/ viernes 19 de junio de 2020

Casos y cosas de la experiencia | De mis recuerdos, mi padre

“Yo soy mi propio hacer”.

(B. Stevens)

Cuando me disponía a esbozar este artículo empezaron a danzar en mi mente diversos temas para compartir. Entonces reparé en los objetos que yacen sobre mi escritorio: libros, el cuadro del Quijote y Sancho Panza y las notas de mi cuaderno negro. Todo estaba dispuesto, la luz de la lámpara que acompaña a mi laptop, el ruido y la brisa del ventilador y la música elegida me transportaron a recuerdos varios.

ACCEDE A NUESTRA EDICIÓN DIGITAL EN UN SOLO LUGAR Y DESDE CUALQUIER DISPOSITIVO ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!

Cobré conciencia de la fecha que se acerca, el reconocimiento sobre el rol del padre. Sí, de quienes hemos tenido el privilegio y responsabilidad de engendrar y acompañar a nuestros hijos en su incipiente camino y observarlos cuando se alejan para vivir sus propias vidas.

Recordé a mi padre, un hombre observador, callado, silencioso, paciente, sensible y tierno. Él se entregó a su tarea de proveedor, fue responsable, honesto, comprometido y respetuoso. También conocí un poco de su lado obscuro, que era triste y amargo, así como algunos defectos que formaban parte de su ser. Me viene a la memoria su voz romántica en el canto, su habilidad y ritmo para tocar los bongos, fue un bailarín cadencioso. Aún admiro su escritura hermosa, la delicadeza con la cual redactaba una frase para las personas que le inspiraban y algún dibujo de cupido, solicitado para el 14 de febrero, que acompañaba sus bellos trazos de caligrafía. Recuerdo los pocos instantes en los que coincidimos para charlar sobre algunas cosas de interés mutuo; un tema recurrente era su relación amorosa con su padre, mi abuelo querido y amado. Desde mi infancia aguardaba la esperanza de que algún día él me expresara su amor por mí, de forma transparente, y que pudiese escucharlo decir que me quería. Con el paso de los años, la experiencia personal y profesional, reconocí su amor hacia mi madre, mis hermanos y hacia mí.

Aprendí de él algunas cosas; reconozco en mí ciertos gestos de su persona, he ajustado algunos patrones emocionales relacionales, el amor y pasión por el trabajo y la lectura. Todo eso fue útil cuando decidí ser padre, aprendí mucho de él y también de lo que he incorporado por la experiencia.

Ser padre me brindó vivencias maravillosas; amar a una mujer que consagró su vida, tiempo y amor para llevar en su seno a nuestros hijos, y ofrecerles lo mejor de nosotros. Un privilegio que vale la pena aquilatar, porque esos momentos son imborrables: ver nacer a los hijos, guardar ese olor de bebés, acunarlos, cantarles, contarles cuentos, llevarlos a la escuela, acompañarlos en momentos difíciles y verlos transformarse cada día. Ciertamente, los momentos compartidos han sido llenos de alegría y gozo por lo que han conseguido como personas y profesionales. Estoy orgulloso por todo ese proceso de desarrollo que gestionan día a día en sus vidas.

Agradecido con mi madre y padre por la vida y sus enseñanzas en esta tarea de ser padres; agradecido también con Lore por su amor, entrega y dedicación a nuestros hijos, agradecido a ustedes hijos por su amor, dedicación, esfuerzo y pasión por ser lo que cada día realizan en el ámbito personal y profesional. Estoy orgulloso de ustedes y creo que así será por siempre.

Por ello ahora, una vez más, expreso abiertamente que los amo y aquí estoy pleno para acompañarles en su quehacer personal y profesional. Lo anterior se sustenta en un aprendizaje hermoso que me dejó la relación con mi padre, en sus últimos años. Decidí y aprendí lo hermoso que es expresar el amor al padre, porque así cerré ciertas ventanas para abrir otras puertas. Como señala B. Stevens: “Yo soy mi propio hacer”. Anhelaba que mi padre verbalizara su amor por mí, y eso me impulsó a expresarle lo que él significaba para mí. Una vez decidí llamarle para decirle te amo, papá. Fue algo espontáneo y libre; una liberación amorosa, su respuesta fue: “como me gustaría recibir más llamadas de estas”. En efecto, a partir de entonces eso se hizo más frecuente. Llegó el día cuando recibí ese regalo esperado, cuando me expresó: “hijo, te amo”. Ese día de Navidad es inolvidable, un regalo especial.

Así fue que mi padre se despidió de mí… al amanecer del día siguiente murió de un infarto. Ese hombre observador, callado, silencioso, paciente, sensible y tierno inició su viaje sin regreso.

Cada día recuerdo el valor de expresar lo que se siente por los seres queridos, podemos aprender muchas cosas, crear espacios y formas nuevas de convivencia.

Viejo, querido viejo… Como el viejo decía: “estaré contigo siempre… si lo estás de forma permanente en mi corazón”.

Recuerda festejar siempre este día. Emprende tu propio viaje, a donde sea que te lleve.

Buen fin de semana… Quédate en casa y hablemos de Convida-20.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta.

ignacio.lovio@gmail.co


“Yo soy mi propio hacer”.

(B. Stevens)

Cuando me disponía a esbozar este artículo empezaron a danzar en mi mente diversos temas para compartir. Entonces reparé en los objetos que yacen sobre mi escritorio: libros, el cuadro del Quijote y Sancho Panza y las notas de mi cuaderno negro. Todo estaba dispuesto, la luz de la lámpara que acompaña a mi laptop, el ruido y la brisa del ventilador y la música elegida me transportaron a recuerdos varios.

ACCEDE A NUESTRA EDICIÓN DIGITAL EN UN SOLO LUGAR Y DESDE CUALQUIER DISPOSITIVO ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!

Cobré conciencia de la fecha que se acerca, el reconocimiento sobre el rol del padre. Sí, de quienes hemos tenido el privilegio y responsabilidad de engendrar y acompañar a nuestros hijos en su incipiente camino y observarlos cuando se alejan para vivir sus propias vidas.

Recordé a mi padre, un hombre observador, callado, silencioso, paciente, sensible y tierno. Él se entregó a su tarea de proveedor, fue responsable, honesto, comprometido y respetuoso. También conocí un poco de su lado obscuro, que era triste y amargo, así como algunos defectos que formaban parte de su ser. Me viene a la memoria su voz romántica en el canto, su habilidad y ritmo para tocar los bongos, fue un bailarín cadencioso. Aún admiro su escritura hermosa, la delicadeza con la cual redactaba una frase para las personas que le inspiraban y algún dibujo de cupido, solicitado para el 14 de febrero, que acompañaba sus bellos trazos de caligrafía. Recuerdo los pocos instantes en los que coincidimos para charlar sobre algunas cosas de interés mutuo; un tema recurrente era su relación amorosa con su padre, mi abuelo querido y amado. Desde mi infancia aguardaba la esperanza de que algún día él me expresara su amor por mí, de forma transparente, y que pudiese escucharlo decir que me quería. Con el paso de los años, la experiencia personal y profesional, reconocí su amor hacia mi madre, mis hermanos y hacia mí.

Aprendí de él algunas cosas; reconozco en mí ciertos gestos de su persona, he ajustado algunos patrones emocionales relacionales, el amor y pasión por el trabajo y la lectura. Todo eso fue útil cuando decidí ser padre, aprendí mucho de él y también de lo que he incorporado por la experiencia.

Ser padre me brindó vivencias maravillosas; amar a una mujer que consagró su vida, tiempo y amor para llevar en su seno a nuestros hijos, y ofrecerles lo mejor de nosotros. Un privilegio que vale la pena aquilatar, porque esos momentos son imborrables: ver nacer a los hijos, guardar ese olor de bebés, acunarlos, cantarles, contarles cuentos, llevarlos a la escuela, acompañarlos en momentos difíciles y verlos transformarse cada día. Ciertamente, los momentos compartidos han sido llenos de alegría y gozo por lo que han conseguido como personas y profesionales. Estoy orgulloso por todo ese proceso de desarrollo que gestionan día a día en sus vidas.

Agradecido con mi madre y padre por la vida y sus enseñanzas en esta tarea de ser padres; agradecido también con Lore por su amor, entrega y dedicación a nuestros hijos, agradecido a ustedes hijos por su amor, dedicación, esfuerzo y pasión por ser lo que cada día realizan en el ámbito personal y profesional. Estoy orgulloso de ustedes y creo que así será por siempre.

Por ello ahora, una vez más, expreso abiertamente que los amo y aquí estoy pleno para acompañarles en su quehacer personal y profesional. Lo anterior se sustenta en un aprendizaje hermoso que me dejó la relación con mi padre, en sus últimos años. Decidí y aprendí lo hermoso que es expresar el amor al padre, porque así cerré ciertas ventanas para abrir otras puertas. Como señala B. Stevens: “Yo soy mi propio hacer”. Anhelaba que mi padre verbalizara su amor por mí, y eso me impulsó a expresarle lo que él significaba para mí. Una vez decidí llamarle para decirle te amo, papá. Fue algo espontáneo y libre; una liberación amorosa, su respuesta fue: “como me gustaría recibir más llamadas de estas”. En efecto, a partir de entonces eso se hizo más frecuente. Llegó el día cuando recibí ese regalo esperado, cuando me expresó: “hijo, te amo”. Ese día de Navidad es inolvidable, un regalo especial.

Así fue que mi padre se despidió de mí… al amanecer del día siguiente murió de un infarto. Ese hombre observador, callado, silencioso, paciente, sensible y tierno inició su viaje sin regreso.

Cada día recuerdo el valor de expresar lo que se siente por los seres queridos, podemos aprender muchas cosas, crear espacios y formas nuevas de convivencia.

Viejo, querido viejo… Como el viejo decía: “estaré contigo siempre… si lo estás de forma permanente en mi corazón”.

Recuerda festejar siempre este día. Emprende tu propio viaje, a donde sea que te lleve.

Buen fin de semana… Quédate en casa y hablemos de Convida-20.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta.

ignacio.lovio@gmail.co