/ viernes 19 de julio de 2019

Casos y cosas de la experiencia | Crisis de los treinta


“Cada átomo de silencio es la posibilidad de un fruto maduro”.

(P. Valery)

— Estoy llegando a los treinta años y me siento confundida, desesperada, estresada. La presión es tal que ni yo me aguanto, dice Eli.

— No sé qué me pasa, estoy inquieta. Es difícil sortear lo que me sucede. Pensé que nunca estaría en una situación como esta, es decir, solicitando ayuda profesional para definir mi rumbo, comenta Catherine.

Los fragmentos anteriores son parte del discurso de dos mujeres bellas, talentosas, profesionales, independientes y deseosas de contar con una pareja que las reconozca, valore y admire; que no las vea sólo como un objeto sexual o decorativo.

El ser humano se caracteriza por estar en cambio constante, es decir, en evolución; es vulnerable durante su crecimiento personal y profesional. Ciertamente, ese proceso de crecimiento lo enfrenta a una crisis en cada etapa y, por lo tanto, a una lucha interna entre avanzar, como pide el organismo, o retroceder, como lo demanda el medio.

Esa situación de estrés es inevitable, pues la cultura en que se vive expresa fuertemente sus demandas. A esto se le agrega la exigencia personal por cumplir con un patrón introyectado, no cuestionado.

Eli y Catherine, como otras mujeres, sobreviven a la exigencia de la sociedad, que cuestiona su rol femenino y define el camino, que consideran como propio. Es una tarea titánica, pues las expectativas provienen de diversos campos del entorno.

En la actualidad, quienes rondan los treinta años tienen que lidiar con observaciones o cuestionamientos como: no te conozco novio, ¿qué te pasa, por qué no consigues que los muchachos te vean?; ¿qué esperas para casarte?; ¿tendrás hijos? Eso sí, no te quedes sola, procura tener un hijo para que te acompañe en la vejez.

A eso se suma que en la actualidad en la pareja no se promueve la intimidad, el compromiso ni la pasión, para aportar los ingredientes que fortalezcan la relación. Hay quienes piensan que sólo se requiere vivir juntos, más adelante se verá si funciona…, pero a veces el tiempo pasa y no cuaja nada.

Entre los jóvenes abunda el miedo, que frena cualquier posibilidad de avanzar para formalizar una relación de pareja. Manifiestan que temen ser controlados, vigilados y explotados en varios aspectos de la relación; además se muestran temerosos ante mujeres preparadas e independientes.

Ellas, por consiguiente, buscan relaciones con hombres maduros, para construir una relación más estable, pero descubren que ellos no desean intimar ni comprometerse. Argumentan que tienen proyectos por realizar, y dejan para más adelante la posibilidad de formar una pareja estable.

Entonces, ¿qué pueden esperar estas mujeres? La sugerencia es que definan su plan de vida y trabajo, y establezcan un balance entre estos dos elementos, y así reconozcan que pueden elegir, decidir y usar su libertad para gestionar o no una relación de pareja. No contar con una pareja, a los treinta años, es una decisión, no un fracaso.

Llegar a los treinta es difícil para una mujer inteligente, independiente, talentosa y además bella. A esa edad muchas sufren una crisis, que llega a su punto máximo cuando se percatan de que aún no logran todo lo que aspiran tener: casa, dinero ahorrado y automóvil, entre otras cosas, y eso genera ansiedad. A lo que se suma la presión social de que deben tener una relación estable, y cumplir los roles esperados por la sociedad, es decir, estar casada y con hijos.

Si ya cumpliste los treinta, o más, y estás soltera, no permitas que te presionen, ni te conformes con una opción que no te satisface, vive y disfruta este momento, decide lo que quieres y gestiona la relación que deseas. Tienes derecho a ser tú misma.

Buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta.

Correo: ignacio.lovio@gmail.com


“Cada átomo de silencio es la posibilidad de un fruto maduro”.

(P. Valery)

— Estoy llegando a los treinta años y me siento confundida, desesperada, estresada. La presión es tal que ni yo me aguanto, dice Eli.

— No sé qué me pasa, estoy inquieta. Es difícil sortear lo que me sucede. Pensé que nunca estaría en una situación como esta, es decir, solicitando ayuda profesional para definir mi rumbo, comenta Catherine.

Los fragmentos anteriores son parte del discurso de dos mujeres bellas, talentosas, profesionales, independientes y deseosas de contar con una pareja que las reconozca, valore y admire; que no las vea sólo como un objeto sexual o decorativo.

El ser humano se caracteriza por estar en cambio constante, es decir, en evolución; es vulnerable durante su crecimiento personal y profesional. Ciertamente, ese proceso de crecimiento lo enfrenta a una crisis en cada etapa y, por lo tanto, a una lucha interna entre avanzar, como pide el organismo, o retroceder, como lo demanda el medio.

Esa situación de estrés es inevitable, pues la cultura en que se vive expresa fuertemente sus demandas. A esto se le agrega la exigencia personal por cumplir con un patrón introyectado, no cuestionado.

Eli y Catherine, como otras mujeres, sobreviven a la exigencia de la sociedad, que cuestiona su rol femenino y define el camino, que consideran como propio. Es una tarea titánica, pues las expectativas provienen de diversos campos del entorno.

En la actualidad, quienes rondan los treinta años tienen que lidiar con observaciones o cuestionamientos como: no te conozco novio, ¿qué te pasa, por qué no consigues que los muchachos te vean?; ¿qué esperas para casarte?; ¿tendrás hijos? Eso sí, no te quedes sola, procura tener un hijo para que te acompañe en la vejez.

A eso se suma que en la actualidad en la pareja no se promueve la intimidad, el compromiso ni la pasión, para aportar los ingredientes que fortalezcan la relación. Hay quienes piensan que sólo se requiere vivir juntos, más adelante se verá si funciona…, pero a veces el tiempo pasa y no cuaja nada.

Entre los jóvenes abunda el miedo, que frena cualquier posibilidad de avanzar para formalizar una relación de pareja. Manifiestan que temen ser controlados, vigilados y explotados en varios aspectos de la relación; además se muestran temerosos ante mujeres preparadas e independientes.

Ellas, por consiguiente, buscan relaciones con hombres maduros, para construir una relación más estable, pero descubren que ellos no desean intimar ni comprometerse. Argumentan que tienen proyectos por realizar, y dejan para más adelante la posibilidad de formar una pareja estable.

Entonces, ¿qué pueden esperar estas mujeres? La sugerencia es que definan su plan de vida y trabajo, y establezcan un balance entre estos dos elementos, y así reconozcan que pueden elegir, decidir y usar su libertad para gestionar o no una relación de pareja. No contar con una pareja, a los treinta años, es una decisión, no un fracaso.

Llegar a los treinta es difícil para una mujer inteligente, independiente, talentosa y además bella. A esa edad muchas sufren una crisis, que llega a su punto máximo cuando se percatan de que aún no logran todo lo que aspiran tener: casa, dinero ahorrado y automóvil, entre otras cosas, y eso genera ansiedad. A lo que se suma la presión social de que deben tener una relación estable, y cumplir los roles esperados por la sociedad, es decir, estar casada y con hijos.

Si ya cumpliste los treinta, o más, y estás soltera, no permitas que te presionen, ni te conformes con una opción que no te satisface, vive y disfruta este momento, decide lo que quieres y gestiona la relación que deseas. Tienes derecho a ser tú misma.

Buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta.

Correo: ignacio.lovio@gmail.com