/ martes 5 de noviembre de 2019

Casa de las ideas || Tengo miedo… mucho miedo

Empecé a temblar en 1976, hace ya la friolera de 43 años, cuando yo tenía 39 años de edad y era un hombre joven y lleno de energía, proyectos e ilusiones, que se abría paso a machetazo limpio en la jungla implacable de la vida, para proveer de lo necesario a mi familia. Eran los tiempos del singular sexenio de Luis Echeverría, el incansable y tiránico presidente que puso de moda la guayabera como prenda oficial de los políticos totonacas, y el agua de chía como bebida en las recepciones de Palacio Nacional.

Tiempos de expropiaciones aquí y allá, en Sonora y otras partes del país. Tiempos de hacer justicia social a costa de la injusticia social, y los abusos del poder. Tiempos de violencia con características diferentes a las actuales, pero violencia al fin y al cabo. Tiempos de cambios también, la salida de una época de relativa bonanza y estabilidad económica, efervescencias sociales que desembocaron en la marcha del silencio y la noche de Tlatelolco en 1968, cediendo el paso al autoritarismo de una presidencia dura y de decisiones aún más duras.

Yo ponía atención, desde luego, aunque no demasiada. Estaba muy ocupado abriéndome paso en la vida, y no me daba la gana de perder el tiempo en distracciones políticas, inexplicables por lo demás, al menos para mí. Un craso error que me provocó el primer gran sobresalto en mi vida adulta.

Un día algo se rompió y amanecimos con la noticia de que nuestra moneda se había devaluado casi un ciento por ciento, al pasar de 12 a 20 viejos pesos por un dólar, en números redondos, y posteriormente a 24 pesos por dólar. Un golpe demoledor y contundente que nos agarró a los mexicanos totalmente desprevenidos y con los calzones abajo, enredados en los tobillos. El caos, un pandemónium y el país en el desbarajuste total. El principio de temblores y terrores que se convirtieron en la norma nacional, cuando llegó José López Portillo con su administración de la abundancia petrolera, la estatización de la banca y su perruna defensa de un peso moribundo.

Y luego se vinieron en cascada los años terribles de Miguel de la Madrid, sus actitudes pusilánimes, y aquellos pactos de aliento y crecimiento económico que no resolvieron nada, pero que se llevaron consigo los ahorros de gran parte de la clase media mexicana, a la cual yo pertenecía y pertenezco aún. Luego el periodo de Carlos Salinas, que en mi opinión como presidente (no como persona) fue mucho mejor de lo que se le considera en términos generales. Los atentados, las muertes y los funerales de los destacados personajes de la vida nacional que sucumbieron, víctimas de las balas asesinas.

El “error de diciembre” con que inició Ernesto Zedillo su periodo de gobierno, y las muchas tribulaciones políticas y financieras que sobrevinieron. Y la primera alternancia que nos trajo a Vicente Fox y a Felipe Calderón en la docena trágica de los dos sexenios panistas. Años también de temblorinas, migrañas y miedos profundos, mientras se desarrollaba la sangrienta guerra declarada por Calderón contra el crimen organizado. Y llega la segunda alternancia que nos trajo de regreso al PRI con Enrique Peña Nieto y su “Pacto por México”, sin duda el logro más destacable de su sexenio. La pérdida final y total del respeto a la institución presidencial, y preámbulo de la llegada de Andrés Manuel López Obrador, su 4T y la cauda de especímenes indescriptibles que integran su gabinete.

Septiembre de 1976 a diciembre 2018, 42 años de incertidumbres, de caídas y levantadas, de no saber qué pasaría mañana, de preguntarnos hacia dónde marchaba el país y nosotros con él. Y ahora llevamos ya casi un año completo de enfrentar la que pinta para convertirse en la peor época de todas. Empezó mal el sexenio de la transformación, pero conforme han ido transcurriendo los días, las semanas y los meses, la situación ha ido empeorando más y más.

La colonización paulatina e implacable de las principales instituciones democráticas. La absorción de los poderes Legislativo y Judicial por el Ejecutivo. “El culiacanazo” e inmediatamente después “el bonillazo”, representan las dos gotas que finalmente han derramado el vaso, lleno ya hasta los bordes con los errores, las decisiones insensatas, las cancelaciones de obras prioritarias, y el anuncio de inversiones destinadas al fracaso, las continuas violaciones al Estado de Derecho, la promoción del odio y la confrontación como herramientas de polarización, y todo este explosivo coctel molotov envuelto en la infame urdimbre de las peroratas confusas e inconexas a las que se ha dado en llamar “las mañaneras”, que se realizan diariamente en un salón de Palacio Nacional, y que han desembocado finalmente en los derrapes monumentales e imperdonables que el presidente López ha experimentado ante una prensa, cada vez más incisiva y cuestionadora, que no le admite más vaguedades evasivas y salidas por peteneras al rey de la estulticia.

En medio de esta indescriptible cacofonía de desaciertos e informaciones contradictorias, y en el creciente ambiente de desconfianza e incertidumbre, surge el discurso que constituye el motivo y la razón del presente escrito.

Lo pronunció el general Carlos Gaytán Ochoa en un evento en el que estuvo presente su colega militar, el general Luis Crescencio Sandoval, titular de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). La pieza discursiva ha sido comentada y difundida ampliamente en diferentes medios, por diferentes articulistas, columnistas y comentaristas. Coincidencias sorprendentes entre ellos, acerca del contenido del discurso y sobre lo que expresa, pero sobre todo lo que, sin ser explícito, deja entrever.

Destacaré aquí, simplemente como elementos que enmarcan y definen el contexto, algunos de los conceptos que establecen la línea de pensamiento de un militar de alto rango y amplia experiencia, merced de una carrera brillante dentro de la milicia, y los importantes cargos desempeñados en diversos momentos.

Una sociedad polarizada

Acumulación de resentimientos

Fragilidad de los contrapesos

Decisiones estratégicas que no han convenido a todos

Crisis en las Fuerzas Armadas

Inquietud, ofensa y preocupación en el ámbito militar

Una formación axiológica sólida, que choca con la forma con que hoy se conduce al país

Agravio como mexicanos, y ofendidos como soldados

El alto mando enfrenta, desde lo institucional, la existencia de un grupo de Halcones que podrían llevar a México al caos

Un mensaje de advertencia hacia el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas del país (o sea el presidente López) que no deja lugar a duda, en cuanto al condicionamiento del respaldo y el apoyo que las Fuerzas Armadas mexicanas invariablemente le han brindado al Ejecutivo en turno, aún en los peores momentos de crisis política que ha vivido el país.

Y la reacción torpe, la respuesta inadecuada y arriesgada del Presidente y sus principales allegados, que de inmediato empezaron a manejar la idea de que se está fraguando un golpe de Estado, por parte de los enemigos del régimen, sin especificar quiénes son y dónde están. O sea que entre el sentido profundo del discurso pronunciado por el general Gaytán, y la respuesta errónea y casi suicida de los que detentan el poder, los mexicanos de pronto nos encontramos entre la espada y la pared.

De un lado la inequívoca disminución del apoyo del Ejército (y presumiblemente de la Marina Armada) hacia el régimen lopezobradorista, y por otro lado el aviso preventivo de la toma de medidas contra ese imaginario golpe de Estado por parte del propio Estado, un golpe que evidentemente sólo existe en la conciencia de quienes viven en situación de profunda zozobra e intranquilidad, como consecuencia de los innumerables dislates y los graves errores y omisiones que han cometido.

Quien no sea capaz de leer las letras que están apareciendo escritas con sangre en los muros agrietados del país, y quien no sea capaz de advertir los enormes peligros que se ciernen sobre la nación mexicana, está perdido sin remedio. Y vale la pena recalcar que esto está sucediendo en poco menos de un año de haber arribado la 4T que prometió transformar el país.

Lo que jamás se nos aclaró fue que esa transformación significaría convertir al país en una entidad inviable, en un campo de batalla en el que la sangre del pueblo bueno y sabio empaparía el territorio nacional, y las osamentas de los adversarios, chairos babeantes y fifís inconquistables, se blanquearían bajo el sol ardiente e implacable de la violencia que probablemente estallará, de no retornar cuanto antes la cordura y la sensatez a la mente y el comportamiento de los mexicanos.

Y por eso tengo miedo… tanto miedo.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com

Empecé a temblar en 1976, hace ya la friolera de 43 años, cuando yo tenía 39 años de edad y era un hombre joven y lleno de energía, proyectos e ilusiones, que se abría paso a machetazo limpio en la jungla implacable de la vida, para proveer de lo necesario a mi familia. Eran los tiempos del singular sexenio de Luis Echeverría, el incansable y tiránico presidente que puso de moda la guayabera como prenda oficial de los políticos totonacas, y el agua de chía como bebida en las recepciones de Palacio Nacional.

Tiempos de expropiaciones aquí y allá, en Sonora y otras partes del país. Tiempos de hacer justicia social a costa de la injusticia social, y los abusos del poder. Tiempos de violencia con características diferentes a las actuales, pero violencia al fin y al cabo. Tiempos de cambios también, la salida de una época de relativa bonanza y estabilidad económica, efervescencias sociales que desembocaron en la marcha del silencio y la noche de Tlatelolco en 1968, cediendo el paso al autoritarismo de una presidencia dura y de decisiones aún más duras.

Yo ponía atención, desde luego, aunque no demasiada. Estaba muy ocupado abriéndome paso en la vida, y no me daba la gana de perder el tiempo en distracciones políticas, inexplicables por lo demás, al menos para mí. Un craso error que me provocó el primer gran sobresalto en mi vida adulta.

Un día algo se rompió y amanecimos con la noticia de que nuestra moneda se había devaluado casi un ciento por ciento, al pasar de 12 a 20 viejos pesos por un dólar, en números redondos, y posteriormente a 24 pesos por dólar. Un golpe demoledor y contundente que nos agarró a los mexicanos totalmente desprevenidos y con los calzones abajo, enredados en los tobillos. El caos, un pandemónium y el país en el desbarajuste total. El principio de temblores y terrores que se convirtieron en la norma nacional, cuando llegó José López Portillo con su administración de la abundancia petrolera, la estatización de la banca y su perruna defensa de un peso moribundo.

Y luego se vinieron en cascada los años terribles de Miguel de la Madrid, sus actitudes pusilánimes, y aquellos pactos de aliento y crecimiento económico que no resolvieron nada, pero que se llevaron consigo los ahorros de gran parte de la clase media mexicana, a la cual yo pertenecía y pertenezco aún. Luego el periodo de Carlos Salinas, que en mi opinión como presidente (no como persona) fue mucho mejor de lo que se le considera en términos generales. Los atentados, las muertes y los funerales de los destacados personajes de la vida nacional que sucumbieron, víctimas de las balas asesinas.

El “error de diciembre” con que inició Ernesto Zedillo su periodo de gobierno, y las muchas tribulaciones políticas y financieras que sobrevinieron. Y la primera alternancia que nos trajo a Vicente Fox y a Felipe Calderón en la docena trágica de los dos sexenios panistas. Años también de temblorinas, migrañas y miedos profundos, mientras se desarrollaba la sangrienta guerra declarada por Calderón contra el crimen organizado. Y llega la segunda alternancia que nos trajo de regreso al PRI con Enrique Peña Nieto y su “Pacto por México”, sin duda el logro más destacable de su sexenio. La pérdida final y total del respeto a la institución presidencial, y preámbulo de la llegada de Andrés Manuel López Obrador, su 4T y la cauda de especímenes indescriptibles que integran su gabinete.

Septiembre de 1976 a diciembre 2018, 42 años de incertidumbres, de caídas y levantadas, de no saber qué pasaría mañana, de preguntarnos hacia dónde marchaba el país y nosotros con él. Y ahora llevamos ya casi un año completo de enfrentar la que pinta para convertirse en la peor época de todas. Empezó mal el sexenio de la transformación, pero conforme han ido transcurriendo los días, las semanas y los meses, la situación ha ido empeorando más y más.

La colonización paulatina e implacable de las principales instituciones democráticas. La absorción de los poderes Legislativo y Judicial por el Ejecutivo. “El culiacanazo” e inmediatamente después “el bonillazo”, representan las dos gotas que finalmente han derramado el vaso, lleno ya hasta los bordes con los errores, las decisiones insensatas, las cancelaciones de obras prioritarias, y el anuncio de inversiones destinadas al fracaso, las continuas violaciones al Estado de Derecho, la promoción del odio y la confrontación como herramientas de polarización, y todo este explosivo coctel molotov envuelto en la infame urdimbre de las peroratas confusas e inconexas a las que se ha dado en llamar “las mañaneras”, que se realizan diariamente en un salón de Palacio Nacional, y que han desembocado finalmente en los derrapes monumentales e imperdonables que el presidente López ha experimentado ante una prensa, cada vez más incisiva y cuestionadora, que no le admite más vaguedades evasivas y salidas por peteneras al rey de la estulticia.

En medio de esta indescriptible cacofonía de desaciertos e informaciones contradictorias, y en el creciente ambiente de desconfianza e incertidumbre, surge el discurso que constituye el motivo y la razón del presente escrito.

Lo pronunció el general Carlos Gaytán Ochoa en un evento en el que estuvo presente su colega militar, el general Luis Crescencio Sandoval, titular de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena). La pieza discursiva ha sido comentada y difundida ampliamente en diferentes medios, por diferentes articulistas, columnistas y comentaristas. Coincidencias sorprendentes entre ellos, acerca del contenido del discurso y sobre lo que expresa, pero sobre todo lo que, sin ser explícito, deja entrever.

Destacaré aquí, simplemente como elementos que enmarcan y definen el contexto, algunos de los conceptos que establecen la línea de pensamiento de un militar de alto rango y amplia experiencia, merced de una carrera brillante dentro de la milicia, y los importantes cargos desempeñados en diversos momentos.

Una sociedad polarizada

Acumulación de resentimientos

Fragilidad de los contrapesos

Decisiones estratégicas que no han convenido a todos

Crisis en las Fuerzas Armadas

Inquietud, ofensa y preocupación en el ámbito militar

Una formación axiológica sólida, que choca con la forma con que hoy se conduce al país

Agravio como mexicanos, y ofendidos como soldados

El alto mando enfrenta, desde lo institucional, la existencia de un grupo de Halcones que podrían llevar a México al caos

Un mensaje de advertencia hacia el Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas del país (o sea el presidente López) que no deja lugar a duda, en cuanto al condicionamiento del respaldo y el apoyo que las Fuerzas Armadas mexicanas invariablemente le han brindado al Ejecutivo en turno, aún en los peores momentos de crisis política que ha vivido el país.

Y la reacción torpe, la respuesta inadecuada y arriesgada del Presidente y sus principales allegados, que de inmediato empezaron a manejar la idea de que se está fraguando un golpe de Estado, por parte de los enemigos del régimen, sin especificar quiénes son y dónde están. O sea que entre el sentido profundo del discurso pronunciado por el general Gaytán, y la respuesta errónea y casi suicida de los que detentan el poder, los mexicanos de pronto nos encontramos entre la espada y la pared.

De un lado la inequívoca disminución del apoyo del Ejército (y presumiblemente de la Marina Armada) hacia el régimen lopezobradorista, y por otro lado el aviso preventivo de la toma de medidas contra ese imaginario golpe de Estado por parte del propio Estado, un golpe que evidentemente sólo existe en la conciencia de quienes viven en situación de profunda zozobra e intranquilidad, como consecuencia de los innumerables dislates y los graves errores y omisiones que han cometido.

Quien no sea capaz de leer las letras que están apareciendo escritas con sangre en los muros agrietados del país, y quien no sea capaz de advertir los enormes peligros que se ciernen sobre la nación mexicana, está perdido sin remedio. Y vale la pena recalcar que esto está sucediendo en poco menos de un año de haber arribado la 4T que prometió transformar el país.

Lo que jamás se nos aclaró fue que esa transformación significaría convertir al país en una entidad inviable, en un campo de batalla en el que la sangre del pueblo bueno y sabio empaparía el territorio nacional, y las osamentas de los adversarios, chairos babeantes y fifís inconquistables, se blanquearían bajo el sol ardiente e implacable de la violencia que probablemente estallará, de no retornar cuanto antes la cordura y la sensatez a la mente y el comportamiento de los mexicanos.

Y por eso tengo miedo… tanto miedo.

En Twitter soy @ChapoRomo

Mi dirección de correo es oscar.romo@casadelasideas.com