/ domingo 24 de octubre de 2021

Domingo de reflexión | Domingo 30 del tiempo ordinario

“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”
Jeremías 31,7-9
Hebreos 5,1-6
Marcos 10,46-52

Dios se muestra siempre lleno de misericordia, ternura y compasión, en las situaciones de sufrimiento y de dolor que experimentamos los seres humanos. La palabra de Dios de este domingo nos ofrece este tema de reflexión.

Dios, por medio del profeta Jeremías, anuncia una acción salvífica extraordinaria al pueblo de Israel que vive en el exilio, lejos de su tierra. A los judíos que pasan por una experiencia dolorosa en la tierra de Babilonia, Dios les promete el retorno a la tierra que años atrás habían perdido a consecuencia de sus infidelidades.

La última palabra de Dios no es de “castigo” sino de perdón y salvación; por ello, con todo poder, el Señor les promete conducirlos de nuevo a su patria. El lenguaje utilizado expresa, por una parte, la condición anímica y física de los exiliados y, por otra parte, la cercanía bondadosa de Dios que acompaña a estos sobrevivientes de Israel. El texto de la primera lectura está salpicado de esperanza, alegría y consuelo, por esta intervención salvadora de Dios.

El salmo responsorial, que trata esta misma temática, refleja lo que significó para el pueblo el regreso del exilio. Los sentimientos de los israelitas se expresan con bellas imágenes que conviene meditar.

San Marcos, por último, nos narra un milagro de Jesús realizado en las afueras de Jericó, a orillas del camino. Todo comienza con el grito desgarrador del ciego que, pidiendo limosna, se da cuenta que Jesús pasa por el camino: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Este grito manifiesta, sin duda, la gran fe de aquel hombre que, sin tener la luz de sus ojos, tenía en cambio, la luz de una fe llena de confianza y de humilde súplica al Señor.

El ciego, tirando su manto, de un salto se pone en pie y se acerca a Jesús cuando los acompañantes del Señor le dicen que el Maestro lo está llamando. Ahora está de pie, ya no está sentado, se ha quitado el manto de la aflicción y Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. La respuesta era obvia: “Maestro, que pueda ver”. El Señor le dice entonces: “Vete; tu fe te ha salvado”. Y el milagro no se deja esperar: “Al momento recobró la vista”. El relato termina presentándonos al hombre, ya sanado, convertido en discípulo de Jesús: “y comenzó a seguirlo por el camino”. El cambio es total: el que estaba sentado al borde del camino, se puso en pie y ahora, ya sanado (salvado), sigue a Jesús por el camino.

Nosotros, al igual que el ciego de Jericó, debemos tener una gran fe en Jesús. En la oración de este domingo debemos expresarle al Señor el dolor que sufre nuestro pueblo por tantas situaciones difíciles. Pidámosle que tenga compasión de nosotros, que nos mire con benevolencia y que nos conceda la seguridad y la paz tan anheladas.

Por último, al celebrar este domingo la Jornada Mundial de las Misiones (Domund), no olvidemos orar por esta importante obra de nuestra Iglesia, y comprometernos a ser predicadores incansables del Evangelio. Así sea.

¡Que tengan un excelente domingo!

“¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”
Jeremías 31,7-9
Hebreos 5,1-6
Marcos 10,46-52

Dios se muestra siempre lleno de misericordia, ternura y compasión, en las situaciones de sufrimiento y de dolor que experimentamos los seres humanos. La palabra de Dios de este domingo nos ofrece este tema de reflexión.

Dios, por medio del profeta Jeremías, anuncia una acción salvífica extraordinaria al pueblo de Israel que vive en el exilio, lejos de su tierra. A los judíos que pasan por una experiencia dolorosa en la tierra de Babilonia, Dios les promete el retorno a la tierra que años atrás habían perdido a consecuencia de sus infidelidades.

La última palabra de Dios no es de “castigo” sino de perdón y salvación; por ello, con todo poder, el Señor les promete conducirlos de nuevo a su patria. El lenguaje utilizado expresa, por una parte, la condición anímica y física de los exiliados y, por otra parte, la cercanía bondadosa de Dios que acompaña a estos sobrevivientes de Israel. El texto de la primera lectura está salpicado de esperanza, alegría y consuelo, por esta intervención salvadora de Dios.

El salmo responsorial, que trata esta misma temática, refleja lo que significó para el pueblo el regreso del exilio. Los sentimientos de los israelitas se expresan con bellas imágenes que conviene meditar.

San Marcos, por último, nos narra un milagro de Jesús realizado en las afueras de Jericó, a orillas del camino. Todo comienza con el grito desgarrador del ciego que, pidiendo limosna, se da cuenta que Jesús pasa por el camino: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Este grito manifiesta, sin duda, la gran fe de aquel hombre que, sin tener la luz de sus ojos, tenía en cambio, la luz de una fe llena de confianza y de humilde súplica al Señor.

El ciego, tirando su manto, de un salto se pone en pie y se acerca a Jesús cuando los acompañantes del Señor le dicen que el Maestro lo está llamando. Ahora está de pie, ya no está sentado, se ha quitado el manto de la aflicción y Jesús le pregunta: “¿Qué quieres que haga por ti?”. La respuesta era obvia: “Maestro, que pueda ver”. El Señor le dice entonces: “Vete; tu fe te ha salvado”. Y el milagro no se deja esperar: “Al momento recobró la vista”. El relato termina presentándonos al hombre, ya sanado, convertido en discípulo de Jesús: “y comenzó a seguirlo por el camino”. El cambio es total: el que estaba sentado al borde del camino, se puso en pie y ahora, ya sanado (salvado), sigue a Jesús por el camino.

Nosotros, al igual que el ciego de Jericó, debemos tener una gran fe en Jesús. En la oración de este domingo debemos expresarle al Señor el dolor que sufre nuestro pueblo por tantas situaciones difíciles. Pidámosle que tenga compasión de nosotros, que nos mire con benevolencia y que nos conceda la seguridad y la paz tan anheladas.

Por último, al celebrar este domingo la Jornada Mundial de las Misiones (Domund), no olvidemos orar por esta importante obra de nuestra Iglesia, y comprometernos a ser predicadores incansables del Evangelio. Así sea.

¡Que tengan un excelente domingo!

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