/ domingo 16 de mayo de 2021

Domingo de reflexión | Domingo de la Ascensión del Señor

El cielo y la tierra son dos realidades que la palabra de Dios nos presenta este domingo para nuestra reflexión. Ambas realidades se relacionan, las dos son importantes, una depende de la otra.

Las tres lecturas nos dicen que Jesús subió al cielo: “Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos…” (primera lectura); “Y el que bajó es el mismo que subió a lo más alto de los cielos…” (segunda lectura); “después de hablarles, subió al cielo…” (evangelio).

Antes de subir al cielo, las lecturas hacen referencia a instrucciones, mandatos, encargos, que el Señor da a sus discípulos: “Ustedes serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra” (primera lectura); “Él fue quien concedió a unos ser apóstoles…, profetas…, evangelizadores…, pastores y maestros… para capacitar a los fieles… a fin de que construyan el cuerpo de Cristo…” (segunda lectura); “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio…” (evangelio).

La oración colecta y el prefacio de la Misa de este día mencionan que, así como Jesús ha llegado al cielo, así nosotros, un día, llegaremos también. En pocas palabras, podemos afirmar con toda claridad que el cielo constituye, para todo discípulo, la meta de su vida. Nosotros debemos anhelar esta patria eterna que el Señor Jesús nos ha prometido. En el cielo reinaremos con él por toda la eternidad, viviendo felizmente en la presencia de Dios.

La tierra, por otra parte, es el lugar de la lucha, del trabajo, del esfuerzo cotidiano, de las pruebas, de los proyectos, de los sufrimientos y de las grandes realizaciones. Con frecuencia se convierte en un valle de lágrimas, otras veces en ilusiones y esperanzas. Lo cierto es que Jesús nos ha pedido que seamos sus testigos predicando su palabra en todo el mundo, buscando que Dios reine en el corazón de todos los seres humanos.

La actitud nuestra deberá ser la de tener nuestros pies (y nuestro corazón) bien puestos en esta tierra, pero contemplando el cielo con nuestros ojos (y con nuestro corazón). Es decir, según la manera como vivamos aquí nuestros deberes diarios y nuestros compromisos de discípulos misioneros, así será la recompensa que el Señor nos conceda en la vida futura.

Pidamos a nuestro Padre Dios, en la eucaristía de este domingo, que el tiempo de nuestra vida transcurra con la certeza de que Jesús está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.


El cielo y la tierra son dos realidades que la palabra de Dios nos presenta este domingo para nuestra reflexión. Ambas realidades se relacionan, las dos son importantes, una depende de la otra.

Las tres lecturas nos dicen que Jesús subió al cielo: “Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos…” (primera lectura); “Y el que bajó es el mismo que subió a lo más alto de los cielos…” (segunda lectura); “después de hablarles, subió al cielo…” (evangelio).

Antes de subir al cielo, las lecturas hacen referencia a instrucciones, mandatos, encargos, que el Señor da a sus discípulos: “Ustedes serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra” (primera lectura); “Él fue quien concedió a unos ser apóstoles…, profetas…, evangelizadores…, pastores y maestros… para capacitar a los fieles… a fin de que construyan el cuerpo de Cristo…” (segunda lectura); “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio…” (evangelio).

La oración colecta y el prefacio de la Misa de este día mencionan que, así como Jesús ha llegado al cielo, así nosotros, un día, llegaremos también. En pocas palabras, podemos afirmar con toda claridad que el cielo constituye, para todo discípulo, la meta de su vida. Nosotros debemos anhelar esta patria eterna que el Señor Jesús nos ha prometido. En el cielo reinaremos con él por toda la eternidad, viviendo felizmente en la presencia de Dios.

La tierra, por otra parte, es el lugar de la lucha, del trabajo, del esfuerzo cotidiano, de las pruebas, de los proyectos, de los sufrimientos y de las grandes realizaciones. Con frecuencia se convierte en un valle de lágrimas, otras veces en ilusiones y esperanzas. Lo cierto es que Jesús nos ha pedido que seamos sus testigos predicando su palabra en todo el mundo, buscando que Dios reine en el corazón de todos los seres humanos.

La actitud nuestra deberá ser la de tener nuestros pies (y nuestro corazón) bien puestos en esta tierra, pero contemplando el cielo con nuestros ojos (y con nuestro corazón). Es decir, según la manera como vivamos aquí nuestros deberes diarios y nuestros compromisos de discípulos misioneros, así será la recompensa que el Señor nos conceda en la vida futura.

Pidamos a nuestro Padre Dios, en la eucaristía de este domingo, que el tiempo de nuestra vida transcurra con la certeza de que Jesús está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.

¡Que tengan un excelente domingo!

Monseñor Ruy Rendón Leal. Arzobispo de Hermosillo.


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