/ jueves 28 de febrero de 2019

Cruzando líneas | Los rostros de la censura

La censura tiene muchas caras, pero su rostro más descarado lo vemos en la morgue. Decenas de periodistas han sido asesinados por defender su derecho a la libertad de expresión. No a todos les conviene tener un pueblo informado.

Muchas plumas se han caído por la violencia y decenas de micrófonos se han apagado por el miedo. Algunos medios se han convertido en portavoces del Gobierno y un sinfín de reporteros, en una maquila de noticias prefabricadas por conveniencia.

He sido testigo y cómplice de la agonía; hay muchos culpables, de hecho, todos lo somos. Pero el periodismo no ha muerto, solo tiene muchos enemigos disfrazados de políticos, editores y reporteros.

Hay censuras que son visibles, descaradas, inminentes: Una pistola en la cabeza, unos anónimos en redacción o una desaparición sin rastro. Pero hay otras mordazas que no se ven, son sutiles, disfrazadas de tendencias editoriales o líneas de opinión... Todos los medios lo tienen, lo admitan o no.

Conocí a Alfredo Jiménez Mota cuando trabajamos juntos para Periódicos Healy. Era distraído y en extremo aferrado, a veces pecaba de intenso; le decíamos que vivía con un constante delirio de persecución. Lo juzgamos mal. Lo secuestraron; lo desaparecieron... quizá lo mataron. No sabemos qué fue de él. Tal vez lo torturaron, a lo mejor está vivo, quizá se ensañaron con él; jamás lo sabremos. Han pasado 14 años y no hay rastro ni culpables ni interés de las autoridades por resolver el caso. Si no lo mató el narco, lo ejecutó la corrupción en Sonora. No fue el primero ni será el último. Es otra de las víctimas de una sociedad cómplice de la delincuencia.

En 2018 mataron a 113 periodistas en el mundo. En 2019, en lo poco que llevamos del año, tan solo en México, han ejecutado a tres. Pero no, a pesar de las balas, la verdad no ha muerto; la sangre no equivale a silencio.

Lo que pasó en Venezuela con Jorge Ramos, Pedro Ultreras y otros corresponsales no es nada nuevo. El acoso y la intimidación ya no se esconden. Ellos tuvieron la suerte de contarla, pero hay muchos que se fueron bajo tierra sin que nadie se enterara. Esa es la realidad: La mordaza mata; la censura asesina; la verdad aniquila.

Los gobiernos como el de Nicolás Maduro siguen burlando la libertad de expresión con plomo, miedo o lana; se ríen de la democracia.

Sin embargo, lo que preocupa es que hay un país colapsando frente al mundo y el escándalo de la semana es sobre el afán de protagonismo de un reportero, ¿de verdad? ¡Venezuela está en crisis social, económica y periodística! ¿Cómo es posible que un presidente pueda detener a unos reporteros, confiscar su equipo, apoderarse del material, amenazar e intimidar a la prensa sin tener consecuencias? Eso es un ataque directo al periodismo. ¡Esa es la noticia! No nos confundamos.

La libertad de prensa no se trata de engrandecer los que redactan notas pirateadas desde un lujoso despacho o se atreven a contar historias que no han vivido. No. Tampoco creo que se trate de aquellos periodistas sumisos o de los que perdieron la llama por el oficio; tampoco a los conformistas o manipulados ni a los que guardan silencio frente a las voces que importan. No. El derecho de informar y expresar consiste en que existan más letras y menos silencios; menos mordazas y censura; menos ataques; menos muertes; menos intimidación; menos balas.

Entendámoslo: No se mata la verdad matando periodistas. Ni uno más.

Maritza L. Félix. Periodista, escritora y amante de las letras.

Correo: maritzalizethfelix@gmail.com

Twitter: @MaritzaLFélix

La censura tiene muchas caras, pero su rostro más descarado lo vemos en la morgue. Decenas de periodistas han sido asesinados por defender su derecho a la libertad de expresión. No a todos les conviene tener un pueblo informado.

Muchas plumas se han caído por la violencia y decenas de micrófonos se han apagado por el miedo. Algunos medios se han convertido en portavoces del Gobierno y un sinfín de reporteros, en una maquila de noticias prefabricadas por conveniencia.

He sido testigo y cómplice de la agonía; hay muchos culpables, de hecho, todos lo somos. Pero el periodismo no ha muerto, solo tiene muchos enemigos disfrazados de políticos, editores y reporteros.

Hay censuras que son visibles, descaradas, inminentes: Una pistola en la cabeza, unos anónimos en redacción o una desaparición sin rastro. Pero hay otras mordazas que no se ven, son sutiles, disfrazadas de tendencias editoriales o líneas de opinión... Todos los medios lo tienen, lo admitan o no.

Conocí a Alfredo Jiménez Mota cuando trabajamos juntos para Periódicos Healy. Era distraído y en extremo aferrado, a veces pecaba de intenso; le decíamos que vivía con un constante delirio de persecución. Lo juzgamos mal. Lo secuestraron; lo desaparecieron... quizá lo mataron. No sabemos qué fue de él. Tal vez lo torturaron, a lo mejor está vivo, quizá se ensañaron con él; jamás lo sabremos. Han pasado 14 años y no hay rastro ni culpables ni interés de las autoridades por resolver el caso. Si no lo mató el narco, lo ejecutó la corrupción en Sonora. No fue el primero ni será el último. Es otra de las víctimas de una sociedad cómplice de la delincuencia.

En 2018 mataron a 113 periodistas en el mundo. En 2019, en lo poco que llevamos del año, tan solo en México, han ejecutado a tres. Pero no, a pesar de las balas, la verdad no ha muerto; la sangre no equivale a silencio.

Lo que pasó en Venezuela con Jorge Ramos, Pedro Ultreras y otros corresponsales no es nada nuevo. El acoso y la intimidación ya no se esconden. Ellos tuvieron la suerte de contarla, pero hay muchos que se fueron bajo tierra sin que nadie se enterara. Esa es la realidad: La mordaza mata; la censura asesina; la verdad aniquila.

Los gobiernos como el de Nicolás Maduro siguen burlando la libertad de expresión con plomo, miedo o lana; se ríen de la democracia.

Sin embargo, lo que preocupa es que hay un país colapsando frente al mundo y el escándalo de la semana es sobre el afán de protagonismo de un reportero, ¿de verdad? ¡Venezuela está en crisis social, económica y periodística! ¿Cómo es posible que un presidente pueda detener a unos reporteros, confiscar su equipo, apoderarse del material, amenazar e intimidar a la prensa sin tener consecuencias? Eso es un ataque directo al periodismo. ¡Esa es la noticia! No nos confundamos.

La libertad de prensa no se trata de engrandecer los que redactan notas pirateadas desde un lujoso despacho o se atreven a contar historias que no han vivido. No. Tampoco creo que se trate de aquellos periodistas sumisos o de los que perdieron la llama por el oficio; tampoco a los conformistas o manipulados ni a los que guardan silencio frente a las voces que importan. No. El derecho de informar y expresar consiste en que existan más letras y menos silencios; menos mordazas y censura; menos ataques; menos muertes; menos intimidación; menos balas.

Entendámoslo: No se mata la verdad matando periodistas. Ni uno más.

Maritza L. Félix. Periodista, escritora y amante de las letras.

Correo: maritzalizethfelix@gmail.com

Twitter: @MaritzaLFélix