/ martes 30 de noviembre de 2021

Democracia y debate | Partisano

“Padre, madre. Un abrazo, volveré. Héroes, causas. De un poder absurdo…”

Mi padre conoció el franquismo, me habló de él, conoció directamente a Franco, sus cantos, sus himnos, su guardia civil, mi madrina Judith conoció la Italia de Mussolini, me habló de él, de sus discursos, de lo que provocaba desde ese balcón en la multitud. Ambos, tanto mi padre como mi madrina, fueron libres de los dictadores en México, donde encontraron junto con miles de exiliados la libertad que la democracia y un sistema no militarizado les ofrecía, a ellos, como a tantos otros ciudadanos del mundo, que aportaron su conocimiento, su ciencia, su arte, a nuestro país, fundaron instituciones, engrandecieron al país, dichosa migración que escapa del terror militar y florece con tal belleza que trasciende por generaciones.

Muchos años más tarde volvieron a Europa, tanto mi padre como mi madrina, ambos a reencontrarse con sus fantasmas, mi padre con la guardia civil española, frente al palacio real de Madrid, lo recuerdo frente a un guardia, me pidió que me mantuviera alejado, fue y se le plantó enfrente, algo hablaron y se rieron, ¿qué pasó papá?, le pregunté, —Ya son otros tiempos, me dijo el guardia— con una gran sonrisa fue la respuesta que me dio mi padre. En Roma, mi madrina también cerraba su historia, de nuevo frente a aquel balcón, se me acerca y me dice —En ese balcón, hablaba el Duce—, se quedó callada un largo rato, mirando al balcón, cuando terminó de hablar con su pasado, vi la misma sonrisa que mi padre frente al guardia y seguimos nuestro camino, siguieron con sus vidas.

Es verdad, el Ejército en nuestro país es de las instituciones mejor evaluadas, por los ciudadanos, el Ejército es pueblo y sus miembros son hijos del pueblo, también ha logrado en sus academias de educación superior lograr la excelencia, ser médico egresado de la escuela militar, entre otras profesiones, brinda gran prestigio. Cuando la desgracia azota a los mexicanos, son ellos, los soldados los que, disciplinados, silenciosos acuden y saben lo que tienen que hacer, cuando tareas de solidaridad son requeridas están presentes, los vemos en los desfiles, en las fechas importantes y nos sentimos satisfechos con su labor. Pero…

Pero no podemos no analizar su presencia en cada vez más abundante áreas del mundo civil, no podemos dejar de pensar en lo conveniente o inconveniente de hacernos a un lado para que ellos ocupen esos lugares, no podemos dejar de reflexionar en el futuro, si el poder civil que es el nuestro, el que nos corresponde, el que nos representa decidiera quitarle alguno de los espacios que hoy están ocupando, ¿gustosos se retirarán los militares?, no podemos dejar de preguntarnos ¿qué no era una solución momentánea, en lo que las cosas se corregían o mejoraban?, parece que lo momentáneo se está volviendo permanente. ¿Eso queremos? Partisano.

“Padre, madre. Un abrazo, volveré. Héroes, causas. De un poder absurdo…”

Mi padre conoció el franquismo, me habló de él, conoció directamente a Franco, sus cantos, sus himnos, su guardia civil, mi madrina Judith conoció la Italia de Mussolini, me habló de él, de sus discursos, de lo que provocaba desde ese balcón en la multitud. Ambos, tanto mi padre como mi madrina, fueron libres de los dictadores en México, donde encontraron junto con miles de exiliados la libertad que la democracia y un sistema no militarizado les ofrecía, a ellos, como a tantos otros ciudadanos del mundo, que aportaron su conocimiento, su ciencia, su arte, a nuestro país, fundaron instituciones, engrandecieron al país, dichosa migración que escapa del terror militar y florece con tal belleza que trasciende por generaciones.

Muchos años más tarde volvieron a Europa, tanto mi padre como mi madrina, ambos a reencontrarse con sus fantasmas, mi padre con la guardia civil española, frente al palacio real de Madrid, lo recuerdo frente a un guardia, me pidió que me mantuviera alejado, fue y se le plantó enfrente, algo hablaron y se rieron, ¿qué pasó papá?, le pregunté, —Ya son otros tiempos, me dijo el guardia— con una gran sonrisa fue la respuesta que me dio mi padre. En Roma, mi madrina también cerraba su historia, de nuevo frente a aquel balcón, se me acerca y me dice —En ese balcón, hablaba el Duce—, se quedó callada un largo rato, mirando al balcón, cuando terminó de hablar con su pasado, vi la misma sonrisa que mi padre frente al guardia y seguimos nuestro camino, siguieron con sus vidas.

Es verdad, el Ejército en nuestro país es de las instituciones mejor evaluadas, por los ciudadanos, el Ejército es pueblo y sus miembros son hijos del pueblo, también ha logrado en sus academias de educación superior lograr la excelencia, ser médico egresado de la escuela militar, entre otras profesiones, brinda gran prestigio. Cuando la desgracia azota a los mexicanos, son ellos, los soldados los que, disciplinados, silenciosos acuden y saben lo que tienen que hacer, cuando tareas de solidaridad son requeridas están presentes, los vemos en los desfiles, en las fechas importantes y nos sentimos satisfechos con su labor. Pero…

Pero no podemos no analizar su presencia en cada vez más abundante áreas del mundo civil, no podemos dejar de pensar en lo conveniente o inconveniente de hacernos a un lado para que ellos ocupen esos lugares, no podemos dejar de reflexionar en el futuro, si el poder civil que es el nuestro, el que nos corresponde, el que nos representa decidiera quitarle alguno de los espacios que hoy están ocupando, ¿gustosos se retirarán los militares?, no podemos dejar de preguntarnos ¿qué no era una solución momentánea, en lo que las cosas se corregían o mejoraban?, parece que lo momentáneo se está volviendo permanente. ¿Eso queremos? Partisano.