en el misterio de la tierra esta vida tan fuerte?

Cuando nos insertamos entre los hombres oprimidos por estructuras duras como el asfalto, no sólo encontramos la muerte, sino también una sed de vida, de resistencia, de organización, de solidaridad, que la opresión no ha podido eliminar.

Caminamos hacia el encuentro de los oprimidos, e inseparablemente caminamos, con los mismos pasos, hacia el encuentro con Dios oprimido bajo el asfalto. Dios crea inagotablemente vida y libertad en el secreto de esta tierra fecunda, hasta que llegue la hora y brote la justicia”.

ooOoo

El texto anterior corresponde a la “Parábola del pueblo oprimido” tomada del libro “Bajar al encuentro con Dios” escrito por Benjamín González Buelta, S.J. y publicado por Editorial Sal Terrae en 1988.

Lo reproduzco porque me parece perfectamente aplicable a la situación que estamos viviendo en México en la actualidad. Una vez más se pone a prueba nuestra capacidad de resistencia, nuestro instinto de supervivencia y nuestro espíritu inmortal como pueblo. Parece una parábola escrita especialmente para describirnos a nosotros los mexicanos y la forma como, sometidos una y otra vez a los peores abusos y medidas opresoras a lo largo de nuestra historia, no hemos podido ser eliminados y, como el junquillo de la parábola, siempre sobrevivimos y volvemos a brotar desde el interior de esta tierra que es nuestra, sin importar lo dura y gruesa que sea la capa de injusticias que se nos eche encima.

El actual gobierno, igual que lo hicieron tantos otros en el pasado, sigue empeñado en su tarea destructiva… y nosotros, tercos, indomables e irreductibles, como el junquillo dominicano, nos empeñamos en vivir, en no morir, en sacar la cabeza de debajo del asfalto de la inequidad y la injusticia.

Dentro de un par de semanas (el 12 de noviembre exactamente) cumpliré 82 años de vida, de manera que puedo decir que he vivido lo suficiente como para afirmar que he sido testigo de muchos episodios de la vida nacional, y de infinidad de situaciones buenas, malas y peores, que han puesto a prueba nuestro aguante y reciedumbre.

Tiempos hubo en que, ocupado y preocupado por labrarme un futuro para mí y mi familia, poca o nula atención prestaba a las cosas que ocurrían en mi país. Fueron los años de lucha intensa y a brazo partido, que me permitieron abrirme paso en la vida hasta lograr una cierta estabilidad económica. Y fueron indudablemente los años que me prepararon para lo que, sin siquiera sospecharlo, vendría más tarde.

Y entonces empecé a abrir los ojos a lo que estaba sucediendo en mi derredor. Poco a poco me fui dando cuenta de que había algo más, mucho más, que el simple ganarse la vida y acumular bienes materiales. Que si bien a mí me estaba yendo bien, había muchos hermanos a los que la injusticia, la inequidad y los abusos del Gobierno y de la propia sociedad los estaba sentenciando de por vida.

Y salí un día a combatir mis propios molinos de viento, sin Rocinante ni Sancho Panza, con una Dulcinea que ha sido mi fortaleza e inspiración a lo largo de toda mi vida, y una pluma en la mano en lugar de una lanza. Una pluma que más adelante, una vez que le hube perdido el miedo a la tecnología moderna, habría de convertirse en un teclado de computadora.

A partir de la década de los 70 del siglo pasado empezó a gestarse la situación que habría de convertirse en la nueva forma de vida de los mexicanos. Gustavo Díaz Ordaz fue el último presidente que ofreció a los mexicanos crecimiento, prosperidad y hasta cierta abundancia. Fue también, y así lo consigna la Historia, un individuo sin un ápice de carisma y terriblemente represivo. En su sexenio (1964-1970) se dieron los hechos de Tlatelolco. Y su peor pecado, el error que lo marca y define, a pesar de las cosas buenas que hizo en su gobierno, es el haber impuesto como su sucesor al demente Luís Echeverría Álvarez, a quien el lector seguramente recuerda. Y de ahí pa’l real, como dicen los rancheros.

En 1984 empecé a escribir y a publicar mis escritos en forma constante en el periódico El Imparcial de aquellos años —que no tiene nada que ver con el imparcial de hoy en día— lo cual me obligó a mantenerme al tanto de los sucesos nacionales y locales. Fui testigo y víctima de los desastrosos sexenios de José López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña. Y hemos empezado a cruzar por los campos de batalla de López Obrador y su 4T.

En la década de los 80 sufrí en carne propia la serie de pactos económicos con los que supuestamente se corregirían los tremendos líos financieros del país. Me tocó vivir aquellas épocas aciagas del control de cambios, de la nacionalización de la banca y el nacimiento del Fobaproa, que aún pende como guillotina sobre nuestro cuello, aunque ya ni importancia le demos y lo tomemos como una espinilla que nos hubiera salido en la nariz.

Sí, desde hace por lo menos 50 años los gobiernos han hecho todo lo posible por hundirnos como pueblo. No diré que esa haya sido su intención, pero es lo que hemos obtenido como resultado de sus fallidas estrategias populistas y populacheras. Bajo diferentes enunciados, los gobiernos federales, estatales y municipales nos han prometido todo y nos han cumplido poco, casi nada. A medida que se han sofisticado los mecanismos de comunicación y de creación de imagen institucional, ha sido más complicado detectar la realidad entre tanta hojarasca mediática comprada, rentada o regalada.

Y hemos doblado las manos aceptando que, un trienio y un sexenio sí y otro también, nos den atole con el dedo y gato por liebre. Es una fórmula si usted quiere poco digna para sobrellevar las cosas, pero al menos impide que cometamos suicidio colectivo por impotencia. Desde luego, tiene poco que ver con el ejemplo de junquillo dominicano, cuya moraleja es de rebeldía, de terquedad, de dignidad pura. Pero como sea funciona… para un pueblo que en general no aspira a más, y se ha resignado a comer tortillas duras remojadas en agua, siendo su destino el sentarse a la mesa de los grandes banquetes ante deliciosas viandas.

De pronto, se hizo patente que el control y el poder sobre vidas y fortunas había cambiado de manos, y pasado de los omnipotentes presidentes a los omnipresentes partidos políticos y, dentro de ellos, a las camarillas de astutos chupasangre a los que, como sucede con las cucarachas, resulta casi imposible exterminar. Y en esas estamos, en estos momentos de la 4T y su adalid el señor López, que cuando no cae, resbala.

¿Cómo aceptar que los que tienen la responsabilidad superior de velar por nuestro bienestar propongan que para “ayudarnos” a soportar las diferentes crisis de violencia, inseguridad y financieras, tengamos que aceptar las absurdas medidas del perdón universal y el indulto generalizado a los delincuentes más peligrosos y empedernidos, confiar en que con besos y abrazos se combatirán los balazos, y que tendremos que pagar más impuestos y desembolsar más dinero por alimentos y servicios? Me parece estar escuchando de nuevo lo que se nos dijo mil veces en el pasado: “Son medidas dolorosas, pero necesarias”… una frase lapidaria que equivale a echar sal y limón sobre la herida abierta en el pecho del pueblo mexicano.

Y por otro lado, quedó en veremos la descentralización de las secretarías federales, la eliminación del subsidio público a los partidos, que anda en el orden de los miles de millones de pesos anualmente, o la desaparición del INE que ha demostrado en las últimas elecciones ser un espantapájaros inútil y costosísimo, e inclusive la eliminación de las diputaciones plurinominales federales y estatales cuya existencia constituye un anacronismo injustificable y, por consiguiente, representa un gasto inadmisible en cualquier circunstancia, máxime en tiempos de crisis múltiple, como la que estamos viviendo en la actualidad.

Pero nada de esto se menciona, ni en baja ni en alta voz. No es posible tocar lo que ha sido diseñado para ser intocable. Cualquier cosa, menos afectar a la casta política dorada que es, en realidad, la dueña absoluta de este país y del destino de sus ciudadanos.

Lo que quede después de las aberrantes acciones y medidas que está tomando la 4T, y una vez pasada la tormenta destructora encabezada por el Ejecutivo y el Legislativo al alimón, será de todas maneras causa y motivo suficiente para empujarnos un poco más abajo y un poco más atrás, en el perverso (y hasta ahora exitoso) empeño de mantenernos a dieta permanente a base de mentiras, falsedades, cobardías y traiciones, y sujetos por el pescuezo con una trabilla como si fuéramos una nación de perros domesticados, de esos que ladran mucho y muy fuerte, pero no muerden.



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Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com