El poder no se comparte, el poder se ejerce y durante su periodo presidencial Andrés Manuel López Obrador lo tuvo muy presente y de esa forma actuó. Logrando una aprobación ciudadana muy elevada durante todo su mandato, pero sobre todo ejerció el poder mediante la construcción de una imagen cargada de símbolos y mensajes alrededor de su persona.
El gran final fue el que acabamos de ver en su último informe de gobierno, el cual lo retrata de cuerpo entero, así es, la forma y el fondo con el que se presentó para presentar su informe.
Un templete frente a Palacio Nacional, en el lugar de sus grandes éxitos, el zócalo capitalino, el solo, sin compartir escenario, él basta y se basta para dirigirse al pueblo bueno y sabio que lo celebra y hace suya la imagen de un hombre bueno y amoroso con el pueblo, duro con los otros que intentan lastimar al débil y valiente contra el peligro que pueden representar los malos gobiernos extranjeros.
Lo que dijo o no dijo en el informe, pasa a segundo plano, logra perpetuidad en la mente del pueblo mexicano que lo quiere y lo aplaude, sin importar que mienta o hable con medias verdades.
El pueblo quizá no quiere saber la verdad, la verdad duele mucho cuando no hay medicamentos para aliviar los dolores de las y los enfermos, la verdad es insoportable cuando las madres que buscan no encuentran a sus hijos desparecidos, la verdad estorba cuando esta señala a la educación mexicana con bajos resultados si se compara con indicadores internacionales.
Amlo sabe que la verdad duele y puede ser peligrosa, también sabe y entiende que el pueblo prefiere la construcción de una imagen poderosa, de un presidente fuerte que haga frente a los problemas reales o imaginarios, más a los imaginarios ya que el héroe no es tal cuando la realidad de presente y pasa por encima de la vida de los gobernados.
Así, López Obrador, feliz, sonriente, se convierte en uno con el pueblo, con los suyos y pasa a la historia como el presidente más poderoso de los últimos años, y también como el presidente con mayor aprobación. Su imagen, su mensaje, su discurso ha triunfado, se ha impuesto sobre la verdad y sobre la realidad que poco ha importado al régimen.
Andrés Manuel es el hombre fuerte, el poderoso, pero fiel a Maquiavelo entiende que, en la cima, se está solo, en el templete y frente al pueblo no se puede compartir el espacio. El pueblo es él y el pueblo lo quiere a él, en soledad. El poder no se comparte, se ejerce y este ejercicio exige soledad.