/ jueves 20 de febrero de 2020

Cruzando líneas | El maldito arte de joder

ARIZONA.- Qué maldita costumbre esa de joder a las víctimas; sí, joder, así con toda la incomodidad que acarrea la palabra. Nos encanta joder. Somos una sociedad de jodones con doble moral. Somos unos jodones cómplices de más de 7 mil feminicidios en México, de 70 mil niños migrantes detenidos en Estados Unidos, de millones de cruces y expedientes desperdigados por el mundo. Somos unos jodones escudados en el silencio.

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Nos espantan los gritos: Y la culpa no era mía ni dónde estaba ni cómo vestía. Nos fastidian los destrozos: ¡Aléjense del Ángel! Nos molesta la tragedia: ¿A qué vienen? Eso les pasa por no quedarse en su país. Nos sacudimos la culpa con justificaciones burdas (es que andaba mal) o aleccionadas (con esa faldita, ¡cómo no la iban a violar!) y sobornamos a la conciencia con placebos de juez (es que la mamá la maltrataba desde antes). Y nos dormimos pensando que siempre les pasará a ellas, las escandalosas, las revoltosas, las de piernas largas y ropa corta; o a ellos, los pobres, los maleducados, los del sur -siempre-, los que llegaron a invadir…hasta que no.

La vida tiene una forma muy irónica de obligarnos a verla a los ojos.

Van más de 250 mujeres asesinadas en México en lo que va de 2020 y el año pasado fueron casi mil; hay más de 4 mil niños migrantes que han sido separados de sus padres en Estados Unidos en espera de un asilo o un milagro; hay 43 normalistas desaparecidos, 49 menores quemados en una guardería, más de 61 mil desaparecidos, cientos de secuestrados y quién sabe cuántas tantas víctimas más estancadas en la eterna agonía de la búsqueda de la justicia. En cuanto a aprehensiones, ¡bueno!, se baja el cero y no toca.

Cuando le sostenemos la mirada a la miseria, nos acobardamos. Hay más rostros que pancartas: mujeres, muchas; niñas, de más. Hay más ojos fríos en “las hieleras” que en la morgue.

México es el país de los monumentos, de las fosas clandestinas, de las cruces callejeras, de los baches con sangre y de la indiscutible indiferencia. Estados Unidos no es tan distinto; es la tierra del esclavismo camuflado, del fanatismo sin control, del exceso, del complejo de superioridad moral y de las adicciones a todo y lo que sea. Y no hay frontera que detenga a sus demonios; no, esos son los que estiran el dedo, se indignan, juzgan y señalan, son los que se vuelven a joder a las víctimas, los que las reviolan y las rematan. Esos somos —a veces— nosotros… por el miedo que nos da que nos jodan sin saber que el que más nos jode es el silencio. Nos cuidamos porque uno no le desnuda el alma al diablo si no quiere quemarse.

Así que no quiero que te calles, no, ahorita no es prudente. Sal, grita, maldice, exige quémate, llora y luego haz que tiemble en sus centros la tierra con tu fuerza. Haré lo mismo. Lo haré por ti, por ellos, por los míos y por los tuyos, por mí. No te quiero joder; no quiero que me jodas, quiero que nos jodamos a un sistema que nos mata, nos culpa, nos marca, nos condena, nos ignora, nos silencia, nos obliga a no ser, nos atropella. Lo haré con luto y con dolor, con resaca moral, con conciencia, con amor y sanación, como mejor sé hacerlo… con letras. Pero ya no quiero escribir esquelas, no; ya no. Ni una más, por favor. Ni uno más, tampoco.

ARIZONA.- Qué maldita costumbre esa de joder a las víctimas; sí, joder, así con toda la incomodidad que acarrea la palabra. Nos encanta joder. Somos una sociedad de jodones con doble moral. Somos unos jodones cómplices de más de 7 mil feminicidios en México, de 70 mil niños migrantes detenidos en Estados Unidos, de millones de cruces y expedientes desperdigados por el mundo. Somos unos jodones escudados en el silencio.

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Nos espantan los gritos: Y la culpa no era mía ni dónde estaba ni cómo vestía. Nos fastidian los destrozos: ¡Aléjense del Ángel! Nos molesta la tragedia: ¿A qué vienen? Eso les pasa por no quedarse en su país. Nos sacudimos la culpa con justificaciones burdas (es que andaba mal) o aleccionadas (con esa faldita, ¡cómo no la iban a violar!) y sobornamos a la conciencia con placebos de juez (es que la mamá la maltrataba desde antes). Y nos dormimos pensando que siempre les pasará a ellas, las escandalosas, las revoltosas, las de piernas largas y ropa corta; o a ellos, los pobres, los maleducados, los del sur -siempre-, los que llegaron a invadir…hasta que no.

La vida tiene una forma muy irónica de obligarnos a verla a los ojos.

Van más de 250 mujeres asesinadas en México en lo que va de 2020 y el año pasado fueron casi mil; hay más de 4 mil niños migrantes que han sido separados de sus padres en Estados Unidos en espera de un asilo o un milagro; hay 43 normalistas desaparecidos, 49 menores quemados en una guardería, más de 61 mil desaparecidos, cientos de secuestrados y quién sabe cuántas tantas víctimas más estancadas en la eterna agonía de la búsqueda de la justicia. En cuanto a aprehensiones, ¡bueno!, se baja el cero y no toca.

Cuando le sostenemos la mirada a la miseria, nos acobardamos. Hay más rostros que pancartas: mujeres, muchas; niñas, de más. Hay más ojos fríos en “las hieleras” que en la morgue.

México es el país de los monumentos, de las fosas clandestinas, de las cruces callejeras, de los baches con sangre y de la indiscutible indiferencia. Estados Unidos no es tan distinto; es la tierra del esclavismo camuflado, del fanatismo sin control, del exceso, del complejo de superioridad moral y de las adicciones a todo y lo que sea. Y no hay frontera que detenga a sus demonios; no, esos son los que estiran el dedo, se indignan, juzgan y señalan, son los que se vuelven a joder a las víctimas, los que las reviolan y las rematan. Esos somos —a veces— nosotros… por el miedo que nos da que nos jodan sin saber que el que más nos jode es el silencio. Nos cuidamos porque uno no le desnuda el alma al diablo si no quiere quemarse.

Así que no quiero que te calles, no, ahorita no es prudente. Sal, grita, maldice, exige quémate, llora y luego haz que tiemble en sus centros la tierra con tu fuerza. Haré lo mismo. Lo haré por ti, por ellos, por los míos y por los tuyos, por mí. No te quiero joder; no quiero que me jodas, quiero que nos jodamos a un sistema que nos mata, nos culpa, nos marca, nos condena, nos ignora, nos silencia, nos obliga a no ser, nos atropella. Lo haré con luto y con dolor, con resaca moral, con conciencia, con amor y sanación, como mejor sé hacerlo… con letras. Pero ya no quiero escribir esquelas, no; ya no. Ni una más, por favor. Ni uno más, tampoco.