/ viernes 6 de mayo de 2022

Casos y cosas de la experiencia | He aprendido a ejercitar el silencio

Necesito el silencio, porque alimenta mi espíritu.

Semana tras semana, se produce el encuentro. En el camino que recorro cada mañana y también por la noche tengo la oportunidad de escuchar y disfrutar plenamente el canto de las palomas. Su gorjear sobre las ramas de los árboles es un cuento y canto inolvidable. En ocasiones detengo la caminata para grabar el momento en que escucho ese canto, para repetirlo las veces que lo desee durante el día.

Con el paso de los años, la formación profesional, el desarrollo de habilidades y la disposición a acompañar a los consultantes he aprendido el valor de escuchar en silencio el canto de las palabras, que emanan de ellos; el contacto y la conexión que se genera en los encuentros. Estar dispuesto y consciente para acompañar es una oportunidad de aprendizaje significativo.

Mis pasos resuenan en el lugar donde camino, y abro mis sentidos para registrar los detalles que acarician mi alma. Cada persona que camina a mi lado tiene una historia, reúne un cúmulo de sucesos y eventos que otorgan un significado a su existencia. En el vivir cotidiano se entrelazan las historias, las fantasías, realidades y los deseos. Cada persona y su génesis se transforman en mariposa, como lo hace una libélula.

Y entonces, el silencio me abraza y conduce a reflexionar sobre otras historias, y también de la propia. Ciertamente existen diversos silencios, unos incómodos, algunos retadores y otros que acarician los recuerdos y experiencias vividas. En ocasiones el callar es molesto, inquieta, y enfada a los demás, quienes no pueden seguir el paso hacia el interior, pues prefieren el ruido o aún no están dispuestos a sumergirse en el silencio.

Existen silencios que abrazan, acarician, acogen e invitan a estar en plenitud contigo. Me encanta la conversación, el susurro de las palabras, la risa de los amigos, las historias que comparten. También decido callar, no interrumpir para acompañar. De igual forma ocurre en mi trabajo profesional cuando acompaño al consultante, a veces es preciso callar, escuchar, conectar y dejar que suceda el encuentro firme y la conexión para crecer.

He aprendido a esperar en silencio, a ser paciente, y apoyarme en los recursos que poseo para estar ahí pleno —respiro pacientemente—, y vibro en silencio acorde con la experiencia. Miro y escucho con pasión el sonido de dos corazones que laten en plena búsqueda, contemplo la maravilla del otro con sus logros, necesidades, carencias, heridas y disposición a reinventarse.

He aprendido y aplicado el recurso del silencio, tanto de palabras, como juicios y evaluaciones acerca del otro. En ocasiones opto por callar, para acompañar a otros libre y plenamente. Recuerdo que me han cuestionado mi silencio, y lo han expresado con libertad; ¿qué piensas; estás aquí conmigo? Estoy aquí en el silencio, en el contacto visual, en el toque físico que transmite mi sentir, estoy cerca tan cerca que sólo basta esa conexión que buscas.

Estoy aquí experimentando, en silencio, mis sensaciones, emociones, sentimientos y pensamientos. Me acompaña, ahora, el canto de esas aves que embriagan con su canto. Sigo paso a paso el ruido del silencio interior y lo celebro en esta meditación diaria. Todo está aquí envuelto en la presencia del otro y el nosotros. Recuerdo a Neruda: “Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”.

Necesito el silencio, porque alimenta mi espíritu.

Por un mundo de confianza y esperanza.

Buen fin de semana… Confiando22

#contagiabuenavibra #yoaportoenpositivo

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta.

Correo electrónico: ignacio.lovio@gmail.com


Necesito el silencio, porque alimenta mi espíritu.

Semana tras semana, se produce el encuentro. En el camino que recorro cada mañana y también por la noche tengo la oportunidad de escuchar y disfrutar plenamente el canto de las palomas. Su gorjear sobre las ramas de los árboles es un cuento y canto inolvidable. En ocasiones detengo la caminata para grabar el momento en que escucho ese canto, para repetirlo las veces que lo desee durante el día.

Con el paso de los años, la formación profesional, el desarrollo de habilidades y la disposición a acompañar a los consultantes he aprendido el valor de escuchar en silencio el canto de las palabras, que emanan de ellos; el contacto y la conexión que se genera en los encuentros. Estar dispuesto y consciente para acompañar es una oportunidad de aprendizaje significativo.

Mis pasos resuenan en el lugar donde camino, y abro mis sentidos para registrar los detalles que acarician mi alma. Cada persona que camina a mi lado tiene una historia, reúne un cúmulo de sucesos y eventos que otorgan un significado a su existencia. En el vivir cotidiano se entrelazan las historias, las fantasías, realidades y los deseos. Cada persona y su génesis se transforman en mariposa, como lo hace una libélula.

Y entonces, el silencio me abraza y conduce a reflexionar sobre otras historias, y también de la propia. Ciertamente existen diversos silencios, unos incómodos, algunos retadores y otros que acarician los recuerdos y experiencias vividas. En ocasiones el callar es molesto, inquieta, y enfada a los demás, quienes no pueden seguir el paso hacia el interior, pues prefieren el ruido o aún no están dispuestos a sumergirse en el silencio.

Existen silencios que abrazan, acarician, acogen e invitan a estar en plenitud contigo. Me encanta la conversación, el susurro de las palabras, la risa de los amigos, las historias que comparten. También decido callar, no interrumpir para acompañar. De igual forma ocurre en mi trabajo profesional cuando acompaño al consultante, a veces es preciso callar, escuchar, conectar y dejar que suceda el encuentro firme y la conexión para crecer.

He aprendido a esperar en silencio, a ser paciente, y apoyarme en los recursos que poseo para estar ahí pleno —respiro pacientemente—, y vibro en silencio acorde con la experiencia. Miro y escucho con pasión el sonido de dos corazones que laten en plena búsqueda, contemplo la maravilla del otro con sus logros, necesidades, carencias, heridas y disposición a reinventarse.

He aprendido y aplicado el recurso del silencio, tanto de palabras, como juicios y evaluaciones acerca del otro. En ocasiones opto por callar, para acompañar a otros libre y plenamente. Recuerdo que me han cuestionado mi silencio, y lo han expresado con libertad; ¿qué piensas; estás aquí conmigo? Estoy aquí en el silencio, en el contacto visual, en el toque físico que transmite mi sentir, estoy cerca tan cerca que sólo basta esa conexión que buscas.

Estoy aquí experimentando, en silencio, mis sensaciones, emociones, sentimientos y pensamientos. Me acompaña, ahora, el canto de esas aves que embriagan con su canto. Sigo paso a paso el ruido del silencio interior y lo celebro en esta meditación diaria. Todo está aquí envuelto en la presencia del otro y el nosotros. Recuerdo a Neruda: “Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas”.

Necesito el silencio, porque alimenta mi espíritu.

Por un mundo de confianza y esperanza.

Buen fin de semana… Confiando22

#contagiabuenavibra #yoaportoenpositivo

José Ignacio Lovio Arvizu. Psicólogo y psicoterapeuta.

Correo electrónico: ignacio.lovio@gmail.com