/ jueves 28 de marzo de 2019

Cruzando líneas | Sí, a mí también

Me robaron. Soy una estadística más de la delincuencia en Sonora, ese Estado en donde los políticos dicen que “no pasa nada”.

Bastó un minuto para que adentro de una sala de cine en Hermosillo me quitaran el celular, la identificación, las tarjetas y el efectivo; no hubo violencia, fue pura maña y complicidad. No soy la primera tampoco. Los empleados me dijeron que es muy común que suceda, más en las películas para niños, donde los padres están más preocupados por sus hijos que por sus carteras.

El cine es el escenario perfecto. No hay cámaras ni consecuencias, ¡vaya, ni siquiera una fingida preocupación de la gerencia! Eso pasa todos los días. “Búsquelo tirado en el baño”, me dijeron; no movieron ni un dedo. Insistí y sigo insistiendo. No sé conformarme y quisiera que nadie lo hiciera.

A mí me robaron un teléfono, dinero y hasta los parabrisas de mi carro, pero hace poco a un conocido lo dejaron sin bicicleta; a un amigo le llevaron su auto y a una allegada le han entrado tres veces a robar a su casa. Todos los incidentes a plena luz del día, con vecinos y testigos. Pero nadie vio nada; nadie sabe nada. Y así, lo mismo, cientos de veces.

El silencio es peligroso; nos hace cómplices. La indiferencia es canija; nos vuelve como ellos. La aceptación es grave; nos obliga a resignarnos. La justificación es consoladora; nos ayuda a lavar manos y conciencia. El miedo es intimidante; nos convierte en una maquila de pretextos. La violencia es manipuladora; nos aísla.

Somos una sociedad de individuos callados, indiferentes, conformistas, miedosos y contradictorios que gastan su tiempo en sobrevivir sin vivir. Hay días que somos víctimas y otros verdugos. Somos así, egoístas, hasta que nos la hacen y solo entonces cambiamos, nos transformamos en seres indignados, impotentes y asustadizos. De esos golpes han nacido generaciones de resentidos o propulsores del cambio, ¿de qué lado estamos? Yo no me quiero callar.

Nunca antes me había sentido insegura en mi tierra y me resisto a hacerlo. Ahí están mis raíces echadas en un pueblo mágico de historia, sueños, tradiciones, cultura, legado y gente buena. Un pueblo que también ha sido secuestrado por el miedo. Soy de un Sonora que ha sido prostituido por sus políticos, explotado por los intereses especiales y saqueado por la necesidad. Soy de un Sonora donde siempre ha existido la delincuencia, pero nunca tan urgida y tan descarada.

Como sociedad, debemos aceptar nuestra parte y dejemos de culpar de todo al crimen organizado; en la sala del cine donde me saquearon no me atacó un narco ni un comando. Mis pertenencias se las llevó alguien como tú y como yo. Dejemos de negar la realidad, porque ignorarla no la cambiará: El crimen existe y nos hemos convertido en sus alcahuetes.

Pero no es tarde para enderezar el barco. Dejemos de culpar a las víctimas y justificar a los delincuentes. Si no es tuyo, no lo tomes; si ves a alguien llevarse lo que no es suyo, denúncialo. Seamos honestos. Como lo dice la famosa frase del Che: “Morimos el día que guardamos silencio ante las cosas importantes”. No cavemos nuestra tumba.

Maritza L. Félix. Periodista, escritora y amante de las letras.

Correo: maritzalizethfelix@gmail.com

Twitter: @MaritzaLFélix

Me robaron. Soy una estadística más de la delincuencia en Sonora, ese Estado en donde los políticos dicen que “no pasa nada”.

Bastó un minuto para que adentro de una sala de cine en Hermosillo me quitaran el celular, la identificación, las tarjetas y el efectivo; no hubo violencia, fue pura maña y complicidad. No soy la primera tampoco. Los empleados me dijeron que es muy común que suceda, más en las películas para niños, donde los padres están más preocupados por sus hijos que por sus carteras.

El cine es el escenario perfecto. No hay cámaras ni consecuencias, ¡vaya, ni siquiera una fingida preocupación de la gerencia! Eso pasa todos los días. “Búsquelo tirado en el baño”, me dijeron; no movieron ni un dedo. Insistí y sigo insistiendo. No sé conformarme y quisiera que nadie lo hiciera.

A mí me robaron un teléfono, dinero y hasta los parabrisas de mi carro, pero hace poco a un conocido lo dejaron sin bicicleta; a un amigo le llevaron su auto y a una allegada le han entrado tres veces a robar a su casa. Todos los incidentes a plena luz del día, con vecinos y testigos. Pero nadie vio nada; nadie sabe nada. Y así, lo mismo, cientos de veces.

El silencio es peligroso; nos hace cómplices. La indiferencia es canija; nos vuelve como ellos. La aceptación es grave; nos obliga a resignarnos. La justificación es consoladora; nos ayuda a lavar manos y conciencia. El miedo es intimidante; nos convierte en una maquila de pretextos. La violencia es manipuladora; nos aísla.

Somos una sociedad de individuos callados, indiferentes, conformistas, miedosos y contradictorios que gastan su tiempo en sobrevivir sin vivir. Hay días que somos víctimas y otros verdugos. Somos así, egoístas, hasta que nos la hacen y solo entonces cambiamos, nos transformamos en seres indignados, impotentes y asustadizos. De esos golpes han nacido generaciones de resentidos o propulsores del cambio, ¿de qué lado estamos? Yo no me quiero callar.

Nunca antes me había sentido insegura en mi tierra y me resisto a hacerlo. Ahí están mis raíces echadas en un pueblo mágico de historia, sueños, tradiciones, cultura, legado y gente buena. Un pueblo que también ha sido secuestrado por el miedo. Soy de un Sonora que ha sido prostituido por sus políticos, explotado por los intereses especiales y saqueado por la necesidad. Soy de un Sonora donde siempre ha existido la delincuencia, pero nunca tan urgida y tan descarada.

Como sociedad, debemos aceptar nuestra parte y dejemos de culpar de todo al crimen organizado; en la sala del cine donde me saquearon no me atacó un narco ni un comando. Mis pertenencias se las llevó alguien como tú y como yo. Dejemos de negar la realidad, porque ignorarla no la cambiará: El crimen existe y nos hemos convertido en sus alcahuetes.

Pero no es tarde para enderezar el barco. Dejemos de culpar a las víctimas y justificar a los delincuentes. Si no es tuyo, no lo tomes; si ves a alguien llevarse lo que no es suyo, denúncialo. Seamos honestos. Como lo dice la famosa frase del Che: “Morimos el día que guardamos silencio ante las cosas importantes”. No cavemos nuestra tumba.

Maritza L. Félix. Periodista, escritora y amante de las letras.

Correo: maritzalizethfelix@gmail.com

Twitter: @MaritzaLFélix