/ viernes 12 de marzo de 2021

Casos y cosas de la experiencia | Despertar continuo

Despertar continuo

Para vivir verdaderamente era necesario despertar, y eso nunca habría sido posible sin antes animarse a transitar por algunas muertes y otros tantos renaceres.

El árbol que veo desde mi ventana es un paisaje que encuentro atractivo, pues observar el movimiento de sus ramas y hojas me conduce a meditar sobre la vida y la trascendencia. Este árbol muestra con alegría la vida a través de sus raíces, brazos, flores y sombra. Se renueva y renace en este mes, y es fiel a su misión; estoy agradecido por lo que me brinda, y quiero expresar lo que le aporta a mi existencia.

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Durante los momentos que dedico a la meditación están presentes la vida y muerte, el nacer y renacer, existir y trascender. Aquí es preciso estar alerta para registrar esos despertares de conciencia y obtener los aprendizajes correspondientes que agradezco, porque me conducen al crecimiento personal. He dedicado tiempo a caminar sobre el terreno de la espiritualidad, a ahondar sobre mi propósito y misión de vida.

El camino se vuelve complicado pues hay terrenos difíciles, pedregosos, resbaladizos y fangosos. También es cierto que hay otros por los que es posible caminar fluidamente, y esos llenan de gozo mi corazón. He descubierto que para continuar el viaje lo vital es la disciplina, el compromiso, la entrega y pasión por descubrir algo en cada despertar. Surgen innumerables preguntas, por ejemplo: ¿para qué hacer esto?; ¿tiene sentido dedicarle tiempo?; ¿qué obtendré? Preguntar sobre el valor de la vida conduce a múltiples cuestionamientos y no existe una respuesta definitiva. Cada ser humano encontrará el camino que lo lleve a su autodescubrimiento y le permita dejar un legado.

La vida es una expresión de fuerza, energía, evolución y transformación; es expansión, crecimiento y apertura. Por consiguiente, la vida es alegría, un despertar continuo y un gran misterio. Esto me recuerda la propuesta del Pentagrama Humano de Pilar Ocampo, que es “trabajar” en las cinco dimensiones: física, emocional, social, mental y espiritual. Es decir, es inevitable el desarrollo de las personas porque así van aprendiendo, disfrutando y evolucionando. Lo cierto es que aprender es una cosa y crecer es otra; por ello subrayo que la tarea implica paciencia, disciplina, renuncia, desapego y esmero.

Lo anterior no significa escapar del mundo, adoptar un optimismo ramplón, aislarse o renunciar al contacto con los demás y creerse un iluminado. Más bien es aprovechar las diferencias entre las personas para nutrirnos y complementarnos. Aprender a valorar lo que existe en nuestro campo, agradecer lo que nos rodea. En este camino de la espiritualidad no hay una receta, más bien tenemos que aprender que existe el camino, y tomar la decisión de nutrirnos mediante lecturas, música, cantos, meditación o yoga, entre otros recursos. Lo que vivimos ahora nos ha enfrentado a nosotros mismos, a nuestras inquietudes y emociones —miedo, tristeza, enojo— y nos sorprende la fuerza de su embestida. Por ello es vital cultivar nuestra espiritualidad, caminar y aprender mientras avanzamos. Pero no existe una fórmula o religión, sino la decisión de responder a las preguntas de forma individual, cobrar conciencia de nuestra existencia y dejar un legado.

La espiritualidad es una búsqueda, y los que han recorrido el camino no saben exactamente lo que buscan. Reconocen que es un camino sin metas, pero con satisfacciones. También recorren caminos sin tener un mapa, pero con un rumbo definido; es una ruta sin final, que ciertamente se puede abandonar a decisión. Este viaje quizá sea el resultado de una elección o, a pesar de ella, es posible emprenderlo porque representa la oportunidad de tomar algunas decisiones que marcarán nuestra evolución.

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¿Cómo inicia este proceso? El primer paso es observarse, escucharse y preguntarse sobre el sentido de nuestra vida. De aquí se derivarán algunas acciones que contribuirán a allanar el camino de este gran viaje hacia el interior de cada uno. Por ello, cuando observo al árbol frente a casa imagino un viaje hacia adentro, que cultivo a diario en mi caminar, en cada paso que doy, en lo que perciben mis sentidos y visualizo lo que estoy construyendo cada día.

Estoy aprendiendo a despertar todas las mañanas con el propósito firme de crecer, y agradezco lo que vivo a través de mis sentidos.

Despertar continuo

Para vivir verdaderamente era necesario despertar, y eso nunca habría sido posible sin antes animarse a transitar por algunas muertes y otros tantos renaceres.

El árbol que veo desde mi ventana es un paisaje que encuentro atractivo, pues observar el movimiento de sus ramas y hojas me conduce a meditar sobre la vida y la trascendencia. Este árbol muestra con alegría la vida a través de sus raíces, brazos, flores y sombra. Se renueva y renace en este mes, y es fiel a su misión; estoy agradecido por lo que me brinda, y quiero expresar lo que le aporta a mi existencia.

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Durante los momentos que dedico a la meditación están presentes la vida y muerte, el nacer y renacer, existir y trascender. Aquí es preciso estar alerta para registrar esos despertares de conciencia y obtener los aprendizajes correspondientes que agradezco, porque me conducen al crecimiento personal. He dedicado tiempo a caminar sobre el terreno de la espiritualidad, a ahondar sobre mi propósito y misión de vida.

El camino se vuelve complicado pues hay terrenos difíciles, pedregosos, resbaladizos y fangosos. También es cierto que hay otros por los que es posible caminar fluidamente, y esos llenan de gozo mi corazón. He descubierto que para continuar el viaje lo vital es la disciplina, el compromiso, la entrega y pasión por descubrir algo en cada despertar. Surgen innumerables preguntas, por ejemplo: ¿para qué hacer esto?; ¿tiene sentido dedicarle tiempo?; ¿qué obtendré? Preguntar sobre el valor de la vida conduce a múltiples cuestionamientos y no existe una respuesta definitiva. Cada ser humano encontrará el camino que lo lleve a su autodescubrimiento y le permita dejar un legado.

La vida es una expresión de fuerza, energía, evolución y transformación; es expansión, crecimiento y apertura. Por consiguiente, la vida es alegría, un despertar continuo y un gran misterio. Esto me recuerda la propuesta del Pentagrama Humano de Pilar Ocampo, que es “trabajar” en las cinco dimensiones: física, emocional, social, mental y espiritual. Es decir, es inevitable el desarrollo de las personas porque así van aprendiendo, disfrutando y evolucionando. Lo cierto es que aprender es una cosa y crecer es otra; por ello subrayo que la tarea implica paciencia, disciplina, renuncia, desapego y esmero.

Lo anterior no significa escapar del mundo, adoptar un optimismo ramplón, aislarse o renunciar al contacto con los demás y creerse un iluminado. Más bien es aprovechar las diferencias entre las personas para nutrirnos y complementarnos. Aprender a valorar lo que existe en nuestro campo, agradecer lo que nos rodea. En este camino de la espiritualidad no hay una receta, más bien tenemos que aprender que existe el camino, y tomar la decisión de nutrirnos mediante lecturas, música, cantos, meditación o yoga, entre otros recursos. Lo que vivimos ahora nos ha enfrentado a nosotros mismos, a nuestras inquietudes y emociones —miedo, tristeza, enojo— y nos sorprende la fuerza de su embestida. Por ello es vital cultivar nuestra espiritualidad, caminar y aprender mientras avanzamos. Pero no existe una fórmula o religión, sino la decisión de responder a las preguntas de forma individual, cobrar conciencia de nuestra existencia y dejar un legado.

La espiritualidad es una búsqueda, y los que han recorrido el camino no saben exactamente lo que buscan. Reconocen que es un camino sin metas, pero con satisfacciones. También recorren caminos sin tener un mapa, pero con un rumbo definido; es una ruta sin final, que ciertamente se puede abandonar a decisión. Este viaje quizá sea el resultado de una elección o, a pesar de ella, es posible emprenderlo porque representa la oportunidad de tomar algunas decisiones que marcarán nuestra evolución.

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¿Cómo inicia este proceso? El primer paso es observarse, escucharse y preguntarse sobre el sentido de nuestra vida. De aquí se derivarán algunas acciones que contribuirán a allanar el camino de este gran viaje hacia el interior de cada uno. Por ello, cuando observo al árbol frente a casa imagino un viaje hacia adentro, que cultivo a diario en mi caminar, en cada paso que doy, en lo que perciben mis sentidos y visualizo lo que estoy construyendo cada día.

Estoy aprendiendo a despertar todas las mañanas con el propósito firme de crecer, y agradezco lo que vivo a través de mis sentidos.