/ domingo 3 de julio de 2022

Domingo de reflexión | Domingo 14 del tiempo ordinario

El envío de los discípulos por parte de Jesús, las actitudes que deben de poseer, el contenido de su predicación, y los resultados de su apostolado, vienen a ser, en su conjunto, el tema central de la palabra de Dios de este domingo.

Destaquemos, en primer lugar, las promesas de consuelo, alegría y paz, que Dios fue dando a su Pueblo en tiempos del profeta Isaías, después de haber concluido el tiempo de la deportación en Babilonia, cuando los israelitas con el auxilio divino estaban emprendiendo los trabajos de restauración de la ciudad santa y del templo de Jerusalén: “Alégrense con Jerusalén, gocen con ella todos los que la aman, alégrense de su alegría todos los que por ella llevaron luto… Yo haré correr la paz sobre ella como un río…; como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo…”. Esta acción de Dios que proporciona consuelo, alegría y paz, prepara, sin duda, una acción todavía más prodigiosa, la realizada por nuestro Señor Jesucristo al ofrecernos el Evangelio, es decir, la Buena Noticia que es fuente de consuelo, alegría y paz.

Nuestro Señor, además del grupo de los Doce, tenía un grupo de discípulos más numeroso, era el grupo de los 72, a quienes enviaba de dos en dos a los pueblos y ciudades que Él pensaba visitar. Este envío es magistral, san Lucas es quien lo narra, ofreciéndonos una serie de sugerencias, muy prácticas, para que nosotros, en los trabajos de la misión permanente, las pongamos por obra. Veamos despacio el texto…

Jesús es quien envía a la misión no a personas aisladas, sino a una comunidad de discípulos (los 72); y no los envía solos, como francotiradores, sino de dos en dos; y lo primero que les pide es que hagan oración para que no falten trabajadores en los campos de Dios: “Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Jesús nos pone en camino de misión y nos advierte que no es algo fácil y tranquilo: “…yo los envío como corderos en medio de lobos…”. Además nos pide que seamos pobres, que no pongamos mucha atención a las comodidades que pueden desviar el corazón: “no lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias…”. Asimismo, nos insiste en la urgencia de evangelizar y de anunciar el Reino de Dios: “no se detengan a saludar a nadie por el camino…”. Nos recuerda también que, como misioneros, somos hombres y mujeres de paz, que debemos ser pacíficos y predicadores de la paz de Dios, no la “paz” de los seres humanos: “…Que la paz reine en esta casa…”.

La experiencia de los discípulos al cumplir esta misión es maravillosa y gratificante. Ellos regresan compartiendo con sus hermanos y con el mismo Jesús lo que han vivido: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. Ésta será para todos, nuestra gran tentación: pensar que el éxito de nuestro trabajo evangelizador radica en los hechos extraordinarios que suceden… El Maestro nos pone en nuestro lugar: “Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”. En verdad, lo importante de nuestra labor pastoral no está en andar, de aquí para allá, anunciando los “poderes” que Dios nos ha concedido, sino que Él, por nuestro humilde servicio, va concediendo gratuitamente la salvación, tanto a los evangelizados como a nosotros los evangelizadores.

No dejemos de orar, hermanos y hermanas, por las vocaciones al servicio de Dios en la Iglesia: “Señor, danos sacerdotes; Señor, danos muchos sacerdotes; Señor, danos muchos y muy santos sacerdotes”. Así sea.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.


El envío de los discípulos por parte de Jesús, las actitudes que deben de poseer, el contenido de su predicación, y los resultados de su apostolado, vienen a ser, en su conjunto, el tema central de la palabra de Dios de este domingo.

Destaquemos, en primer lugar, las promesas de consuelo, alegría y paz, que Dios fue dando a su Pueblo en tiempos del profeta Isaías, después de haber concluido el tiempo de la deportación en Babilonia, cuando los israelitas con el auxilio divino estaban emprendiendo los trabajos de restauración de la ciudad santa y del templo de Jerusalén: “Alégrense con Jerusalén, gocen con ella todos los que la aman, alégrense de su alegría todos los que por ella llevaron luto… Yo haré correr la paz sobre ella como un río…; como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo…”. Esta acción de Dios que proporciona consuelo, alegría y paz, prepara, sin duda, una acción todavía más prodigiosa, la realizada por nuestro Señor Jesucristo al ofrecernos el Evangelio, es decir, la Buena Noticia que es fuente de consuelo, alegría y paz.

Nuestro Señor, además del grupo de los Doce, tenía un grupo de discípulos más numeroso, era el grupo de los 72, a quienes enviaba de dos en dos a los pueblos y ciudades que Él pensaba visitar. Este envío es magistral, san Lucas es quien lo narra, ofreciéndonos una serie de sugerencias, muy prácticas, para que nosotros, en los trabajos de la misión permanente, las pongamos por obra. Veamos despacio el texto…

Jesús es quien envía a la misión no a personas aisladas, sino a una comunidad de discípulos (los 72); y no los envía solos, como francotiradores, sino de dos en dos; y lo primero que les pide es que hagan oración para que no falten trabajadores en los campos de Dios: “Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. Jesús nos pone en camino de misión y nos advierte que no es algo fácil y tranquilo: “…yo los envío como corderos en medio de lobos…”. Además nos pide que seamos pobres, que no pongamos mucha atención a las comodidades que pueden desviar el corazón: “no lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias…”. Asimismo, nos insiste en la urgencia de evangelizar y de anunciar el Reino de Dios: “no se detengan a saludar a nadie por el camino…”. Nos recuerda también que, como misioneros, somos hombres y mujeres de paz, que debemos ser pacíficos y predicadores de la paz de Dios, no la “paz” de los seres humanos: “…Que la paz reine en esta casa…”.

La experiencia de los discípulos al cumplir esta misión es maravillosa y gratificante. Ellos regresan compartiendo con sus hermanos y con el mismo Jesús lo que han vivido: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. Ésta será para todos, nuestra gran tentación: pensar que el éxito de nuestro trabajo evangelizador radica en los hechos extraordinarios que suceden… El Maestro nos pone en nuestro lugar: “Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”. En verdad, lo importante de nuestra labor pastoral no está en andar, de aquí para allá, anunciando los “poderes” que Dios nos ha concedido, sino que Él, por nuestro humilde servicio, va concediendo gratuitamente la salvación, tanto a los evangelizados como a nosotros los evangelizadores.

No dejemos de orar, hermanos y hermanas, por las vocaciones al servicio de Dios en la Iglesia: “Señor, danos sacerdotes; Señor, danos muchos sacerdotes; Señor, danos muchos y muy santos sacerdotes”. Así sea.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.


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