/ viernes 29 de abril de 2022

Casos y cosas de la experiencia | Pasión irrenunciable

Recordar es aprender. Entre el ir y venir por los sentidos, pensamientos, emociones y sentimientos he aprendido a disfrutar la vida y sus circunstancias. Esas que tienen que ver con el amor, conocimiento, dolor y la pasión, todo lo que envuelve mi ser.

Sé que muchos han escrito, con elocuencia, maravillas sobre estos y otros temas, son maestros de la lingüística, semiología y la cadencia hermosa del tiempo y las personas. También, desde hace años, escribo sobre algunas cosas que están por ahí en cuadernos, libros, hojas sueltas o servilletas. Me apasiona escribir y decir algo sobre lo que observo y escucho.

Amo los detalles pequeños de la vida cotidiana; una flor en algún jardín, una pareja comiéndose a besos en el parque, u otra de adultos mayores tomados de la mano, las aves posadas sobre árboles frondosos, el ejercicio de caminar y sentir cada paso y el olor de la mañana. Es un suculento banquete para mis sentidos y la caricia de una realidad presente.

Todo esto me conduce a pensar en las posibilidades de mi silencio, y me evoca una frase de Neruda: “Tal vez un gran silencio pueda interrumpir esta tristeza, este no entendernos jamás y amenazarnos con la muerte”. Recuerdo cuando descubrí las obras de Neruda, entre ellas, Confieso que he vivido, 20 poemas de amor y una canción desesperada. Este encuentro ocurrió en una librería de Guadalajara; a partir de entonces fui recorriendo sus libros y vivencias.

Celebro cada oportunidad de leer un libro, y hacer anotaciones al margen. Celebro las historias que me hacen vibrar y acarician mi alma. Así como a los conciertos donde escuché al Príncipe de la Canción, José José, y a Marco Antonio Muñiz, en el teatro Degollado de Guadalajara.

Celebro el concierto para piano número uno de Tchaikovsky, y el recuerdo de ese contacto pleno con el abuelo paterno. Celebro el silencio de la madrugada, porque me permite escuchar la fuerza de mi corazón. Celebro los abrazos con mis hijos; ese beso robado y el toque de una mano amorosa. También el silencio cuando estoy, está y estamos juntos en un proceso psicoterapéutico.

En verdad este silencio me recuerda la esencia de mi ser, en y para el mundo. Es un regalo entre los múltiples ruidos y el alboroto estruendoso de los perros del vecino. Amo ese silencio tuyo cuando me acaricia el alma, cuando sé que estás ahí acompañándome, a un suspiro para cobijarme. Aquí he redescubierto mi pasión por escribir, por dejar constancia de las vivencias, por la necesidad de expresar lo que me conmueve cada día. Por ejemplo, a esa persona que llegó y me dijo: “Le puedo dar un abrazo”, sentir su vida y agradecer ese encuentro de almas. También la necesidad de escuchar la voz de alguien que, de repente, apareció en mi mente. Otros muchos ejemplos me permiten escribir lo vivido.

Este silencio implica paciencia, tolerancia y prudencia, aunque ciertamente, en ocasiones, no resulta fácil vivirlo o soportarlo. Sí, es un momento que fortalece, permite ir hacia el centro de tu corazón, al baúl de los recuerdos, a soñar despierto. Por ello, necesito caminar a diario para cuidarme y encontrar motivos para compartir experiencias y lecciones aprendidas.

Esta pasión por escribir es ineludible, es la vía regia para compartir la experiencia de vivir: El oficio de vivir, de César Pavese, es un diario personal, cuyo autor comparte sus pensamientos y sentimientos. En él se destacan temas como la búsqueda desesperada de amor hasta la tentación del suicidio. Por ello este oficio del vivir está ligado fuertemente al de escribir.

Alimentaré de forma nutricia esta pasión para dejar constancia de mi camino diario y de la fuerza de mis sentidos. Celebro la vida en mi proceso de convertirme en una persona con una misión y visión clara de que mi motivo es servir. No recordaré seguramente los días, si tendré conciencia de los momentos que marcaron mi existencia.

Necesito caminar cada día, porque alimenta mi pasión por escribir.

Por un mundo de confianza y esperanza.


Recordar es aprender. Entre el ir y venir por los sentidos, pensamientos, emociones y sentimientos he aprendido a disfrutar la vida y sus circunstancias. Esas que tienen que ver con el amor, conocimiento, dolor y la pasión, todo lo que envuelve mi ser.

Sé que muchos han escrito, con elocuencia, maravillas sobre estos y otros temas, son maestros de la lingüística, semiología y la cadencia hermosa del tiempo y las personas. También, desde hace años, escribo sobre algunas cosas que están por ahí en cuadernos, libros, hojas sueltas o servilletas. Me apasiona escribir y decir algo sobre lo que observo y escucho.

Amo los detalles pequeños de la vida cotidiana; una flor en algún jardín, una pareja comiéndose a besos en el parque, u otra de adultos mayores tomados de la mano, las aves posadas sobre árboles frondosos, el ejercicio de caminar y sentir cada paso y el olor de la mañana. Es un suculento banquete para mis sentidos y la caricia de una realidad presente.

Todo esto me conduce a pensar en las posibilidades de mi silencio, y me evoca una frase de Neruda: “Tal vez un gran silencio pueda interrumpir esta tristeza, este no entendernos jamás y amenazarnos con la muerte”. Recuerdo cuando descubrí las obras de Neruda, entre ellas, Confieso que he vivido, 20 poemas de amor y una canción desesperada. Este encuentro ocurrió en una librería de Guadalajara; a partir de entonces fui recorriendo sus libros y vivencias.

Celebro cada oportunidad de leer un libro, y hacer anotaciones al margen. Celebro las historias que me hacen vibrar y acarician mi alma. Así como a los conciertos donde escuché al Príncipe de la Canción, José José, y a Marco Antonio Muñiz, en el teatro Degollado de Guadalajara.

Celebro el concierto para piano número uno de Tchaikovsky, y el recuerdo de ese contacto pleno con el abuelo paterno. Celebro el silencio de la madrugada, porque me permite escuchar la fuerza de mi corazón. Celebro los abrazos con mis hijos; ese beso robado y el toque de una mano amorosa. También el silencio cuando estoy, está y estamos juntos en un proceso psicoterapéutico.

En verdad este silencio me recuerda la esencia de mi ser, en y para el mundo. Es un regalo entre los múltiples ruidos y el alboroto estruendoso de los perros del vecino. Amo ese silencio tuyo cuando me acaricia el alma, cuando sé que estás ahí acompañándome, a un suspiro para cobijarme. Aquí he redescubierto mi pasión por escribir, por dejar constancia de las vivencias, por la necesidad de expresar lo que me conmueve cada día. Por ejemplo, a esa persona que llegó y me dijo: “Le puedo dar un abrazo”, sentir su vida y agradecer ese encuentro de almas. También la necesidad de escuchar la voz de alguien que, de repente, apareció en mi mente. Otros muchos ejemplos me permiten escribir lo vivido.

Este silencio implica paciencia, tolerancia y prudencia, aunque ciertamente, en ocasiones, no resulta fácil vivirlo o soportarlo. Sí, es un momento que fortalece, permite ir hacia el centro de tu corazón, al baúl de los recuerdos, a soñar despierto. Por ello, necesito caminar a diario para cuidarme y encontrar motivos para compartir experiencias y lecciones aprendidas.

Esta pasión por escribir es ineludible, es la vía regia para compartir la experiencia de vivir: El oficio de vivir, de César Pavese, es un diario personal, cuyo autor comparte sus pensamientos y sentimientos. En él se destacan temas como la búsqueda desesperada de amor hasta la tentación del suicidio. Por ello este oficio del vivir está ligado fuertemente al de escribir.

Alimentaré de forma nutricia esta pasión para dejar constancia de mi camino diario y de la fuerza de mis sentidos. Celebro la vida en mi proceso de convertirme en una persona con una misión y visión clara de que mi motivo es servir. No recordaré seguramente los días, si tendré conciencia de los momentos que marcaron mi existencia.

Necesito caminar cada día, porque alimenta mi pasión por escribir.

Por un mundo de confianza y esperanza.