/ jueves 11 de julio de 2019

Cruzando líneas | Los “trumpistas aztecas”

Nuevo León.- El mexicano está cansado. Se le nota en el dejo de la voz. Está harto de ser el cómplice de un sueño migrante que no es el suyo. Antes, la compasión se le colaba en la mirada; ahora, de reojo se asoma el desprecio.

Los centroamericanos han obligado a los “trumpistas aztecas” a salir del clóset. No lo dicen en voz alta, pero ellos también se sienten invadidos por hondureños, salvadoreños y guatemaltecos; desprecian a los africanos y asiáticos, y temen que los extranjeros de piel oscura y rasgos marcados se apoderen de su suelo. Ya no pueden disimular la intolerancia. ¿Qué cambió? Quizá fue el hartazgo político o la manipulación mediática; tal vez el miedo a que México dejara de ser un lugar de paso, una simple parada en el camino; a lo mejor, el pueblo dejó de reprimir sus prejuicios. Quién sabe.

En las plazas públicas del Norte de México es muy desafiante encontrar la empatía por el migrante. Lo he visto en Nuevo León, Chihuahua, Baja California y Sonora. La caridad de las primeras caravanas se fue desapareciendo junto con el paso de centroamericanos. Entre más llegaban, menos los querían. Los pocos que quedan son señalados.

No sorprende que sean tantos los dedos que condenan a los extranjeros; los mexicanos han sido saqueados una y otra vez por su gobierno y han creado una coraza para salvarse del hambre, la pobreza y la violencia. No quieren más. Algunos apenas empiezan a sentir que se “limpian” sus pueblos y ven a los centroamericanos llegar como una estampida, que no es mal intencionada, pero sí devastadora para sus familias. Ya se cansaron de dar, cuando a ellos nadie los ayuda. No es que sean racistas, es que les gana el instinto de supervivencia.

Con Donald Trump en la Presidencia de Estados Unidos, el panorama cambió drásticamente para los suyos y sus vecinos del Sur. El republicano, ya conocido por su insaciable sed de atención mediática, abrió la puerta para normalizar muchos patrones de conducta que hasta hace un par de años eran repudiados. Trump les dio a los estadounidenses la posibilidad de sentirse parte de un movimiento superior, los inspiró para que participaran en el movimiento para engrandecer a América a costa de todo, incluso sus vecinos. Ese empoderamiento también llegó a los mexicanos.

Por primera vez en muchos años, no es el migrante mexicano el que es perseguido en Estados Unidos. Ahora el blanco lo tienen pegado en el pecho los centroamericanos. Esto ha permitido que muchos suelten el cuerpo, a pesar de las amenazas del muro y el secuestro comercial. Se alegran de no ser ellos o los suyos los que están en la mira. Tienen un receso en esta cacería eterna y pasan de ser la presa para convertirse en cazadores. Sí, muchos mexicanos están felices por la llegada de Trump y por el despertar de un sentido de pertenencia y un patriotismo prestado; ahora han dejado de sentir que viven entre dos tierras; inconscientemente se han hecho “trumpistas” y han subido a sus familias en el mismo barco. En público, lo condenan; en privado, lo aplauden.

Sí, tenemos que admitirlo aunque nos cueste: hay muchos mexicanos que salieron de un clóset político obligados por los centroamericanos; algunos todavía viven de este lado, pero también hay muchos que viven sin documentos en una patria que por más que quieran no ha querido adoptarlos.


Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.

Nuevo León.- El mexicano está cansado. Se le nota en el dejo de la voz. Está harto de ser el cómplice de un sueño migrante que no es el suyo. Antes, la compasión se le colaba en la mirada; ahora, de reojo se asoma el desprecio.

Los centroamericanos han obligado a los “trumpistas aztecas” a salir del clóset. No lo dicen en voz alta, pero ellos también se sienten invadidos por hondureños, salvadoreños y guatemaltecos; desprecian a los africanos y asiáticos, y temen que los extranjeros de piel oscura y rasgos marcados se apoderen de su suelo. Ya no pueden disimular la intolerancia. ¿Qué cambió? Quizá fue el hartazgo político o la manipulación mediática; tal vez el miedo a que México dejara de ser un lugar de paso, una simple parada en el camino; a lo mejor, el pueblo dejó de reprimir sus prejuicios. Quién sabe.

En las plazas públicas del Norte de México es muy desafiante encontrar la empatía por el migrante. Lo he visto en Nuevo León, Chihuahua, Baja California y Sonora. La caridad de las primeras caravanas se fue desapareciendo junto con el paso de centroamericanos. Entre más llegaban, menos los querían. Los pocos que quedan son señalados.

No sorprende que sean tantos los dedos que condenan a los extranjeros; los mexicanos han sido saqueados una y otra vez por su gobierno y han creado una coraza para salvarse del hambre, la pobreza y la violencia. No quieren más. Algunos apenas empiezan a sentir que se “limpian” sus pueblos y ven a los centroamericanos llegar como una estampida, que no es mal intencionada, pero sí devastadora para sus familias. Ya se cansaron de dar, cuando a ellos nadie los ayuda. No es que sean racistas, es que les gana el instinto de supervivencia.

Con Donald Trump en la Presidencia de Estados Unidos, el panorama cambió drásticamente para los suyos y sus vecinos del Sur. El republicano, ya conocido por su insaciable sed de atención mediática, abrió la puerta para normalizar muchos patrones de conducta que hasta hace un par de años eran repudiados. Trump les dio a los estadounidenses la posibilidad de sentirse parte de un movimiento superior, los inspiró para que participaran en el movimiento para engrandecer a América a costa de todo, incluso sus vecinos. Ese empoderamiento también llegó a los mexicanos.

Por primera vez en muchos años, no es el migrante mexicano el que es perseguido en Estados Unidos. Ahora el blanco lo tienen pegado en el pecho los centroamericanos. Esto ha permitido que muchos suelten el cuerpo, a pesar de las amenazas del muro y el secuestro comercial. Se alegran de no ser ellos o los suyos los que están en la mira. Tienen un receso en esta cacería eterna y pasan de ser la presa para convertirse en cazadores. Sí, muchos mexicanos están felices por la llegada de Trump y por el despertar de un sentido de pertenencia y un patriotismo prestado; ahora han dejado de sentir que viven entre dos tierras; inconscientemente se han hecho “trumpistas” y han subido a sus familias en el mismo barco. En público, lo condenan; en privado, lo aplauden.

Sí, tenemos que admitirlo aunque nos cueste: hay muchos mexicanos que salieron de un clóset político obligados por los centroamericanos; algunos todavía viven de este lado, pero también hay muchos que viven sin documentos en una patria que por más que quieran no ha querido adoptarlos.


Maritza L. Félix es una periodista, productora y escritora independiente galardonada con múltiples premios por sus trabajos de investigación periodística para prensa y televisión en México, Estados Unidos y Europa.