/ lunes 29 de junio de 2020

Casos y cosas de la experiencia | El cuaderno negro

“El mundo sigue enviándonos sorpresas. Y nosotros seguimos aprendiendo”: J. M. Coetzee

Estas tardes en casa han sido significativas y profundamente aleccionadoras. Aunque también, en ocasiones, son difíciles. He podido acompañar, en forma virtual y a la distancia, a varias personas entrañables que viven momentos complicados por la pérdida de un ser querido, de amigos y compañeros.

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Además, siento miedo, ansiedad, dolor y una profunda tristeza por lo que les pasa. Sí, un par de ellos se han realizado un estudio para descartar que estén contagiados de Covid-19.

También he sido testigo del dolor de algunas parejas porque, en este tiempo, se han dado cuenta que terminó su ciclo. Hay quienes enfrentan miedo, pánico y ansiedad por este largo confinamiento, y requieren acompañamiento presencial en su proceso para resolver la situación. Decidí cuidarme y cuidar a otros, para lo que ofrezco mis servicios profesionales a través de las herramientas digitales. Como dije al principio, esto es retador y desafiante en muchos aspectos, y sé que todo pasará y vendrá un mañana mejor.

He aprovechado el tiempo para revisar mi mochila de vida, y retomar el cuaderno negro donde guardo anotaciones sobre lecciones aprendidas de las experiencias vividas. Decidí repasar cada detalle escrito, y las imágenes que los acompañan, para redactar esta columna.

Descubrí una nota que titulé “Confieso que he sentido”, y esto me condujo a recordar la lectura de El caballero de la armadura oxidada, de Robert Fisher. Esa experiencia me permitió observar y observarme en el proceso de rescatarme, de quitarme la armadura y, sobre todo, de encontrarme con ese maestro que serviría de acompañante.

Hay una frase que dice “… cuando el alumno está preparado, el maestro aparece”. Caminé por el bosque y decidí enfrentarme, para dejar de lado la pesada armadura y todo inició con esa decisión y la voluntad de ir al reencuentro con mi esencia.

El primer paso es adentrarse en el silencio, bajar el ruido de tantas cosas que suceden alrededor, después escucharme con atribución, y aprender a estar consciente de mis emociones, sentimientos y pensamientos más recónditos. Esto contribuyó a liberar la carga de la mochila y dejar de autoboicotearme.

No nací con la mochila pesada, la fui cargando de cosas ajenas. Aprendí a aceptar lo que sí me corresponde, responsabilizarme por las experiencias que quería vivir y asumir sus consecuencias.

Esto implicó hacer acopio de paciencia, tolerancia y aceptar la incertidumbre. Enfrentar el miedo a perder o perderme, a equivocarme, a soltar amarras y dejar claro el camino a seguir.

Identifiqué mis recursos o dones y decidí ponerlos al servicio propio y de los demás, para transitar ese camino hacia mi verdad: la experiencia modifica mis creencias. Hacer contacto con mis emociones y sentimientos fue un proceso arduo y doloroso, el resultado ha sido el crecimiento. Claro, ese camino no fue fácil, hubo momentos de coraje, rabia, frustración, dolor e indecisión.

Entonces usé todas las herramientas que me había prodigado la vida, a través de muchas experiencias, y salté los obstáculos. Con esto no quiero afirmar que he terminado, sigo en la transformación.

Empecé a prestarme atención, a reconocer los recursos personales para enfrentar los retos que tenía enfrente, y así dejar de cumplir expectativas. Esto contribuyó a adquirir confianza para ir en pos del proyecto personal. También implicó soltar amarras y ciertamente hubo momentos en que la razón no entendía palabras. Atravesé el campo solo, enfrentando todo lo que impidiese mi caminar hacia la cima. Dejé caer mi armadura y me enfrenté a todas las emociones y sentimientos que detenían mi proceso. Aprendí a disfrutar cada momento, aquí y ahora.

Mi autoconocimiento se fue reestructurando, y lo compartí con otros, y así generó una luz maravillosa y alumbró con certeza mi camino. Por consiguiente, este proceso implicó pedir ayuda a mi familia, colegas y amigos; y luego se transformó en experiencia que ha sido útil para acompañar a otros.

Así enfrenté el miedo y la incertidumbre, y el resultado fue mi autoconocimiento. Esta decisión tuvo un impacto tal, que abandoné mi zona de confort para conocer otros de mis potenciales, que requieren salir para beneficio personal y de otros. No puedo conocer lo desconocido, si me aferro a lo conocido.

Si decides caminar este sendero, debo decirte que, sin lugar a dudas, vale la pena. El primer paso es el silencio, el segundo implica decirte la verdad sobre ti mismo y el tercero requiere voluntad y correr riesgos para alcanzar la cima de tu reencuentro con tu esencia.

Este confinamiento ha sido enriquecedor y doloroso, porque implica enfrentarse a sí mismo: el mundo seguirá enviándonos sorpresas. Y nosotros seguiremos aprendiendo.

Quédate en casa y hablemos de Convida-20.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta ignacio.lovio@gmail.com

“El mundo sigue enviándonos sorpresas. Y nosotros seguimos aprendiendo”: J. M. Coetzee

Estas tardes en casa han sido significativas y profundamente aleccionadoras. Aunque también, en ocasiones, son difíciles. He podido acompañar, en forma virtual y a la distancia, a varias personas entrañables que viven momentos complicados por la pérdida de un ser querido, de amigos y compañeros.

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Además, siento miedo, ansiedad, dolor y una profunda tristeza por lo que les pasa. Sí, un par de ellos se han realizado un estudio para descartar que estén contagiados de Covid-19.

También he sido testigo del dolor de algunas parejas porque, en este tiempo, se han dado cuenta que terminó su ciclo. Hay quienes enfrentan miedo, pánico y ansiedad por este largo confinamiento, y requieren acompañamiento presencial en su proceso para resolver la situación. Decidí cuidarme y cuidar a otros, para lo que ofrezco mis servicios profesionales a través de las herramientas digitales. Como dije al principio, esto es retador y desafiante en muchos aspectos, y sé que todo pasará y vendrá un mañana mejor.

He aprovechado el tiempo para revisar mi mochila de vida, y retomar el cuaderno negro donde guardo anotaciones sobre lecciones aprendidas de las experiencias vividas. Decidí repasar cada detalle escrito, y las imágenes que los acompañan, para redactar esta columna.

Descubrí una nota que titulé “Confieso que he sentido”, y esto me condujo a recordar la lectura de El caballero de la armadura oxidada, de Robert Fisher. Esa experiencia me permitió observar y observarme en el proceso de rescatarme, de quitarme la armadura y, sobre todo, de encontrarme con ese maestro que serviría de acompañante.

Hay una frase que dice “… cuando el alumno está preparado, el maestro aparece”. Caminé por el bosque y decidí enfrentarme, para dejar de lado la pesada armadura y todo inició con esa decisión y la voluntad de ir al reencuentro con mi esencia.

El primer paso es adentrarse en el silencio, bajar el ruido de tantas cosas que suceden alrededor, después escucharme con atribución, y aprender a estar consciente de mis emociones, sentimientos y pensamientos más recónditos. Esto contribuyó a liberar la carga de la mochila y dejar de autoboicotearme.

No nací con la mochila pesada, la fui cargando de cosas ajenas. Aprendí a aceptar lo que sí me corresponde, responsabilizarme por las experiencias que quería vivir y asumir sus consecuencias.

Esto implicó hacer acopio de paciencia, tolerancia y aceptar la incertidumbre. Enfrentar el miedo a perder o perderme, a equivocarme, a soltar amarras y dejar claro el camino a seguir.

Identifiqué mis recursos o dones y decidí ponerlos al servicio propio y de los demás, para transitar ese camino hacia mi verdad: la experiencia modifica mis creencias. Hacer contacto con mis emociones y sentimientos fue un proceso arduo y doloroso, el resultado ha sido el crecimiento. Claro, ese camino no fue fácil, hubo momentos de coraje, rabia, frustración, dolor e indecisión.

Entonces usé todas las herramientas que me había prodigado la vida, a través de muchas experiencias, y salté los obstáculos. Con esto no quiero afirmar que he terminado, sigo en la transformación.

Empecé a prestarme atención, a reconocer los recursos personales para enfrentar los retos que tenía enfrente, y así dejar de cumplir expectativas. Esto contribuyó a adquirir confianza para ir en pos del proyecto personal. También implicó soltar amarras y ciertamente hubo momentos en que la razón no entendía palabras. Atravesé el campo solo, enfrentando todo lo que impidiese mi caminar hacia la cima. Dejé caer mi armadura y me enfrenté a todas las emociones y sentimientos que detenían mi proceso. Aprendí a disfrutar cada momento, aquí y ahora.

Mi autoconocimiento se fue reestructurando, y lo compartí con otros, y así generó una luz maravillosa y alumbró con certeza mi camino. Por consiguiente, este proceso implicó pedir ayuda a mi familia, colegas y amigos; y luego se transformó en experiencia que ha sido útil para acompañar a otros.

Así enfrenté el miedo y la incertidumbre, y el resultado fue mi autoconocimiento. Esta decisión tuvo un impacto tal, que abandoné mi zona de confort para conocer otros de mis potenciales, que requieren salir para beneficio personal y de otros. No puedo conocer lo desconocido, si me aferro a lo conocido.

Si decides caminar este sendero, debo decirte que, sin lugar a dudas, vale la pena. El primer paso es el silencio, el segundo implica decirte la verdad sobre ti mismo y el tercero requiere voluntad y correr riesgos para alcanzar la cima de tu reencuentro con tu esencia.

Este confinamiento ha sido enriquecedor y doloroso, porque implica enfrentarse a sí mismo: el mundo seguirá enviándonos sorpresas. Y nosotros seguiremos aprendiendo.

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José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta ignacio.lovio@gmail.com