/ domingo 15 de septiembre de 2019

Domingo de reflexión | Domingo 24 del tiempo ordinario

“Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.

El Señor nos ofrece este domingo, en su Palabra, uno de los temas de reflexión más importantes para todos los hombres y mujeres de fe. Se trata del tema sobre la misericordia divina. En efecto, las tres lecturas bíblicas nos presentan diversas circunstancias donde aparece Dios mostrándose como un Dios rico en misericordia que perdona los pecados de sus hijos.

El pueblo de Israel caminando por el desierto rumbo a la tierra prometida (primera lectura), comete un grave pecado: “Se han hecho un becerro de metal, se han postrado ante él y le han ofrecido sacrificios…”. Dios decide acabar con los israelitas: “Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos…”. Sin embargo, Moisés intercede a favor del pueblo: “¿Por qué ha de encenderse tu ira, Señor, contra este pueblo que tú sacaste de Egipto…?”. El final del texto es maravilloso; son unas cuantas palabras, pero lo dicen todo: “Y el Señor renunció al castigo con que había amenazado a su pueblo”.

San Pablo, en su primera carta a Timoteo (segunda lectura), hablando de su experiencia de fe, nos cuenta: cómo era su vida anterior, qué sucedió cuando se encontró con Jesús, y qué ha significado para él la misericordia de Dios. Dos frases lo dicen todo al respecto: “pero Dios tuvo misericordia de mí…” y “Pero Cristo Jesús me perdonó, para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad…”.

El capítulo 15 del evangelio de san Lucas, bien lo sabemos, nos presenta las tres parábolas de la misericordia: oveja perdida, moneda perdida, hijo perdido. Ciertamente no es lo mismo perder un animal y una moneda, que perder un hijo. Sin embargo, quienes están detrás de estos seres “perdidos” son personas extraordinarias: un pastor, una mujer, un padre. Los tres, llenos de esperanza, hacen algo por recuperar lo que han perdido: el pastor busca la oveja, la mujer barre la casa, el padre espera por el camino… Los tres se alegran sobremanera cuando recuperan lo que habían perdido; los tres organizan una fiesta e invitan a más gente para compartir el gozo de haber encontrado: la oveja, la moneda, el hijo.

La tercera parábola, muy bien la podemos llamar: “Parábola del padre misericordioso”. En ella destacamos las actitudes del padre que perdona, que disculpa, que no toma en cuenta lo que su hijo ha hecho, simplemente le ofrece su amor de padre; un amor misericordioso que se desborda en acciones y gestos dignos de imitar.

El comienzo del evangelio de hoy, nos ofrece la clave de lectura de estas parábolas. El texto dice que los escribas y fariseos murmuraban contra Jesús porque los publicanos y pecadores se acercaban al Señor, y él no les impedía el acceso sino que los recibía y hasta comía con ellos. Esta actitud de los escribas y fariseos es semejante a la del hijo mayor del padre bueno que perdonó a su hijo menor. La enseñanza es doble: como hijos de Dios debemos tener la confianza de que Dios está siempre dispuesto a perdonarnos, cuando arrepentidos volvemos a la casa paterna; y, así como el Señor se muestra siempre rico en misericordia, así también nosotros debemos ser capaces de perdonar a los que nos ofenden.

Que en la eucaristía de este domingo recordemos el valor y significado del sacrificio redentor de Jesucristo que se hace presente, con toda su fuerza, en nuestra celebración litúrgica.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.

Éxodo 32,7-11.13-14

1Timoteo 1,12-17

Lucas 15,1-32

“Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”.

El Señor nos ofrece este domingo, en su Palabra, uno de los temas de reflexión más importantes para todos los hombres y mujeres de fe. Se trata del tema sobre la misericordia divina. En efecto, las tres lecturas bíblicas nos presentan diversas circunstancias donde aparece Dios mostrándose como un Dios rico en misericordia que perdona los pecados de sus hijos.

El pueblo de Israel caminando por el desierto rumbo a la tierra prometida (primera lectura), comete un grave pecado: “Se han hecho un becerro de metal, se han postrado ante él y le han ofrecido sacrificios…”. Dios decide acabar con los israelitas: “Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos…”. Sin embargo, Moisés intercede a favor del pueblo: “¿Por qué ha de encenderse tu ira, Señor, contra este pueblo que tú sacaste de Egipto…?”. El final del texto es maravilloso; son unas cuantas palabras, pero lo dicen todo: “Y el Señor renunció al castigo con que había amenazado a su pueblo”.

San Pablo, en su primera carta a Timoteo (segunda lectura), hablando de su experiencia de fe, nos cuenta: cómo era su vida anterior, qué sucedió cuando se encontró con Jesús, y qué ha significado para él la misericordia de Dios. Dos frases lo dicen todo al respecto: “pero Dios tuvo misericordia de mí…” y “Pero Cristo Jesús me perdonó, para que fuera yo el primero en quien él manifestara toda su generosidad…”.

El capítulo 15 del evangelio de san Lucas, bien lo sabemos, nos presenta las tres parábolas de la misericordia: oveja perdida, moneda perdida, hijo perdido. Ciertamente no es lo mismo perder un animal y una moneda, que perder un hijo. Sin embargo, quienes están detrás de estos seres “perdidos” son personas extraordinarias: un pastor, una mujer, un padre. Los tres, llenos de esperanza, hacen algo por recuperar lo que han perdido: el pastor busca la oveja, la mujer barre la casa, el padre espera por el camino… Los tres se alegran sobremanera cuando recuperan lo que habían perdido; los tres organizan una fiesta e invitan a más gente para compartir el gozo de haber encontrado: la oveja, la moneda, el hijo.

La tercera parábola, muy bien la podemos llamar: “Parábola del padre misericordioso”. En ella destacamos las actitudes del padre que perdona, que disculpa, que no toma en cuenta lo que su hijo ha hecho, simplemente le ofrece su amor de padre; un amor misericordioso que se desborda en acciones y gestos dignos de imitar.

El comienzo del evangelio de hoy, nos ofrece la clave de lectura de estas parábolas. El texto dice que los escribas y fariseos murmuraban contra Jesús porque los publicanos y pecadores se acercaban al Señor, y él no les impedía el acceso sino que los recibía y hasta comía con ellos. Esta actitud de los escribas y fariseos es semejante a la del hijo mayor del padre bueno que perdonó a su hijo menor. La enseñanza es doble: como hijos de Dios debemos tener la confianza de que Dios está siempre dispuesto a perdonarnos, cuando arrepentidos volvemos a la casa paterna; y, así como el Señor se muestra siempre rico en misericordia, así también nosotros debemos ser capaces de perdonar a los que nos ofenden.

Que en la eucaristía de este domingo recordemos el valor y significado del sacrificio redentor de Jesucristo que se hace presente, con toda su fuerza, en nuestra celebración litúrgica.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.

Éxodo 32,7-11.13-14

1Timoteo 1,12-17

Lucas 15,1-32

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