/ viernes 9 de octubre de 2020

Casos y cosas de la experiencia | Recuerdos…

Ahora me viene a la mente el recuerdo de personas significativas en mi vida: mis padres, abuelo paterno, hermanos y tía Beatriz, a quienes evoco con lujo de detalles. Este escrito es relevante porque hablaré de lo que siento, de lo que habita en mí. Este encuentro con mis recuerdos es apasionado y vehemente porque ha llegado el momento de revisar lo vivido este año, el cual ha estado lleno de logros y tropiezos, que encierran grandes lecciones. Agradezco lo aprendido, y estoy dispuesto a celebrar un año más de vida.

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Nací de una mujer bajita, de tez blanca y ojos claros, con un brillo maravilloso. Fuerte y determinante como el sol del campo, llena de energía y pasión por las cosas sencillas de la vida. Ella se abrió paso, como el río que va al mar, aprendió en la universidad de la vida y acumuló experiencias que fueron parte importante en mi formación personal.

Llegué a su vida una mañana de octubre, recibí su amor y contacto con una respiración profunda y un llanto que atrajo su atención, y de inmediato se aprestó a brindarme sus cuidados. Llegó el amor justo cuando era necesario que nos encontráramos y así nos conectamos para recorrer juntos un camino, y después partir cada uno por su sendero hacia el encuentro personal.

A mi madre la recuerdo inteligente, ágil y jocosa con la gente que charlaba, bromista, llena de detalles para todos. Durante mi crecimiento y desarrollo fui disfrutándola y aprendiendo de ella en cada momento y espacio compartidos. Fuimos cómplices de muchas cosas, me enseñó múltiples actividades y me obsequió un regalo que aún conservo: la visión de futuro. “…si quieres ser alguien en la vida, sal de aquí de Agua Prieta”, me dijo un día. Leyó perfectamente mi sueño, que acariciaba en silencio; su impulso fue definitivo, y me lanzó para que yo lo cumpliera. Aquí y ahora continúo enhebrando más sueños siguiendo su lección: “Corre riesgos, aviéntate”. Una mujer que admiro y amo profundamente, aunque partió muy joven. Gracias, gracias, gracias por ser parte de mí, y seguir presente en cada recuerdo.

Mi padre fue un hombre inteligente, silencioso, atento a los detalles, dedicado a su trabajo, honesto, comprometido, responsable y cortés. Admiro su tesón y entrega sin descanso para apoyar a su gran familia. Disfrutaba ver su caligrafía, sus escritos, dibujos y voz al cantar… fue un bohemio. Formó, en su juventud, parte de un grupo musical, tocaba los bongos y fue buen bailarín. Me enseñó la ética del trabajo, y también forjó mi misión en la vida: ser un impulsor de personas. Él amaba a su padre, lo admiraba y gozaba de su presencia. Ellos me enseñaron la pasión por la música, la lectura y la escritura.

Este mes es significativo porque es el aniversario de nacimiento de mi abuelo paterno, tía Beatriz, de un par de personas entrañables y el mío. Volver a nacer, crecer, volver a creer. Sí, volver a creer en los sueños, en la esperanza, el amor, en la capacidad de co-crear cosas nuevas, en conjunto con otras personas. Pretendo entregarme a sentir, intuir, disfrutar los momentos y detalles que llegan a mi vida, y soltar los que se tienen que ir para emprender vuelos nuevos.

Entonces llega el cumpleaños y con ello la oportunidad de realizar un balance de lo vivido, aprendido y lo que queda pendiente por recorrer. El camino está ahí, quizá iré un poco más lerdo, sin embargo seguiré andando y sorteando las vicisitudes hasta llegar a donde quiero. He tropezado, quizá en algún momento perdí el rumbo, pero no he claudicado en el sueño de ser un guerrero de la luz. La misión es un camino arduo que demanda disciplina, constancia y entrega. Las batallas se celebran en el interior, hay que atender las lecciones de paciencia, tolerancia, mesura y desapego, entre otras. Para un guerrero de la luz no hay certezas, lo seguro es que tiene un camino que seguir, y tendrá que adaptarse a las lecciones que reciba en el trayecto.

Mientras escribía, la noche transcurrió, junto con las ideas y dudas que danzaban sin cesar en mi cabeza. Pero sí tuve la certeza del amor de mis padres, su entrega y de la vida que me otorgaron. Ellos se amaron porque se amaron, y no dudo que así fue.

Dentro de pocas horas amanecerá de nuevo, y sumaré un año más a mi existir. Aún conservo el coraje y la determinación para cumplir los sueños de aquí y ahora, tengo la fuerza y decisión para continuar viajando y aprendiendo, disfrutar con pasión mi quehacer profesional y gozar la compañía de mi familia, amigos, compañeros y demás personas que suman experiencias a mi vida. Y, como una vez dijera Pablo Neruda: “Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta”.

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Continuaré mirando muy dentro de mí, abrazaré la esperanza en un mejor porvenir que colme mi presencia y estimule a otros a existir en plenitud. Cualquier día podemos vivirlo plenamente, pues tenemos la opción de otorgarle el sentido verdadero.

Buen fin de semana… Convida-20.

Ahora me viene a la mente el recuerdo de personas significativas en mi vida: mis padres, abuelo paterno, hermanos y tía Beatriz, a quienes evoco con lujo de detalles. Este escrito es relevante porque hablaré de lo que siento, de lo que habita en mí. Este encuentro con mis recuerdos es apasionado y vehemente porque ha llegado el momento de revisar lo vivido este año, el cual ha estado lleno de logros y tropiezos, que encierran grandes lecciones. Agradezco lo aprendido, y estoy dispuesto a celebrar un año más de vida.

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Nací de una mujer bajita, de tez blanca y ojos claros, con un brillo maravilloso. Fuerte y determinante como el sol del campo, llena de energía y pasión por las cosas sencillas de la vida. Ella se abrió paso, como el río que va al mar, aprendió en la universidad de la vida y acumuló experiencias que fueron parte importante en mi formación personal.

Llegué a su vida una mañana de octubre, recibí su amor y contacto con una respiración profunda y un llanto que atrajo su atención, y de inmediato se aprestó a brindarme sus cuidados. Llegó el amor justo cuando era necesario que nos encontráramos y así nos conectamos para recorrer juntos un camino, y después partir cada uno por su sendero hacia el encuentro personal.

A mi madre la recuerdo inteligente, ágil y jocosa con la gente que charlaba, bromista, llena de detalles para todos. Durante mi crecimiento y desarrollo fui disfrutándola y aprendiendo de ella en cada momento y espacio compartidos. Fuimos cómplices de muchas cosas, me enseñó múltiples actividades y me obsequió un regalo que aún conservo: la visión de futuro. “…si quieres ser alguien en la vida, sal de aquí de Agua Prieta”, me dijo un día. Leyó perfectamente mi sueño, que acariciaba en silencio; su impulso fue definitivo, y me lanzó para que yo lo cumpliera. Aquí y ahora continúo enhebrando más sueños siguiendo su lección: “Corre riesgos, aviéntate”. Una mujer que admiro y amo profundamente, aunque partió muy joven. Gracias, gracias, gracias por ser parte de mí, y seguir presente en cada recuerdo.

Mi padre fue un hombre inteligente, silencioso, atento a los detalles, dedicado a su trabajo, honesto, comprometido, responsable y cortés. Admiro su tesón y entrega sin descanso para apoyar a su gran familia. Disfrutaba ver su caligrafía, sus escritos, dibujos y voz al cantar… fue un bohemio. Formó, en su juventud, parte de un grupo musical, tocaba los bongos y fue buen bailarín. Me enseñó la ética del trabajo, y también forjó mi misión en la vida: ser un impulsor de personas. Él amaba a su padre, lo admiraba y gozaba de su presencia. Ellos me enseñaron la pasión por la música, la lectura y la escritura.

Este mes es significativo porque es el aniversario de nacimiento de mi abuelo paterno, tía Beatriz, de un par de personas entrañables y el mío. Volver a nacer, crecer, volver a creer. Sí, volver a creer en los sueños, en la esperanza, el amor, en la capacidad de co-crear cosas nuevas, en conjunto con otras personas. Pretendo entregarme a sentir, intuir, disfrutar los momentos y detalles que llegan a mi vida, y soltar los que se tienen que ir para emprender vuelos nuevos.

Entonces llega el cumpleaños y con ello la oportunidad de realizar un balance de lo vivido, aprendido y lo que queda pendiente por recorrer. El camino está ahí, quizá iré un poco más lerdo, sin embargo seguiré andando y sorteando las vicisitudes hasta llegar a donde quiero. He tropezado, quizá en algún momento perdí el rumbo, pero no he claudicado en el sueño de ser un guerrero de la luz. La misión es un camino arduo que demanda disciplina, constancia y entrega. Las batallas se celebran en el interior, hay que atender las lecciones de paciencia, tolerancia, mesura y desapego, entre otras. Para un guerrero de la luz no hay certezas, lo seguro es que tiene un camino que seguir, y tendrá que adaptarse a las lecciones que reciba en el trayecto.

Mientras escribía, la noche transcurrió, junto con las ideas y dudas que danzaban sin cesar en mi cabeza. Pero sí tuve la certeza del amor de mis padres, su entrega y de la vida que me otorgaron. Ellos se amaron porque se amaron, y no dudo que así fue.

Dentro de pocas horas amanecerá de nuevo, y sumaré un año más a mi existir. Aún conservo el coraje y la determinación para cumplir los sueños de aquí y ahora, tengo la fuerza y decisión para continuar viajando y aprendiendo, disfrutar con pasión mi quehacer profesional y gozar la compañía de mi familia, amigos, compañeros y demás personas que suman experiencias a mi vida. Y, como una vez dijera Pablo Neruda: “Mi vida es una vida hecha de todas las vidas: las vidas del poeta”.

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Continuaré mirando muy dentro de mí, abrazaré la esperanza en un mejor porvenir que colme mi presencia y estimule a otros a existir en plenitud. Cualquier día podemos vivirlo plenamente, pues tenemos la opción de otorgarle el sentido verdadero.

Buen fin de semana… Convida-20.