/ viernes 11 de septiembre de 2020

Casos y cosas de la experiencia | ¿Cómo van las cosas?

¿Cómo van tus sueños?

¿Cómo andan tus cosas?

Dime si aún frecuentas

de tarde el mismo lugar.

(G. Santa Rosa)

Recibí la llamada telefónica de una amiga, lo que me dio la oportunidad de charlar con ella, como tantas veces. Escuché su voz trémula, ligeramente más baja que de costumbre, como si fuera a revelarme un secreto. En verdad no fue así, me relató con soltura cómo iban las cosas por allá.

En nuestra charla telefónica anterior mostró una alegría contagiosa; reímos hasta sentir que el estómago nos dolía y las mandíbulas chocaban rítmicamente, como dos castañuelas por tanto cuento gracioso. El vaivén de las circunstancias de la vida y la capacidad de adaptarnos a los cambios es un privilegio que nos acompaña y fortalece cada día.

Hubo una pausa, lo que me permitió preguntarle cómo iban las cosas. Su respuesta no se hizo esperar. ¡Esto me derrumba!, dijo. Sabía que no me contaría algo grato, ni provocaría una risa estentórea, como la de costumbre. Entonces ella respondió: “Las cosas van de una forma tal que me inquieta la salud de mi sobrino y hermano”. Reinó el silencio, sentí como si me cayera una piedra encima, y provocara un sonido seco. En verdad tuve deseos de correr y estar a su lado para acompañarla, y ayudarla a sobrellevar la carga de esa pesada roca que sentía sobre la espalda.

Quiero expresar el valor de la amistad que nos une desde hace algunos años. Ese sentimiento entrañable, lleno de complicidad y respeto profundo nos ha colmado de experiencias, emociones y sentimientos compartidos en el trayecto de nuestra vida. En momentos hemos coincidido, charlado, disfrutado un delicioso café, caminado uno cerca del otro, crecido y disfrutado logros, también hemos llorado juntos estando cerca o lejos. ¡Qué maravilla contar contigo, amiga!

Sabes, lo que sucede a nuestro alrededor no ha hecho que pierda la esperanza en un mundo mejor, no me han robado el privilegio de sentir y pensar en el ser humano con un potencial creativo maravilloso. Sé que saldremos adelante a pesar de todo, que lucharemos codo a codo por un cúmulo de experiencias nutricias. Tiene sentido volver a creer en el ser humano, en las múltiples capacidades que posee para transformar su entorno, maravillarse de su poder creador y disfrutar de la magia del ciclo de la vida y la muerte. Con ello quiero decir que no me desalienta el catastrofismo de algunos, la maldad de otros, la arrogancia de tantos más. Porque soy parte del ser humano doliente y también de ese otro amante de la naturaleza.

Esta esperanza de la que hablo me permite valorar el potencial evolutivo del ser humano. Abrigo apasionado mi proceso de transformación, porque lo vivo y lo veo en otros que invierten en su quehacer personal y profesional para dejar un legado. La persona que ha logrado crecer, desarrollarse y ocuparse de su bienestar integral podrá influir para que las cosas cambien a su alrededor. Porque, según un principio de la física cuántica: “Cuando yo cambio, cambia todo”

Por consiguiente, continuaré trabajando en la esperanza para hacerla crecer, cultivarla en el huerto propio y en quienes estén dispuestos a no rendirse ante lo que nos impone el fatalismo, la violencia, indiferencia y el consumismo. Quiero traducir este sueño de esperanza en una realidad mediante acciones concretas de transformación, y lo disfruto cuando veo el avance de algunas personas en su propia búsqueda y encuentro. Soy testigo del valor de la esperanza y sobre todo de las acciones que la provocan.

Por ello abono a la amistad, porque es una semilla que crece en un terreno fértil, donde gravitan alegría y tristeza, amor y desamor, lucha y desánimo, donde puedo acompañar y acompañarme del otro; ser aceptado, reconocido y amado por lo que soy, aquí y ahora. La pandemia ha sido un tiempo propicio para el vacío fértil, para vivir la intimidad conmigo y explorar el poder de la creatividad. En este encuentro conmigo han germinado proyectos, surgido historias que contar, trabajos por desarrollar, sueños por realizar y ciclos que cerrar.

Ahora que escribo me detengo a observar a Clodomira, mi planta pequeña y hermosa; aguardo la esperanza de verla crecer y transformarse. He aprendido a cuidarla, protegerla, y brindarle lo necesario para que crezca. Esto me conduce a pensar en la relación de pareja, los hijos y amigos, cuyo crecimiento en ocasiones sofocamos. Esto sucede sobre todo con los hijos, cuando pretendemos resolverles la vida; no queremos que carezcan de nada, para que no “sufran” lo que nosotros experimentamos. Por ello recordé que mi amiga sólo quería que la acompañara en el silencio, que estuviese presente a través de la llamada. Mi necesidad de protegerla, cuidarla y brindarle la seguridad era algo mío. ¿Cuántas veces nos apuramos en “ayudar” a los demás? ¿Cuánta energía gastamos pretendiendo hacer lo que el otro no necesita? Esto permite apreciar el valor de servir: darle a él/ella solo lo que necesita de nosotros, independientemente de que estemos de acuerdo o no.

Buen fin de semana… Quédate en casa y hablemos de Convida-20.

¿Cómo van tus sueños?

¿Cómo andan tus cosas?

Dime si aún frecuentas

de tarde el mismo lugar.

(G. Santa Rosa)

Recibí la llamada telefónica de una amiga, lo que me dio la oportunidad de charlar con ella, como tantas veces. Escuché su voz trémula, ligeramente más baja que de costumbre, como si fuera a revelarme un secreto. En verdad no fue así, me relató con soltura cómo iban las cosas por allá.

En nuestra charla telefónica anterior mostró una alegría contagiosa; reímos hasta sentir que el estómago nos dolía y las mandíbulas chocaban rítmicamente, como dos castañuelas por tanto cuento gracioso. El vaivén de las circunstancias de la vida y la capacidad de adaptarnos a los cambios es un privilegio que nos acompaña y fortalece cada día.

Hubo una pausa, lo que me permitió preguntarle cómo iban las cosas. Su respuesta no se hizo esperar. ¡Esto me derrumba!, dijo. Sabía que no me contaría algo grato, ni provocaría una risa estentórea, como la de costumbre. Entonces ella respondió: “Las cosas van de una forma tal que me inquieta la salud de mi sobrino y hermano”. Reinó el silencio, sentí como si me cayera una piedra encima, y provocara un sonido seco. En verdad tuve deseos de correr y estar a su lado para acompañarla, y ayudarla a sobrellevar la carga de esa pesada roca que sentía sobre la espalda.

Quiero expresar el valor de la amistad que nos une desde hace algunos años. Ese sentimiento entrañable, lleno de complicidad y respeto profundo nos ha colmado de experiencias, emociones y sentimientos compartidos en el trayecto de nuestra vida. En momentos hemos coincidido, charlado, disfrutado un delicioso café, caminado uno cerca del otro, crecido y disfrutado logros, también hemos llorado juntos estando cerca o lejos. ¡Qué maravilla contar contigo, amiga!

Sabes, lo que sucede a nuestro alrededor no ha hecho que pierda la esperanza en un mundo mejor, no me han robado el privilegio de sentir y pensar en el ser humano con un potencial creativo maravilloso. Sé que saldremos adelante a pesar de todo, que lucharemos codo a codo por un cúmulo de experiencias nutricias. Tiene sentido volver a creer en el ser humano, en las múltiples capacidades que posee para transformar su entorno, maravillarse de su poder creador y disfrutar de la magia del ciclo de la vida y la muerte. Con ello quiero decir que no me desalienta el catastrofismo de algunos, la maldad de otros, la arrogancia de tantos más. Porque soy parte del ser humano doliente y también de ese otro amante de la naturaleza.

Esta esperanza de la que hablo me permite valorar el potencial evolutivo del ser humano. Abrigo apasionado mi proceso de transformación, porque lo vivo y lo veo en otros que invierten en su quehacer personal y profesional para dejar un legado. La persona que ha logrado crecer, desarrollarse y ocuparse de su bienestar integral podrá influir para que las cosas cambien a su alrededor. Porque, según un principio de la física cuántica: “Cuando yo cambio, cambia todo”

Por consiguiente, continuaré trabajando en la esperanza para hacerla crecer, cultivarla en el huerto propio y en quienes estén dispuestos a no rendirse ante lo que nos impone el fatalismo, la violencia, indiferencia y el consumismo. Quiero traducir este sueño de esperanza en una realidad mediante acciones concretas de transformación, y lo disfruto cuando veo el avance de algunas personas en su propia búsqueda y encuentro. Soy testigo del valor de la esperanza y sobre todo de las acciones que la provocan.

Por ello abono a la amistad, porque es una semilla que crece en un terreno fértil, donde gravitan alegría y tristeza, amor y desamor, lucha y desánimo, donde puedo acompañar y acompañarme del otro; ser aceptado, reconocido y amado por lo que soy, aquí y ahora. La pandemia ha sido un tiempo propicio para el vacío fértil, para vivir la intimidad conmigo y explorar el poder de la creatividad. En este encuentro conmigo han germinado proyectos, surgido historias que contar, trabajos por desarrollar, sueños por realizar y ciclos que cerrar.

Ahora que escribo me detengo a observar a Clodomira, mi planta pequeña y hermosa; aguardo la esperanza de verla crecer y transformarse. He aprendido a cuidarla, protegerla, y brindarle lo necesario para que crezca. Esto me conduce a pensar en la relación de pareja, los hijos y amigos, cuyo crecimiento en ocasiones sofocamos. Esto sucede sobre todo con los hijos, cuando pretendemos resolverles la vida; no queremos que carezcan de nada, para que no “sufran” lo que nosotros experimentamos. Por ello recordé que mi amiga sólo quería que la acompañara en el silencio, que estuviese presente a través de la llamada. Mi necesidad de protegerla, cuidarla y brindarle la seguridad era algo mío. ¿Cuántas veces nos apuramos en “ayudar” a los demás? ¿Cuánta energía gastamos pretendiendo hacer lo que el otro no necesita? Esto permite apreciar el valor de servir: darle a él/ella solo lo que necesita de nosotros, independientemente de que estemos de acuerdo o no.

Buen fin de semana… Quédate en casa y hablemos de Convida-20.