/ domingo 27 de septiembre de 2020

Domingo de reflexión | Domingo 26 del tiempo ordinario

“Acércate confiadamente al trono de la misericordia divina, que Dios está siempre dispuesto a perdonarte”.
Ezequiel 18,25-28
Filipenses 2,1-11
Mateo 21,28-32

Una de las realidades más desconcertantes y penosas en la vida de todo creyente es, sin duda, la experiencia del pecado. Ordinariamente nos esforzamos por conservar la gracia de Dios, evitando pensamientos, palabras, acciones u omisiones que nos apartan del camino que el Señor nos propone en su palabra.

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Nuestra intención es siempre hacer el bien y evitar el mal; nuestros propósitos de enmienda expresan esa firme voluntad de no perder, por ningún motivo, la amistad con Dios. Sin embargo, la debilidad humana sigue presente, a pesar de nuestros múltiples esfuerzos.

Este domingo, la palabra de Dios, en su mensaje central, nos propone a nuestra reflexión el tema del arrepentimiento o conversión.

A Dios le interesa que nosotros cumplamos siempre su santa voluntad, que guardemos sus mandamientos, que vivamos en gracia. Por ello debemos, en primer lugar, esforzarnos por erradicar el pecado en nuestra vida. En este esfuerzo, no estamos solos, más aún, es el Señor quien nos socorre para no tropezar en el camino; no son nuestras fuerzas humanas, siempre débiles e inconstantes, lo que nos mantendrá en pie; es, sobre todo, la gracia de Dios que nos ayudará a no sucumbir ante la tentación.

¿Vives en gracia? no te ufanes como si fuera tuyo el mérito; ¿has caído en pecado? levántate y reanuda el camino arrepentido(a) de tus culpas, acércate al trono de la misericordia divina, que Dios está siempre dispuesto a perdonarte.

Al Señor le interesan no sólo los buenos propósitos; podemos con las palabras expresarle nuestras buenas intenciones, pero con hechos manifestarle lo contrario. Por ello, qué importante es, en primer lugar, respaldar con las acciones lo que nuestros labios le dicen y, en segundo lugar, rectificar el camino cuando nos hemos equivocado, reconociendo nuestros errores, pidiendo perdón, volviendo a la senda del bien. El texto del evangelio de este domingo así nos lo sugiere: el hijo que le dice a su padre que hará lo que le pide y al final no lo hace, simplemente no cumple su voluntad; en cambio el hijo que primero le dice “no”, pero luego se arrepiente y termina haciendo lo que su padre le pedía, es quien sí cumple su voluntad.

El texto de san Pablo nos invita, por último, a practicar la virtud de la humildad, como la base de nuestro camino espiritual. El ejemplo nos lo da nuestro Señor Jesucristo, quien siendo Dios tomó la condición de siervo, haciéndose semejante a los seres humanos.

Le pedimos dos cosas a Dios en la eucaristía de este domingo: que nos conceda la gracia de una auténtica conversión y que, a semejanza de su Hijo Jesucristo, nos ayude a ser personas humildes y sencillas de corazón. Así sea.

¡Que tengan un excelente domingo!

“Acércate confiadamente al trono de la misericordia divina, que Dios está siempre dispuesto a perdonarte”.
Ezequiel 18,25-28
Filipenses 2,1-11
Mateo 21,28-32

Una de las realidades más desconcertantes y penosas en la vida de todo creyente es, sin duda, la experiencia del pecado. Ordinariamente nos esforzamos por conservar la gracia de Dios, evitando pensamientos, palabras, acciones u omisiones que nos apartan del camino que el Señor nos propone en su palabra.

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Nuestra intención es siempre hacer el bien y evitar el mal; nuestros propósitos de enmienda expresan esa firme voluntad de no perder, por ningún motivo, la amistad con Dios. Sin embargo, la debilidad humana sigue presente, a pesar de nuestros múltiples esfuerzos.

Este domingo, la palabra de Dios, en su mensaje central, nos propone a nuestra reflexión el tema del arrepentimiento o conversión.

A Dios le interesa que nosotros cumplamos siempre su santa voluntad, que guardemos sus mandamientos, que vivamos en gracia. Por ello debemos, en primer lugar, esforzarnos por erradicar el pecado en nuestra vida. En este esfuerzo, no estamos solos, más aún, es el Señor quien nos socorre para no tropezar en el camino; no son nuestras fuerzas humanas, siempre débiles e inconstantes, lo que nos mantendrá en pie; es, sobre todo, la gracia de Dios que nos ayudará a no sucumbir ante la tentación.

¿Vives en gracia? no te ufanes como si fuera tuyo el mérito; ¿has caído en pecado? levántate y reanuda el camino arrepentido(a) de tus culpas, acércate al trono de la misericordia divina, que Dios está siempre dispuesto a perdonarte.

Al Señor le interesan no sólo los buenos propósitos; podemos con las palabras expresarle nuestras buenas intenciones, pero con hechos manifestarle lo contrario. Por ello, qué importante es, en primer lugar, respaldar con las acciones lo que nuestros labios le dicen y, en segundo lugar, rectificar el camino cuando nos hemos equivocado, reconociendo nuestros errores, pidiendo perdón, volviendo a la senda del bien. El texto del evangelio de este domingo así nos lo sugiere: el hijo que le dice a su padre que hará lo que le pide y al final no lo hace, simplemente no cumple su voluntad; en cambio el hijo que primero le dice “no”, pero luego se arrepiente y termina haciendo lo que su padre le pedía, es quien sí cumple su voluntad.

El texto de san Pablo nos invita, por último, a practicar la virtud de la humildad, como la base de nuestro camino espiritual. El ejemplo nos lo da nuestro Señor Jesucristo, quien siendo Dios tomó la condición de siervo, haciéndose semejante a los seres humanos.

Le pedimos dos cosas a Dios en la eucaristía de este domingo: que nos conceda la gracia de una auténtica conversión y que, a semejanza de su Hijo Jesucristo, nos ayude a ser personas humildes y sencillas de corazón. Así sea.

¡Que tengan un excelente domingo!

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