/ jueves 4 de octubre de 2018

Cruzando líneas | Cuando a las mujeres nos tengan miedo

No son las palabras, sino el cinismo. El acoso sexual no es un asunto de risas ni aspavientos políticos. Es un delito. Es una herida. Es lo que ninguna persona debiera sufrir no una, sino dos veces: en el acto y en la revictimización de la sociedad al exponerlo.

Quizá eso es lo que está sintiendo la doctora Christine Ford; quizá eso es lo que sintió la periodista Karla Amezola cuando denunció a su jefe; quizá sea lo que teme Jess cuando se aguanta en silencio los recuerdos de aquel activista que la toqueteaba. Quizá.

El beneficio de la duda es lo que nos rige como sociedad. Nunca estamos 100% seguros de algo. Cuestionamos todo, con mayor razón si hay demandas y Corte. Nos detenemos en aquellos detalles que en un día cualquiera pudieran ser insignificantes, pero no cuando se trata de un nominado a la Corte Suprema, un gerente de noticias o un líder comunitario. Ahí todo se polariza. Los medios se convierten en el microscopio y el sistema judicial en el microbio; nadie busca la cura, pero se observa con morbo la reproducción del patrón.

Ante la complicidad de la sociedad, el acoso sexual se vuelve aún más vulgar y humillante. El poder voltea los papeles y la víctima se siente violada dos veces. Es el precio que se paga por desnudar el ayer y exponerlo con su olor putrefacto; es la factura de revivir los recuerdos y sacudirlos afrente de las leyes. A nadie le gusta que destapen la coladera cuando van pasando, no quieren quedarse impregnados con la estela hedionda del pecado.

Estos temas son incómodos para muchos, pero no para el presidente Donald Trump. Él pareciera estar acostumbrado a los escándalos sexuales, incluso se burla de ellos, como si su descaro lo hiciera inmune a la justicia humana o divina. Se burla de las víctimas y sus acusaciones sin darles ese beneficio de la duda; se ha mofado incluso de las mujeres que lo han señalado como un pervertido (al menos 16) y lanza su furia contra aquellas que se han atrevido a criticarlo por su misoginia en extremo evidente. No perdona tampoco olvida.

A la doctora Ford la tiene entre ceja y ceja. La humilló en un mitin en el que sus simpatizantes se reían y aplaudían, incluso sus seguidoras alimentaban el ego del Presidente con cartelones que decían “Mujeres con Trump”, mientras el ejecutivo desacreditaba a una de ellas por denunciar una presunta violación ocurrida hace décadas, cuyo principal sospechoso es uno de los aliados del republicano, que justamente fue nominado para la Corte Suprema: Brett Kavanaugh.

Esta misma semana, el Presidente insultó a una periodista en una rueda de prensa, mientras otros hombres se convertían en testigos y cómplices de la agresión pública. Pero su blanco era una mujer de apellido hispano, y a él se le da eso de hacer menos a las féminas y más si son de minorías. No lo digo yo, lo demuestra su récord.

Y para rematar aprovechó las cámaras para enviarle un mensaje a la juventud. A los hombres les dijo que están viviendo tiempos difíciles: “… este es un momento que da mucho miedo, cuando puedes ser declarado culpable de algo de lo que quizá no eres culpable. Es un momento muy, muy difícil”. Para las mujeres no hubo un consejo: “A ellas les va genial”, dijo.

Trump quizá tenga razón. A las mujeres no nos va tan mal, de hecho nos va mejor que hace 50 años, porque ahora sabemos que tenemos derechos, podemos votar, hacemos valer nuestra voz y tenemos el poder de la unión. Sí nos va genial, pero nos irá mejor cuando demostremos que no queremos ser víctimas ni dejaremos que nos violen dos veces. Cuidado, porque entonces sí que daremos miedo.

Maritza L. Félix. Periodista, escritora y amante de las letras.

Twitter: @MaritzaL Félix

Correo: maritzalizethfélix@gmail.com

No son las palabras, sino el cinismo. El acoso sexual no es un asunto de risas ni aspavientos políticos. Es un delito. Es una herida. Es lo que ninguna persona debiera sufrir no una, sino dos veces: en el acto y en la revictimización de la sociedad al exponerlo.

Quizá eso es lo que está sintiendo la doctora Christine Ford; quizá eso es lo que sintió la periodista Karla Amezola cuando denunció a su jefe; quizá sea lo que teme Jess cuando se aguanta en silencio los recuerdos de aquel activista que la toqueteaba. Quizá.

El beneficio de la duda es lo que nos rige como sociedad. Nunca estamos 100% seguros de algo. Cuestionamos todo, con mayor razón si hay demandas y Corte. Nos detenemos en aquellos detalles que en un día cualquiera pudieran ser insignificantes, pero no cuando se trata de un nominado a la Corte Suprema, un gerente de noticias o un líder comunitario. Ahí todo se polariza. Los medios se convierten en el microscopio y el sistema judicial en el microbio; nadie busca la cura, pero se observa con morbo la reproducción del patrón.

Ante la complicidad de la sociedad, el acoso sexual se vuelve aún más vulgar y humillante. El poder voltea los papeles y la víctima se siente violada dos veces. Es el precio que se paga por desnudar el ayer y exponerlo con su olor putrefacto; es la factura de revivir los recuerdos y sacudirlos afrente de las leyes. A nadie le gusta que destapen la coladera cuando van pasando, no quieren quedarse impregnados con la estela hedionda del pecado.

Estos temas son incómodos para muchos, pero no para el presidente Donald Trump. Él pareciera estar acostumbrado a los escándalos sexuales, incluso se burla de ellos, como si su descaro lo hiciera inmune a la justicia humana o divina. Se burla de las víctimas y sus acusaciones sin darles ese beneficio de la duda; se ha mofado incluso de las mujeres que lo han señalado como un pervertido (al menos 16) y lanza su furia contra aquellas que se han atrevido a criticarlo por su misoginia en extremo evidente. No perdona tampoco olvida.

A la doctora Ford la tiene entre ceja y ceja. La humilló en un mitin en el que sus simpatizantes se reían y aplaudían, incluso sus seguidoras alimentaban el ego del Presidente con cartelones que decían “Mujeres con Trump”, mientras el ejecutivo desacreditaba a una de ellas por denunciar una presunta violación ocurrida hace décadas, cuyo principal sospechoso es uno de los aliados del republicano, que justamente fue nominado para la Corte Suprema: Brett Kavanaugh.

Esta misma semana, el Presidente insultó a una periodista en una rueda de prensa, mientras otros hombres se convertían en testigos y cómplices de la agresión pública. Pero su blanco era una mujer de apellido hispano, y a él se le da eso de hacer menos a las féminas y más si son de minorías. No lo digo yo, lo demuestra su récord.

Y para rematar aprovechó las cámaras para enviarle un mensaje a la juventud. A los hombres les dijo que están viviendo tiempos difíciles: “… este es un momento que da mucho miedo, cuando puedes ser declarado culpable de algo de lo que quizá no eres culpable. Es un momento muy, muy difícil”. Para las mujeres no hubo un consejo: “A ellas les va genial”, dijo.

Trump quizá tenga razón. A las mujeres no nos va tan mal, de hecho nos va mejor que hace 50 años, porque ahora sabemos que tenemos derechos, podemos votar, hacemos valer nuestra voz y tenemos el poder de la unión. Sí nos va genial, pero nos irá mejor cuando demostremos que no queremos ser víctimas ni dejaremos que nos violen dos veces. Cuidado, porque entonces sí que daremos miedo.

Maritza L. Félix. Periodista, escritora y amante de las letras.

Twitter: @MaritzaL Félix

Correo: maritzalizethfélix@gmail.com