/ viernes 1 de octubre de 2021

Democracia y debate | El peor de los mundos

Felipe es policía municipal, (no importa de qué lugar), tiene 45 años, está casado y tiene 3 hijos, de 2, 8 y 16 años, Marco que así se llama el mayor y que no ha podido terminar la secundaria por problemas académicos y de disciplina tiene una sola cosa clara en su muy complicada vida de adolescente, y es que NO quiere ser policía. Tampoco su padre desea esa carrera para ninguno de sus hijos.

Son las y los policías, hombres y mujeres, el primer contacto del Estado constituido en gobierno con la sociedad, son ellas y ellos los responsables de que observemos el mínimo e indispensable comportamiento para vivir en sociedad, su deber es conservar el orden y procurar respeto a las normas legales que nosotros mismos nos hemos dado. Serían entonces el símbolo mismo de buen comportamiento, ejemplo en sociedad.

Ser como ellas y ellos debería ser un anhelo y aspiración, quien vigila el cumplimento de la ley y la respeta en cada uno de sus actos. Verlos, convivir con ellos, tenerlos cerca nos debería llenar de un sentimiento de protección y seguridad.

Lamentablemente hemos visto y seguimos viendo en todo el mundo, una gran cantidad de hechos, ahora registrados en redes sociales de la trampa en la que están inmersos estos servidores públicos, por un lado, la presión de sus superiores para actuar o no hacerlo, en el marco de lo que parece en muchos casos ausencia de protocolos y procedimientos establecidos para afrontar determinadas circunstancias. Por otro lado, ante hechos documentados en videos hemos sido testigos de la evidente falta de capacitación, incluso para defenderse de agresiones, también hemos observado el uso y abuso de la fuerza contra ciudadanos que parecen sometidos o indefensos.

Se encuentran entre sus propias autoridades superiores que los dejan en el abandono en algunos casos y la sociedad que desconfía de ellos, en el peor de los mundos.

En ocasiones son agredidos física y verbalmente por presuntos delincuentes, en otras son agredidos también por diferentes colectivos ciudadanos que los señalan como operadores de represión e instrumentos violentos. Como podemos ver, están al parecer sin salida, sin capacitación física, mental, psicológica, técnica, etc.

Por eso no es de extrañarse que Marco, el hijo mayor de Felipe, no quiera seguir los pasos de su padre, el cual además invadido de sentimientos que lo frustran, se descarga con María su esposa, quien ya lo ha denunciado por violencia en múltiples ocasiones, pero se niega a alejarse de él, con sus hijos de forma definitiva, encuentra siempre argumentos suficientes para darle nuevas oportunidades, quedando ella expuesta, junto con los menores.

María, Marco, Felipe y los pequeños de apenas 2 y 8 años, son víctimas de algo que no funciona, sin embargo, de alguna manera tenemos que hacer que cambie, de eso depende que la comunicación entre Gobierno y sociedad sea adecuada y esta lo será cuando Marco quiera seguir el ejemplo de su padre Felipe y este sea reconocido y respetado por su comunidad, en el mejor de los mundos.


Felipe es policía municipal, (no importa de qué lugar), tiene 45 años, está casado y tiene 3 hijos, de 2, 8 y 16 años, Marco que así se llama el mayor y que no ha podido terminar la secundaria por problemas académicos y de disciplina tiene una sola cosa clara en su muy complicada vida de adolescente, y es que NO quiere ser policía. Tampoco su padre desea esa carrera para ninguno de sus hijos.

Son las y los policías, hombres y mujeres, el primer contacto del Estado constituido en gobierno con la sociedad, son ellas y ellos los responsables de que observemos el mínimo e indispensable comportamiento para vivir en sociedad, su deber es conservar el orden y procurar respeto a las normas legales que nosotros mismos nos hemos dado. Serían entonces el símbolo mismo de buen comportamiento, ejemplo en sociedad.

Ser como ellas y ellos debería ser un anhelo y aspiración, quien vigila el cumplimento de la ley y la respeta en cada uno de sus actos. Verlos, convivir con ellos, tenerlos cerca nos debería llenar de un sentimiento de protección y seguridad.

Lamentablemente hemos visto y seguimos viendo en todo el mundo, una gran cantidad de hechos, ahora registrados en redes sociales de la trampa en la que están inmersos estos servidores públicos, por un lado, la presión de sus superiores para actuar o no hacerlo, en el marco de lo que parece en muchos casos ausencia de protocolos y procedimientos establecidos para afrontar determinadas circunstancias. Por otro lado, ante hechos documentados en videos hemos sido testigos de la evidente falta de capacitación, incluso para defenderse de agresiones, también hemos observado el uso y abuso de la fuerza contra ciudadanos que parecen sometidos o indefensos.

Se encuentran entre sus propias autoridades superiores que los dejan en el abandono en algunos casos y la sociedad que desconfía de ellos, en el peor de los mundos.

En ocasiones son agredidos física y verbalmente por presuntos delincuentes, en otras son agredidos también por diferentes colectivos ciudadanos que los señalan como operadores de represión e instrumentos violentos. Como podemos ver, están al parecer sin salida, sin capacitación física, mental, psicológica, técnica, etc.

Por eso no es de extrañarse que Marco, el hijo mayor de Felipe, no quiera seguir los pasos de su padre, el cual además invadido de sentimientos que lo frustran, se descarga con María su esposa, quien ya lo ha denunciado por violencia en múltiples ocasiones, pero se niega a alejarse de él, con sus hijos de forma definitiva, encuentra siempre argumentos suficientes para darle nuevas oportunidades, quedando ella expuesta, junto con los menores.

María, Marco, Felipe y los pequeños de apenas 2 y 8 años, son víctimas de algo que no funciona, sin embargo, de alguna manera tenemos que hacer que cambie, de eso depende que la comunicación entre Gobierno y sociedad sea adecuada y esta lo será cuando Marco quiera seguir el ejemplo de su padre Felipe y este sea reconocido y respetado por su comunidad, en el mejor de los mundos.