/ viernes 14 de junio de 2019

Casos y cosas de la experiencia | El padre, un pilar fundamental

“Los niños tienen la tendencia a despreciar o exaltar a sus padres, y para un buen hijo su padre es siempre el mejor de los padres, al margen de si tiene o no una razón objetiva para admirarlo” (P. Auster)


Mi padre siempre ha estado presente en el transcurso de mi vida; ahora me vienen a la memoria muchos de sus gestos y palabras, que incorporé durante el tiempo que viví a su lado. Fue un hombre taciturno, callado, entregado a su trabajo, responsable, comprometido, honesto y con un par de defectos no nefastos.

Hoy lo recuerdo con gratitud porque contribuyó a mi nacimiento, también a que volara libremente en busca de mi sueño. Me enseñó lecciones que aún conservo en la memoria. Sin lugar a dudas fueron momentos significativos, por la experiencia que me brindaron.

Resulta difícil procesar cada evento, renovar la esperanza de crear una relación más nítida, transparente y significativa con mi padre. Es un privilegio modificar los patrones aprendidos, gracias a la ampliación de conciencia y las acciones derivadas de ella.

En nuestra cultura es fundamental el papel de la madre en la trayectoria del hijo, desde el nacimiento hasta la muerte. Sin embargo, tanto padre como madre conforman la vida de otro ser humano, que llevará dentro de sí lo mejor de cada uno. Por consiguiente, es pertinente guardar las proporciones adecuadas en la evaluación del quehacer de ambos.

La relación de un padre con sus hijos es crucial, sobre todo en la vida de estos últimos. Pero en ocasiones se interrumpe por circunstancias diversas. Era el caso de Karla, quien después de un distanciamiento durante años de su padre, se había acercado a él. Tuvo que poner tierra de por medio, porque fue preciso para evitar encontronazos que los lastimaban, pero a la vez propiciaba la distancia emocional, que cada vez era más honda. Llegó el momento para charlar, aclarar y expresar lo que era necesario para liberarse mutuamente.

Decidieron abrir su corazón y darle un lugar a la palabra, para romper la barrera que los atemorizaba, colocar las cosas donde era preciso, y liberar todo lo que pudiera obstruir las posibilidades de respetarse y amarse libremente. Fue una experiencia difícil, sin embargo ambos aprovecharon la ocasión para dar lo mejor de cada uno.

El padre reconoció el valor de su hija, pues ella lucha por sus derechos y por los de los demás. Suele estar de buen humor, y siempre mira al futuro con optimismo. Goza la música y el baile. Su carácter férreo y determinante la condujo a tomar decisiones trascendentes.

Karla es comunicativa y le gusta mucho hablar y socializar con personas que le inspiran confianza. Es muy observadora, y gracias a esta habilidad puede apreciar los cambios en quienes la rodean.

Don Rufino tomó la mano de Karla, la apretó con fuerza y murmuró:

Hija, estoy orgulloso de ti. Sé que coloqué algunos obstáculos para que estuvieras bajo mi tutela, cometí errores y quizá fui injusto contigo. Siento mucho haberte causado tanto dolor.

— No te preocupes, papá, dijo Karla. Gracias a todas esas experiencias pude crecer y desarrollarme, ser la mujer que soy y quiero ser. Agradezco esta oportunidad para acompañarnos, expresarnos lo que fuese necesario para estar en paz. Te quiero mucho, pá.

Don Rufino, hombre recio, exigente consigo mismo, acostumbrado a conseguir lo que se propone, ahora tenía ante sí a su hija que le brindaba la oportunidad para reconciliarse. Algo que él pensaba hacer, pero no sabía cómo propiciarlo.

Cada día es una oportunidad para reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás, aprovechar los espacios y tiempos para valorar el rol de nuestra madre y padre. Ellos nos aportan lo mejor de cada uno para que tracemos la ruta que queramos vivir, gracias a la elección y decisión de otorgarnos la vida.

Nuestros padres nos aportan lo que tienen, y hacen lo mejor que pueden, para que nosotros tengamos una buena vida; a su vez, ellos recibieron de sus padres lo que éstos tenían y podían ofrecer. Así lo recrea el cuento “Dónde están las monedas”, de Joan Garriga (2006), que vale la pena leer y disfrutar. En un fragmento de ese cuento, donde un hijo regresa a casa, dice:

“…Vengo a deciros que estos últimos diez, veinte o treinta años de mi vida he tenido un problema de visión, un asunto óptico. No veía claramente y lo siento. Ahora puedo ver y vengo a deciros que aquellas monedas que recibí de vosotros en sueños son las mejores monedas posibles para mí. Son suficientes y son las monedas que me corresponden. Son las monedas que merezco y las adecuadas para que pueda seguir. Vengo a daros las gracias”.

En este libro, Joan Garriga hace una reflexión profunda sobre las claves del vínculo entre hijos y padres: el proceso de asumir nuestro origen y legado familiar y de encontrar, a través de ello, nuestro lugar en el mundo.

Felicidades papás. Buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicoterapeuta

Correo: ignacio.lovio@gmail.com

“Los niños tienen la tendencia a despreciar o exaltar a sus padres, y para un buen hijo su padre es siempre el mejor de los padres, al margen de si tiene o no una razón objetiva para admirarlo” (P. Auster)


Mi padre siempre ha estado presente en el transcurso de mi vida; ahora me vienen a la memoria muchos de sus gestos y palabras, que incorporé durante el tiempo que viví a su lado. Fue un hombre taciturno, callado, entregado a su trabajo, responsable, comprometido, honesto y con un par de defectos no nefastos.

Hoy lo recuerdo con gratitud porque contribuyó a mi nacimiento, también a que volara libremente en busca de mi sueño. Me enseñó lecciones que aún conservo en la memoria. Sin lugar a dudas fueron momentos significativos, por la experiencia que me brindaron.

Resulta difícil procesar cada evento, renovar la esperanza de crear una relación más nítida, transparente y significativa con mi padre. Es un privilegio modificar los patrones aprendidos, gracias a la ampliación de conciencia y las acciones derivadas de ella.

En nuestra cultura es fundamental el papel de la madre en la trayectoria del hijo, desde el nacimiento hasta la muerte. Sin embargo, tanto padre como madre conforman la vida de otro ser humano, que llevará dentro de sí lo mejor de cada uno. Por consiguiente, es pertinente guardar las proporciones adecuadas en la evaluación del quehacer de ambos.

La relación de un padre con sus hijos es crucial, sobre todo en la vida de estos últimos. Pero en ocasiones se interrumpe por circunstancias diversas. Era el caso de Karla, quien después de un distanciamiento durante años de su padre, se había acercado a él. Tuvo que poner tierra de por medio, porque fue preciso para evitar encontronazos que los lastimaban, pero a la vez propiciaba la distancia emocional, que cada vez era más honda. Llegó el momento para charlar, aclarar y expresar lo que era necesario para liberarse mutuamente.

Decidieron abrir su corazón y darle un lugar a la palabra, para romper la barrera que los atemorizaba, colocar las cosas donde era preciso, y liberar todo lo que pudiera obstruir las posibilidades de respetarse y amarse libremente. Fue una experiencia difícil, sin embargo ambos aprovecharon la ocasión para dar lo mejor de cada uno.

El padre reconoció el valor de su hija, pues ella lucha por sus derechos y por los de los demás. Suele estar de buen humor, y siempre mira al futuro con optimismo. Goza la música y el baile. Su carácter férreo y determinante la condujo a tomar decisiones trascendentes.

Karla es comunicativa y le gusta mucho hablar y socializar con personas que le inspiran confianza. Es muy observadora, y gracias a esta habilidad puede apreciar los cambios en quienes la rodean.

Don Rufino tomó la mano de Karla, la apretó con fuerza y murmuró:

Hija, estoy orgulloso de ti. Sé que coloqué algunos obstáculos para que estuvieras bajo mi tutela, cometí errores y quizá fui injusto contigo. Siento mucho haberte causado tanto dolor.

— No te preocupes, papá, dijo Karla. Gracias a todas esas experiencias pude crecer y desarrollarme, ser la mujer que soy y quiero ser. Agradezco esta oportunidad para acompañarnos, expresarnos lo que fuese necesario para estar en paz. Te quiero mucho, pá.

Don Rufino, hombre recio, exigente consigo mismo, acostumbrado a conseguir lo que se propone, ahora tenía ante sí a su hija que le brindaba la oportunidad para reconciliarse. Algo que él pensaba hacer, pero no sabía cómo propiciarlo.

Cada día es una oportunidad para reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás, aprovechar los espacios y tiempos para valorar el rol de nuestra madre y padre. Ellos nos aportan lo mejor de cada uno para que tracemos la ruta que queramos vivir, gracias a la elección y decisión de otorgarnos la vida.

Nuestros padres nos aportan lo que tienen, y hacen lo mejor que pueden, para que nosotros tengamos una buena vida; a su vez, ellos recibieron de sus padres lo que éstos tenían y podían ofrecer. Así lo recrea el cuento “Dónde están las monedas”, de Joan Garriga (2006), que vale la pena leer y disfrutar. En un fragmento de ese cuento, donde un hijo regresa a casa, dice:

“…Vengo a deciros que estos últimos diez, veinte o treinta años de mi vida he tenido un problema de visión, un asunto óptico. No veía claramente y lo siento. Ahora puedo ver y vengo a deciros que aquellas monedas que recibí de vosotros en sueños son las mejores monedas posibles para mí. Son suficientes y son las monedas que me corresponden. Son las monedas que merezco y las adecuadas para que pueda seguir. Vengo a daros las gracias”.

En este libro, Joan Garriga hace una reflexión profunda sobre las claves del vínculo entre hijos y padres: el proceso de asumir nuestro origen y legado familiar y de encontrar, a través de ello, nuestro lugar en el mundo.

Felicidades papás. Buen fin de semana.

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicoterapeuta

Correo: ignacio.lovio@gmail.com