/ viernes 25 de septiembre de 2020

Casos y cosas de la experiencia | La esperanza vive en mí

“… Me vinieron a la mente las historias de muchos pacientes cuya visión del mundo fue transformada drásticamente por un injusto evento: un abuso sexual infantil”: José Luis Canales.

Era una tarde nublada y con amenaza de lluvia, cuando recibí una llamada telefónica. Después de un saludo, quien hablaba me solicitó una consulta, le respondí que por ahora solo estaba atendiendo de forma virtual, y que le confirmaría la cita tan pronto consultara mi agenda. Aunque la persona insistió en que prefería una sesión presencial, aceptó una consulta virtual conmigo; también le sugerí ponerse en contacto con otros colegas, que posiblemente estuvieran atendiendo en forma tradicional.

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El día de nuestro encuentro virtual, inició la sesión refiriendo que tenía que atenderse: “Estoy teniendo problemas en mis relaciones con amigos, pareja y familia. Me siento muy enojado y me molestan muchas cosas”. La persona balanceaba su cuerpo, tocaba repetidamente su cara con sus manos, acomodaba su cabello, y su respiración se tornó agitada al adentrarnos en la sesión.

Revisamos varios aspectos de interés, la charla fluyó con gran pasión, y afloró otra situación significativa en su vida. “Voy a contarle algo que no le he contado a nadie…” Se derrumbó en el sillón y, sollozando, expuso la experiencia que le agobia hasta el día de hoy.

Aprecié con claridad su dolor, enojo, tristeza, coraje y frustración. Hubo momentos en que el sollozo se tornó en llanto franco y abierto.

Su confesión me condujo a revisar investigaciones sobre los efectos del abuso sexual infantil, crimen que no distingue raza, clase social, religión ni nacionalidad. Es algo que aqueja a nuestra sociedad y humanidad desde siempre; en México lo vive por lo menos una de cuatro niñas y uno de seis niños, y a escala mundial las cifras no son muy diferentes.

Este tema es muy complejo y doloroso, lastima a muchas personas e impacta su desarrollo integral. Por consiguiente, los psicoterapeutas debemos someternos también a psicoterapia, para no contaminar con nuestros problemas o esquemas referenciales a quienes acuden a nosotros.

Trabajar en nuestra historia personal contribuye a que podamos brindar un mejor acompañamiento a otros seres humanos que cargan un peso enorme sobre la espalda, viven angustiados y con culpa por lo acontecido.

Esto implica trabajar con todos los sentimientos que afloren, es una labor ardua y dolorosa que nos llevará a aceptar, comprender y empezar a asimilar las consecuencias de un abuso sexual infantil.

Es cierto que una experiencia de este tipo puede estar guardada en el pasado, pero las heridas emocionales están en el presente y continúan sangrando por años. Aquí podría caber la expresión popular de que “el tiempo lo cura todo”, y la verdad no es así.

Necesitamos tiempo, compromiso, honestidad y voluntad para trabajar en ello, para que deje de sangrar la herida. Esta experiencia marca de forma tajante el autoconcepto, las relaciones interpersonales, la vida laboral, sexual y hasta puede repercutir en la espiritual.

Sanar una vivencia de abuso implica dejar de sentir vergüenza por algo de lo que no se tiene culpa alguna. Vivir escondido, agazapado, dolido y sintiéndose culpable es devastador.

Agradezco a quienes han abierto su corazón para compartir esta experiencia desgarradora, que muestra su vulnerabilidad. Con ello nos brindan la oportunidad de convertirnos en acompañantes en su proceso de sanación.

Esto redunda en un concepto clave: la confianza, que se obtiene después de mucho trabajo, es un camino de ida y vuelta, de apertura mutua para enfrentar lo que venga.

Durante la sesión, tras un movimiento brusco, mi taza más apreciada, que descansaba sobre la mesa, cayó al piso y se rompió en mil pedazos.

Entonces pensé que así se rompe la vida de una persona que fue abusada, queda destrozada y desconfía de todo lo que la rodea. Sin embargo, ella o él puede aprender a relacionarse de forma más nutricia, sana y confiar en sí misma/o y en los demás.

Quiero decirles a todos los sobrevivientes del abuso sexual infantil que pueden soltar el dolor, y dejar que se vaya lo que no necesitan, que pueden cerrar las ventanas y aprender a abrir puertas nuevas para sanar la herida, y recibir lo que aquí y ahora les ofrece la vida.

Como adultos, tienen la oportunidad de defenderse, cuidarse y protegerse. Pueden aprender a vivir con la esperanza de que no todo representa un peligro, y que desarrollarán una capacidad importante denominada intuición.

Creo y les confirmo a todos que volverán a creer en ustedes y en los demás. Esto ocurrirá, pues la esperanza vive en mí y en el potencial creativo y sanador del proceso que la persona y el psicoterapeuta realicen con compromiso, entrega y pasión.

Termino de escribir este artículo mientras afuera azota una fuerte tormenta, cuyas ráfagas de aire llevan y traen las hojas de los árboles por la calle. Así como también me revolotean en la cabeza algunas historias de vida.

Quiero cerrar este articulo con una frase de Boris Cyrulnik (2004): “Si nada cambiara en nosotros ni a nuestro alrededor; el destino estaría trazado y no podríamos hacer otra cosa que repetir a lo lardo de toda nuestra vida lo que aprendimos en un momento en el que era preciso callarse para sobrevivir”

Buen fin de semana… CONVIDA-20.

“… Me vinieron a la mente las historias de muchos pacientes cuya visión del mundo fue transformada drásticamente por un injusto evento: un abuso sexual infantil”: José Luis Canales.

Era una tarde nublada y con amenaza de lluvia, cuando recibí una llamada telefónica. Después de un saludo, quien hablaba me solicitó una consulta, le respondí que por ahora solo estaba atendiendo de forma virtual, y que le confirmaría la cita tan pronto consultara mi agenda. Aunque la persona insistió en que prefería una sesión presencial, aceptó una consulta virtual conmigo; también le sugerí ponerse en contacto con otros colegas, que posiblemente estuvieran atendiendo en forma tradicional.

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El día de nuestro encuentro virtual, inició la sesión refiriendo que tenía que atenderse: “Estoy teniendo problemas en mis relaciones con amigos, pareja y familia. Me siento muy enojado y me molestan muchas cosas”. La persona balanceaba su cuerpo, tocaba repetidamente su cara con sus manos, acomodaba su cabello, y su respiración se tornó agitada al adentrarnos en la sesión.

Revisamos varios aspectos de interés, la charla fluyó con gran pasión, y afloró otra situación significativa en su vida. “Voy a contarle algo que no le he contado a nadie…” Se derrumbó en el sillón y, sollozando, expuso la experiencia que le agobia hasta el día de hoy.

Aprecié con claridad su dolor, enojo, tristeza, coraje y frustración. Hubo momentos en que el sollozo se tornó en llanto franco y abierto.

Su confesión me condujo a revisar investigaciones sobre los efectos del abuso sexual infantil, crimen que no distingue raza, clase social, religión ni nacionalidad. Es algo que aqueja a nuestra sociedad y humanidad desde siempre; en México lo vive por lo menos una de cuatro niñas y uno de seis niños, y a escala mundial las cifras no son muy diferentes.

Este tema es muy complejo y doloroso, lastima a muchas personas e impacta su desarrollo integral. Por consiguiente, los psicoterapeutas debemos someternos también a psicoterapia, para no contaminar con nuestros problemas o esquemas referenciales a quienes acuden a nosotros.

Trabajar en nuestra historia personal contribuye a que podamos brindar un mejor acompañamiento a otros seres humanos que cargan un peso enorme sobre la espalda, viven angustiados y con culpa por lo acontecido.

Esto implica trabajar con todos los sentimientos que afloren, es una labor ardua y dolorosa que nos llevará a aceptar, comprender y empezar a asimilar las consecuencias de un abuso sexual infantil.

Es cierto que una experiencia de este tipo puede estar guardada en el pasado, pero las heridas emocionales están en el presente y continúan sangrando por años. Aquí podría caber la expresión popular de que “el tiempo lo cura todo”, y la verdad no es así.

Necesitamos tiempo, compromiso, honestidad y voluntad para trabajar en ello, para que deje de sangrar la herida. Esta experiencia marca de forma tajante el autoconcepto, las relaciones interpersonales, la vida laboral, sexual y hasta puede repercutir en la espiritual.

Sanar una vivencia de abuso implica dejar de sentir vergüenza por algo de lo que no se tiene culpa alguna. Vivir escondido, agazapado, dolido y sintiéndose culpable es devastador.

Agradezco a quienes han abierto su corazón para compartir esta experiencia desgarradora, que muestra su vulnerabilidad. Con ello nos brindan la oportunidad de convertirnos en acompañantes en su proceso de sanación.

Esto redunda en un concepto clave: la confianza, que se obtiene después de mucho trabajo, es un camino de ida y vuelta, de apertura mutua para enfrentar lo que venga.

Durante la sesión, tras un movimiento brusco, mi taza más apreciada, que descansaba sobre la mesa, cayó al piso y se rompió en mil pedazos.

Entonces pensé que así se rompe la vida de una persona que fue abusada, queda destrozada y desconfía de todo lo que la rodea. Sin embargo, ella o él puede aprender a relacionarse de forma más nutricia, sana y confiar en sí misma/o y en los demás.

Quiero decirles a todos los sobrevivientes del abuso sexual infantil que pueden soltar el dolor, y dejar que se vaya lo que no necesitan, que pueden cerrar las ventanas y aprender a abrir puertas nuevas para sanar la herida, y recibir lo que aquí y ahora les ofrece la vida.

Como adultos, tienen la oportunidad de defenderse, cuidarse y protegerse. Pueden aprender a vivir con la esperanza de que no todo representa un peligro, y que desarrollarán una capacidad importante denominada intuición.

Creo y les confirmo a todos que volverán a creer en ustedes y en los demás. Esto ocurrirá, pues la esperanza vive en mí y en el potencial creativo y sanador del proceso que la persona y el psicoterapeuta realicen con compromiso, entrega y pasión.

Termino de escribir este artículo mientras afuera azota una fuerte tormenta, cuyas ráfagas de aire llevan y traen las hojas de los árboles por la calle. Así como también me revolotean en la cabeza algunas historias de vida.

Quiero cerrar este articulo con una frase de Boris Cyrulnik (2004): “Si nada cambiara en nosotros ni a nuestro alrededor; el destino estaría trazado y no podríamos hacer otra cosa que repetir a lo lardo de toda nuestra vida lo que aprendimos en un momento en el que era preciso callarse para sobrevivir”

Buen fin de semana… CONVIDA-20.