/ viernes 19 de junio de 2020

Casa de las ideas | Va por mis colegas

Con el término “colegas” no me refiero a los arquitectos, ni a los valuadores. Tampoco a los periodistas que afanosamente se dedican a emborronar cuartillas, y a tundir con fervor y rencor los teclados de sus computadoras, como miembros activos del gremio de los comunicadores. No. Al decir “colegas” me estoy refiriendo a los hombres que, como yo, han experimentado una o más veces el privilegio de ser papás. Y, de pasadita, a los que también, al igual que yo, tienen ya la inmensa fortuna de ser abuelos, lo que equivale a ser papá, con doble, triple, o múltiple reintegro.

ACCEDE A NUESTRA EDICIÓN DIGITAL EN UN SOLO LUGAR Y DESDE CUALQUIER DISPOSITIVO ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!

Dentro de un par de días, por decisión de sabe Dios quién, se festeja el “Día del Padre”, o sea nuestro día. El tuyo y el mío. Para bien o para mal, así es. Pasado mañana que amanezca el tercer domingo de junio, nos despertaremos a cualquier hora, más temprano o más tarde, dependiendo de la costumbre de cada quien, en silencio, calladamente, sin mañanitas ni fanfarrias. Nos saludará primeramente nuestra ilustre consorte, tal vez para “chipilearnos” con una aromática taza de café recién colado en una mano, y un beso en la mejilla, si bien nos va.

Más tarde, ya avanzado ese día, estando como estamos en la fase “X” de la contingencia sanitaria, y ante la prohibición del contacto personal, empezarán a llegar los mensajes de los hijos y de las nueras, de las hijas (los que las tengan) y los yernos, que al “cometer matrimonio” con los y las que son carne de nuestra carne, y sangre de nuestra sangre, se convierten automáticamente en hijas o hijos nuestros por derecho propio. Y si sus nietos ya hablan, y son capaces de cantar, el número estelar estará a su cargo con las tradicionales “Mañanitas” que, en esta ocasión en lugar de decir “el día que tú naciste nacieron todas las flores”, quizá dirán “nacieron todas las chollas”, para no hacernos sentir raros al compararnos con delicadas y aromáticas florecillas.

La paternidad… Ser papá… Cierro los ojos y dejo que mi mente vuele libremente. Trato de remontarme a los días aquellos, ya tan lejanos y distantes, en que una madrugada del mes de octubre de 1964, me encontraba solo y mi alma, angustiado e inquieto, nervioso a más no poder, sentado en la sala de espera del Hospital Francés en la Ciudad de México. No había quién me hiciera compañía en aquel atemorizante y maravilloso momento de recibir a mi primer hijo. A solas yo, con mi inexperiencia y mis temores a lo desconocido. Allá dentro, en la sala de partos, mi esposa María Emma se abría por vez primera al misterio maravilloso de los siglos: el dar a luz a un nuevo ser humano y, por añadidura, nuestro primogénito.

Tres veces se repitió ese episodio, dos allá en Ciudad de México, y una más aquí en Hermosillo, cuando finalmente regresamos a radicar de nuevo en nuestra tierra, entre nuestra gente. Y las tres veces quedé igual de aturullado, igual de maravillado, de asombrado, de emocionado… y de agradecido. Seguro estoy de que si hubieran sido mil veces, las mil me hubiera sentido igual.


Ser papá… Una tarea natural para la que, no obstante, no existen escuelas, ni libros de texto, ni cursos presenciales o virtuales. Ni recetas ni reglas escritas. Ser papá es un constante e incesante ejercicio de prueba y error. Ser papá es algo que se va aprendiendo sobre la marcha, en una marcha que sin duda es azarosa y complicada, pero siempre gratificante, a pesar de los traspiés y los descalabros, de los dolores y los sustos. Ser papá es algo siempre nuevo, un reto constante y un desafío permanente, porque sin importar cuántos hijos se tengan, cada uno es diferente del otro, y representa un reto nuevo, y un misterio distinto.

Fuera de los cartabones, los clichés y los lugares comunes ¿qué es lo que se espera de un papá? ¿Cómo se supone que debemos ser, y cómo debemos actuar? No sé tú, amigo mío, pero a mí siempre me atemorizó la idea de no estar a la altura de las circunstancias. Con todas mis deficiencias, incapacidades e inmadureces ¿de qué manera cumplir con tan grande responsabilidad?

Bueno, lo cierto es que Tata Dios no nos manda completamente desarmados a la lucha. Eso no sería digno de SU infinita sabiduría, ni de SU divina bondad. Nos manda al frente de batalla con algo que se puede llamar “intuición innata”, a falta de otra definición más aplicable. Así como a la mujer la dota con la capacidad natural de ser madre, al hombre le otorga la de ser padre. El hecho de que la mujer y el hombre se unan para formar una pareja, y metabolicen, combinen y utilicen en diferentes formas los dones que reciben, no implica que no los posean en forma individual, antes que nada. El problema estriba en que un don que no se explota y no se ejercita, igual que un músculo que no se emplea, o se emplea poco, termina por atrofiarse, y llega a morir.

Yo formulé mis propias reglas y diseñé mis estrategias personales para educar y formar a mis hijos. Me equivoqué en infinidad de ocasiones y metí la pata hasta las verijas un titipuchal de veces, pero siempre se me concedió la oportunidad de rectificar. Y, desde luego, ahí estaba siempre mi compañera, mi socia en la gran empresa de la vida, para jalarme las orejas cada vez que me “enmulaba” y me montaba en mi macho. Una sola palabra, y a veces un simple gesto suyo, bastaban para hacerme comprender que había “regado la mermelada” en tal o cual asunto doméstico.

Así es como debe funcionar la cosa: En pareja, los dos, la mamá y el papá trabajando en equipo, sin desmayo, con un solo propósito en la mente y en el corazón: El de criar a los hijos, a todos y cada uno de ellos sin excepción, como personas individuales e irrepetibles, y no como réplicas o copias al carbón de nadie. Y por ello es que el aprendizaje de ser padre, o ser madre, nunca concluye. Sin importar cuántos años transcurran, ni cuáles sean las circunstancias, ni tampoco que en algún momento los hijos a su vez se marchen y formen sus propias familias, uno jamás deja de ser padre o madre… a Dios gracias.

Y doy gracias también porque me encanta que mis hijos y mis nietos se acerquen a mí con sus pequeños o grandes problemas, cuando se sienten atribulados y angustiados y necesitan consejo, un hombro sobre el cual llorar, o un amigo con quien platicar. Me enorgullece y emociona hasta el infinito, el respeto que me demuestran, aún dentro de las naturales diferencias de criterio que con frecuencia se presentan. Siempre hemos estado unidos, mis hijos y yo, inclusive en aquellos años tan difíciles y complicados de su pubertad, cuando los muchachos se tornan ingobernables, cuestionadores de todo, rebeldes y ásperos como el papel de lija más áspero y grueso.

Son los grandes escollos que debemos salvar, las arduas pruebas y los difíciles retos que debemos superar, muchas veces tintos en sangre. Pero todo vale la pena porque, parodiando al desaparecido actor Anthony Quinn, “si las cosas que valen la pena fueran fáciles, cualquiera las haría”. Y la verdad sea dicha, con la mano puesta sobre el corazón, cualquiera puede ser un padre triunfador y exitoso… si de veras lo desea y lo intenta con todas las fuerzas de su alma… te lo garantizo, querido amigo.

Así que ya se acerca tu día, colega papá. Te abrazo con el cariño que nace de la amistad y de la identificación. Que disfrutes este próximo domingo a plenitud, de la única manera que es posible hacerlo: Rodeado —virtualmente, desde luego— de tus hijos, nueras, yernos y nietos, y de la insustituible “media naranja”, con todo y la sangrona e insoportable “Susana Distancia”, que a fuerza quiere hacerse parte de nuestras familias, y de nuestra forma de vivir.

Empápate de su cariño, amigo mío, déjate apapachar, y échate un chapuzón en el mar profundo e infinito del afecto de los tuyos, disfruta de la abundancia de sus muestras de amor.

Ya viene nuestro día y seremos, por la gracia de Dios, y aunque solo sea por unas horas, las grandes estrellas del show… ¡FELICIDADES, COLEGAS!


Con el término “colegas” no me refiero a los arquitectos, ni a los valuadores. Tampoco a los periodistas que afanosamente se dedican a emborronar cuartillas, y a tundir con fervor y rencor los teclados de sus computadoras, como miembros activos del gremio de los comunicadores. No. Al decir “colegas” me estoy refiriendo a los hombres que, como yo, han experimentado una o más veces el privilegio de ser papás. Y, de pasadita, a los que también, al igual que yo, tienen ya la inmensa fortuna de ser abuelos, lo que equivale a ser papá, con doble, triple, o múltiple reintegro.

ACCEDE A NUESTRA EDICIÓN DIGITAL EN UN SOLO LUGAR Y DESDE CUALQUIER DISPOSITIVO ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!

Dentro de un par de días, por decisión de sabe Dios quién, se festeja el “Día del Padre”, o sea nuestro día. El tuyo y el mío. Para bien o para mal, así es. Pasado mañana que amanezca el tercer domingo de junio, nos despertaremos a cualquier hora, más temprano o más tarde, dependiendo de la costumbre de cada quien, en silencio, calladamente, sin mañanitas ni fanfarrias. Nos saludará primeramente nuestra ilustre consorte, tal vez para “chipilearnos” con una aromática taza de café recién colado en una mano, y un beso en la mejilla, si bien nos va.

Más tarde, ya avanzado ese día, estando como estamos en la fase “X” de la contingencia sanitaria, y ante la prohibición del contacto personal, empezarán a llegar los mensajes de los hijos y de las nueras, de las hijas (los que las tengan) y los yernos, que al “cometer matrimonio” con los y las que son carne de nuestra carne, y sangre de nuestra sangre, se convierten automáticamente en hijas o hijos nuestros por derecho propio. Y si sus nietos ya hablan, y son capaces de cantar, el número estelar estará a su cargo con las tradicionales “Mañanitas” que, en esta ocasión en lugar de decir “el día que tú naciste nacieron todas las flores”, quizá dirán “nacieron todas las chollas”, para no hacernos sentir raros al compararnos con delicadas y aromáticas florecillas.

La paternidad… Ser papá… Cierro los ojos y dejo que mi mente vuele libremente. Trato de remontarme a los días aquellos, ya tan lejanos y distantes, en que una madrugada del mes de octubre de 1964, me encontraba solo y mi alma, angustiado e inquieto, nervioso a más no poder, sentado en la sala de espera del Hospital Francés en la Ciudad de México. No había quién me hiciera compañía en aquel atemorizante y maravilloso momento de recibir a mi primer hijo. A solas yo, con mi inexperiencia y mis temores a lo desconocido. Allá dentro, en la sala de partos, mi esposa María Emma se abría por vez primera al misterio maravilloso de los siglos: el dar a luz a un nuevo ser humano y, por añadidura, nuestro primogénito.

Tres veces se repitió ese episodio, dos allá en Ciudad de México, y una más aquí en Hermosillo, cuando finalmente regresamos a radicar de nuevo en nuestra tierra, entre nuestra gente. Y las tres veces quedé igual de aturullado, igual de maravillado, de asombrado, de emocionado… y de agradecido. Seguro estoy de que si hubieran sido mil veces, las mil me hubiera sentido igual.


Ser papá… Una tarea natural para la que, no obstante, no existen escuelas, ni libros de texto, ni cursos presenciales o virtuales. Ni recetas ni reglas escritas. Ser papá es un constante e incesante ejercicio de prueba y error. Ser papá es algo que se va aprendiendo sobre la marcha, en una marcha que sin duda es azarosa y complicada, pero siempre gratificante, a pesar de los traspiés y los descalabros, de los dolores y los sustos. Ser papá es algo siempre nuevo, un reto constante y un desafío permanente, porque sin importar cuántos hijos se tengan, cada uno es diferente del otro, y representa un reto nuevo, y un misterio distinto.

Fuera de los cartabones, los clichés y los lugares comunes ¿qué es lo que se espera de un papá? ¿Cómo se supone que debemos ser, y cómo debemos actuar? No sé tú, amigo mío, pero a mí siempre me atemorizó la idea de no estar a la altura de las circunstancias. Con todas mis deficiencias, incapacidades e inmadureces ¿de qué manera cumplir con tan grande responsabilidad?

Bueno, lo cierto es que Tata Dios no nos manda completamente desarmados a la lucha. Eso no sería digno de SU infinita sabiduría, ni de SU divina bondad. Nos manda al frente de batalla con algo que se puede llamar “intuición innata”, a falta de otra definición más aplicable. Así como a la mujer la dota con la capacidad natural de ser madre, al hombre le otorga la de ser padre. El hecho de que la mujer y el hombre se unan para formar una pareja, y metabolicen, combinen y utilicen en diferentes formas los dones que reciben, no implica que no los posean en forma individual, antes que nada. El problema estriba en que un don que no se explota y no se ejercita, igual que un músculo que no se emplea, o se emplea poco, termina por atrofiarse, y llega a morir.

Yo formulé mis propias reglas y diseñé mis estrategias personales para educar y formar a mis hijos. Me equivoqué en infinidad de ocasiones y metí la pata hasta las verijas un titipuchal de veces, pero siempre se me concedió la oportunidad de rectificar. Y, desde luego, ahí estaba siempre mi compañera, mi socia en la gran empresa de la vida, para jalarme las orejas cada vez que me “enmulaba” y me montaba en mi macho. Una sola palabra, y a veces un simple gesto suyo, bastaban para hacerme comprender que había “regado la mermelada” en tal o cual asunto doméstico.

Así es como debe funcionar la cosa: En pareja, los dos, la mamá y el papá trabajando en equipo, sin desmayo, con un solo propósito en la mente y en el corazón: El de criar a los hijos, a todos y cada uno de ellos sin excepción, como personas individuales e irrepetibles, y no como réplicas o copias al carbón de nadie. Y por ello es que el aprendizaje de ser padre, o ser madre, nunca concluye. Sin importar cuántos años transcurran, ni cuáles sean las circunstancias, ni tampoco que en algún momento los hijos a su vez se marchen y formen sus propias familias, uno jamás deja de ser padre o madre… a Dios gracias.

Y doy gracias también porque me encanta que mis hijos y mis nietos se acerquen a mí con sus pequeños o grandes problemas, cuando se sienten atribulados y angustiados y necesitan consejo, un hombro sobre el cual llorar, o un amigo con quien platicar. Me enorgullece y emociona hasta el infinito, el respeto que me demuestran, aún dentro de las naturales diferencias de criterio que con frecuencia se presentan. Siempre hemos estado unidos, mis hijos y yo, inclusive en aquellos años tan difíciles y complicados de su pubertad, cuando los muchachos se tornan ingobernables, cuestionadores de todo, rebeldes y ásperos como el papel de lija más áspero y grueso.

Son los grandes escollos que debemos salvar, las arduas pruebas y los difíciles retos que debemos superar, muchas veces tintos en sangre. Pero todo vale la pena porque, parodiando al desaparecido actor Anthony Quinn, “si las cosas que valen la pena fueran fáciles, cualquiera las haría”. Y la verdad sea dicha, con la mano puesta sobre el corazón, cualquiera puede ser un padre triunfador y exitoso… si de veras lo desea y lo intenta con todas las fuerzas de su alma… te lo garantizo, querido amigo.

Así que ya se acerca tu día, colega papá. Te abrazo con el cariño que nace de la amistad y de la identificación. Que disfrutes este próximo domingo a plenitud, de la única manera que es posible hacerlo: Rodeado —virtualmente, desde luego— de tus hijos, nueras, yernos y nietos, y de la insustituible “media naranja”, con todo y la sangrona e insoportable “Susana Distancia”, que a fuerza quiere hacerse parte de nuestras familias, y de nuestra forma de vivir.

Empápate de su cariño, amigo mío, déjate apapachar, y échate un chapuzón en el mar profundo e infinito del afecto de los tuyos, disfruta de la abundancia de sus muestras de amor.

Ya viene nuestro día y seremos, por la gracia de Dios, y aunque solo sea por unas horas, las grandes estrellas del show… ¡FELICIDADES, COLEGAS!