/ jueves 16 de mayo de 2019

Cruzando líneas | El vórtice de la muerte

Maryland.- Después de la muerte de su padre, Rubén estuvo dándole vueltas al asunto. El dolor no desaparecía y no sabía cómo calmar sus lágrimas ni las de su madre. Lo único que lo mantenía en pie era la posibilidad de reencontrarlo, pero eso era imposible en esta vida.

La ausencia se convirtió en un vórtice que lo arrastraba hasta lo más oscuro de su ser. Todos los días tomaba la misma decisión: “hoy no; mañana, sí”. Así duró tres meses, hasta que un domingo se convirtió en ese “mañana” que aplazaba en busca de consuelo.

No hubo nada natural en su partida. La escena reflejaba lo que torturaba su mente; la autopsia dirá lo demás. Suspendidos en el aire, como su cuerpo, quedan la culpa y los remordimientos… los “si hubiera”, los abrazos, los perdones y los amores. Él se fue a buscar a su padre a la fuerza, incluso con el eco de sus miedos: “¿Y si no lo encuentro?”.

Mi primo se quitó la vida la madrugada del 5 de mayo de 2019. No es el primero en buscar una salida tan abrupta ante el dolor invisible que carcome las entrañas. De acuerdo a la Organización Mundial de Salud, 800 mil personas toman la misma decisión cada año; esto quiere decir que cada 40 segundos, alguien, en algún lugar del mundo, está haciendo lo mismo.

Para sus deudos, no hay consuelo en saber que el suicidio es la segunda causa de defunción entre las personas de 15 a 29 años; él tampoco llegaba a los 30. Además, ¿cómo se le explica al corazón que un ser querido se convierte en estadística? No se puede. No hay porcentaje que explique el luto.

“Rubén se murió”, me dijeron por teléfono; me quedé helada, con insomnio. No me dijeron cómo, me enteré después de los detalles. La devastadora noticia llegó cuando estaba a miles de kilómetros de distancia.

Ese día acudí a una conferencia para periodistas que —irónicamente— abordaba los desafíos de la salud mental. El tema del suicidio se habló sin tapujos, con números, fotografías y titulares. Crudo, así como es; espantoso, como en la vida real. ¿Coincidencia? No lo creo. En una lección que ahora se sentía muy personal, volví a entender el poder de las palabras. Sí, nuestras portadas también ponen cruces en el cementerio.

Como periodista he vivido, informado, descrito y retratado a la muerte, siempre ajena; hasta hoy. Pienso en los titulares, en mis crónicas, en los detalles de las historias que me han marcado y me cuestiono si mis letras alguna vez han desgarrado a otros corazones que sobrevivieron. Espero que no. No quiero hacerlo ahora tampoco. Nadie me da el derecho de juzgar o justificar; pero sí tengo la responsabilidad de no quedarme callada.

Quisiera que pudiéramos tener una conversación sincera sobre la muerte, como la que debí haber tenido con mi primo; con él, me ahorré muchas palabras que ahora no sé dónde enterrar. Me gustaría que pudiéramos ser honestos y hablar sobre el dolor. Me encantaría poder abrazar a mi tía y decirle que todo estará bien, incluso cuando sé que no será así pronto. Me reconfortaría que alguien que está siendo devorado por el vórtice lea mis líneas y sepa que incluso cuando el mundo gira tan rápido que pareciera querer aventarlo, hay esperanza. Ansío menos titulares de suicidio sensacionalistas. Desearía que la muerte de mi primo no sea en vano. Hablemos.


Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

Twitter: @MaritzaLFélix

Correo: maritzalizethfelix@gmail.com

Maryland.- Después de la muerte de su padre, Rubén estuvo dándole vueltas al asunto. El dolor no desaparecía y no sabía cómo calmar sus lágrimas ni las de su madre. Lo único que lo mantenía en pie era la posibilidad de reencontrarlo, pero eso era imposible en esta vida.

La ausencia se convirtió en un vórtice que lo arrastraba hasta lo más oscuro de su ser. Todos los días tomaba la misma decisión: “hoy no; mañana, sí”. Así duró tres meses, hasta que un domingo se convirtió en ese “mañana” que aplazaba en busca de consuelo.

No hubo nada natural en su partida. La escena reflejaba lo que torturaba su mente; la autopsia dirá lo demás. Suspendidos en el aire, como su cuerpo, quedan la culpa y los remordimientos… los “si hubiera”, los abrazos, los perdones y los amores. Él se fue a buscar a su padre a la fuerza, incluso con el eco de sus miedos: “¿Y si no lo encuentro?”.

Mi primo se quitó la vida la madrugada del 5 de mayo de 2019. No es el primero en buscar una salida tan abrupta ante el dolor invisible que carcome las entrañas. De acuerdo a la Organización Mundial de Salud, 800 mil personas toman la misma decisión cada año; esto quiere decir que cada 40 segundos, alguien, en algún lugar del mundo, está haciendo lo mismo.

Para sus deudos, no hay consuelo en saber que el suicidio es la segunda causa de defunción entre las personas de 15 a 29 años; él tampoco llegaba a los 30. Además, ¿cómo se le explica al corazón que un ser querido se convierte en estadística? No se puede. No hay porcentaje que explique el luto.

“Rubén se murió”, me dijeron por teléfono; me quedé helada, con insomnio. No me dijeron cómo, me enteré después de los detalles. La devastadora noticia llegó cuando estaba a miles de kilómetros de distancia.

Ese día acudí a una conferencia para periodistas que —irónicamente— abordaba los desafíos de la salud mental. El tema del suicidio se habló sin tapujos, con números, fotografías y titulares. Crudo, así como es; espantoso, como en la vida real. ¿Coincidencia? No lo creo. En una lección que ahora se sentía muy personal, volví a entender el poder de las palabras. Sí, nuestras portadas también ponen cruces en el cementerio.

Como periodista he vivido, informado, descrito y retratado a la muerte, siempre ajena; hasta hoy. Pienso en los titulares, en mis crónicas, en los detalles de las historias que me han marcado y me cuestiono si mis letras alguna vez han desgarrado a otros corazones que sobrevivieron. Espero que no. No quiero hacerlo ahora tampoco. Nadie me da el derecho de juzgar o justificar; pero sí tengo la responsabilidad de no quedarme callada.

Quisiera que pudiéramos tener una conversación sincera sobre la muerte, como la que debí haber tenido con mi primo; con él, me ahorré muchas palabras que ahora no sé dónde enterrar. Me gustaría que pudiéramos ser honestos y hablar sobre el dolor. Me encantaría poder abrazar a mi tía y decirle que todo estará bien, incluso cuando sé que no será así pronto. Me reconfortaría que alguien que está siendo devorado por el vórtice lea mis líneas y sepa que incluso cuando el mundo gira tan rápido que pareciera querer aventarlo, hay esperanza. Ansío menos titulares de suicidio sensacionalistas. Desearía que la muerte de mi primo no sea en vano. Hablemos.


Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

Twitter: @MaritzaLFélix

Correo: maritzalizethfelix@gmail.com