/ martes 17 de diciembre de 2019

Casa de las ideas | Son los hechos, estúpido

“Ni el peso de un millón de palabras puede igualar al de un solo hecho. Son los hechos los que dibujan con precisión el perfil de las personas y de los gobiernos… ¿Las palabras? Esas se las lleva el viento”

Ya viene. Ya casi está aquí el año 2020. Un año que viene con reminiscencias de aquellos sombríos idus de marzo, en los que tan mal le fuera a Julio César. Será el segundo año de gobierno de López Obrador Andrés Manuel, y en tanto empiezan a alinearse los astros y de acomodarse las cosas para el pueblo bueno y sabio, y terminan de ponerse los guantes los chairos y los fifís que son antagónicos a morir, hay que ver hacia delante, esperando que lo que viene sea menos peor de lo que los pronósticos auguran.

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Como sea, lo acostumbrado al iniciar un nuevo año es hacer promesas y propósitos, planes y proyectos, y en el trazo de las nuevas metas —o en el reciclaje de los viejos objetivos que no pudimos cumplir— se encuentra implícita la realidad de todos y cada uno de nosotros… somos lo que hacemos, no lo que decimos.

Más allá de la verborrea y las palabras, están los hechos. Los hechos son lo más contundente que existe, y pueden demoler con total facilidad cualquier dicho… aunque sea presidencial. Más allá de los hombres, los líderes de pacotilla y el propio Presidente, están sus acciones. Las acciones borran de un plumazo las promesas, los compromisos y las frases zalameras. Más allá de los políticos está la gente, está el pueblo que escucha, observa y juzga, no muy seguido, pero sí a veces. Más allá de las justificaciones y pretextos, está el raciocinio y el análisis crítico. Más allá de los errores y excesos que se cometen al gobernar, no queda nada, sólo la oscuridad, el resentimiento popular y un anhelo apenas reprimido de retribución.

Por más que López diga lo contrario en sus sermones matutinos, estos no son buenos tiempos para México y los millones de mexicanos que somos, pero que no somos vasallos de la 4T. No pueden serlo cuando al cerrarse un año y al abrirse otro, y en medio de lo que debieran ser días de alegría, de reflexión serena y de recogimiento espiritual por el advenimiento del Dios Niño, de sentimientos de buena voluntad y de recordar las viejas tradiciones; en el ánimo general de la gente prevalece un sentimiento de inseguridad y decepción, de intranquilidad y desasosiego, y finalmente de rebeldía, ante el panorama que se abre ante los ojos de la nación para el nuevo año que se anuncia. Y se despierta en algunos, ciertamente no en todos, una férrea voluntad de resistir, de desobedecer y de desacatar, que se afirma sobre la voluntad de una parte de los ciudadanos mexicanos, y que desciende y se deposita sobre la nación como una capa de ceniza negra, con olor a pueblo violado y agredido.

Dice un viejo dicho que un mal viento le hace bien a nadie, y México se adentra en un segundo año de malos vientos, vientos malos en verdad, mucho peores que los que soplaron durante el año que está por terminar, y de hecho, en cualquier otra época del pasado. No es una buena forma de vivir, teniendo que estar volteando constantemente por encima del hombro para ver qué nueva trastada nos están haciendo, o están por hacernos los que nos gobiernan, de qué nueva manera nos están agrediendo y engañando, y qué nueva lucha deberemos emprender. Si a alguno de los lectores le agrada vivir así, es sin duda porque definitivamente es hijo de la mala vida.

De cara a los tiempos que se avecinan y con base en los antecedentes recientes ¿cuál diría usted que es el principal problema que enfrentan México y los mexicanos? ¿La inseguridad? ¿La economía que se encuentra en pleno derrumbe, y con crecimiento cero? ¿La falta de empleos estables y bien remunerados? ¿La deficiente calidad en la educación? ¿La virtual bancarrota financiera de estados y los municipios? ¿La alteración del orden y la fractura social provocada por los odios y los rencores producto de las estrategias presidenciales de confrontación y división? ¿La carestía de la vida y el incesante incremento de precios de bienes y servicios? ¿El deterioro creciente en la calidad de vida? ¿Cuál de ellos, o todos ellos en su conjunto?

Si se encuentra usted en duda, y no atina a determinar cuál es nuestro problema principal, yo se lo diré: Es el gobierno que tenemos… el gobierno de López Obrador Andrés Manuel, y la cantidad de conflictos y dolores de cabeza que ha venido generando desde el mismísimo primer día que se acomodó en el sillón presidencial.

Y me parece estar escuchando las voces de los crédulos, de los que a pesar de las evidencias prefieren seguir creyendo en los cuentos de hadas o, peor aún, los que por interés o conveniencia prefieren ocultar la realidad bajo una espesa capa de disimulo y complicidad. ¡Ah que Chapo —seguramente dicen esas voces— de plano no tiene remedio, siempre viendo las cosas en forma negativa, siempre haciéndole al rebelde irredento…!

Es posible que, visto desde determinado ángulo, tengan algo de razón. Reconozco que no tengo remedio, y que sigo siendo un rebelde esférico, que no tiene lado, y que ve las cosas que pasan y las nombra tal cual son, sin buscarles interpretaciones benevolentes, sin aceptar que lo que ha venido sucediendo en nuestro país es bueno y dando por buena la patraña oficial, mil veces repetida, de que vamos bien, de que estamos felices, felices… sin mayor discusión y sin mediar el menor juicio crítico.

Fuera del oropel que enceguece a los favoritos, a los allegados, a los cómplices, a los empresarios coludidos y a la pléyade de voraces funcionarios que saquean un día sí y otro también las exhaustas arcas públicas, la realidad poco a poco se impone, y empieza a caerle el veinte al pueblo bueno y sabio, inclusive a aquellos que hasta hace poco comulgaban con el estilo de “gobernar” de Andrés Manuel y sus compinches. Ya no hay para dónde hacerse y es imposible seguir tapando el sol con un dedo, ni seguir enviando a través de los medios comprados las historias fantásticas de bienestar y progreso que fabrican en los hornos inmundos de la 4T, creada por este gobierno de seudo redentores, para emprender la más grande operación de encubrimiento y desinformación que se haya visto en este país en toda su historia.

Más allá de los enfermizos sermones mañaneros, más allá de los engañosos spots de radio y televisión, más allá de la parafernalia bullanguera de las brigadas de panegiristas que infestan las estructuras de gobierno, está un pueblo que despierta lentamente del sueño fantasioso en que lo sumergieron los artistas de un engaño ejercido a un costo brutal y ofensivo que más pronto que tarde quedará al descubierto. Es imposible pretender seguir engañando al pueblo mexicano con funciones de circo beisbolero y el otorgamiento de dádivas y becas, cuando el hambre y las carencias rondan los hogares de las familias mexicanas.

Apenas concluido el primer año de gobierno, ya se le empieza a acabar la cuerda al reloj del gobierno obradorista. Se empieza a agotar el catálogo de mentiras, de engañifas, de programas bofos y embusteros cuyo fin único es propiciar el control popular y acrecentar el clientelismo electoral, que está llevando a la bancarrota a este desvalijado país. Mañana o pasado saldrán con algún nuevo programa, tan inútil e inservible como el de “Jóvenes Creando Futuro”, y obras evidentemente inservibles como la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el aeropuerto de Santa Lucía con que se adorna este gobierno atroz e infumable. ¿Cuántos funcionarios de este gobierno se van a hacer asquerosamente ricos nada más con estos programas y esas obras? Y ¿cuántos otros vividores han exprimido hasta vaciar la ubre presupuestal durante este primer año de gobierno?

Para el observador o el participante contemporáneo de un hecho o serie de hechos, resulta difícil discernir la causa del efecto, y aún resulta más complicado cuando se es juez y parte. En estas condiciones la visión que se tiene de él y ellos es necesariamente fragmentaria, y es gracias a la revisión de la historia —antigua o reciente— que es posible saber más acerca de los que son o fueron protagonistas activos o pasivos de la 4T. Es imperativo entonces mantener la atención concentrada en los hechos, impidiendo que los dichos impongan un velo de opacidad sobre la realidad, tal cual es.

En estas condiciones, y a la luz de los hechos escuetos y duros ¿cuántos mexicanos que votaron libremente por López en las elecciones del 2018 mantienen una convicción de que hicieron lo correcto, de que eligieron la mejor opción? ¿Cuántos de ellos reniegan ahora de la decisión que tomaron hace poco más de un año, a la luz de los sucesos que se han derivado de la llegada de esto que aviesa y tramposamente se ha denominado “La Cuatro T”?

El año 2019 que ya mero se despide ha sido sumamente complicado, y presiento que los tiempos por venir lo serán aún más. Los conflictos se han sucedido uno tras otro, en una cadena dolorosa e ininterrumpida. Al dar los primeros pasos en el camino del nuevo año 2020 deberemos tener siempre a la vista que son los hechos los que definen y determinan, y no las palabras pronunciadas con lenguas de doble filo, o escritas por los mercachifles de eso que algunos siguen considerando “periodismo progresista”.


e-mail oscar.romo@casadelasideas.com

Twitter @C

“Ni el peso de un millón de palabras puede igualar al de un solo hecho. Son los hechos los que dibujan con precisión el perfil de las personas y de los gobiernos… ¿Las palabras? Esas se las lleva el viento”

Ya viene. Ya casi está aquí el año 2020. Un año que viene con reminiscencias de aquellos sombríos idus de marzo, en los que tan mal le fuera a Julio César. Será el segundo año de gobierno de López Obrador Andrés Manuel, y en tanto empiezan a alinearse los astros y de acomodarse las cosas para el pueblo bueno y sabio, y terminan de ponerse los guantes los chairos y los fifís que son antagónicos a morir, hay que ver hacia delante, esperando que lo que viene sea menos peor de lo que los pronósticos auguran.

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Como sea, lo acostumbrado al iniciar un nuevo año es hacer promesas y propósitos, planes y proyectos, y en el trazo de las nuevas metas —o en el reciclaje de los viejos objetivos que no pudimos cumplir— se encuentra implícita la realidad de todos y cada uno de nosotros… somos lo que hacemos, no lo que decimos.

Más allá de la verborrea y las palabras, están los hechos. Los hechos son lo más contundente que existe, y pueden demoler con total facilidad cualquier dicho… aunque sea presidencial. Más allá de los hombres, los líderes de pacotilla y el propio Presidente, están sus acciones. Las acciones borran de un plumazo las promesas, los compromisos y las frases zalameras. Más allá de los políticos está la gente, está el pueblo que escucha, observa y juzga, no muy seguido, pero sí a veces. Más allá de las justificaciones y pretextos, está el raciocinio y el análisis crítico. Más allá de los errores y excesos que se cometen al gobernar, no queda nada, sólo la oscuridad, el resentimiento popular y un anhelo apenas reprimido de retribución.

Por más que López diga lo contrario en sus sermones matutinos, estos no son buenos tiempos para México y los millones de mexicanos que somos, pero que no somos vasallos de la 4T. No pueden serlo cuando al cerrarse un año y al abrirse otro, y en medio de lo que debieran ser días de alegría, de reflexión serena y de recogimiento espiritual por el advenimiento del Dios Niño, de sentimientos de buena voluntad y de recordar las viejas tradiciones; en el ánimo general de la gente prevalece un sentimiento de inseguridad y decepción, de intranquilidad y desasosiego, y finalmente de rebeldía, ante el panorama que se abre ante los ojos de la nación para el nuevo año que se anuncia. Y se despierta en algunos, ciertamente no en todos, una férrea voluntad de resistir, de desobedecer y de desacatar, que se afirma sobre la voluntad de una parte de los ciudadanos mexicanos, y que desciende y se deposita sobre la nación como una capa de ceniza negra, con olor a pueblo violado y agredido.

Dice un viejo dicho que un mal viento le hace bien a nadie, y México se adentra en un segundo año de malos vientos, vientos malos en verdad, mucho peores que los que soplaron durante el año que está por terminar, y de hecho, en cualquier otra época del pasado. No es una buena forma de vivir, teniendo que estar volteando constantemente por encima del hombro para ver qué nueva trastada nos están haciendo, o están por hacernos los que nos gobiernan, de qué nueva manera nos están agrediendo y engañando, y qué nueva lucha deberemos emprender. Si a alguno de los lectores le agrada vivir así, es sin duda porque definitivamente es hijo de la mala vida.

De cara a los tiempos que se avecinan y con base en los antecedentes recientes ¿cuál diría usted que es el principal problema que enfrentan México y los mexicanos? ¿La inseguridad? ¿La economía que se encuentra en pleno derrumbe, y con crecimiento cero? ¿La falta de empleos estables y bien remunerados? ¿La deficiente calidad en la educación? ¿La virtual bancarrota financiera de estados y los municipios? ¿La alteración del orden y la fractura social provocada por los odios y los rencores producto de las estrategias presidenciales de confrontación y división? ¿La carestía de la vida y el incesante incremento de precios de bienes y servicios? ¿El deterioro creciente en la calidad de vida? ¿Cuál de ellos, o todos ellos en su conjunto?

Si se encuentra usted en duda, y no atina a determinar cuál es nuestro problema principal, yo se lo diré: Es el gobierno que tenemos… el gobierno de López Obrador Andrés Manuel, y la cantidad de conflictos y dolores de cabeza que ha venido generando desde el mismísimo primer día que se acomodó en el sillón presidencial.

Y me parece estar escuchando las voces de los crédulos, de los que a pesar de las evidencias prefieren seguir creyendo en los cuentos de hadas o, peor aún, los que por interés o conveniencia prefieren ocultar la realidad bajo una espesa capa de disimulo y complicidad. ¡Ah que Chapo —seguramente dicen esas voces— de plano no tiene remedio, siempre viendo las cosas en forma negativa, siempre haciéndole al rebelde irredento…!

Es posible que, visto desde determinado ángulo, tengan algo de razón. Reconozco que no tengo remedio, y que sigo siendo un rebelde esférico, que no tiene lado, y que ve las cosas que pasan y las nombra tal cual son, sin buscarles interpretaciones benevolentes, sin aceptar que lo que ha venido sucediendo en nuestro país es bueno y dando por buena la patraña oficial, mil veces repetida, de que vamos bien, de que estamos felices, felices… sin mayor discusión y sin mediar el menor juicio crítico.

Fuera del oropel que enceguece a los favoritos, a los allegados, a los cómplices, a los empresarios coludidos y a la pléyade de voraces funcionarios que saquean un día sí y otro también las exhaustas arcas públicas, la realidad poco a poco se impone, y empieza a caerle el veinte al pueblo bueno y sabio, inclusive a aquellos que hasta hace poco comulgaban con el estilo de “gobernar” de Andrés Manuel y sus compinches. Ya no hay para dónde hacerse y es imposible seguir tapando el sol con un dedo, ni seguir enviando a través de los medios comprados las historias fantásticas de bienestar y progreso que fabrican en los hornos inmundos de la 4T, creada por este gobierno de seudo redentores, para emprender la más grande operación de encubrimiento y desinformación que se haya visto en este país en toda su historia.

Más allá de los enfermizos sermones mañaneros, más allá de los engañosos spots de radio y televisión, más allá de la parafernalia bullanguera de las brigadas de panegiristas que infestan las estructuras de gobierno, está un pueblo que despierta lentamente del sueño fantasioso en que lo sumergieron los artistas de un engaño ejercido a un costo brutal y ofensivo que más pronto que tarde quedará al descubierto. Es imposible pretender seguir engañando al pueblo mexicano con funciones de circo beisbolero y el otorgamiento de dádivas y becas, cuando el hambre y las carencias rondan los hogares de las familias mexicanas.

Apenas concluido el primer año de gobierno, ya se le empieza a acabar la cuerda al reloj del gobierno obradorista. Se empieza a agotar el catálogo de mentiras, de engañifas, de programas bofos y embusteros cuyo fin único es propiciar el control popular y acrecentar el clientelismo electoral, que está llevando a la bancarrota a este desvalijado país. Mañana o pasado saldrán con algún nuevo programa, tan inútil e inservible como el de “Jóvenes Creando Futuro”, y obras evidentemente inservibles como la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y el aeropuerto de Santa Lucía con que se adorna este gobierno atroz e infumable. ¿Cuántos funcionarios de este gobierno se van a hacer asquerosamente ricos nada más con estos programas y esas obras? Y ¿cuántos otros vividores han exprimido hasta vaciar la ubre presupuestal durante este primer año de gobierno?

Para el observador o el participante contemporáneo de un hecho o serie de hechos, resulta difícil discernir la causa del efecto, y aún resulta más complicado cuando se es juez y parte. En estas condiciones la visión que se tiene de él y ellos es necesariamente fragmentaria, y es gracias a la revisión de la historia —antigua o reciente— que es posible saber más acerca de los que son o fueron protagonistas activos o pasivos de la 4T. Es imperativo entonces mantener la atención concentrada en los hechos, impidiendo que los dichos impongan un velo de opacidad sobre la realidad, tal cual es.

En estas condiciones, y a la luz de los hechos escuetos y duros ¿cuántos mexicanos que votaron libremente por López en las elecciones del 2018 mantienen una convicción de que hicieron lo correcto, de que eligieron la mejor opción? ¿Cuántos de ellos reniegan ahora de la decisión que tomaron hace poco más de un año, a la luz de los sucesos que se han derivado de la llegada de esto que aviesa y tramposamente se ha denominado “La Cuatro T”?

El año 2019 que ya mero se despide ha sido sumamente complicado, y presiento que los tiempos por venir lo serán aún más. Los conflictos se han sucedido uno tras otro, en una cadena dolorosa e ininterrumpida. Al dar los primeros pasos en el camino del nuevo año 2020 deberemos tener siempre a la vista que son los hechos los que definen y determinan, y no las palabras pronunciadas con lenguas de doble filo, o escritas por los mercachifles de eso que algunos siguen considerando “periodismo progresista”.


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