/ miércoles 26 de febrero de 2020

Columna Invitada | Fuimos todas

No fueron las luces apagadas, tampoco fue la respuesta a un caso mediático, no fueron agentes políticos moviendo los hilos para perjudicar a sus adversarios; fueron los años de impotencia acumulados al ver que la violencia machista año tras año va en aumento cobrándose víctimas de todas las edades y estratos sociales, se expande como si se tratara de una epidemia y no parece que pretenda mermar. Fueron decenas de desapariciones, de denuncias que no se atienden, de feminicidios que no han quedado resueltos, de agresores que quedan libres y de sentencias que no parecen hacer justicia a las víctimas; eso fue lo que estalló el domingo 23 de febrero frente al edificio del Poder Judicial del Estado de Sonora en el Centro Histórico de Hermosillo. El apagón de las luces y la nula atención de las autoridades fue sólo el detonante para que decenas de manifestantes decidieran sacar la rabia acumulada en un recinto que para muchas simboliza toda esa justicia que se les ha sido negada.

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Porque el machismo mata como lo hace la indolencia y el prejuicio. No se trata solamente de la inseguridad que se vive a diario en los países de Latinoamérica, no es un fenómeno que pueda abordarse con la misma lógica que se abordan otros problemas de seguridad, se trata de un fenómeno multifactorial que ha devenido en la agresión sexual, asesinato y denigración del cuerpo de niñas y mujeres, en donde el género es el principal eje rector que permite comprender los acontecimientos. A las mujeres las matan, las matan hombres y lo hacen porque quieren y porque pueden hacerlo, por sentirse con el derecho de arrebatar una vida aunque eso signifique destruir familias enteras. No se trata de enfrentar a mujeres contra hombres, las cifras no mienten, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, cerca del 95% de los asesinatos a nivel global son cometidos por hombres, y para 2017 se reportó que en el caso de los feminicidios, casi el 60% de las mujeres fueron asesinadas por sus parejas o familiares, la mayoría del resto de los asesinatos fueron cometidos por agresores conocidos por las víctimas.

Mientras tanto en Sonora, desde hace años la tasa de feminicidios está por arriba de la media nacional y el año pasado se registró un aumento alarmante en el número de mujeres asesinadas (no necesariamente tipificados como feminicidios), de 38 asesinatos registrados en 2018 pasaron a ser 112 en 2019. Quien no desee entender que es un problema que tiene que abordarse con perspectiva de género no llegará a comprender y mucho menos a idear soluciones que impacten positivamente en la disminución de los delitos.

Aunque en los últimos años se ha avanzado mucho, aún las mujeres ocupan pocos espacios de poder tanto en lo público como en lo privado, las iniciativas que han buscado la paridad en el servicio público pareciera que buscan cumplir sólo con una cuota y no con el equilibrio, encima de ello, las mujeres que ostentan cargos “de poder” se han mostrado omisas, salvo unos cuantos y contados casos en los que algunas representantes usan sus espacios para intentar cambiar la realidad. Pero ante ese percibido vacío de representación las mujeres que a diario sufren las distintas expresiones de la violencia machista, han decidido tomar las calles y dejar el silencio.

La aceptación o rechazo de las formas varía, pero es evidente el sesgo intergeneracional en los distintos grupos de opinión, ese sesgo que posiblemente fue el que les impidió a las autoridades locales emitir posicionamientos acertados, pues no salieron a proponer el diálogo con los grupos de mujeres, tampoco a invitar a la construcción en conjunto de un plan diverso para atacar la problemática, salvo la FGJE que un día después llamó al diálogo, la primera reacción de quienes emitieron postura fue ser jueces y amenazar con el castigo de las responsables de lo ocurrido dentro del edificio, ante lo que en amplia sororidad se escuchó un ¡Fuimos todas! Se equivocan quienes piensen que la posibilidad de las acciones punitivas de la autoridad hacia las mujeres hará que disminuya la protesta, al contrario, tomará mucha más fuerza.

Toca a las autoridades escuchar a sectores invisibilizados, a las mujeres manifestantes les toca proponer. El resto de la sociedad tiene una responsabilidad enorme en educar y cambiar poco a poco el arraigado machismo presente en todos, denunciar la violencia, dejar el egoísmo individualista y respetar a quiénes viven el dolor de una pérdida irreparable.

Fue por las que faltan.

No fueron las luces apagadas, tampoco fue la respuesta a un caso mediático, no fueron agentes políticos moviendo los hilos para perjudicar a sus adversarios; fueron los años de impotencia acumulados al ver que la violencia machista año tras año va en aumento cobrándose víctimas de todas las edades y estratos sociales, se expande como si se tratara de una epidemia y no parece que pretenda mermar. Fueron decenas de desapariciones, de denuncias que no se atienden, de feminicidios que no han quedado resueltos, de agresores que quedan libres y de sentencias que no parecen hacer justicia a las víctimas; eso fue lo que estalló el domingo 23 de febrero frente al edificio del Poder Judicial del Estado de Sonora en el Centro Histórico de Hermosillo. El apagón de las luces y la nula atención de las autoridades fue sólo el detonante para que decenas de manifestantes decidieran sacar la rabia acumulada en un recinto que para muchas simboliza toda esa justicia que se les ha sido negada.

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Porque el machismo mata como lo hace la indolencia y el prejuicio. No se trata solamente de la inseguridad que se vive a diario en los países de Latinoamérica, no es un fenómeno que pueda abordarse con la misma lógica que se abordan otros problemas de seguridad, se trata de un fenómeno multifactorial que ha devenido en la agresión sexual, asesinato y denigración del cuerpo de niñas y mujeres, en donde el género es el principal eje rector que permite comprender los acontecimientos. A las mujeres las matan, las matan hombres y lo hacen porque quieren y porque pueden hacerlo, por sentirse con el derecho de arrebatar una vida aunque eso signifique destruir familias enteras. No se trata de enfrentar a mujeres contra hombres, las cifras no mienten, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, cerca del 95% de los asesinatos a nivel global son cometidos por hombres, y para 2017 se reportó que en el caso de los feminicidios, casi el 60% de las mujeres fueron asesinadas por sus parejas o familiares, la mayoría del resto de los asesinatos fueron cometidos por agresores conocidos por las víctimas.

Mientras tanto en Sonora, desde hace años la tasa de feminicidios está por arriba de la media nacional y el año pasado se registró un aumento alarmante en el número de mujeres asesinadas (no necesariamente tipificados como feminicidios), de 38 asesinatos registrados en 2018 pasaron a ser 112 en 2019. Quien no desee entender que es un problema que tiene que abordarse con perspectiva de género no llegará a comprender y mucho menos a idear soluciones que impacten positivamente en la disminución de los delitos.

Aunque en los últimos años se ha avanzado mucho, aún las mujeres ocupan pocos espacios de poder tanto en lo público como en lo privado, las iniciativas que han buscado la paridad en el servicio público pareciera que buscan cumplir sólo con una cuota y no con el equilibrio, encima de ello, las mujeres que ostentan cargos “de poder” se han mostrado omisas, salvo unos cuantos y contados casos en los que algunas representantes usan sus espacios para intentar cambiar la realidad. Pero ante ese percibido vacío de representación las mujeres que a diario sufren las distintas expresiones de la violencia machista, han decidido tomar las calles y dejar el silencio.

La aceptación o rechazo de las formas varía, pero es evidente el sesgo intergeneracional en los distintos grupos de opinión, ese sesgo que posiblemente fue el que les impidió a las autoridades locales emitir posicionamientos acertados, pues no salieron a proponer el diálogo con los grupos de mujeres, tampoco a invitar a la construcción en conjunto de un plan diverso para atacar la problemática, salvo la FGJE que un día después llamó al diálogo, la primera reacción de quienes emitieron postura fue ser jueces y amenazar con el castigo de las responsables de lo ocurrido dentro del edificio, ante lo que en amplia sororidad se escuchó un ¡Fuimos todas! Se equivocan quienes piensen que la posibilidad de las acciones punitivas de la autoridad hacia las mujeres hará que disminuya la protesta, al contrario, tomará mucha más fuerza.

Toca a las autoridades escuchar a sectores invisibilizados, a las mujeres manifestantes les toca proponer. El resto de la sociedad tiene una responsabilidad enorme en educar y cambiar poco a poco el arraigado machismo presente en todos, denunciar la violencia, dejar el egoísmo individualista y respetar a quiénes viven el dolor de una pérdida irreparable.

Fue por las que faltan.