/ jueves 30 de julio de 2020

Cruzando líneas | Duelo forzado

Hay cruces por todos lados. Se siembran muy cerca de aquí, de ese lugar al que llamamos casa. Las podría marcar en un mapa, pero me aterroriza verlo convertido en un cementerio. ¿Cuándo se nos pegó tanto la pandemia que ya no pudimos sacudírnosla? La abrazamos sin darnos cuenta; escurridiza y traicionera, nos está matando.

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Nosotros, los que no creíamos, ya no somos los mismos. El coronavirus nos quitó hasta el escepticismo, y eso es lo de menos. A mis amigas les cambió el estado civil: de casadas a viudas; una de ellas apenas pasa los 30 y no alcanzó a celebrar el aniversario. Su marido murió, así muy de repente, después de tres días con una tos seca. Covid-19 aparece en el acta de defunción. Era tan joven, tan sano, tan soñador… era. También tenía planes para hoy y quizá para el fin de semana… tenía.

Cuando comenzó la pandemia hablábamos mucho en futuro. Cuando esto pase… haremos, diremos, disfrutaremos, volveremos, abrazaremos; y así conjugábamos la vida con verbos adelantados. También suponíamos mucho: para julio ya nos veremos, en agosto ya estará todo bien, para cuando los niños entren a la escuela habrá pasado… y nos jodieron las especulaciones.

Ahora hablamos con nostalgia, en pasado, como si el pretérito nos protegiera de lo que podría estar por venir. No queremos que nos traicionen las conjugaciones al hacer planes; es mejor quedarse estático, hablar en presente y no maldecir en otros tiempos.

En Arizona hay casi 170,000 casos confirmados de coronavirus y las muertes superan las 3,400. De acuerdo con los datos oficiales, las víctimas fatales son —en su mayoría— hombres blancos de más de 65 años; pero el esposo de mi amiga era hispano en el rango de los 20 a 44 años… sí, él era parte de esos pocos, de los 200 que nadie cuenta. Le tocó la mala suerte. Se convirtió en la estadística que pocos leen.

Las demás víctimas, las que saturan las gráficas, quizá formaban parte de este otro Arizona inmune a la pandemia social, pero no se salvan de la emergencia sanitaria. Tal vez eran de esos que van a mítines políticos sin cubrebocas o hacen protestas por una reapertura adelantada; quizá eran de esos que pensaban que todo era una conspiración y que solo el presidente Trump podría salvarlos de este apocalipsis mediático… tal vez no. El virus no distingue.

Para algunos, la agonía es rápida o inexistente, pareciera que la muerte llevara prisa. Y esa premura, ese duelo tan forzado e inesperado, nos hace conscientes del dolor. Qué despiadado es enfrentarse al más allá de manera tan descarada, sin despedidas ni funerales. No hay rituales ni triduos ni abrazos familiares. Es el duelo en soledad, en encierro, en una afrenta constante con la culpa y la conciencia, con los hubiera y con los qué será. Y lo que nos falta…

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

maritzalizethfelix@gmail.com

Twitter: @maritzalfelix

Facebook e Instagram: @maritzafelixjournalist


Hay cruces por todos lados. Se siembran muy cerca de aquí, de ese lugar al que llamamos casa. Las podría marcar en un mapa, pero me aterroriza verlo convertido en un cementerio. ¿Cuándo se nos pegó tanto la pandemia que ya no pudimos sacudírnosla? La abrazamos sin darnos cuenta; escurridiza y traicionera, nos está matando.

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Nosotros, los que no creíamos, ya no somos los mismos. El coronavirus nos quitó hasta el escepticismo, y eso es lo de menos. A mis amigas les cambió el estado civil: de casadas a viudas; una de ellas apenas pasa los 30 y no alcanzó a celebrar el aniversario. Su marido murió, así muy de repente, después de tres días con una tos seca. Covid-19 aparece en el acta de defunción. Era tan joven, tan sano, tan soñador… era. También tenía planes para hoy y quizá para el fin de semana… tenía.

Cuando comenzó la pandemia hablábamos mucho en futuro. Cuando esto pase… haremos, diremos, disfrutaremos, volveremos, abrazaremos; y así conjugábamos la vida con verbos adelantados. También suponíamos mucho: para julio ya nos veremos, en agosto ya estará todo bien, para cuando los niños entren a la escuela habrá pasado… y nos jodieron las especulaciones.

Ahora hablamos con nostalgia, en pasado, como si el pretérito nos protegiera de lo que podría estar por venir. No queremos que nos traicionen las conjugaciones al hacer planes; es mejor quedarse estático, hablar en presente y no maldecir en otros tiempos.

En Arizona hay casi 170,000 casos confirmados de coronavirus y las muertes superan las 3,400. De acuerdo con los datos oficiales, las víctimas fatales son —en su mayoría— hombres blancos de más de 65 años; pero el esposo de mi amiga era hispano en el rango de los 20 a 44 años… sí, él era parte de esos pocos, de los 200 que nadie cuenta. Le tocó la mala suerte. Se convirtió en la estadística que pocos leen.

Las demás víctimas, las que saturan las gráficas, quizá formaban parte de este otro Arizona inmune a la pandemia social, pero no se salvan de la emergencia sanitaria. Tal vez eran de esos que van a mítines políticos sin cubrebocas o hacen protestas por una reapertura adelantada; quizá eran de esos que pensaban que todo era una conspiración y que solo el presidente Trump podría salvarlos de este apocalipsis mediático… tal vez no. El virus no distingue.

Para algunos, la agonía es rápida o inexistente, pareciera que la muerte llevara prisa. Y esa premura, ese duelo tan forzado e inesperado, nos hace conscientes del dolor. Qué despiadado es enfrentarse al más allá de manera tan descarada, sin despedidas ni funerales. No hay rituales ni triduos ni abrazos familiares. Es el duelo en soledad, en encierro, en una afrenta constante con la culpa y la conciencia, con los hubiera y con los qué será. Y lo que nos falta…

Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

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