/ sábado 30 de noviembre de 2019

Casa de las Ideas | Un año, en retrospectiva

El primer día del último mes del año 2018, fue dedicado íntegramente a la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador, convertido ya en Presidente Constitucional de México. La difusión que recibió dicho evento fue tal vez una de las más abundantes que se hayan visto en este país lleno de paradojas, contrasentidos y eventos de milagrería. Y mire usted que en el pasado tuvimos varios que para qué les cuento. No hubo sorpresa alguna para mí, y supongo que para la gran mayoría, si no es que la totalidad del pueblo mexicano.

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En aquella fecha y por motivo de mi trabajo, estuve atento a lo que fue apareciendo en Twitter, mi red social consentida. Ahí estuvieron, fieles a la cita, los principales periodistas y comunicadores nacionales: Joaquín López Dóriga, Loret de Mola, Pablo Hiriart, Maricarmen Cortés, Macario Schettino, Claudio X. González, Ciro Gómez Leyva, Ricardo Alemán, León Krauze, y muchísimas figuras más de primer nivel, que no enumero en detalle porque no alcanzaría el espacio. Desde luego, también hubo una nutrida participación de las personas que ya estaban identificadas, ya sea como voceros oficiales y oficiosos, o como probables funcionarios de primer nivel en el nuevo gobierno. Y ni se diga de algunos políticos descontinuados o en vías de, como por ejemplo Vicente Fox, Ricardo Anaya, Claudia Ruiz, etcétera. Todo el mundo quiso aprovechar el enorme escenario para tratar de lucirse.

En aquel faraónico acto hubo más detalles y cosas negativas que positivas, a juzgar por los comentarios que fluyeron como las aguas de un caudaloso río, durante aquel sábado y domingo. Y los hechos posteriores han demostrado que siguieron fluyendo durante todo el año 2019, aunque haya pasado rápidamente la euforia inicial, se hayan calmado los espasmos de placer, y se hayan atemperado las fibrilaciones, los orgasmos y los paroxismos en las masas delirantes. Como bien dijo Serrat en una de sus canciones más conocidas, cuya letra corresponde a un poema de Machado: “Todo pasa en esta vida…”, y aquello también se empezó a atemperar, porque nada dura para siempre y porque así es la naturaleza humana: olvida y archiva sucesos, eventos, historias, personas y lugares.

El discurso inaugural de López Obrador duró una hora y media, con lo que se convirtió en el más largo pronunciado en México en una ceremonia de toma de posesión, en cualquier época. Dijeron los que lo escucharon (porque admito que yo no lo hice, simplemente porque no soy masoquista) que fue una repetición de sus compromisos y promesas de campaña, lleno de lugares comunes y de pullas para sus enemigos, así los haya aplastado en la elección. No se tendieron los puentes de concordia y entendimiento que hubieran sido convenientes y saludables, en momentos en que en el país ya se advertían los signos incipientes de una muy grave confrontación e inseguridad. Las oportunidades de oro que se desaprovechan, como lo fue aquella, se van y rara vez regresan. Pero ultimadamente en la política, como en la mayoría de las situaciones de la vida, cada quién hace de su trasero un papalote, y lo vuela donde quiere.

El contenido y el tono de la mayoría los tweets que fueron posteados por quienes ya se habían destacado como críticos del nuevo presidente constitucional de los mexicanos, demostraron que estas personas formarían, a lo largo los meses por venir, la columna vertebral de la oposición dentro del mundo de la comunicación en todas sus variantes. Lo habían sido ya durante los cinco meses de transición, a medida que se fueron revelando las intenciones, los dislates y, en particular, las tendencias autoritarias de quien ha tenido en sus manos, sin discusión alguna, el poder supremo en el país.

Del otro lado del espectro social que se podía definir, ya desde aquellos momentos iniciales como un descompuesto, desvinculado, e incipiente bloque opositor, estaba la impresionante masa humana que eligió en forma abrumadora a López Obrador, en julio de 2018. Esa masa de 30 millones de mexicanos logró mantenerse durante buena parte del año 2019, si bien es cierto que ciertas encuestas realizadas recientemente muestran desplome impresionante y constante en las simpatías y la aceptación de loas que el presidente López gozó por un tiempo, a medida que el desencanto y el desengaño empezaron a embargar a muchos de los fieles seguidores de Andrés Manuel. Los más recientes sondeos realizados, estudios —en los que en lo personal no confío demasiado— muestra que López ha caído entre 30 y 35 puntos porcentuales en los últimos dos meses.

Como simple referencia histórica, consigno los resultados de un sondeo que recibí el sábado previo a la toma de posesión de López, y que indicaba que entre el 1º de julio y el 1º de diciembre de 2018, el 39.4% de sus votantes desaprobaba ya sus contradictorias declaraciones y cambios de planes. Y mostraban que si las elecciones hubieran sido el primer domingo de diciembre de 2018, AMLO hubiera vuelto a ganar, pero solamente con 44.8% de los votos (-8.5%). Al parecer había perdido ya 2.6 millones de votantes en tan sólo cinco meses… Vale preguntarnos ¿cómo irá a estar la situación dentro de dos o tres años, cuando estallen en el aire las pompas de jabón del populismo?

El barco en que viajamos los 126 millones de mexicanos que somos; crédulos e incrédulos, sometidos y rebeldes, zarpó hace un año con apenas las reparaciones mínimas en su casco y su arboladura, en medio de los vítores, los aplausos y el delirio general de los que se encaramaron a bordo del buque de la esperanza, las dádivas, las becas y las promesas quiméricas, y en contraste con la actitud de quienes nos hemos quedado en tierra, con las manos convertidas en puños y con los ojos opacos por la frustración y la desesperanza.

Conforme fueron transcurriendo las semanas y los meses, los índices y los pronósticos empezaron a caer y tornarse negativos, y profundamente preocupantes. Las expectativas empezaron a descender. Los analistas más centrados y los expertos más consistentes coincidieron, y empezaron a pronosticar fuertes tormentas y vientos huracanados en los mares que ha navegado el barco del populismo, desde el primer minuto del día 1º de diciembre de 2018.

El presidente López se prepara para su segundo año de gobierno. Si algo se puede decir del primero es que fue sin duda un año interesante, dentro de la constante zozobra en que vivimos. Podemos poner grandes signos de interrogación a los resultados del combate a la corrupción, que fue la bandera que llevó al triunfo a López. No habiendo forma de medirlos y de comprobarlos, sólo queda la palabra del Presidente y sus corifeos, que no merecen mucha confianza que digamos. Mucha propaganda, mucha saliva y nada concreto, nada sustancioso.

El abatimiento de la pobreza y la pretendida felicidad en que vive el pueblo bueno y sabio, al finalizar el primer año, también quedan en calidad de cuento chino, aunque hay que decirlo en voz alta para que se escuche bien, ese cuento chino se está llevando la parte gruesa de los recursos presupuestales, en un viraje catastrófico en las políticas de equilibrio y sensatez financiera.

La inseguridad no desaparece, la violencia y el derramamiento de sangre se han convertido en parte de la anormalidad social, las estrategias con sentido y consistencia para contener y controlar a los criminales, se esfuman dentro de una política insana de ofrecer perdón y abrazos a quienes como respuesta siguen desparramando fuego, balazos y muerte por doquier. Se renuncia al ejercicio estricto y exacto de la autoridad, y se claudica a favor de los amos del inframundo.

La economía nacional ha llegado al punto más bajo, y los organismos especializados confirman que nos encontramos en una indeseable y peligrosa situación de recesión. La política de Estado se enfoca en el abandono de las entidades federativas más productivas, para dar apoyo a las menos productivas y rezagadas, pero sin mediar un proceso previo de capacitación y de mentalización en los habitantes de una zona completamente atrasada en esos campos… serán entonces recursos muy probablemente desperdiciados, porque la estrategia simplemente está tergiversada.

La salud y la educación, la ciencia y la tecnología, el arte y la cultura… todo a un segundo o un tercer sitio dentro de las prioridades nacionales, o de plano al cesto de los desperdicios. Y como cereza en la punta del pastel, el brutal recorte en las participaciones estatales y municipales cae como la cuchilla de una guillotina sobre el cuello, no de los gobernadores y de los alcaldes, sino de los pobladores de las entidades, las ciudades y los poblados de todos los rincones. Seres humanos de carne y hueso, con necesidades y exigencias, que tienen sueños e ilusiones de una vida de mejor calidad.

México navega en la barca de una 4T que ni siquiera atina a definir sus propósitos y mecanismos. Un galimatías de desorden, confusión, inquietud y desconfianza. A bordo de esa maltrecha y mal conducida nave, el pueblo mexicano zarpó hace un año, sí, pero… ¿hacia dónde? Y ¿con qué destino?

El primer día del último mes del año 2018, fue dedicado íntegramente a la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador, convertido ya en Presidente Constitucional de México. La difusión que recibió dicho evento fue tal vez una de las más abundantes que se hayan visto en este país lleno de paradojas, contrasentidos y eventos de milagrería. Y mire usted que en el pasado tuvimos varios que para qué les cuento. No hubo sorpresa alguna para mí, y supongo que para la gran mayoría, si no es que la totalidad del pueblo mexicano.

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En aquella fecha y por motivo de mi trabajo, estuve atento a lo que fue apareciendo en Twitter, mi red social consentida. Ahí estuvieron, fieles a la cita, los principales periodistas y comunicadores nacionales: Joaquín López Dóriga, Loret de Mola, Pablo Hiriart, Maricarmen Cortés, Macario Schettino, Claudio X. González, Ciro Gómez Leyva, Ricardo Alemán, León Krauze, y muchísimas figuras más de primer nivel, que no enumero en detalle porque no alcanzaría el espacio. Desde luego, también hubo una nutrida participación de las personas que ya estaban identificadas, ya sea como voceros oficiales y oficiosos, o como probables funcionarios de primer nivel en el nuevo gobierno. Y ni se diga de algunos políticos descontinuados o en vías de, como por ejemplo Vicente Fox, Ricardo Anaya, Claudia Ruiz, etcétera. Todo el mundo quiso aprovechar el enorme escenario para tratar de lucirse.

En aquel faraónico acto hubo más detalles y cosas negativas que positivas, a juzgar por los comentarios que fluyeron como las aguas de un caudaloso río, durante aquel sábado y domingo. Y los hechos posteriores han demostrado que siguieron fluyendo durante todo el año 2019, aunque haya pasado rápidamente la euforia inicial, se hayan calmado los espasmos de placer, y se hayan atemperado las fibrilaciones, los orgasmos y los paroxismos en las masas delirantes. Como bien dijo Serrat en una de sus canciones más conocidas, cuya letra corresponde a un poema de Machado: “Todo pasa en esta vida…”, y aquello también se empezó a atemperar, porque nada dura para siempre y porque así es la naturaleza humana: olvida y archiva sucesos, eventos, historias, personas y lugares.

El discurso inaugural de López Obrador duró una hora y media, con lo que se convirtió en el más largo pronunciado en México en una ceremonia de toma de posesión, en cualquier época. Dijeron los que lo escucharon (porque admito que yo no lo hice, simplemente porque no soy masoquista) que fue una repetición de sus compromisos y promesas de campaña, lleno de lugares comunes y de pullas para sus enemigos, así los haya aplastado en la elección. No se tendieron los puentes de concordia y entendimiento que hubieran sido convenientes y saludables, en momentos en que en el país ya se advertían los signos incipientes de una muy grave confrontación e inseguridad. Las oportunidades de oro que se desaprovechan, como lo fue aquella, se van y rara vez regresan. Pero ultimadamente en la política, como en la mayoría de las situaciones de la vida, cada quién hace de su trasero un papalote, y lo vuela donde quiere.

El contenido y el tono de la mayoría los tweets que fueron posteados por quienes ya se habían destacado como críticos del nuevo presidente constitucional de los mexicanos, demostraron que estas personas formarían, a lo largo los meses por venir, la columna vertebral de la oposición dentro del mundo de la comunicación en todas sus variantes. Lo habían sido ya durante los cinco meses de transición, a medida que se fueron revelando las intenciones, los dislates y, en particular, las tendencias autoritarias de quien ha tenido en sus manos, sin discusión alguna, el poder supremo en el país.

Del otro lado del espectro social que se podía definir, ya desde aquellos momentos iniciales como un descompuesto, desvinculado, e incipiente bloque opositor, estaba la impresionante masa humana que eligió en forma abrumadora a López Obrador, en julio de 2018. Esa masa de 30 millones de mexicanos logró mantenerse durante buena parte del año 2019, si bien es cierto que ciertas encuestas realizadas recientemente muestran desplome impresionante y constante en las simpatías y la aceptación de loas que el presidente López gozó por un tiempo, a medida que el desencanto y el desengaño empezaron a embargar a muchos de los fieles seguidores de Andrés Manuel. Los más recientes sondeos realizados, estudios —en los que en lo personal no confío demasiado— muestra que López ha caído entre 30 y 35 puntos porcentuales en los últimos dos meses.

Como simple referencia histórica, consigno los resultados de un sondeo que recibí el sábado previo a la toma de posesión de López, y que indicaba que entre el 1º de julio y el 1º de diciembre de 2018, el 39.4% de sus votantes desaprobaba ya sus contradictorias declaraciones y cambios de planes. Y mostraban que si las elecciones hubieran sido el primer domingo de diciembre de 2018, AMLO hubiera vuelto a ganar, pero solamente con 44.8% de los votos (-8.5%). Al parecer había perdido ya 2.6 millones de votantes en tan sólo cinco meses… Vale preguntarnos ¿cómo irá a estar la situación dentro de dos o tres años, cuando estallen en el aire las pompas de jabón del populismo?

El barco en que viajamos los 126 millones de mexicanos que somos; crédulos e incrédulos, sometidos y rebeldes, zarpó hace un año con apenas las reparaciones mínimas en su casco y su arboladura, en medio de los vítores, los aplausos y el delirio general de los que se encaramaron a bordo del buque de la esperanza, las dádivas, las becas y las promesas quiméricas, y en contraste con la actitud de quienes nos hemos quedado en tierra, con las manos convertidas en puños y con los ojos opacos por la frustración y la desesperanza.

Conforme fueron transcurriendo las semanas y los meses, los índices y los pronósticos empezaron a caer y tornarse negativos, y profundamente preocupantes. Las expectativas empezaron a descender. Los analistas más centrados y los expertos más consistentes coincidieron, y empezaron a pronosticar fuertes tormentas y vientos huracanados en los mares que ha navegado el barco del populismo, desde el primer minuto del día 1º de diciembre de 2018.

El presidente López se prepara para su segundo año de gobierno. Si algo se puede decir del primero es que fue sin duda un año interesante, dentro de la constante zozobra en que vivimos. Podemos poner grandes signos de interrogación a los resultados del combate a la corrupción, que fue la bandera que llevó al triunfo a López. No habiendo forma de medirlos y de comprobarlos, sólo queda la palabra del Presidente y sus corifeos, que no merecen mucha confianza que digamos. Mucha propaganda, mucha saliva y nada concreto, nada sustancioso.

El abatimiento de la pobreza y la pretendida felicidad en que vive el pueblo bueno y sabio, al finalizar el primer año, también quedan en calidad de cuento chino, aunque hay que decirlo en voz alta para que se escuche bien, ese cuento chino se está llevando la parte gruesa de los recursos presupuestales, en un viraje catastrófico en las políticas de equilibrio y sensatez financiera.

La inseguridad no desaparece, la violencia y el derramamiento de sangre se han convertido en parte de la anormalidad social, las estrategias con sentido y consistencia para contener y controlar a los criminales, se esfuman dentro de una política insana de ofrecer perdón y abrazos a quienes como respuesta siguen desparramando fuego, balazos y muerte por doquier. Se renuncia al ejercicio estricto y exacto de la autoridad, y se claudica a favor de los amos del inframundo.

La economía nacional ha llegado al punto más bajo, y los organismos especializados confirman que nos encontramos en una indeseable y peligrosa situación de recesión. La política de Estado se enfoca en el abandono de las entidades federativas más productivas, para dar apoyo a las menos productivas y rezagadas, pero sin mediar un proceso previo de capacitación y de mentalización en los habitantes de una zona completamente atrasada en esos campos… serán entonces recursos muy probablemente desperdiciados, porque la estrategia simplemente está tergiversada.

La salud y la educación, la ciencia y la tecnología, el arte y la cultura… todo a un segundo o un tercer sitio dentro de las prioridades nacionales, o de plano al cesto de los desperdicios. Y como cereza en la punta del pastel, el brutal recorte en las participaciones estatales y municipales cae como la cuchilla de una guillotina sobre el cuello, no de los gobernadores y de los alcaldes, sino de los pobladores de las entidades, las ciudades y los poblados de todos los rincones. Seres humanos de carne y hueso, con necesidades y exigencias, que tienen sueños e ilusiones de una vida de mejor calidad.

México navega en la barca de una 4T que ni siquiera atina a definir sus propósitos y mecanismos. Un galimatías de desorden, confusión, inquietud y desconfianza. A bordo de esa maltrecha y mal conducida nave, el pueblo mexicano zarpó hace un año, sí, pero… ¿hacia dónde? Y ¿con qué destino?