/ sábado 17 de noviembre de 2018

Casos y cosas de la experiencia | Desde tu jardín, vivencias del alma


“Siempre existe la oportunidad de aprender algo de la experiencia de otros, aunque el momento llega cuando es uno mismo quien la vive y la puede integrar”.

(C. Dicuzzo)

Dentro de poco será el aniversario luctuoso de una persona querida y amada por un grupo de amigos. Su fe y determinación le permitieron alcanzar algunos objetivos que se había trazado antes de partir.

Recuerdo su rostro, su sonrisa franca, su cuidado para establecer las relaciones interpersonales y, sobre todo, para nutrirlas con esmero. La disfruté en nuestros encuentros de actividad laboral, acompañados de un cafecito y una charla amena.

En sus últimos días nos solicitó respetar su decisión de contactarse con nosotros cuando ella lo deseara, quería mantenerse en silencio, aplicarse a su tratamiento, y vivir de cerca el proceso con su familia.

Algunas ocasiones nos comunicamos por medio de mensajes, que iban directo al corazón: palabras tiernas, abrazos virtuales y buenos deseos; era una manera de fortalecer el cariño mutuo.

He aprendido que la vida nos presenta las oportunidades para valorar la fuerza profunda que nos une a las personas de las que nos rodeamos. Además, en su sentido más real, es la certeza de disfrutar cada instante, de agradecer los encuentros y desencuentros, las alegrías y apoyarnos en la tristeza.

Esta experiencia me permite expresar que desde que nacemos estamos muriendo continuamente: vamos dejando atrás etapas de la vida, relaciones interpersonales y situaciones, para así pasar a otras experiencias. Es pertinente reconocer que cada muerte es un aprendizaje y una invitación a crecer y evolucionar.

Esta amiga vivió una experiencia dolorosa para el cuerpo, y eso le permitió crecer y evolucionar. Murió físicamente, pero vive en nosotros por su amor a sí misma, a su familia y amigos. Creo firmemente en la continuidad del ser después de la muerte física, creo en una vida espiritual y eterna.

Ella vivió un periodo de enfermedad que también a su círculo de amigos le permitió crecer y evolucionar. Reafirmar el valor de la amistad, amor, paciencia, tolerancia, empatía, compasión y, sobre todo, el silencio para acompañarla cuando no quería hablar. Decidió vivir así sus últimos momentos en contacto con ella y su enfermedad; varias veces afirmó: “Esta es mi vida, esta mi experiencia”.

¿Te has preguntado alguna vez sobre tu vida y muerte? ¿Has tenido una experiencia que modifique tus creencias al respecto? Hoy te invito a establecer una comunicación de calidad con tus seres queridos, para expresar lo que significan para ti, lo que has aprendido de ellos y lo valioso que es el tiempo de convivencia. Y sugiero que te hagas estas preguntas: ¿qué necesito decir y a quién?, ¿existe algún sentimiento pendiente por expresar, en el ámbito afectivo y espiritual?, ¿qué necesito para estar tranquilo?, ¿qué y cómo hacerlo?

En este punto te ayudará tu creatividad, inténtalo. Responde las preguntas y lleva a cabo las acciones pertinentes, concreta y verás los resultados. Uno de tantos logros será aligerar tu equipaje, porque así liberarás energía, fortalecerás y aliviarás tu vida.

Esta sociedad, orientada a la inmediatez, nos conduce a olvidar lo importante en favor de lo urgente, nos fallan las prioridades, y nos olvidamos de nosotros y de los demás.

Quiero concluir esta historia con un trozo del poema Equipaje, de Alberto Cortez, y así expresar mi cariño a esta bella dama, que lo sabía:

“Porque sigue vigente, jugueteando en mi alma, la presencia inocente de mis años de infancia. Revolviéndolo todo, mis amores, mis ansias y ordenando a su modo, mi ambición, mi esperanza.

Porque tuve un amigo que se fue con el alba. Él volaba conmigo compartiendo las alas. Entrañable paisaje de las cosas amadas.

Mi canción, mi equipaje, son vivencias del alma…”.

Hasta la próxima, buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta

Correo:ignacio.lovio@gmail.com



“Siempre existe la oportunidad de aprender algo de la experiencia de otros, aunque el momento llega cuando es uno mismo quien la vive y la puede integrar”.

(C. Dicuzzo)

Dentro de poco será el aniversario luctuoso de una persona querida y amada por un grupo de amigos. Su fe y determinación le permitieron alcanzar algunos objetivos que se había trazado antes de partir.

Recuerdo su rostro, su sonrisa franca, su cuidado para establecer las relaciones interpersonales y, sobre todo, para nutrirlas con esmero. La disfruté en nuestros encuentros de actividad laboral, acompañados de un cafecito y una charla amena.

En sus últimos días nos solicitó respetar su decisión de contactarse con nosotros cuando ella lo deseara, quería mantenerse en silencio, aplicarse a su tratamiento, y vivir de cerca el proceso con su familia.

Algunas ocasiones nos comunicamos por medio de mensajes, que iban directo al corazón: palabras tiernas, abrazos virtuales y buenos deseos; era una manera de fortalecer el cariño mutuo.

He aprendido que la vida nos presenta las oportunidades para valorar la fuerza profunda que nos une a las personas de las que nos rodeamos. Además, en su sentido más real, es la certeza de disfrutar cada instante, de agradecer los encuentros y desencuentros, las alegrías y apoyarnos en la tristeza.

Esta experiencia me permite expresar que desde que nacemos estamos muriendo continuamente: vamos dejando atrás etapas de la vida, relaciones interpersonales y situaciones, para así pasar a otras experiencias. Es pertinente reconocer que cada muerte es un aprendizaje y una invitación a crecer y evolucionar.

Esta amiga vivió una experiencia dolorosa para el cuerpo, y eso le permitió crecer y evolucionar. Murió físicamente, pero vive en nosotros por su amor a sí misma, a su familia y amigos. Creo firmemente en la continuidad del ser después de la muerte física, creo en una vida espiritual y eterna.

Ella vivió un periodo de enfermedad que también a su círculo de amigos le permitió crecer y evolucionar. Reafirmar el valor de la amistad, amor, paciencia, tolerancia, empatía, compasión y, sobre todo, el silencio para acompañarla cuando no quería hablar. Decidió vivir así sus últimos momentos en contacto con ella y su enfermedad; varias veces afirmó: “Esta es mi vida, esta mi experiencia”.

¿Te has preguntado alguna vez sobre tu vida y muerte? ¿Has tenido una experiencia que modifique tus creencias al respecto? Hoy te invito a establecer una comunicación de calidad con tus seres queridos, para expresar lo que significan para ti, lo que has aprendido de ellos y lo valioso que es el tiempo de convivencia. Y sugiero que te hagas estas preguntas: ¿qué necesito decir y a quién?, ¿existe algún sentimiento pendiente por expresar, en el ámbito afectivo y espiritual?, ¿qué necesito para estar tranquilo?, ¿qué y cómo hacerlo?

En este punto te ayudará tu creatividad, inténtalo. Responde las preguntas y lleva a cabo las acciones pertinentes, concreta y verás los resultados. Uno de tantos logros será aligerar tu equipaje, porque así liberarás energía, fortalecerás y aliviarás tu vida.

Esta sociedad, orientada a la inmediatez, nos conduce a olvidar lo importante en favor de lo urgente, nos fallan las prioridades, y nos olvidamos de nosotros y de los demás.

Quiero concluir esta historia con un trozo del poema Equipaje, de Alberto Cortez, y así expresar mi cariño a esta bella dama, que lo sabía:

“Porque sigue vigente, jugueteando en mi alma, la presencia inocente de mis años de infancia. Revolviéndolo todo, mis amores, mis ansias y ordenando a su modo, mi ambición, mi esperanza.

Porque tuve un amigo que se fue con el alba. Él volaba conmigo compartiendo las alas. Entrañable paisaje de las cosas amadas.

Mi canción, mi equipaje, son vivencias del alma…”.

Hasta la próxima, buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta

Correo:ignacio.lovio@gmail.com